LOS  AFICIONADOS A LOS ARTISTAS
( Les amateurs d'artistes )

Publicado en Gil Blas, el 30 de junio de 1885

      En un encantador librito que acaba de aparecer y que se titula Sagesse de poche, el autor, Daniel Darc, nos dice entre otras mil verdades alegres o serias:
      - « Muchas personas pretenden amar a los artistas, mientras que solo tienen curiosidad.»
      Desde luego, esto es de una profunda y penetrante exactitud para cualquiera que se introduzca un poco en la vida mundana de hoy en día.
      Del mismo modo que tenemos aficionados a los cuadros, a las figuritas de porcelana, a los esmaltes, a las lozas, marfiles, tapicerías, etc., etc., tenemos también los aficionados a los artistas. La palabra « aficionado » es excelente para expresar a aquellos o aquellas de las que habla Daniel Darc. El aficionado no ama; posa para amar, se vanagloria de amar tal cosa, consiguiendo vanidad o provecho, pero no experimenta el profundo goce y secreto que produce el verdadero amor. Tiene su galería, su colección, sus objetos únicos que muestra con orgullo, pero de los que no se preocupa, en el fondo, más que en razón del placer o de la reputación de hombre ilustre que éstos le confieren.
      Así pues, al lado de los aficionados a la pintura, la música o la literatura, tenemos la clase numerosa, variada y deliciosa de los aficionados a los pintores, a los músicos y a los escritores. Esos aficionados son generalmente mujeres, unas viejas, otras jóvenes.
      Se subdividen hasta el infinito.
      Ocupémonos de los principales géneros que se encuentran en la ciudad.
      Los más buscados entre los artistas son seguramente los músicos. Ciertas casas poseen unas colecciones casi completas. Esos artistas tienen además la inestimable ventaja de ser útiles en las veladas. Pero las personas que tienden al objeto raro no pueden esperar con frecuencia reunir dos sobre el mismo sofá. Los maestros no se quieren entre ellos. Añadamos que no hay bajeza de la que no sea capaz una mujer conocida, una mujer con intención de adornar su salón con un compositor ilustre. Los pequeños sentidos que se emplean de ordinario para atacar a un pintor o a un simple hombre de letras son completamente insuficientes cuando se trata de un fabricante de sonidos. Se emplean ante él medios de seducción y procedimientos de alabanza completamente inusitados. Se le besa las manos como a un rey, uno se arrodilla ante él como ante un Dios cuando se ha dignado a ejecutar él mismo su « Regina Cœli » . Se lleva en una sortija un mechón de su barba; se hace una medalla, una medalla sagrada guardada entre los senos al extremo de una cadena de oro, con un botón caído una noche de su pantalón tras un vivo movimiento del brazo que él había hecho al finalizar su  « Doux Repos ».
      Los pintores son un poco menos perseguidos, aunque muy buscados aún. Tienen menos de divino y más de bohemio. Sus formas no son bastante melosas y sobre todo no lo bastante sublimes. Sustituyen a menudo la inspiración por el libertinaje y por el salto de un tema a otro. Huelen demasiado a taller, en fin, y aquellos que, a fuerza de cuidados, han perdido ese olor, se dedican a posar. Y luego son cambiantes, volubles, bromistas. Uno nunca está seguro de conservarlos, mientras que el músico hace un nido en la familia.
      De unos años para acá, se busca bastante al hombre de letras. Tiene por otra parte grandes ventajas; habla, habla mucho tiempo, habla mucho, habla por todo el mundo: y como hace de la inteligencia su profesión, se le puede escuchar y admirar con confianza.
      Las mujeres los tienen en gran estima, en público y en la intimidad. Éste se divide en varias clases.
      El escritor serio, moralista y filósofo está limitado a un cierto número de salones de los que no sale demasiado. Esos salones incluso son de tres naturalezas bien acentuadas. Tienen el tono Padre de la Iglesia, el tono fisiólogo anglo-francés, o el tono voltairiano modernizado. En ese mundo se pontifica. Para una mayor información, dirigirse al Sr. Pailleron, oficina de la Comédie-Française.
      Hay también en París toda una serie de mujeres un poco anticuadas que se entretienen con los académicos. El académico triunfaba sobre todos sus rivales hace algunos años. Hoy, se le encuentra envejecido. Pasó de moda. Sus palabras están gastadas, su elocuencia huele a Instituto; gasta bromas de profesor en clase y chistes llenos de latín. Luego no procede al modo moderno; se prodiga, lo que es una falta capital. Pertenece a veinte casas, a veinte grupos, a veinte mujeres; va de una a otra, queriendo ser amable con todas, de modo que ninguna lo adopta; y es indispensable ser adoptado en el actual estado de la sociedad parisina.
      Se podría citar sin embargo tres o cuatro académicos que no pasan, que no pasarán, que no encanecen envejeciendo, que gustan todavía como han gustado siempre, gracias a grandes cualidades de espíritu, de simpatía, de cortesía, de galantería y de verdadera alegría.
      Pero el prodigarse es un peligro. No olvidemos nunca este proverbio: « Quién mucho abarca, poco aprieta.»
      Se reúnen sobre todo con viejas damas que tienen la literatura como se tiene sombreros de damisela. En esos domicilios se tratan todas las cuestiones imaginables con una seriedad que da a cada discurso la forma de una recepción académica, librándose allí, alrededor de la mesa o del velador, grandes combates de elocuencia sobre temas conocidos, siempre los mismos; y los mismos efectos siempre se producen.
      Pero esa es la vieja escuela. La joven es más astuta.
      Toda mujer conocida, hoy, se esfuerza en tener un escritor, como antaño se tenía un mono.
      Ella lo ha elegido, de entrada, entre los poetas y los novelistas. Los poetas tienen más de ideal, y los novelistas más de imprevistos. Los poetas son más sentimentales, los novelistas más positivos. Cuestión de gusto y de temperamento. El poeta tiene más de íntimo encanto, el novelista más espíritu a menudo. Pero el novelista presenta unos peligros que no se encuentran en el poeta, él carcome, pilla y explota todo lo que tiene bajo los ojos. Con él no se puede nunca estar tranquila, nunca segura de que no os ocultará, un día, totalmente desnuda, entre las páginas de un libro. Su mirada es como una bomba que absorbe todo, como la mano de un ladrón trabajando siempre. Nada se le escapa; recoge y amasa sin cesar; toma los movimientos, los gestos, las intenciones, todo lo que pasa ante él; reúne las menores palabras, los menores actos, las menores cuestiones. Almacena de la mañana a la noche observaciones de todo tipo de las que luego hace historias para vender, unas historias que llegan al confín del mundo, que serán leídas, discutidas, comentadas por miles y miles de personas. Y lo que hay de terrible, es que el hará semejanzas, el bribón, a su pesar, inconscientemente, porque ve con precisión y cuenta lo que ha visto. A pesar de sus esfuerzos y sus estratagemas para disfrazar los personajes se dirá: « ¿ Ha reconocido usted al Sr. X... y a la Sra. Y...? Están impresionantes.»
      Desde luego que es peligroso para las personas de mundo mimar y atraer a los novelistas, como sería para un vendedor de harina criar ratas en su almacén.
      Y sin embargo están de moda.
      Así pues, cuando una mujer ha echado su ojo sobre el escritor que quiere adoptar, hace el asedio en medio de cumplidos, de atenciones y de zalamerías. Como el agua que, gota a gota, erosiona la más dura roca, la alabanza cae, en cada palabra, sobre el sensible corazón del hombre de letras. Entonces, en el instante en el que ella le ve prendido, emocionado, ganado por esta constante adulación,  lo aísla, cortando poco a poco los ataques que él podía tener por otro lado, y lo acostumbra insensiblemente a venir sin cesar a su casa, a instalar allí su pensamiento. Para aclimatarlo bien a la casa, le prepara éxitos, lo enfoca como a una vedette, le testimonia ante todos los viejos habituales del lugar, una destacada consideración, una admiración sin igual.
      Entonces, sintiéndose un ídolo, él queda en ese templo. Allí encuentra además todas las ventajas, pues las otras mujeres arrojan sobre él sus más delicados favores para arrancárselo a aquella que lo ha conquistado. Pero si el es hábil, no cederá a las solicitudes y coqueterías con las que le agobian. Y además se mostrará fiel, pero será perseguido, rogado, amado. ¡ Oh ! que tenga cuidado de dejarse convencer por todas esas sirenas de salón; pronto perdería también los tres cuartos de su valor si cayese en ese tipo de tráfico.
      Pronto forma un centro literario, una iglesia de la que él es el Dios, el único Dios; pues las verdaderas religiones no tienen nunca varias divinidades. Se ira a la casa para verle, oírle, admirarle, como se viene de muy lejos, en ciertos santuarios. ¡ Se le envidiará a él y a ella! Hablarán de letras como los sacerdotes hablan de dogmas, con ciencia y seriedad; se les oirá al uno y a la otra, y ¡ al salir de ese salón se tendrá la sensación de salir de una catedral !
       Ite, missa est.

      Cuantas cosas se verían todavía observando de cerca a todos esos aficionados de artistas de los que habla Daniel Darc. Pero puesto que he nombrado a este encantador escritor, quiero decir dos palabras acerca de una cuestión literaria surgida respecto de él.
      Este autor publicó, hace cinco años, una notable novela, estudio profundo y sutil de mujer, historia desgarradora de una de esas temibles criaturas por las que el hombre no es más que un ser a explotar y a vencer. El libro tuvo un gran éxito.
      Ahora bien, el Sr. Adolphe Belot, ignorando la existencia de esta obra, acaba de sacar a la venta una novela bajo el mismo título: La Couleuvre. Es cierto que no se puede exigir al Sr. Belot que conozca la obra de su colega, pero uno puede al menos sorprenderse de que el editor no haya señalado al autor esta lamentable coincidencia. Una de esas culebras seguramente debe desaparecer, pues se devorarán entre si. Pero cual es la que debe regresar a la noche; la última llegada sin ninguna duda, teniendo la primera los derechos inviolables de primer ocupante en librería. El hecho ya se ha producido en otras ocasiones y siempre ha conducido al mismo resultado: el cambio del título del último en llegar. En todo caso, esto resulta muy desagradable para el Sr. Daniel Drac, de entrada, y para el Sr. Belot a continuación. Una sencilla ojeada a la lista de títulos puestos en venta desde hace diez años podría evitar todos estos inconvenientes, y todas las posibles discusiones que resulten de ello.

30 de junio de 1885

raducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre