LOS BULEVARES
( Les boulevards )
Publicado en El Gil Blas, el 25 de marzo de 1884

      ¡ Ya está aquí la encantadora época de los bulevares ! De marzo a junio, es el único rincón del mundo donde uno siente vivir ampliamente, con una vida activa y ociosa, la auténtica vida de París. Una flota de hombres en sombrero negro circula de la Madeleine a la Bastilla, y un ruido continuo de voces, semejante al ruido de un río que fluye, sube perdiéndose en el ligero aire de la primavera. Pero ese ruido vago está hecho de todos los pensamientos, de todas las ideas que nacen, pasan y desaparecen cada día en París. Como unas moscas, las noticias zumban encima de la corriente de los paseantes; van de un lugar a otro, escapándose por la calles, hasta los límites lejanos de la ciudad.
      Los árboles comienzan a vestirse. Se camina con paso lento bajo la bruma verde de las hojas nacientes y se encuentran todas las figuras familiares, pues los paseantes de los bulevares se conocen tan bien como los burgueses de las pequeñas ciudades. Todos los días, en los mismos lugares, se encuentran los mismos hombres. ¡Qué importa su nombre que nunca se sabrá ! Una tiene la certeza de encontrar a aquél ante Tortoni, aquél otro ante Bignon, ese otro ante el Americano. Uno se dice: « Fíjate, uno que ha envejecido bruscamente desde hace algún tiempo. » O bien: « Caramba, ¿ por qué ese grueso caballero no lleva su barba ? »
      Ante nosotros otros hombres dan este paseo cotidiano a lo largo de esta gran calle donde pasa la vida de París; y ante ellos, otros todavía. Y durante mucho tiempo, sin duda, uno se paseará siempre para pasar el rato ante las espléndidas tiendas de la larga avenida.
      Escribir la historia del bulevar sería escribir la historia de París. Cada casa contiene un recuerdo.
      El bulevar es joven por un extremo y viejo por el otro.
      La Madeleine es su infancia y la Bastilla su vejez. Luis XV había puesto la primera piedra de la Madeleine el 3 de abril de 1764, y la iglesia, después de haber sido destruida y recomenzada diez veces, no fue terminada más que hasta 1830.
      Fue en esta casa, en la esquina de la calle Caumartin, donde murió Mirabeau.

      ¡Mirabeau-Tonneau ! Ese grueso hombre fue el padre de los políticos vociferantes. Fue el que comenzó ese reino de los abogados al que nosotros siempre padecemos. Según palabras de un gran escritor, él arrastra a las multitudes, las sacude, luego sostiene un trono, dirige todo el futuro de un pueblo, gobierna los acontecimientos a su antojo y cambia la fortuna de Francia « por la única virtud de una boca vociferante.» Cuando su palabra alcanzaba a los reunidos, los azota como un viento de tormenta, y le proporciona unas victorias masacrando a sus adversarios con palabras como se ametralla con balas.
      Más que Demóstenes, más que Cicerón, él es el Retórico, el hombre de las batallas oratorias, el luchador de fuertes pulmones cuyo pensamiento no parece poderoso y que grita a las multitudes, cuyo espíritu no es dominador más que por la fuerza de la elocuencia. Todo lo que esos tribunales dejan por escrito, desde este hombre, parece tierno, lento y pueril.
      Fue ante ese sonoro y violento orador cuando se abrieron por primera vez las puertas de Santa Genoveva erigida en Panteón. Allí se le enterró al lado de Descartes.
      Él había nacido un poco más lejos, siempre cerca del mismo bulevar, calle de la Chaussée-d'Antin.

      Aquí tenemos la calle de la Paz. Fue soñada por Luis XVI y ejecutada por Napoleón.
      Una noche, si creemos a un cronista de la época, el futuro emperador, entonces jefe de un batallón de artillería, había cenado en la plaza Vendôme, con el general de Augerville, cuñado de Berthier, y con varios oficiales.
      En la velada propuso ir a Frascati a tomar unos helados. Todo el mundo aceptó y partieron. Napoleón, que daba el brazo a la Sra. Tallien, se detuvo algunos segundos para considerar la gran plaza sin monumento, y, volviéndose hacia el Sr. de Augerville:
      « Vuestra plaza está desnuda, mi general; necesitaría un centro, una columna como la de Trajano, o una tumba que recibiría las cenizas de los soldados muertos por la patria.»
      La Sra. de Augerville aprobó:
      « Vuestra idea es buena, mi querido comandante. En cuanto a mí yo preferiría la columna.»
      Napoleón se puso a reír.
      « Usted la tendrá algún día, señora, cuando Berthier y yo seamos generales. »
      El emperador mantuvo su palabra.

      ¡ La Chaussée-d'Antin ! ¡ Qué recuerdos tiernos y encantadores ! Es el rincón del amor en París. Fue allí desde donde nos vienen todas las anécdotas de la Regencia; fue allí donde nació esta fina y divina galantería, muerta, por desgracia con el siglo podrido, el siglo de las moscas, de los abanicos y de las cestas.
      En aquel tiempo, en la plaza de la Chaussée-d'Antin de hoy, se extendía una marisma, y más lejos, el pueblo de los Porcheron, luego, más lejos todavía, la granja de la Grange-Batelière.
      Un pequeño y sombrío sendero, el camino de la Gran Pinte, atravesaba ese lugar, y, partiendo de la puerta Gaillon, desembocaba en la aldea de Clichy.
      Todo ese barrio no era más que un campo, hace apenas un siglo. ¿ Podrán creerlo ? Pero un campo lleno de pequeñas casas silenciosas de día, y que, durante la noche, se llenaban de risas, de besos, de tumulto, con unos ruidos de botellas rotas y a menudo tintineos de espadas.
      Era, por hablar como en esa época florida, un campo de ternura donde se plantaban los besos. Y las bellas damas que se deslizaban, al anochecer, por las puertas entreabiertas, se llamaban Sra. de Coeuvres, la condesa de Olonne, la mariscala de la Ferté.
      Cuando un coche azul con todas sus ventanas cerradas, entraba a galope en un pequeño palacete , era que el Regente de Francia iba a cenar entre la Sra. de Tencin y la duquesa de Phalaris, enfrente del duque de Brissac y del marqués de Cosse. Más lejos, sobre el puente de Arcans, uno se batía con más frecuencia que como se hace en el Vésinet ahora. Allí la bella Sra. de Lionne y la hermosa Louison de Arquin miraban enfrentarse a sus amantes, el conde de Fiesque y el Sr. de Tallard, porque ni el uno ni el otro habían querido ceder el paso.
      Sí, sin duda esta es una tierra de amor. ¿ Que nombres evoca ? La Guimard, la Duthé, a quién un rey quería confiar la educación de su hijo, y la Dervieux de corazón tan grande.
      Bajo el mismo techo, una tras otra, dormirán la bella Sra. Récamier y la encantadora condesa Lehon. Entre tantas otras glorias venidas aquí, encontramos aún a Mesurer y Cagliostro.
      La Chaussée-d'Antin sigue siendo la calle elegante y rica, iluminada por el sol donde se desarrolla esta ligera galantería francesa, hecha de espíritu, de gracia, de ternura, de impertinencia, de amor veleidoso y bien nacido y de besos rápidamente olvidados.

     Pero aquí está, menos alegre, más sombría, más seria, la calle Laffitte.
      Entramos en la historia seria.
      Fue en un gran salón austero y rico, el 28 de julio de 1830. Unos políticos deliberan bajo la presidencia del banquero Laffitte. La suerte de Francia es indecisa. Ninguno sabe, no prevé aún los acontecimientos que se van a producir.
      Aparece un hombre, llegado para unirse a ellos. Todos se levantan, comprendiendo que la causa de la legitimidad está perdida sin remedio. Pues éste no se equivoca, y sus evoluciones políticas son las señas ciertas de los reveses de la fortuna real.
      Se llama Sr. de Talleyrand.
      Pronto un parlamentario entra a su vez hablando en nombre de Carlos X. Se le responde que no hay tiempo.
      Y al día siguiente, en el mismo salón, el Sr. Thiers escribe una proclamación orleanista.

      Aquí tenemos el pabellón de Hanovre. ¿ De dónde procede ese nombre ? De una ironía popular. El duque de Richelieu la hizo construir con el dinero de las rapiñas que cometió durante la guerra de Hanovre, y el pueblo colocó ese nombre sobre la puerta del suntuoso palacio.
      He aquí la casa de la Srta. Le Normand.
      A la vuelta de la calle de los Tournelles, se encuentra la casa de Ninon de Lenclos.
      Flotan sobre la historia como imágenes encantadorss, esas figuras de mujer que conquistaron a la humanidad por su gracia y su belleza. Parece incluso que tengamos aún por ellas un poco de amor. Quién no lee con un cierto estremecimiento inocente y sincero los nombres de Priné, de Cleopatra, de Marion, de Ninon. Los poetas las cantan como si estuviesen vivas.
      Ellas son símbolos para nuestro corazón. Son las Conquistadoras, entre las mujeres, las Victoriosas. ¿La inmortal Ninon no inspira a su propio hijo una pasión horrible cuando murió ?
      Ella era de la raza de las grandes cortesanas de la Antiguedad con la que iban a charlar y a pensar los artistas. Su muerte reveló su alma.
      Esta mujer, esta prostituta, transformó el genio de un joven hombre desconocido, dejándole su biblioteca.
      Este joven se llamaba Arouet de Voltaire.
      ¿ Quién, entre las mujeres honestas, a hecho alguna cosa parecida ?
      ¡ Calle de Saint-Martin ! Entramos ahora en la historia heroica. Aquí fue consumado un error judicial semejante a aquellos que comenten cada día nuestros tribunales.
      Fue en 1386. Dos caballeros normandos, cubiertos de hierro, están frente a frente en un campo cerrado, pues para terminar sus disputas el rey Carlos VI ha decidido someterlos al juicio de Dios.
      Jacques Legris está acusado de haber violado a la mujer de Jean de Carouge, y él lo niega. Se baten durante mucho tiempo, mucho tiempo. Finalmente Jacques Legris vencido, lo sigue negando. Su rival lo tiene bajo su rodilla. Éste lo niega siempre.
      El rey entonces lo hace prender. A la hora de la muerte no se confiesa.
      Y algunos meses más tarde su inocencia es reconocida.
      ¡Justicia de Dios y justicia de los hombres valen lo mismo!

      Bulevar del Tempolo, había allí una pequeña casita que ya no existe. Pertenecía al obrero Boule.
      Todavía una historia de amor. El gran rey, queriendo ofrecer a su bien amada Srta. de Fontange un mobiliario verdaderamente regio, todos los artesanos de Francia fueron invitados a un concurso del que André Boule salió vencedor. La crónica escandalosa añade que después de haber amueblado el palacio de la favorita con esos maravillosos objetos que su genio creó inspirado por su amor, colgó la cremallera de la barba del rey Sol.
      Aquí está todavía la casa de Beaumarchais. ¡ Y cuantos otros !
      Pero la columna de Julio se erige sobre la plaza de la Bastilla. Es aquí donde está enterrada la vieja Francia. Es aquí donde ha nacido la Francia nueva !

25 de marzo de 1884

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre