LAS MUJERES DE TEATRO
( Les femmes de théâtre )
Publicado en Le Gaulois, el 1 de febrero de 1882

      Algunas de nuestras bellas actrices han debido protestar contra la especie de tesis de la nueva novela de Edmond de Goncourt, conclusión que parece contenida en esta frase de Lord Annandale a su amante, la Faustina. « ¡ Una artista... Usted no es más que eso... una mujer incapaz de amar !» Ellas han debido exclamar: « ¡ Cómo ! nosotras, ¿ incapaces de amar ? Si nosotras no hacemos más que eso; ¡ somos más válidas que las demás mujeres ! » Y rememoran sin duda sus grrrrandes pasiones, olvidando que no se debe confundir amar a menudo con amar mucho.
      Al contrario, es tremendamente real, el sutil análisis del maestro observador que ha registrado esas almas de actrices, siguiendo el complicado laberinto de sus devaneos, y abierto al público los entresijos de sus corazones. Y a la que ha elegido por modelo es una gran artista, una auténtica, genial; y no una comediante cualquiera, de las que vemos cada día en nuestros teatros. Y ella ama, esta Faustina, ama ardientemente; pero ama como comediante que es. Es decir que permanece, a pesar de todo, fatalmente, inconscientemente, siendo actriz hasta en sus arrebatos de pasión más violentos y auténticos.
      Y el novelista ha indicado, con extraña discreción además y una singular perspicacia, la parte  en que el oficio influye fatalmente en las pasiones de las mujeres de teatro. Por muy tomado que esté su corazón, por muy sincero que sea su abrazo, ¿ acaso no hay siempre un poco de puesta en escena en sus manifestaciones, un poco de declamación en sus arrebatos ? ¿ No representan, a su pesar, una comedia o un drama de amor con reminiscencias de piezas, con entonaciones aprendidas ? Quisiera saber si cada hombre sobre el que recaen sus ternuras no recuerda involuntariamente un personaje que ellas han representado, ¿ y si una parte de su afecto no procede de ahí ?
     Es cierto que dicen « ¡ Te amo ! » como las demás mujeres; ¿ qué « palabras de amor » no tienen, « efectos » y « gestos » ?
      Y pregunto a los hombres que han conocido a actrices, que han asistido a la representación a domicilio de sus ternuras, de todo, en esta pequeña aventura de su vida que se denomina un « amor », ¿ no hay un olor de tablas, de bastidores, hasta la ruptura que es fatalmente más dramática, más declamatoria, más artificial que con las demás ?
      Prueba de ello es este amante, lord Annandale, que vive cerca de ella como un esposo loco de amor, y al que ella adora ( no se puede dudar ), y que sin embargo permanece inquieto sin cesar, sospechando, vagamente celoso y trastornado, sintiendo que, incluso en sus brazos, incluso apasionada de felicidad, ella actúa siempre, haciendo una especie de adaptación a la vida real de las intrigas apasionadas y las ardientes escenas repetidas cada noche ante su público.

      Por lo demás, las Faustinas son raras, y nuestras actrices de hoy tratan el amor de un modo mucho más sencillo y más práctico.
      Excepcionalmente dotadas para gustar a los hombres, para quiénes ellas tienen un poderoso y particular atractivo, sobre quiénes ellas ejercen una especie de fascinación; de pie sobre las tablas como sobre un pedestal desde donde dominan a la muchedumbre, se encuentran expuestas mostrándose como objetos en las vitrinas de las tiendas, ofertándose, por decirlo de algún modo, a los deseos de los espectadores.
      Aparecen ante el público como mujeres de amor y placer de las que los periódicos airean sus aventuras galantes. De ahí a hacer un oficio de sí mismas, a convertirse en objetos de venta corriente, no hay mucha distancia.
      Existen seguramente excepciones, mujeres de teatro muy honorables cuyas compañeras se burlan además; otras que no son venales y que sus compañeras desprecian. Las primeras son unas engreídas que « lo hacen a la virtud » , las demás son unas ingenuas.
      En cuanto a aquellas - la mayoría - que hacen el comercio de la galantería, creo, en verdad, que no tardarán en tener su Pequeña Bolsa nocturna, donde se podrá ver a sus enamorados pujar a pleno pulmón, como se hace cada día en ese gran mercado.
      Pues están cotizadas, como los valores; tienen alzas y bajas, fluctuaciones en curso, depreciaciones y subidas, según los caprichos de los aficionados, los movimientos de la moda y sus éxitos en las tablas.
      ¡ Y esto nos parece simple ! Pero, en verdad, esos regateos de amor de mujeres que no son muchachitas, y que deberían ser artistas, esta abdicación del sentimiento ante el dinero, del capricho ante la valoración, esta publicidad que hace el teatro para la alcoba, este valor comercial explotado incluso algunas veces por un marido legítimo en provecho de la comunidad, esas agencias de localización de divas para la noche o para la semana, esas agencias donde el primer inglés millonario puede presentar tranquilamente un cheque en la mano, diciendo: « Quiero cenar mañana con la señorita Machin », rebasa un poco los límites de la prostitución permitida.
      ¿ No veremos pronto, esas agencias que todo el mundo conoce, pero que se ocultan aún, abriendo sus puertas sobre la calle, con un catálogo de fotografías con tarifas que se consultarán, pasando, como el último curso de la renta ?
      ¿ Y no asistiremos a emociones públicas, parecidas a aquella que siguió a la caída de la Timbale, cuando se supo que como consecuencia de no sé que maniobras, el Sr. X..., del Vaudeville, y la Srta. Y..., del Gymnase, iban, en una noche, a acostarse a cinco luíses ?
      No conozco a ningún rico americano que, saliendo para Francia, no telegrafíe desde Nueva York para contratar a su Estrella, para que lo espere en el hotel, sin problemas y sin rechistar.

      Antaño las actrices fueron unas mujeres caprichosas, huidizas, fantásticas. Hoy recuerdan a los comerciantes de dos tiendas, que venden de esto en una y de aquello en la otra. Todo depende de la puerta por la que se entre.
      No quiero, naturalmente, hablar de moral, pues considero que su situación excepcional les debe dar los mismos privilegios que a los hombres. No hablo de dignidad femenina, lo que es algo claramente otra cosa.
      Al respecto, se cotilleaba estos días, una aventura que habría acaecido últimamente en Inglaterra a una gran actriz francesa.
      Un lord, muy noble lord, seducido por la maravillosa gracia de esta encantadora mujer de igual modo que por su excepcional talento, la invitó a su casa, a una velada donde su esposa hacía los honores.
      La actriz, que es madre, llevó a su hijo con ella, y, cuando la gran dama inglesa, rígida y prudente como todas sus delgadas compatriotas, se adelantó para verla, ella presentó al jovencito: « Mi hijo, milady. » La inglesa enrojeció de indignación, y, con tono seco dijo: « Le pido perdón, señora; hasta este momento yo le había llamado señorita, veo que estaba equivocada. » La actriz no se inmutó ante la insolente respuesta; al contrario, sonrío, y, de su exquisita voz, tan dulce, con la que conquistaba todos los corazones, replicó: « ¡ Oh ! no, milady, capricho de amor. » La inglesa enseguida huyó no reapareciendo más.
      ¿ Es la historia verdadera ? En todo caso, aquella a quién se le atribuye es capaz de eso. Esa frase encantadora ¿ no ha preservado al mismo tiempo su dignidad y constatado las libertades que su talento le concede ?

1 de febrero de 1882

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre