LAS ACADEMIAS
( Les académies )
Publicado en Gil Blas, el  22 de diciembre de 1884

      Se hablaba en un salón académico de la recepción de François Coppée. Una joven, para quién las combinaciones que han sorprendido y descartado al Sr. Soulary, no tienen misterios, exclama: « Lamento ver nombrar a Coppée; hubiese preferido que se eligiese a otro.»
      Como se la sabía gran admiradora del poeta, uno se asombra. Elle continúa: « Es precisamente porque me gusta mucho por lo que me molesta. Yo no nombro académicos más que a aquellos por los que no tengo ni admiración ni amistad.»
      « Yo no nombro » hizo sonreír a los hombres. Pero las mujeres no lo apreciaron. Alguien pregunta: « ¿ Entonces usted prefiere a los incapaces ?» Ella dice: « Sí, a los viejos sobre todo. Usted no comprende la razón. Sin embargo es muy simple.
      « Adoro a Coppée, y tengo miedo de desear su muerte.
      « ¿ No lo entiende aún ?
      « ¿ Qué es lo que conocemos entre los académicos. Tres poetas: Coppée del que hemos leídos todos los versos, Sully Prudhomme del que hemos leído algunos versos, y Hugo que ha hecho unos versos extraordinarios, pero que tenemos un poco... un poco olvidados. Perdón, recordamos aún algunas piezas de Châtiments y de La Légende des Siècles, no es así ?
      « Conocemos muy bien a los autores dramáticos y a los novelistas, en total diez escritores.
      « ¿ Y los treinta restantes ? Sabemos sus nombres porque son de la Academia. Es cierto. ¿Pero que han hecho ? Nadie lo sabe. ¡ Nadie ! he aquí por tanto a aquellos que prefiero, a los verdaderos académicos, aquellos a los que deberíamos siempre nombrar.
      « Cada vez que un sillón está vacante, yo jamás me informo de los títulos de un candidato, sino de su edad y de sus enfermedades. Que me importa que haya hecho una traducción en versos de Don Quijote o diez volúmenes de tonterías sobre la idea de Patria en la poesía escandinava, o bien veinte volúmenes de comentarios sobre los poetas marroquíes del siglo XVI. Lo que me importa y lo que me divierte, por ejemplo, es que se muera lo más pronto posible.
      « Me gustaría que se obligase a los candidatos a pasar ante una especie de consejo de revisión que descartase a los saludables. No se nos dirían los títulos ni el valor de sus obras que no nos interesan demasiado, sino los nombres y la gravedad de sus enfermedades y las lesiones orgánicas de su cuerpo. El más afectado sería el que tuviese más posibilidades.
      « ¿ Acaso no tengo razón ?
      « ¿Qué hay más aburrido e inútil que la Academia cuando está al completo ? ¿ Qué hace ? ¿ A quién sirve ?
     « Pero tan pronto como un académico muere, ¡ que diversión ! Toda Francia se emociona, todo París se apasiona. ¿Quién le sustituirá ? En cuanto a mí, siento un pequeño estremecimiento en el corazón cuando leo en mi periódico, por la mañana, que ¡ un inmortal acaba de morir ! Esos son mis mejores días, pues tengo diversión para seis meses por lo menos. Y si se mueren dos o tres seguidos, me vuelvo loca de contenta. ¡ Y todo el mundo está como yo, sin excepciones !
      « ¿Quién cubrirá la vacante ? ¡ Qué emoción ! Cada uno hace su listas. Se toma nota, se discute, se supone, se calcula. No hay nada más divertido, nada, ¡ absolutamente nada ! ¡ Que intrigas, visitas, gestos, contra gestos, combinaciones, influencias puestas en movimiento, maniobras ! ¡Qué alegría cuando nuestro candidato sale elegido ! Y como hay que desplegar el ingenio, la astucia, el tacto, la política.
      « Esta es la verdadera distracción del París invernal, del París inteligente, del París pensante.
      « Nadie podrá decir lo contrario. También encuentro muy enojoso que se lleve a la Academia a jóvenes como a François Coppée, que nos harán esperar mucho tiempo por su sucesor. ¡ Pensad que podríamos desaparecer antes que él ! Esa idea no es alegre precisamente.
      « Desde el momento en el que nombremos a los académicos para tener el placer de sustituirlos, es con la esperanza de verlos morir pronto. Cuanto antes mueran, más satisfechos debemos estar. Por tanto hay que tomarlos muy viejos, muy discapacitados, muy enfermos.
      « En cuanto a mí, lo confieso, cuando pasan dos o tres meses sin que haya partido ni uno solo para el otro mundo, pongo a arder un cirio en Notre-Dame. A menudo me da resultado.
      « Créanme que hace tiempo que la Academia no existiría si no fuese tan divertido renovarla.
      « Es un pequeño juego, un pequeño juego literario y completamente apasionante.
      « Si yo fuese escritora, compondría un libro sobre este tema:

      « LA ACADEMIA FRANCESA O EL JUEGO DE LA MUERTE Y DE LOS CUARENTA ANCIANOS
      « o también
      « JUEGO DE LA MUERTE Y DE LOS INMORTALES.»

      ¿ Estaba equivocada la damita ? Otros habrán de decidirlo. Pero para ser justo me parece que tenía razón en su forma de razonar.
      He aquí entonces a Coppée bautizado con la prosa de Cherbuliez ( En su lugar yo me lavaría la cabeza.) A su turno Edmond About y luego Ludovic Halévy. El París pensante se va a divertir con esas sensacionales entradas.
      ¿ Pero se esperan las salidas ) ¿ A quién le corresponde ?
      He aquí que la Sociedad de las gentes de letras está a punto de convertirse en una concurrencia del Instituto. La casa no está en la esquina de la avenida.
      Allí se discute el merito literario, el valor del verbo y del adjetivo, el estilo y la composición, en unos párrafos preparados con pretensión.
      Este pequeño juego sería muy inocente si fuese inofensivo. Por desgracia no lo es.
      El hecho que acaba de producirse es bastante curioso y merece ser citado.
      La Sociedad de gentes de letras es una asociación de personas que escriben bien o mal, a menudo mal y pocas veces bien, y que se han asociado para sacar todo el provecho posible a sus obras e impedir el pillaje literario, tan fácil y tan constante. Es por tanto únicamente una reunión de intereses pecuniarios, una reunión de mercaderes de prosa o verso, una reunión de comerciantes que ponen en común, para explotarlo, unos fondos teniendo un valor mercantil. Forman pues absolutamente lo contrario de una academia.
      Si se hiciese una prueba sería suficiente con leer los nombres de los asociados. Por diez que son conocidos más o menos, se encuentran cincuenta ignorados por el mundo entero. Por diez que escriben en un lenguaje elegante o únicamente correcto, se encuentran cincuenta que se sirven de la cháchara negro-francesa más asombrosa. Allí están reunidos todos aquellos que fabrican a granel la novela-folletín, honorables taberneros de líneas, hábiles en su especial oficio, pero que no han conocido lo que un poeta denominaría los ideales acariciadores de la lengua francesa, esa divina amante de los artistas. Ávidos de literatura, no han frecuentado más que a la criada de la casa. Eso no impide que sus intereses sean tan respetables como los de los señores Daudet, Claretie, Coppée y de todos los auténticos escritores que forman parte de esta asociación, pero eso se debería impedir a esos embadurnadores de papel erigirse en jueces tan intolerantes como incompetentes.
      He aquí el caso.
      El reglamento dice que para ser admitido en la Sociedad, es necesario haber escrito al menos dos volúmenes, o el valor de dos volúmenes en artículos publicados.
      Hace falta además que el candidato sea absolutamente honorable.
      Ahora bien, un joven escritor de talento, Harry Alis, que ha publicado cuatro volúmenes más trescientas mil líneas en diversos grandes periódicos, muchacho encantador además y cuya vida en intachable, acaba de cerrársele la puerta de ese santuario, después de la lectura de un informe superlativamente admirable de Sr. Ferdinand du Boisgobey.
      Sería propio que el informador debiera haber puesto una cierta coquetería de modestia en dejarnos ignorar siempre sus ideas y sus teorías sobre el arte literario. Sin embargo tiene la imprudencia de revelárnoslas.
      Dice, hablando de la primera novela de Harry Alis, Hara.Kiri : « El comienzo es una pequeña obra maestra. La descripción de Japón ( ¿ lo ha visto usted, señor Ferdinand ? ), el dolor del viejo samurai, etc., etc., todo eso forma un cuadro acabado.
      « Pero la continuación no recuerda más que muy imperfectamente el viaje a Grecia del joven Anacharsis ( ¿ lo ha leído usted, señor Ferdinand ?) ¡ quien hizo las delicias de nuestros abuelos ! » (¡ Caramba ! la lógica es algo bueno, y también a propósito de la comparación,  esta operación de espíritu que se llama encadenamiento de ideas !)
      Y luego el señor du Boisgobey se sorprende de encontrar hechos inverosímiles en la novela de su joven colega. ¡Y yo me asombro a mi vez, y más que él todavía, de su asombro ! Él exclama: « ¡ Oh, prodigio ! » porque un joven japonés de noble cuna entra en los salones más aristocráticos del barrio de Saint-Germain, esos salones en los que el señor du Boisgobey considera las puertas como infranqueables, ¡ aunque se hayan revelado al mundo el tono y los amores, a todas las porteras y las fruteras de Francia ! ¡Oh! ¡el buen barrio que ellas tienen !
      El asociado concluye del siguiente modo: « Tal es, caballeros, el fondo de la novela del Sr. Harry Alis quién ha hecho de ese fondo extraño una infinidad de episodios no menos singulares. Hay de todo en su obra... Peca mucho por la composición, pero está escrita con una elocuencia extraordinaria, en una buena lengua, sobria y colorida al mismo tiempo. El autor no abusa demasiado de los adjetivos y no tortura demasiado sus frases.
      « Por desgracia se ha salido del buen camino, cuando, dos años más tarde, escribió su segunda novela, Reine Soleil. ¡ Esta vez, ha caído en el realismo, en el neologismo e incluso en la pornografía !»
      - ¡ Con usted, Goncourt y Zola !
      Después de un sucinto análisis, el señor Boisgobey continúa:
      « ¿Les hablaría del estilo ? » ( ¡Oh ! no, por favor.) Sin embargo habla: « Me conformaré con dos o tres citas que servirán para juzgar.»
      Primera cita: « En el teatro, la cruda luz de la rampa hace centellear los oros y enrojecer los trajes de las bailarines.» Hermana Anne, mi hermana Anne, ¿ no ves nada ? dice el cuento.
      La hermana Anne ve la hierba que enverdece y el camino polvoriento. Pero el Sr. du Bosgobey no ven enrojecer los trajes de los bailarines.
      Continúo... Estas son auténticas perlas, y el libro contiene para hacer un buen collar.  - ( Si yo fuese ostrero, no sería en Reine Soleil donde buscaría unas perlas de esa clase.) - El informador continúa:
      « El Sr. Harry Alis nos aporta dos importantes volúmenes. Tiene grandes defectos, pero también tiene talento. Es joven. Busca su camino, y, esperando a encontrarlo, va a donde lo deposite el viento que sopla en estos tiempos sobre la literatura. Le produce placer en tratar temas escabrosos y ¡¡  en alambicar la buena antigua lengua francesa !!» - ( ¡ Ese « en alambicar » tiene gracia y precisión !)
      Pero el severo juez acaba:
      « Si el comité fuese el de la Academia, no les propondría conceder un premio al Sr. Harry Alis, sobre todo no un premio de virtud; pero les propongo nombrarlo asociado por la misma razón que ustedes no podrían rechazar al Sr. Zola si se presentase! »

      ¡ Eso es ! he aquí la lengua francesa defendida por el Sr. Ferdinand du Bosgobey. ¡ Oh prodigio ! Lo inverosímil condenado por el Sr. du Bosgobey. ¡ Oh, dos veces prodigio ! Y Reine Soleil, un libro de artista, estudiado y escrito, curioso y auténtico, arrojado en el cubo de la basura por el Sr. Ferdinand du Boisgobey junto con L'Assommoir y Germinal. ¡¡¡ Oh, tres veces prodigio !!!
      Y el comité ha rechazado la candidatura del Sr. Harry Alis, lo que hará al joven escritor un daño pecuniario importante.
      Es inútil toda reflexión.
      Lo siento por aquellos que debutan en este momento, y no hablo del Sr. Alis que ya no es un debutante, sino de aquellos que publican un primer libro en esta oleada de volúmenes que nos inundan. Si es cierto que el Sr. de Goncourt tiene la intención de dejar un premio de diez mil francos a conceder cada año a la novela que revele en un joven escritor, al mayor temperamento, originalidad, esfuerzo hacia la forma y la invención que debe perseguir un artistas, hará una bella obra, grande y digna del nombre que él tiene.
      La Academia, la verdadera, aquella que está en la esquina de la avenida, esa eterna corona de momias, jóvenes o viejas, pues hay momias de veinte años, en arte, a veces descubre un joven convertido más tarde en un gran hombre.
      Leía con sorpresa, últimamente, la larga lista de los apoyos que ella había distribuido este año.
      ¿ Donde están los jóvenes del futuro ? Busco allí los nombres de los nuevos que se citan ya en las reuniones de hombres de letras, los nombres de los novelistas de mañana.
      Entre estos recién llegados, ¿ es la Academia quién patrocinará al Sr. Robert Caze, que no es por otra parte un desconocido y con quién muchos cuentan, y a su homónimo, el Sr. Jules Case, un debutantes que será alguien, o al Sr. Abel Hermant, cuya primera novela, Monsieur Rabooson, es ya un libre poderoso y encantador y más que una promesa, una obra ?

22 de diciembre de 1884

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre