LAS DESCONOCIDAS
( Les inconnues )
Publicado en Le Gaulois, el 13 de febrero de
1881
Este martes será puesta en venta la correspondencia de Mérimée. Se habla ya
de este acontecimiento, y los admiradores todavía numerosos de este escritor de
talento correcto y frío esperan tal vez algunas revelaciones como las
contenidas en ese volumen tan comentado, tan discutido: les Lettres à une
inconnue. Su curiosidad quedará sin duda defraudada: las nuevas cartas que
vamos a leer no tienen, según se nos afirma, ningún carácter de misteriosa
galantería.
Mérimée no es al único al que las Desconocidas
hayan perseguido; cada hombre de letras tiene las suyas, y sería un libro
verdaderamente curioso si contase las intrigas, dramas y desilusiones que han
resultado de las cartitas perfumadas, con disimulada
caligrafía, traídas una buena mañana por el cartero a todos nuestros
escritores vivos y famosos. Yo sé que han recibido fotografías, muy bonitas,
de Rusia, Suecia e Italia. Sé de dos que se han casado a consecuencia de una
correspondencia anónima; conozco a uno que se ha enamorado locamente de una
mujer a la que nunca ha visto; sé de otro hace colección de Desconocidas tan
tranquilamente como se hacen colecciones de insectos. Éste está de moda; las
cartas abundan en su casa, pues las Desconocidas van casi siempre al mismo, como
las mariposas se posan sobre una única flor preferida.
Hay dos familias principales de Desconocidas,
pero cada una de esas familias se divide en varias ramas.
La familia más numerosa es la más interesante,
es la de las « Desconocidas de provincias ».
La otra: « Desconocidas de París », es menos
apreciada en general.
Omito a las « Desconocidas del extranjero »,
que a menudo no suelen ser más que unas chifladas, intrigantes, o varones
ingleses, coleccionistas de autógrafos.
La Desconocida de provincias se clasifica en dos
tipos principales: En primer lugar está la mujercita soñadora, inteligente,
una especie de Emma Bovary superior, que, casada con algún burgués honrado y
mediocre, quiere permanecerle fiel, pero bosqueja platónicamente la novela
secreta de su vida con un hombre superior. Vacía su corazón en sus cartas, se
exalta, se enternece, ama con toda su alma esa correspondencia ilustre a la que
quiere responder sus expansiones, sus llamadas, sus arrebatos hacia una
felicidad ideal.
La otra Desconocida de provincias es la señorita
de compañía de los castillos nobles, que busca el lugar para sus exaltaciones
literarias, y una conquista si es posible. Ésta la aprovechará en su próxima
viaje para ir a golpear en la puerta del gran hombre. Lleva, esperando, sus
cartas como un tesoro, y mira con desprecio a los pobres seres de los que ella
como el pan.
Las viejas señoritas están también en muchos
casos en el conjunto de las Desconocidas de provincias. Son las menos
interesantes, y un célebre escritor, fallecido hace poco, mantuvo toda su vida
correspondencia con una encantadora señorita de blancos cabellos, a la que no
conoció de otro modo que por la descripción que ella le hizo de si misma. Es
en estas cartas donde se alcanzan los profundos misterios de las lamentables
existencias, de las torturas de esos corazones de mujer secos, sin amor, de
todas las miserias íntimas de las vidas solitarias y desoladas.
El hombre que recibe estas cartas anónimas
responde casi siempre, a menos que lo aprecie, en el primero envío, una
estupidez demasiado evidente.
Dos razones lo empujan, o más bien dos
curiosidades, la del hombre galante y la del hombre de letras.
Las Desconocidas de Paris, no son otra cosa, en
la mayoría de los casos, que unas mundanas aburridas, que desean encontrar un
alma gemela y se dirigen, en este afán, a un hombre al que consideran por
encima de su clientela ordinaria.
Ellas se equivocan: un artista verdadero no ama
nunca perdidamente más que a su arte. Si él las prefiere, no es precisamente
un gran artista; y entonces ellas no tienen ninguna ventaja en abandonar sus
costumbres, siempre más expertas en galantería. Pues la galantería es una
profesión, la profesión de los hombres de mundo; Son en ocasiones
incomparables. Yo conozco auténticas maravilllas.
Los artistas de cualquier tipo deben desconfiar
terriblemente de las Desconocidas de sesenta años, que buscan con perseverancia
el lugar para sus intensas e incomprendidas ternuras.
Y he aquí ahora una historia absolutamente
verídica de una Desconocida.
¿ Quién es ella ? Hoy es una anciana, muy amada
en el mundo, una adorable anciana cuyos encantos son como esos viejos perfumes
que quedan en el fondo de los frascos. Se les respira con gusto y al mismo
tiempo con una vaga melancolía. Y, más que por el potente olor de las esencias
nuevas, se siente penetrado por esa sutil quintaesencia de las fragancias vivas
evaporadas.
De esta mujer ya anciana, se desprende como una
nube de elegancias pasados, de gracias inefables.
Tiene un espíritu exquisito, alerta, y libre de
las grandes damas desaparecidas.
Ella hablaba precisamente de estas cartas de
Mérimée publicadas por una Desconocida.
- Yo también - dijo - he sido la Desconocida de
un gran hombre.
Y me lo nombró.
Lo habría descrito suficientemente diciendo que
sus vecinos indicaban su domicilio a los extranjeros que lo buscaban, mediante
estas palabras: « Verá usted la casa donde él tiene siempre unas faldas en la
ventana. » ¿ No ? ¿Esto no es suficiente ? Bien, el penúltimo poema de su
volumen de poesías (pues él de momento es poeta), esta dedicado: « A una
provinciana ». Fue esta misma provinciana quién me contó su historia.
Ella decía:
- Yo vivía en un pueblo en el centro de Francia,
cuando un libro de él me cayó en las manos. Fue como una respuesta a mis
pensamiento más íntimos, y le dirigí una larga carta llena de admiración.
« Él me respondió, yo escribí de nuevo; y
esta correspondencia no le disgustó sin duda, pues la continuó con una
escrupulosa exactitud.
« Nos hicimos amigos, amigos íntimos. Yo le
contaba todos mis secretos; el me contaba los entresijos desconocidos de su
vida, sus contratiempos; se desahogaba, confiándose enteramente a esta
Desconocida lejana que había conquistado su estima y su afecto.
« Un día, partí para Paris radiante. ¡ Iba a
verlo, a estrecharle las manos, oir su voz, conocer su rostro !
« Le escribí para que viniese a recibirme.
« El se negó.
« Quedé aterrada; escribí de nuevo; volvió a
rechazarlo. Según decía, hacía falta conservar todas nuestras ilusiones, que
la realidad siempre destruía. El conocimiento de nuestros seres disminuiría la
intimidad de nuestros corazones. Nosotros nos amábamos tan bien que no
podíamos más que turbar estas delicadas y tiernas relaciones.
« Finalmente, no apareció.
« Regresé a mi provincia, un poco entristecida,
y continué enviándole todos mis pensamientos. En cuanto a él, parecía más
afectuoso, más expansivo.
« Volví a París, donde esta vez me quedé; y,
un día, recibí una carta en la que me pedía de un modo indirecto, discreto,
algunos detalles sobre... mi persona. ¡ Tenía miedo que fuese fea !
« Yo era hermosa, señor, puedo decirlo ahora,
muy bella incluso; y le envíe una verdadera descripción mía... incluso hasta
la talla.
« Al día siguiente, mi sirviente pronunciaba su
nombre en mi salón, su nombre ilustre y bien amado.
« ¡ Dios ! ¡ Que feo era !
« Bajo, negro, aspecto envejecido, la figura
grimosa, se adelantaba tímidamente en medio del círculo de hombres, de hombres
conocidos, que me rodeaban.
« Apenas dijo algunas palabras. Pero regresó al
día siguiente. Yo no estaba sola todavía. ¡Oh! por nada del mundo hubiese
querido ahora encontrarme a solas con él. Era demasiado feo ciertamente,
demasiado feo. Hay unos límites para todo. Pero él no me encontraba tan mal
como había temido, pues, cada día, llamaba a mi puerta. Nunca lo recibía a
menos que estuviese rodeada de amigos; y lo veía exasperarse y amarme cada día
más, pues me amaba perdidamente.
« Yo trataba con mis cartas de apaciguar esta
pasión inútil. ¡ No, no podía responder allí, era imposible, imposible !
« Él me suplicaba concederle una cita: por fin
cedí, y le fijé una hora donde podríamos... explicarnos.
« Entró, nervioso, irritado: « Señora, me
dijo, hay que elegir. Usted juega conmigo, me martiriza, me desespera; tiene que
elegir entre el mundo y yo. »
« Le miré durante bastante rato - no, no
podía.
- Entonces, tomándole la mano: « Mi pobre
amigo, le dije, pues bien... elijo el mundo.»
«Emitió un sollozo y salió.
« Él tenía razón, señor, no hacía falta
vernos y destrozar de este modo nuestra tan encantadora intimidad.»
13 de febrero de 1881
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre