LA LISISTRATA MODERNA
( La Lysistrata moderne )
Publicado en Le Gaulois, el 30 de diciembre de 1880.

      Si alguien poseyese el mordiente genio de Aristófanes, ¡ qué prodigiosa comedia podría hacer hoy ! Desde lo alto a lo más bajo de la sociedad, el ridículo discurre inagotable, y el reír está muerto en Francia, ese reír vengativo, agudo, mortal, que mataba a las personas a los largo de los siglos mejor que una bala o que un golpe de espada. ¿ Quién reiría entonces ? ¡ Todo el mundo es grotesco ! Nuestros sorprendentes diputados dan la impresión de ser actores en un teatro de guiñol. Y como el coro antiguo de los ancianos, el buen Senado niega con la cabeza, sin hacer nada ni impedir nada.
      No se ríe. Resulta que la auténtica risa, la gran risa, la de Aristófanes, de Montaigne, de Rabelais o de Voltaire no puedo despuntar más que un mundo esencialmente aristocrático. Por "aristocracia" no entiendo en absoluto hablar de la NOBLEZA, sino de los más inteligentes, de los más instruidos, de los más espirituales, de ese grupo de superioridades que constituye una sociedad. Una república puede perfectamente ser aristocrática, en el momento que la cabeza inteligente del país es también la cabeza del gobierno.
      Este no es el caso entre nosotros. Pero lo más grave es que tal desbandada existe, que los salones parisinos no son más que unos mercados de abastos, por cierto mediocres, tan desesperadamente sosos, incoloros, aburridos, odiosos, que te entran unas ganas de aullar cuando se escuchan durante cinco minutos las conversaciones que allí se entablan.
     Todo es broma, y nadie ríe. Tenemos, por ejemplo, ¡ La Liga para la reivindicación de los derechos de la mujer ! Las bravas ciudadanas que marchan a la guerra, ¿ no nos abren allí una California cómica ?
      A pesar de mi profunda admiración por Schopenhauer, había juzgado hasta este momento sus opiniones sobre las mujeres, sino exageradas, al menos poco concluyentes. Este es el resumen.
      - Solamente el aspecto exterior de la mujer revela que no está destinada ni a grandes trabajos del intelecto, ni  a grandes trabajos materiales.
      - Lo que hace particularmente aptas a las mujeres es cuidarnos en nuestra primera infancia, quedándose ellas mismas pueriles, fútiles y limitadas: permanecen siendo durante toda su vida niños grandes, una especie de eslabón entre el niño y el hombre.
      - La razón y la inteligencia del hombre no afecta a su desarrollo más que hacia los veintiocho años. Por el contrario, en la mujer, la madurez de espíritu le lega a los dieciocho años. Su razón se estanca, estrictamente medida, a los dieciocho años. Ellas no ven lo que está bajo sus ojos se aferran al presente, tomando la apariencia por la realidad y prefieren las naderías a las cosas más importantes. Como consecuencia de la debilidad de su razón todo lo que es tangible, visible e inmediato, ejerce sobre ellas un dominio contra el cual no sabrían aflorar ni las abstracciones, ni las máximas establecidas, ni las enérgicas resoluciones, ni ninguna consideración acerca del pasado o del futuro, de los que está lejano o ausente... También la injusticia es el defecto capital de la naturaleza femenina. Esto proviene del poco buen sentido y reflexión que hemos indicado, y, lo que agrava aún más este defecto, es que la naturaleza, privándolas de la fuerza, les ha concedido la estrategia en parte; de ahí su perfidia instintiva y su invencible inclinación a la mentira.
      - Gracias a nuestra organización social, absurda hasta grados supremos, que les permite participar en el título y la situación del hombre, ellas excitan con encarnizamiento sus ambiciones menos nobles, etc. Se debería tomar por norma esta sentencia de Napoleón I: « Las mujeres no tienen rango. » - Las mujeres son el sexus sequior -  el segundo sexo en todos los aspectos, hecho para mantenerse a distancia y en segundo plano.
      -En cualquier caso, puesto que unas ineptas leyes han concedido a las mujeres los mismos derechos que a los hombres,  les habrían debido conceder también un raciocinio viril, etc.

      Sería necesario un volumen para citar a todos los filósofos que han pensado y hablado de lo mismo. Desde el antiguo desprecio de Sócrates y de los griegos que relegaban a las mujeres a la casa para aprovisionar de niños las repúblicas, todos los pueblos han sido unánimes en que la ligereza y movilidad eran los fondos del carácter femenino.

Quid pluma levius ? Pulvis ! Quid pulvere ? Ventus !
Quid vento ? Mulier ! Quid muliere ? Nihil !
1


      Pero el mayor argumento contra la inteligencia de la mujer es su eterna incapacidad de producir una obra, una obra cualquiera, grande y perdurable.
      Se dice que Sapho hizo versos admirables. En todo caso, no creo  que esto sea su auténtico mérito hacia la inmortalidad. Ellas no tienen ni un poeta, ni un historiador, ni un matemático, ni un filósofo, ni un sabio, ni un pensador. Admiramos, sin entusiasmo, la graciosa elocuencia de la Sra. de Sévigné. En cuanto a la Sra. Sand, una excepción única, no haría falta un amplio estudio de su obra para demostrar que las cualidades muy notables de esta escritora no son sin embargo de un orden absolutamente superior.
      Las mujeres, por millones, estudian música y pintura sin haber podido nunca producir una obra completa y original, porque les falta precisamente esta objetividad del espíritu, que es indispensable en todos los trabajos intelectuales. 
      Todo esto me parece irrefutable. Se podrían emitir en este sentido montañas de argumentos, también inútiles, puesto que no haríamos más que desviar la cuestión, y, por consiguiente, razonar en falso, al menos desde mi punto de vista.
      Nosotros pedimos a la mujer unas cualidades que la naturaleza no le ha concedido, y no nos damos cuenta de aquellas que le son propias.
      Herbert Spencer me parece acertado cuando dice que no se puede exigir de los hombres el tener y amamantar a un bebé, del mismo modo que no pueden exigirse de la mujer tareas intelectuales.
      Pidámosles más bien que sean el encanto y el lujo de la existencia.
      Puesto que la mujer reivindica sus derechos, no le reconocemos más que uno: el derecho de gustar.
      La Antigüedad la mantenía a distancia, cuestionando incluso su belleza.
      Pero apareció el cristianismo; y, gracias a él, la mujer en la Edad Media se convirtió en una especie de flor mística, de abstracción, de nube en poesías. Ella fue una religión. ¡Y su poderío comenzó!
     ¿ Que digo poderío ? ¡ Su reino omnipotente ! Fue entonces solamente cuando ella comprendió su verdadera fuerza, ejerció sus verdaderas facultades, cultivó su auténtico dominio: ¡ el Amor ! El hombre tenía la inteligencia y el vigor brutal; ella hizo del hombre su esclavo, su objeto, su juguete. Ella se convirtió en la inspiradora de sus acciones, la esperanza de su corazón, el ideal siempre presente de su sueño.
      El amor, esta función bestial del animal, esa trampa de la naturaleza, se ha convertido en sus manos en una arma de dominación terrible: todo su particular genio se ha ejercido en hacer de esto, lo que los antiguos consideraban como algo insignificante, la más bella, la más noble, la más deseable recompensa concedida al esfuerzo del hombre. Dueña de nuestros corazones, ha sido amante de nuestros cuerpos. Y lo observamos en todos los pueblos. Reina de reyes y de conquistadores, ha hecho cometer todos los crímenes, hecho masacrar naciones, confundido a papas; y si la civilización moderna es tan diferente de las civilizaciones de antaño y de las civilizaciones orientales, desdeñosas del amor que se considera ideal o poético, es debido al genio particular de la mujer, a su dominación oculta y soberana, a lo que se lo debemos con toda seguridad.
      ¡ Hoy, cuando es la dueña del mundo, reclama sus derechos !
     Entonces, nosotros, a quién ella ha adormecido, esclavizado, domado por el amor y para el amor, en lugar de considerarla solamente como la flor que perfuma la vida, vamos a juzgarla fríamente con nuestra razón y nuestro sentido común. Nuestra soberana va a convertirse en nuestra igual. ¡ Tanto peor para ella !
      ¿ Se había equivocado Schopenhauer ? Puesto que las mujeres reclaman unos derechos iguales a los nuestros, veamos cuales son sus delegadas, las grandes ciudadanas que llevan la palabra en nombre de todas, la Lisistrata moderna.
      Júzguemos el saber, la razón y las obras de esta mujer. ¿Sus obras? Encuentro en primer lugar una pequeña pieza poética que considero auténtica, puesto que ha sido reproducido por todos los periódicos. Hela aquí:

Il est temps que le champ clos s'ouvre ;
Comme on a brûlé le vieux Louvre,
Nous mettrons Versailles en feu ;
Versailles cité d'infamie,
C'est la flamme de l'incendie
Qui doit purifier ce lieu.

Es hora de que el campo cerrado se abra;
Como se ha quemado el viejo Louvre,
Prenderemos Versalles con fuego;
Versalles ciudad de infamia,
Es la llama del incendio
Que debe purificar ese lugar.

      Nunca me indignan las ideas. El deseo platónico expresado en esta poesía me deja pues indiferente. Los versos son bastante malos. ¿Qué importa? La mujer poeta no se ha encontrado aún, eso es todo. Pero lo que es grave en todo esto, es el infantilismo del pensamiento.
      He aquí de nuevo entonces esa Edad Media, la religiosidad retornada: ¡ el campo cerrado ! ¡ la ciudad de infamia ! y ¡ el fuego purificador !
     ¡ La inquisición democrática ! ¡ He aquí precisamente toda la futilidad femenina ! Nosotros combatimos con ideas, la única arma de las personas de progreso y de ciencia, la única que jamás se ha impuesto, la única que ha hecho triunfar la verdad. Ellas, que no tienen esta arma, reclaman sus derechos para combatir con el incendio, y hablan de purificación, de ciudades asoladas, etc.; siempre la vieja cantinela bíblica aplicada a la demagogia y toda la ferocidad de los siglos pasados.
      En fin, no demos importancia a esta elucubración, que no es más que ridícula, y pasemos al tema de los candidatos muertos.
      ¿ Eso está bien, esta vez, oh mi maestro Schopenhauer ?
      No sé que gritos de animales imitar, qué contorsiones de mono, que gimnasia de loco ejecutar, para expresar la inenarrable alegría, las prodigiosas ganas de reír que me han retorcido durante dos horas, pensando en esta adorable idea de un ¡ consejo de ciudadanos fallecidos !
      ¿Eh ? Tentémoslas allí en toda su incapacidad, en toda su tontería original y triunfante, en toda su grandiosa nadería, en la inteligencia de las ciudadanas libre-pensadoras.
      ¿Es bonito? ¿Sorprendente? ¿Asombroso? ¡ Cuanto más se piensa, menos aburre ! ¡ Cuanto más se ahonda, más se reflexiona, cuanto más se imaginan las consecuencias, más se queda uno atónito y delirante de alegría !
      ¡ He aquí ! ¡Oh ! sí votemos - ¡ Oh ! sí, nombremos unas representantes. - ¡ Oh sí ! sean independientes, ciudadanas, - pues reiremos, reiremos, reiremos - hasta llegar a morir; lo que sería, por otra parte, la única venganza de la que ustedes pudiesen enorgullecerse. ¡ Vamos, levanten sus escudos, guerreras: nunca será más que un levantamiento de faldas !
      En cuanto a ustedes, señoras, que no buscan más que ser bellas y seductoras, ustedes cuya mano en la nuestra nos produce estremecimientos, y cuya mirada velada nos transporta a un sueño, ustedes, de donde nos viene toda felicidad y todo placer, toda esperanza y toda consolación, yo les pido perdón de rodillas si he escrito, en este artículo, con severidad hacia su sexo; y beso con amor la delicada punta rosada de sus dedos.

30 de diciembre de 1880

1 ¿Qué es más ligero que una pluma ? ¡ El polvo ! ¿ Y qué el polvo ? ¡ El viento!
¿ Y qué el viento ? ¡ La mujer ! ¿ Y qué la mujer ? ¡ Nada ! 
  (Nota del T.)

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre