LAS MUJERES DE LETRAS
( Les femmes de lettres )
Publicado en Le Gaulois, el 24 de abril de 1883.

      En el mundo, sobre todo en el mundo de las letras, algunos no pueden evitar ciertas sonrisas cuando se habla de las mujeres de letras. Se dice que son unas marisabidillas. Sea. Pero las marisabidillas son interesantes.
      Muchos hombres, eminentes filósofos, condenan en su totalidad a esas mujeres en virtud del siguiente principio general : « La mujer no está hecha para los trabajos intelectuales.»
      Y dan la prueba, una prueba abrumadora. Y es que, desde el origen del mundo, ninguna mujer ha producido una obra maestra, por breve que sea. No tiene, a pesar de sus notables cualidades complementarias, las cualidades esenciales del espíritu que permiten imaginar, razonar, observar, ponderar, mezclar, establecer las proporciones en las relaciones absolutas que hacen de una obra una obra maestra.
      Las mujeres han respondido:
      - Eso se debe a un defecto de educación. Las mujeres no están educadas como es necesario para permitirles producir obras de arte.
      Pero los filósofos contestan:
      - Ustedes estudian más que nosotros la pintura y la música; profundizan en la parte técnica de esas artes tanto como ningún hombre lo ha hecho. Ahora bien, cítenme a una sola de ustedes que haya sido una gran pintora o una gran músico.
      Un ilustre pensador inglés explica así esta inferioridad:
      - Comparando las facultades intelectuales de ambos sexos, no se distingue bastante la receptividad de la facultad creadora. Ambas cosas son casi inconmensurables; la receptividad puede existir - de hecho se presenta a menudo - y estar muy desarrollada allí donde no hay más que poco o incluso ninguna facultad creadora.
      « Pero el error más grave que se comete generalmente haciendo esas comparaciones, es tal vez olvidar el límite del poder mental normal. Cada sexo es capaz, bajo la influencia de estímulos particulares, de manifestar unas facultades de ordinario reservadas al otro; pero nosotros no debemos considerar las desviaciones producidas por esas causas como argumentos para comparaciones adecuadas. Así, por tomar un caso extremo, una excitación especial puede hacer producir leche a las glándulas mamarias de los hombres: se conocen varios casos de ginecomastia, y se ha visto, durante hambrunas, a bebes privados de sus madres ser salvados de este modo. Sin embargo no asignaremos, al número de atributos del macho, esta facultad de poder lactante, que cuando aparece debe ejercerse a expensas de su fuerza. Del mismo modo, bajo la influencia de una disciplina especial, la inteligencia femenina dará unos productos superiores a aquellos que puede producir la inteligencia de la mayoría de los hombres. Pero no debemos contar esta capacidad de producción como realmente femenina si éstas las consideramos a expensas de las funciones naturales. El único vigor mental normal femenino es aquél que puede coexistir con la producción y el amamantamiento del número de niños en buen estado de salud. Una fuerza de inteligencia que llevaría a la desaparición de la sociedad si fuese general entre las mujeres de esta sociedad, no debe ser tenida en cuenta en la estimación de la naturaleza femenina, en tanto que factor social.»
      Así pues. las verdaderas mujeres de letras son unos fenómenos - perdón señoras. Pero, por lo mismo que son unos fenómenos, deben parecernos más preciosas, en el buen sentido de la palabra, más interesantes, más curiosas a estudiar, a conocer. Su rareza les da valor. Y sería un libro curioso, aquel que nos contara la historia de la inteligencia femenina, de la inteligencia creadora de las mujeres, desde Safo hasta la señorita Marie Colombier.
      Lo que se podría, en general, reprochar a todas esas escritoras, es la ausencia de esta cosa sutil, indefinible, que se llama el arte. ¡ Fuerza misteriosa que producen ciertos espíritus de élite, soplo desconocido que se desliza por las palabras, armonía intangible, alma de la frase, que sé yo ! No se puede decir dónde reside, de dónde viene, como se exhala ese perfume delicado de los libros. Pero se sabe que está, se le siente, se le sufre, nos embriaga. La mujer, en general, sea cual sea su genio, no lo conoce, no lo produce y no comprende demasiado esa cosa vaga y todopoderosa.
      La Belleza literaria no es lo que ella busca. La primera de las mujeres escritoras, George Sand, no parece nunca haber sido iluminada por ese extraño mal, por esta tortura de los artistas que trabaja el amor, el apetito, la rabia del estilo. Y estilo no es la palabra que habría que emplear. La lengua no proporciona términos para expresar esta idea de la armonía literaria, esta concordancia de las palabras con las cosas, que es el arte.
      La mujer se esfuerza a menudo en expresar sus sueños; sin haber sido jamás poseída por la fiebre del adjetivo, por la gran pasión del verbo. Ella escribe ingenuamente, a menudo muy bien, sin búsquedas, con comodidad. Se puede clasificar en dos campos a las mujeres autoras:
      1º Aquellas que tienen un temperamento de escritor;
      2º Aquellas que tienen gracia y espíritu.
      Quiero citar algunas de aquellas de las que más se habla.

      La más conocida es seguramente la Señorita Juliette Lamber. Embebida de amor por Grecia, concibe un libro como un escultor sueña con una estatua. Cree en los dioses, en las cosas antiguas, en las formas puras, en los grandes sentimientos, y produce unas obras en las que recrea alguna cosa de la antigüedad pagana. Bella, de una belleza poderosa y sana, sin coquetería afectada, sin ningún amaneramiento, es la mujer de su alma y de sus creencias.
      Pero una nueva novela de esta escritora está a punto de aparecer, Païenne. Convendrá entonces hablar largo y tendido del libro y de la autora.
      He aquí otra mujer de letras que no se parece demasiado a la Srta. Juliette Lamber.
      Se  trata de una parisina moderna, refinada y coqueta, en literatura, naturalmente. Firmaba hace tiempo unas crónicas encantadoras bajo el nombre de Thilda, en  el periódico La France, y otras, no menos encantadoras, bajo el nombre de Jeanne, en el Gil Blas. Hoy se ha convertido en Jeanne-Thilda, y ha publicado un libro excelente, cuyo título es Pour se damner.
      Se trata de una antología de finos relatos, alegres, bien construidos, un poco picantes a veces, pero nunca demasiado. El estilo elegante conserva una especie de gracia femenina; sienta tan bien como un ramo de traje; y verdaderamente alguna cosa de sutileza amorosa parece correr a través de sus páginas. Pour se damner es precisamente el título que le va.
      La autora, Jeanne-Thilda, es una gran mujer de ardiente cabellera, mirada audaz, talla elegante; ama el mundo, se sabe; ama los homenajes, se adivina; ama todas las elegancias y todos los refinamientos de la vida, se siente.
      Vaticino un gran éxito a su libro.

      Un día, por casualidad, abrí una novela titulada L'Idiot. Era una obra singular, ingenua y poderosa. El autor, dotado notablemente, pero inhábil, revelaba un verdadero temperamento de escritor, instintivo, sin razonamiento ni ciencia.
      Se apreciaba que debía escribir en abundancia, dejando discurrir las frases y las cosas, simplemente, sin afectación, sin artificio. Y esta simple manera daba a veces unos efectos singularmente bellos. Este hombre veía lo preciso por naturaleza; tenía la mirada de un observador, y sin embargo estropeaba a menudo unas páginas excelentes y precisas por la inexperiencia de su imaginación, por unas inútiles invenciones, por una sobreabundancia lamentable.
      Su seudónimo me sorprendió. ¡ Paria-Korigan ! ¿Por qué esta extraño emparejamiento de palabras barrocas ? Solo una mujer podía haber combinado ese nombre más insólito que feliz.
      L'idiot es una mujer, en efecto.
      Y esta mujer posee unas cualidades bien raras para su sexo. Está dotada y ha nacido con un cerebro de novelista notable. Hará, desde luego, unos libros, auténticos libros que contendrán la verdadera vida, paisajes reales y sensaciones reales.
      Si yo tuviese que darle un modesto consejo, sería que desconfiase de su imaginación y de su entusiasmo; pues sus cualidades magistrales son precisamente las cualidades contrarias: la observación, la visión precisa, la clara intuición de las cosas. Tiene un temperamento de hombre en el que se mezcla la exaltación de mujer.
      De todas las mujeres de letras de Francia, la Sra. de Herny Gréville es aquella cuyos libros han tenidos las mayores ediciones. Es sobre toda una contadora, una contadora graciosa y tierna. Se la lee con un placer dulce y continuo; y, cuando se conoce uno de sus libros, siempre se toman de buen grado los demás.
      Las Sras de Georges de Peyrebrune, Gyp, Mary Summer, de Grandfort, han escrito también unas obras llenas de cualidades encantadores. La Sra. de Montifaud, esa victima de la intolerancia de los machos, cazada por todas partes, prisionera, despreciada por unos libros que no habrían hecho pestañear firmados por un hombre, ha dado, desde luego, grandes pruebas de talento.
      ¿ Pero ha leído usted ese relato exquisito, desde hace tiempo célebre, que se llama Le Peché de Madeleine ?
      ¿ El autor ?... Se dice por lo bajo que es la Sra. Caro. Sea  usted quien sea, señora, ¿ por qué no hace nada más ?

24 de abril de 1883

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre