LAS MULTITUDES
( Les foules )
Publicado en Le Gaulois, el 23 de marzo
de 1882.
Unos adoran la multitud; otros la detestan; pero pocos hombres, aparte de esos
psicólogos extranjeros, medio locos, filósofos singularmente sutiles, aunque
alucinados, Edgar Poe, Hoffmann y otros espíritus del mismo orden, han
estudiado o más bien presentido ese misterio: una multitud.
Mirad esas cabezas apretadas, esa marea de
hombres, ese montón de vivos. ¿ No veis nada más que gente reunida ? ¡ Oh !
eso es otra cosa, pues allí se produce un singular fenómeno. Todas esas
personas, espalda con espalda, distintas, diferentes en cuerpo, espíritu,
inteligencia, pasiones, educación, creencias, prejuicios, de golpe, por el solo
hecho de su reunión, forman un ente especial, dotado de alma propia, de una
manera de pensar nueva, común, y que no parece en absoluto obtenida de la media
de las opiniones de todos.
Es una multitud, y esa multitud es alguien, un
enorme individuo colectivo, tan distinto de otra multitud como un hombre lo es
de otro.
Un dicho popular afirma que « la multitud no
razona ». - Ahora bien, ¿ por qué la multitud no razona, desde el momento que
cada particular en ella lo hace ? ¿ Por qué una multitud hará
espontáneamente lo que ninguna de sus unidades habría hecho ? ¿ Por qué una
multitud tiene impulsos irresistibles, voluntades feroces, accesos que nada
detiene, y, llevada por uno de esos arrebatos, comete actos que ninguno
de los individuos que la componen cometería ?
En una multitud, un desconocido profiere un
grito, y hete aquí que una especie de frenesí se apodera de todos; y todos, de
un impulso idéntico al que nadie trata de resistirse, llevados por un mismo
pensamiento que instantáneamente se vuelve común, sin distinción de castas,
de opiniones, creencias y costumbres, se precipitarán sobre un hombre y lo
lincharán sin razón, casi sin pretexto.
Y, al anochecer, cada uno ya en su casa, se
preguntará ¿ qué rabia, qué locura les ha embargado, los ha arrojado
bruscamente fuera de su naturaleza y de su carácter, cómo ha podido ceder a
ese impulso estúpido, como no han razonado, resistido ? Es que él había
dejado de ser un hombre para formar parte de una multitud. Su voluntad
individual se había ahogado en la voluntad común como una gota de agua
desaparece en un río. Su personalidad había desaparecido, convirtiéndose en
una ínfima parcela de una amplia y extraña personalidad, la de la multitud. ¿
No son los pánicos también otro sobrecogedor ejemplo de este fenómeno ?
En definitiva, no es más sorprendente ver a los
individuos reunidos formando un todo, que ver moléculas combinadas formando un
cuerpo.
Cuantas veces no hemos comprobado el desconcierto
de los autores ante una sala de estreno.
Esta sala, dicen ellos, está compuesta de
parisinos hastiados, corrompidos, vividores que frecuentan cada día todos los
vicios, escépticos riéndose de todo, y mujeres que hacen de la aventura
amorosa un placer encantador cuando no hacen un oficio. Todas esas personas ahí
no se indignan nunca con la lectura de las novelas más picantes. Y bien, si una
frase, una palabra, una situación en la pieza parece poco conforme a la moral
enseñada - pero en absoluto practicada - por todo ese mundo, que no oculta
incluso su indiferencia en las conversaciones íntimas, una furiosa tempestad
estalla, con silbidos, cóleras, indignaciones vehementes y sinceras.
Es que, por el único hecho de su aglomeración,
todas esas personas, todos esos aburridos parisinos han formado a sus espaldas y
espontáneamente una sociedad, y que en ellos se ha desarrollado de pronto una
especie de espíritu social, esta alma colectiva de los pueblos que roba a cada
uno su propio juicio, o más bien lo modifica en provecho del juicio general;
que hace que todos súbitamente, como consecuencia de una especie de escape
cerebral común, piensen, sienten y juzgen como una sola persona, con un solo
espíritu y una misma manera de ver.
Pues bien, la multitud no razona, se dice,
siente, y, en ese caso su sensación participa de todas las ideas acumuladas y
corrientes, de todos los sentimientos preconcebidos, de todos los antiguos
prejuicios, de todas las opiniones establecidas que pesan teóricamente sobre
las instituciones sociales.
Hagan una sala de presos liberados: el resultado
será el mismo que con una sala de personas honradas.
Pero, cuando una persona lee un libro en su
habitación, reflexiona sin cesar, se detiene, retoma un capítulo, se hace una
opinión lentamente, para la tarea para meditar, y a menudo escruta viejas
convicciones que destruyen razonamientos, se deja seducir finalmente por las
audacias de los innovadores originales, o dominar por el vigor de los escritores
audaces y precisos.
Es en el teatro donde se puede estudiar mejor a
las multitudes. Quien quiera que frecuente un poco los bastidores ha oído muy a
menudo a los actores decir: « Hoy la sala es buena », o bien « Hoy la sala es
detestable.»
Es una demostración de la que hemos dado
explicación. Tal escena, una noche, despierta espontáneamente los hurras de
los espectadores. « Los efectos arrastran », se suele decir. Y al día
siguiente, en el mismo pasaje, no habrá ni un aplauso, ni una persona levantada
sobre dos mil asistentes. A veces incluso un silbido al día siguiente lo que se
había aplaudido en la víspera.
Nos contentamos con constatar que « la sala es
mala » Muy bien - ¿ pero por qué es toda entera mala ? El público de una
semana es idéntico todos los días, ¿ no es así ? ¿ Por qué no se
encuentran cien, cincuenta, o diez personas para reír allí donde toda la
asamblea estallaba el día anterior ?
Y si se duda de esto, que se vaya tres días consecutivos
a la misma obra, y, tres veces se tendrán sensaciones diferentes; se juzgará
la obra de tres maneras; se aplaudirá dos veces esa escena, una vez esta otra;
dos veces se reirá en esta situación que, la víspera, no había emocionado en
absoluto.
Entonces comprueben que una especie de armonía
se ha establecido cada noche entre su manera de sentir y la del público. Trate
de resistirse razonando, usted sufrirá a su pesar el arrastre, la misteriosa
influencia del Numero; usted está mezclado con todos, envuelto por la Opinión
confusa, dispersa; usted entra en la dimensión desconocida que forma «
la Opinión pública ». Usted quedará liberado una hora más tarde, es cierto,
pero, en ese momento, la corriente establecida lo lleva.
Y cada noche el fenómeno vuelve a comenzar. Pues
cada sala de espectáculo forma una multitud, y cada multitud forma una especie
de alma instintiva diferente por su alegrías, sus cóleras, sus indignaciones y
sus cariños, del alma que tenía la multitud de la víspera y de la que tendrá
la multitud del día siguiente. Y en la calle, cada vez que usted se encuentre
mezclado en una emoción pública, participa un poco a su pesar, sea cual sea su
inteligencia. Pues toda molécula de un cuerpo avanza con ese cuerpo.
De ahí esas impresiones repentinas, las grandes
locuras y los grandes movimientos populares, esos huracanes de opinión, esos
irresistibles impulsos de masas, los crímenes públicos, las masacres
inexplicadas, el ahogamiento de los dos pobres diablos arrojados al Sena, en
1870, porque un bromista o un fanático se había puesto a gritar « ¡ Al agua
! ».
23
de marzo de 1882
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre