LAS GRANDES PASIONES
( Les grandes passions )
Publicado en le Tout-Paris del
17 de diciembre de 1887. Redescubierto recientemente por Gérard Pouchain y
publicado en le Magazine Littéraire nº 326 de noviembre de 1994
¿ Entonces, señora,
se aburre ?
- ¡ Por desgracia sí, señor, terriblemente !
- ¿ Y todavía le dura desde hace tanto tiempo ?
- ¡ Oh, sí !
- ¿ Desde hace un año ?
- Sí, más o menos.
- ¿ Ha visto a Georgette ?
-Sí.
- ¿ Es bueno ?
- ¡ Oh !, ¡ encantador, totalmente encantador ! ¿
Y Speranza ?
- He visto igualmente Speranza. Es
un delicioso balet.
- ¿ Ha leído usted Tartarin dans les Alpes
?
- Desde luego, y el primer día.
- ¿ Le ha gustado ?
- Muchísimo. De entrada tenía pasión por
Tartarin. Nada me ha divertido tanto como ese libro: es tan alegre, tan
espiritual, tan gracioso. A pesar de toda la admiración que tengo por las otras
novelas de Daudet, prefiero sin embargo Tartarín, porque me hace reír
hasta llorar todas las veces que lo abro. No, vea usted, nunca se ha tenido
tanto espíritu. ¡ Y fue tan divertido ver Tartarin dans les Alpes tras
haberlo visto en el desierto !
- Entonces, señora, usted ha pasado una tarde
excelente escuchando a Georgette, una noche excelente viendo Speranza,
y un día excelente leyendo Tartarin. ¿ Y pretende usted aburrirse ?
- Sí, me aburro. Es usted insoportable al no
creerme.
- La creo, mi querida amiga, solamente que usted se
equivoca de palabra; usted no debería decir: me aburro, sino: no amo. Para
usted, todo se limita al amor. Amar o no amar, esa es la cuestión. Cuando usted
ama, la tierra se convierte en un paraíso terrestre, la vida en un
encantamiento; y cuando usted no ama, el universo y la vida se vuelven un
infierno.
- ¡Eso es cierto !
- ¡ Ya lo creo que es cierto ! Y usted considera
el amor como la más grande, la más bella, la más generosa, la más profunda y las
más poderosa de las pasiones.
- Desde luego que sí.
- Pues bien, mi querida amiga, el amor, en
realidad, es la más mezquina, la más débil, la más ligera y la menos perdurable
de las fantasías que embargan al corazón humano.
- Dios mío, ¡ mire que es usted bruto !
- ¡ Es posible ! Bruto, pero justo. Razonemos. Se
conoce la fuerza de una locomotora por el número de vagones cargados que puede
arrastrar, ¿ no es cierto ? Y del mismo modo se puede medir la fuerza de una
pasión en función de las cosas que puede hacer adquirir al hombre. Yo digo que
bajo todos los aspectos el amor es inferior a las otras pasiones.
De entrada, la primera cualidad de una pasión es
la duración. Ahora bien, el amor es esencialmente limitado. ¿ Cuantos casos
podrían citarse en los que haya persistido durante toda una vida ? Cambia de
sujetos varias veces en el transcurso de una existencia y se detiene
definitivamente desde que los cabellos se vuelven blancos. Es pues más un
apetito que una pasión, un apetito que varía según las edades y que afecta a
varias personas.
Ahora bien, mi querida amiga, me sería muy fácil
demostrar que el juego ha arruinado a más hombres que el amor, y que el alcohol
todavía ha matado a más. Entonces, las cartas y las borracheras son dos pasiones
superiores.
En efecto, no se puede hacer nada más enérgico,
para probar una pasión, que dar su dinero y su vida, las dos cosas más preciosas
que uno tiene.
Ahora bien, si la estadística nos demuestra que
el hombre se arruina más de buen grado, más fácilmente por el bacará que por una
hermosa muchacha, que resiste menos a las cartas que a los bellos ojos, que es
atraído más irresistiblemente por los casinos que por las alcobas, y que deja
más apasionadamente sus últimos centavos sobre una mesa verde que en las rosadas
manos de una mujer, la duda no cabe.
Aquellos que se arruinan por una mujer son raros, muy raros hoy, mientras que
los que se arruinan por el juego son numerosos.
En cuanto a aquellos que se matan por amor o por el amor, no se ven demasiado.
Aquellos que se matan por el alcohol son innumerables. ¿ Se sorprende usted, no
es así, mi querida amiga, que dos brazos abiertos no tengan tanto atractivo como
un pequeño vaso lleno de aguardiente ? También confieso que dos brazos cerrados
son un instrumento de muerte tan limpia y segura, cuando uno se abandona a ellos
completamente, del mismo modo que un líquido amarillo o verde bebido con exceso.
Ahora bien, desde el momento que se muere más por la botella que por el beso...
¿ qué deducir ?...
- ¡ Es usted completamente estúpido ! No se puede responder a semejantes
tonterías.
- Y voy más lejos todavía. Digo que esas tres pasiones: el alcohol, el juego y el
amor, reputadas como temibles porque son peligrosas y amenazan catástrofes, en
realidad son menos vivas, menos poderosas y menos intensas que la pesca con
caña, la caza y el billar.
- Cállese. Me exaspera.
- ¡ Oh ! la comprendo. Su corazón de mujer se exalta por las pasiones poéticas,
acepta las pasiones dramáticas y se indigna de las pasiones inofensivas y
burguesas, las más tenaces, las más intensas, las más absorbentes de todas.
Mi querida amiga, ese hombre tranquilo, tocado de un sombrero de paja y sentado
al borde del agua donde hace oscilar un cebo al extremo de un sedal, es el más
ardiente de los apasionados. Nada detendrá su invencible amor, ¡ nada ! El día
en el que París en llamas, incendiado por la Comuna, cuando el cañón hacía
temblar los muros, cuando las balas volaban por las calles como moscas, cuando
los cuerpos destrozados servían de pavimento en las calles, cuando en los
arroyos fluía sangre en lugar de agua, se contaron cuarenta y siete hombres,
cuarenta y siete sabios o cuarenta y siete locos, sentados apaciblemente a lo
largo de las orillas del Sena, desde el Point-du-Jour hasta las Tullerías
pescando bajo las llamas. ¿ Qué les importaba París ardiendo, la Comuna
vencida, la Patria sangrante, la guerra civil tras la invasión prusiana, a esos
hombres que no tenían más atención que para su boya de corcho ?
La muerte los amenazaba por todos lados. Las balas silbaban sobre sus cabezas, y
su corazón palpitaba de esperanza cuando un gobio mordía el gusano.
Podría citar cien ejemplos igualmente demoledores.
¡ La caza ! ¿ Cuál es el hombre que haría por una mujer o unas mujeres, durante
toda su vida, lo que un cazador hace por la caza ?
Piense en los viajes en carriola, en las frías noches, para ir a matar algunos
conejos, o en las noches pasadas en las marismas, bajo una choza de paja o
de hielo, bajo chaparrones durante temporadas enteras, en las prodigiosas
fatigas, en las malas comidas de las granjas, en las interminables caminatas.
¿ Es un enamorado quién soportaría eso por su amante ? ¿ Es un jugador quién
afrontaría esas fatigas y esas privaciones para ir a tomar posiciones en el
fondo de un casino ? ¿ Tal vez un borracho quién haría veinte leguas bajo el
granizo para beber un vaso de fino champán, como lo hace un cazador para
disparar a una becada ?
- ¿ Entonces ? ¿ Entonces ? ¿ Entonces ?
- ¿ En cuanto al billar ? ¡ Oh, el billar !
¡ El hombre aficionado al billar no ve de otro modo la vida, la política, el arte, la
guerra, el amor, que bajo la forma de tres bolas de marfil, corriendo una tras
la otra, en un campo de paño verde ! Divide la humanidad, no en hombres y en
mujeres, en militares y en civiles, en aristócratas o demócratas, sino en seres
que juegan o que no juegan al billar. ¡ Vignaux es su Papa, su majestuoso Papa,
misterioso, todopoderoso, sobrehumano ! Cuando bebe, cuando come, cuando camina,
cuando descansa, cuando tose, cuando se suena, cuando ríe, cuando llora, cuando
escupe, cuando se viste o se desviste, no piensa más que en el billar, y ve sin
cesar, por todas partes, las dos bolas blancas y la bola roja vagabundeando bajo
el empuje de un taco puntiagudo, jugando una eterna partida que no acabará hasta
el Juicio final.
Se levanta, este hombre, para ir a su cafetín, y pasa allí su jornada entera
alrededor del mueble cuadrado que contiene y limita todos sus deseos y todas sus
esperanzas, y no marcha más que a la oscura hora en la que el barman le echa
fuera, apagando la última mecha de gas. ¡ Oh ! he aquí una pasión, mi querida
amiga.
- Querido, va usted a obligarme a ponerlo en la puerta !
- No, señora, yo no os rebajaría hasta ese extremo. Ya me voy. Pero... escuche.
Usted cree en la Providencia, ¿no es así ?
- Desde luego
- Pues bien, voy a rogar a la Providencia que le envíe lo que usted pide, ¡ el
amor ! el amor de un hombre. Pero por su parte, mi querida amiga, ruegue a Dios,
vuestros Dios, que me conceda una gracia, una gracia infinita.
- ¿ Cuál ?
- ¿ No lo adivina usted ? Es esta: ¡ Me aburro tanto como usted, señora, y
incluso más, mucho más ! Pues bien, suplique al cielo que ponga en mi corazón,
en mi pobre corazón vacío y sin esperanza, el amor... ¡ el amor a la pesca con
caña o al billar ! Es la única gracia que le pido.
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre