LA TORRE... VIGILAD
( La tour...Prends garde )
Publicado en El Gil Blas, el 19 de
octubre de 1886
Las exposiciones
universales que se dan con periodicidad, como algunas epidemias, amenazan con
convertirse para la Francia artística en unas calamidades nacionales.
Serán todo lo buenas que se quiera, e incluso
excelentes si no dejasen huellas, pero las dejan, y unas huellas que no se
limpian.
Tienen esas inestimables ventajas de hacer gastar
el dinero a muchos franceses que pretenden con ello ganar mucho más a otros
franceses que no lo tienen, de hacer entrar en nuestras fronteras el oro
extranjero, de alentar las industrias para la venta y la emulación y de ser un
testimonio de paz durante algunos meses.
Pero pagamos caro esas ventajas. La última
celebrada ha depositado sobre la loma del Trocadéro una especie de larga oruga
monumental rematada con dos orejas desmesuradas, una horrorosa edificación que
parece concebida por un pastelero pretencioso y soñador de palacios de postres
de galletas y de azúcar cristalizado.
El interior de esta chuchería, que tiene la forma
de un túnel, no habría podido servir más que para un juego de bolos si hubiese
sido recto. Como hace curva, se ha instalado allí un museo donde se exponen unos
cingaleses conservados para hacer competencia a los cingaleses
al natural del Jardín aclimatado (*).
Pero nos vemos amenazados con un horror todavía
más temible. Desde hace un mes, todos los periódicos ilustres nos presentan la
horrorosa y fantástica imagen de una torre de hierro de trescientos metros que
se elevará sobre París como un cuerno único y gigantesco.
Este monstruo espantoso a la vista como una
pesadilla, acosa el espíritu, asusta a las pobres personas inocentes que han
conservado el gusto de la línea y de las proporciones de la arquitectura
artística.
Esta horrible punta de fundición no es curiosa
más que por su altura. ¡ No nos bastan ya las mujeres enormes ! Tras los
fenómenos de carne, hete aquí los fenómenos de hierro. Eso no es ni bello, ni
gracioso, ni elegante, - es grande, eso es todo. Se diría la empresa diabólica
de un calderero afectado de delirio de grandeza.
¿ Por qué esa torre, por qué ese cuerno ? ¿ Para
asombrar ? ¿ Para asombrar a quién ? A los imbéciles. Se ha olvidado ya que la
palabra arte significa algo. ¿ Es acaso en una forja donde se aprende hoy
arquitectura ? ¿ No queda más mármol en las laderas de las montañas para hacer
estatuas o intentar erigir monumentos ?
Es cierto que los monumentos, desde hace medio
siglo, no nos salen demasiado bien, y tal vez es mejor mostrar a los extranjeros
esta locura de cíclope diciéndoles: « ¿ Es bastante alta ?» - lo que no podrán
negar - que conducirlos ante nuestra Opera nacional - que tiene el aspecto de un
templo de cartón pintado, engullido por la terminal de un hotel - diciéndoles: «
¿ Es bastante bello ? »
Ese edificio coloreado, que pertenece al arte del
lirio por su decoración y al arte lírico por su función, es seguramente uno de
las más completas muestras de mal gusto monumental del mundo entero.
La arquitectura parece un arte desaparecido de
Francia. Basta pasar un día por los alrededores de París, para contemplar una
tan odiosa colección de casas de campo ridículas, de castillos espantosos, de
villas extravagantes, que la duda no es posible: hemos perdido el don de hacer
belleza con las piedras, el misterioso secreto de la seducción por las líneas,
el sentido de la gracia en los monumentos. Parecemos no comprender y no saber
que la sola proporción de un muro basta para constituir algo bello, una obra de
arte.
Sobre las playas, sea al norte, sea en el Midi,
sea en Trouville, sea en Cannes, se encuentran las mismas muestras de gusto de
jaula de canario que se ha apoderado del alma de nuestros arquitectos. No son
más que torrecillas, campanarios, ornamentos imprevistos y extraños. Uno de esas
construcciones se parece a una pagoda, el otro a una fortaleza de la Edad Media
coronada de almenas, aquella otra a un café-concert tunecino, la otra a un
corral de ópera cómica. El estilo oriental se funde familiarmente con el estilo
finca en aparcería, el recuerdo de Pompeya fraterniza con el recuerdo de la
Alhambra. Todo eso es horroroso, pretencioso, vanidoso, odioso. En Inglaterra,
por el contrario, la pequeña casa de campo que se llama cottage es casi
siempre encantadora en el exterior. Muchas son auténticas maravillas de gusto
sencillo y elegante al mismo tiempo. Debemos añadir, para ser justos, que el
gusto se detiene en la puerta y que el interior de las casas inglesas, decoradas
a la inglesa, hace que, a pesar de todo, nos guste más vivir en una casa
francesa.
Asi pues, París va a ver plantar este cuerno,
rival de la horrorosa flecha con la que se ha rematado la catedral de Rouen, y
que estropea todo el horizonte del extraordinario valle normando.
¿ No se podría haber hecho otra cosa con el
dinero destinado a esa chatarra ? ¿ Un monumento, como el Hotel de Ville, por
ejemplo, que es de un bello estilo Reminiscencia, no habría quedado bien en
lugar de las cuatro paredes del Patio de los condes ? Pero se trata
de la Exposición universal, o más bien se trata de recibir dignamente en nuestra
casa a los extranjeros que invitamos, que nos harán el honor y el placer de
venir.
Ahora bien, el primer deber de la cortesía, antes
de dejarles franquear los muros de Paris, ¿ no debería consistir sencillamente
en desinfectar la ciudad ?
Burgueses de Paris, sois unas valientes personas
muy tranquilas, como se dice en cierto mundo, a menos que no hayáis perdido el
sentido del olor, lo que es todavía posible. Os amotináis por unos animales,
hacéis revoluciones por unas palabras vacías; y bien, si tuvieseis únicamente
nariz, haríais un pequeño motín, o incluso una buena revolución, contra los
sucios ingenieros, diputados o consejeros municipales que os envenenan todo el
verano haciendo inhabitable vuestras calles. ¡ Como ! ¿ no lo sentís ? Pero el
corazón sube a los labios cuando se entra en París, tras un paseo al Bosque, en
las suaves tardes de primavera. A partir de los Campos Elyseos comienza la
infección, y cuando a continuación se entra en el centro de la ciudad, eso
se convierte en tal peste que uno está obligado a encerrarse en su habitación
para quemar azúcar o agua de Colonia.
Pues ustedes tienen, valientes personas que no
sienten nada, bajo cada calle, un río donde se vierten sin cesar, no solamente
las aguas de alcantarilla, sino también... lo que los Sres. ingenieros llaman EL
LÍQUIDO - y es « ese líquido », que se siente de ese modo, que perfuma
vuestras vías y vuestras casas. Cada boca de alcantarillas es el recipiente de
dónde sale ese incienso nocturno, tan bien reconocible por su olor especial, que
se puede distinguir sin ser químico. Yo sé bien que se os quiere hacer creer que
esa fragancia tan particular procede únicamente de las cultivos de jardín de los
alrededores de Paris, abonados con el producto de vuestras casas.
No lo creáis, parisinos, meted la nariz en
vuestras alcantarillas, durante las bellas tardes donde florecen las rosas en
los jardines... y colgad a vuestros ingenieros y a vuestros ediles...
¿ Qué diríais de un caballero que invitase
educadamente a sus vecinos a pasar una temporada en su casa cuando ciertos
conductos rotos en las paredes vertiesen su contenido en las habitaciones de los
invitados ?
El caso es sin embargo el mismo. De donde
resulta, que en lugar de construir la pirámide de hierro que servirá solamente
para afear vuestra ciudad, sería mejor construir el canal al mar que serviría
para sanearla. Pero si se tiende absolutamente a un monumento de bronce, que se
erija, en este tiempo de estatuas, una estatua gigantesca a la heroica general,
solo digna hoy de convertirse en el patrón de Paris, sustituyendo a santa
Geneviéve, en Cambronne.
Y que se le ponga en las manos un farol eléctrico
al objeto de indicar a los viajeros delicados y asqueados ese foco de peste que
se llama París.
19 de octubre de 1886
(*)
Hace tres
años, el público parisino tuvo ya la ocasión de ver una exhibición de habitantes
de la isla de Ceilán en el Jardín zoológico aclimatado de Paris. La Nature
ha publicado en esa época una noticia etnográfica a la que remitimos a nuestros
lectores.
La comitiva que se encuentra actualmente en el
Jardín es mucho más completa que la de 1883; ofrece un interés muy particular
por el número de objetos curiosos de los que está acompañada y por los
ejercicios a los que se someten todos aquellos que la componen. El conjunto
comprende setenta cingaleses: cincuenta y siete hombres y trece mujeres. Se
encuentra entre ellos, sacerdotes de Buda, médicos, juglares indios, bailarines
y encantadores de serpientes.
Doce elefantes, de los que una hembra amamanta a
su hijo, catorce cebúes domesticados , y diversos animales del país completan
esta considerable exhibición.
( Nota extraída de la revista La Nature nº
679 de 5 de junio de 1886. pag 231 ) Para más información hacer clic
aquí ( N. del T.)
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre