LAS MUJERES
( Les femmes )
Publicado en el Gil Blas, el 29 de
octubre de 1881
El pasado año, una noticia desoladora nos llegaba del Este: « El cangrejo
desapareció.» Fue un pánico. ¡ El cangrejo, esa perla de las claras
fontanas, ese pequeño exquisito animal, cálido al paladar, esa nada totalmente
deliciosa, ese ideal del sibarita ! Ideal, pues no hay nada dentro de ese
caparazón, nada o casi nada; eso no es un alimento, es un sabor; y esta carne
imposible de encontrar del endeble animal, os llena la boca de una sensación
más fuerte que la seductora carne de de caza mayor.
Se decía que el río Meuse se despoblaba, ¡
además todos los arroyos estaban vacíos ! Se buscó la causa del desastre.
Según unos, las numerosas fábricas envenenaban las aguas. Según otros, había
que atribuir la razón de esta calamidad a la forma del gobierno. Y sin embargo
este invierno, se comen aún cangrejos. ¿ Quedaban entonces algunos; se han
reproducido ? Que sé yo... En fin, el cangrejo no ha desaparecido.
Pero hete aquí que otra noticia terrible nos
llega hoy de Inglaterra: « La francesa desapareció.» Una revista seria, una
revista con argumentos, ha arrojado ese grito que estremece a los pueblos.
Esta revista describe en primer lugar, lo que era
la mujer de Francia, su preponderancia en el mundo, su encanto, su particular
seducción; luego afirma que los salones parisinos están hoy casi vacíos de
mujeres. Se lamenta, penosamente, en nombre de Europa entera. Esta oración fúnebre
por la Mujer francesa es larga, muy larga, con bastante certeza a veces, en
ocasiones grotesca. Antes de responder a esto, quisiera conocer únicamente la
edad de ese escritor desesperado. No, seguramente, no hay más mujeres en
Francia para bien de los hombres... pero existen todavía para nosotros.
El cronista inglés ruega a la República que
haga todos sus esfuerzos para conservar para Europa esa joya perdida - la
parisina. Por lo mismo parece acusar al gobierno de haber detenido la
fabricación de ese artículo especial. ¿Está equivocado? ¿Tiene razón?
Busquemos. Sin embargo yo no estoy demasiado preocupado. Se comen todavía
cangrejos.
¡ La parisina ! ¿Qué es ? Ella no es bella,
apenas bonita. Su cuerpo no tiene nada de escultural, ese cuerpecito a menudo
delgado, con frecuencia corregido por la industria, una mujer enjoyada, en
definitiva, nada que ver con una griega. Pero todo su ser es un lenguaje que
habla a los refinados mejor que con la gran belleza plástica. Sus ojos dicen lo
que su boca calla. Su gesto, su sonrisa, un brillo de sus dientecillos, un
movimiento de sus manitas, una ondulación de su vestido cuando se levanta o se
sienta, lo que ella sabe hacer entender, su encantador balbuceo, malévolo, pérfido,
su gracia artificial y embriagadora, todo lo que ella puede ser por su fina
inteligencia de sensitiva, os envuelve con una irresistible seducción, con una
atmósfera femenina deliciosa, penetrante, adorable. Detalladla, eso no es nada
o casi nada: es un sabor, un encanto. Sus auténticas virtudes resultan casi
imposibles de encontrar, pero ella os llena el corazón de una sensación más
embarazosa que las grandes estatuas perfectas de carne y hueso.
Sin embargo la parisina de hoy no es totalmente
igual a la de antaño; hay decadencia, pero no desaparición. ¿ Es fallo de la
República ? Es discutible. Hay confusión, creo, en el sentido de que el
gobierno es siempre un resultado de la sociedad, mientras que la mujer es
también un reflejo de esta sociedad. El mundo me parece ser entonces el
verdadero culpable.
¿ Ha leído usted el libro de los Sres. Edmond y
Jules de Goncourt: La Femme au dix-hitième siècle ? Es la obra más
admirable que conozco donde se ha tratado del arte de ser mujer. Encuentro allí
esto:
«Modos, fisonomía, sonido de voz, mirada de
ojos, elegancia de aspecto, afectaciones, negligencias, búsquedas, su belleza,
su cariz, la mujer debe adquirir y recibir todo del mundo.»
¡ Que verdad encierran estas palabras del gran
novelista ! La mujer se forma y se modifica a imagen de la sociedad en la que
vive. ¿ En qué época de Francia ha llegado a su perfección ? Fue
precisamente durante el siglo XVIII, el siglo femenino por excelencia, del que
nos habla tan sutilmente el escritor. Fue entonces que aparecían en París esos
seres adorables de los que se cree aún respirar su paso, esas radiantes
figuras, estrellas de amor cuyo deslumbramiento nos ha quedado. Fueron formadas
en el aire perfumado de esa época que hizo estallar todas las elegancias; y
ellas eran, esas mujeres, los frutos de ese siglo XVIII en el que todas las
finas cualidades de nuestra raza alcanzaron su completa plenitud, en el que la
gracia parece nacida, en el que el espíritu parece inventado, en el que todos
parecen llenos de arte y de infinitos razonamientos. Fue el siglo de Watteau y
de Boucher, el siglo de Voltarie, también el siglo de Diderot, el siglo del
ateismo, de la galantería y del amor, el siglo que embriaga, incluso de lejos,
el siglo francés, el único grande, el único siglo admirable en el que nuestro
país quedó sin rival, ¡ el siglo encantador y empolvado !
Otros tiempos, otras mujeres. Tienen esta
singular y preciosa cualidad de ser lo que deben ser en el medio en el que se
encuentran. Dotadas de un tacto infinitamente sutil, totalmente instintivo, de
una aguda penetración, vibrantes, impresionables, fáciles a las influencias,
con sorprendentes aptitudes de cara al futuro, dominar, serpentear, actuar con
astucia, seducir, las mujeres toman el tono de una época y no lo abandonan. Sin
embargo hoy están un poco desorientadas en este mundo de hombres más o menos
elevados, que gustan del tabaco, pasando al fumadero después de cenar y al
círuclo después de fumar, frecuentan la Bolsa y no los salones, no leen nada
más que lo que hace la vida encantadora, ignoran el arte de emitir un cumplido,
de besar una mano, incluso no saben preferir a veces la doncella a la amante, ¡
cenan con hombres y pagan el amor !
Se afirma que no hay más mujeres. Digamos más bien:
« No hay hombres por los que las mujeres deseen
ser seducidas. »
Pero todas estas cualidades latentes que, por
nuestra falta, no se desarrollan más en el aire mundano de los salones, no
existen menos, más discretas, ocultas, profundas siempre dispuestas a abrirse
desde el momento en que un poco de sol se muestre en casa de esta mujer
francesa, la única mujer en que sale el genio de su raza, pues las demás saben
amar, saben hacerse amar; la francesa solo sabe ser exquisita. Ellas ya no son,
en nuestro país, las reinas triunfantes de la sociedad, ¡de acuerdo! pero ¿
es seguro de que no sean las protagonistas invisibles de los acontecimientos ?
¿Quién podría asegurar que sus pequeñas manos delicadas han cesado de
conducir la gran carreta de la política ? Ellas tienen, lo sé, un terrible
rival: el dinero. Los poetas antiguamente rimaban para ellas. ¡ Hoy riman a
tanto el verso ! Sin embargo aún son poderosas, siempre poderosas.
Entremos con ellas. Hay en París unos salones, unos salones con frecuencia
discretos, pequeños salones donde vienen a desembocar los hijos. Son mujeres de
porte modesto, que, por tres palabras firmadas con un pequeño nombre, pueden
hacer saltar a los prefectos, desplazar generales, agitar como un hormiguero los
amplios ministerios llenos de empleados.
Hay otras más brillantes en las que reside, dígase
lo que se diga, toda la legendaria seducción de la francesa. Hay otras...otras
aún.
Entraremos pronto juntos, si usted quiere, en
alguno de esos salones parisinos.
29 de octubre de 1881
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre