LOS NIÑOS
( Les enfants )

Publicado en el Gil Blas el 23 de junio de 1885

      He significado en un reciente artículo, los peligros del odioso sistema de educación seguido en Francia en todos los centros donde se interna a la juventud.
      He recibido después de ese día tantas cartas sobre el tema que me veo obligado a retomarlo. Las he recibido de médicos, de políticos, de madres y de hombres conocidos y ricos que preguntan si no se podría constituir una especie de asociación, una liga, e incluso una sociedad para fundar en Francia un centro de instrucción que se ocupara por lo menos del cuerpo tanto como del espíritu.
      Un médico me ha escrito: "Es increíble, en efecto, que se esfuercen, por todos los medios, los más antinaturales, en detener el crecimiento físico del hombre. De este modo se llega rápidamente a la debilitación completa de una raza. La vida del niño, después de un día donde se le aprisiona en estos centros malsanos donde está toda la jornada, es una verdadera tortura para él. Habría que mostrarlo a todo el mundo, hacérselo comprender a todas las familias."
      Y mi corresponsal sigue hora por hora, mes por mes, año por año la existencia del ser, del pequeño ser débil, al comienzo de su crecimiento, en el momento donde todo su cuerpo está dedicado al trabajo misterioso del desarrollo, donde la sangre tiene necesidad de todos los elementos fortificantes que darán a la carne, a los músculos y a los órganos el vigor y la salud. Él lo muestra mal alimentado, mal cuidado, apenas aseado, casi nunca bañado, encerrado día y noche, debilitado por un trabajo inútil que su espíritu no está todavía apto para realizar. Este niño tiene dos horas de libertar por día, de libertad cautiva en un patio rodeado de muros, en medio de una ciudad, mientras que debería jugar a gusto, a sus anchas, siguiendo el deseo de la naturaleza que ha puesto en él la necesidad imperiosa del juego. Debería correr por el bosque, nadar en los ríos, escalar las montañas, practicar esgrima, montar a caballo. Pues todos los movimientos, todos los ejercicios son necesarios para la formación integral de todos sus miembros, para la solidificación de todos los huesos, y también para fortalecer el temperamento varonil.
      El Instituto, el colegio, el internado, tales como nosotros los comprendemos, constituyen el más grande mal, la mayor causa de merma, de decadencia de nuestra sociedad moderna. Ellos no están en realidad más que en centros públicos de debilitamiento, donde se quiebra el alma demasiado joven agotando sus órganos en formación, donde se comprime la savia humana violentando la naturaleza, imponiendo al ser que crece una esclavitud estéril y agotadora, deteniendo durante los únicos años que le son necesarios, el florecimiento de la fuerza animal.
      Otro corresponsal me insta a que observe la gente pasando por la calle. "¿Son estos los hombres, pregunta él, que deberían ser grandes hombres, bellos hombres de brazos fuertes, altos, de pecho ancho en el que el vigor aparece en cada movimiento? No. Son unos raquíticos, pequeños, débiles, atormentados, encorvados, ventrudos, jorobados. No se ve uno de diez que tenga la estatura o altura normales. Véalos caminar. Tienen las piernas demasiado cortas, o el torso demasiado largo, o los brazos desmesurados, o el cuello torcido. Tome veinte, póngalos ante usted, juntos y alineados y tendrá una colección de caricaturas para llorar de risa, pues el hombre de hoy en día, en realidad, no es más que una caricatura de la humanidad. "
      Hay mucho de verdad en lo anterior. La raza está con certeza débil y enferma. Tan cierto como que las personas que uno se encuentra en las calles no nos hacen pensar precisamente en los hércules. Se aprecia, en sus andares, en la visible tendencia zurda de sus movimientos, que estos buenos hombres no han sido debidamente desarrollados, entrenados, fortalecidos, ejercitados en todas las necesidades corporales. ¿De donde viene esta carencia? Del colegio, del internado, de la infancia truncada en las clases, entre los grandes y tristes muros del patio, de la inmovilidad del estudio que ha torcido el cuello, la espalda, que ha remontado el hombro derecho, que ha alargado los brazos en detrimento de las piernas, y que ha destruido lentamente el equilibrio natural de todas las partes del cuerpo en desarrollo.
      ¿Y por qué tantas gafas y anteojos? Porque la vista se ha fatigado demasiado temprano, cansada por los libros, por las vigilias, por el gas, porque todo el aparato visual tan delicado, se ha agotado antes de finalizar el crecimiento.
      Y todo esto para nada, solamente por el placer de degenerar una raza, pues el niño no puede aprovecharse de estos conocimientos acumulados, irracionales, absorbidos en desorden, amontonados en un espíritu demasiado débil. Esto que entra en el pensamiento, con la fatiga afianzada, desaparece sin provecho. Es necesario que los órganos de la inteligencia estén completamente formados para que ésta pueda trabajar con efectividad y sin peligro. La nubilidad es indispensable para las funciones cerebrales, como para las funciones animales.
      Me escriben todavía: "¿No es este deplorable sistema lo que provoca el descenso constante de la estatura humana en Francia? Observe que hay que bajar cada diez años la talla reglamentaria de los soldados."
      Sí, seguramente, y puesto que se habla tanto de patriotismo, sería por cierto una acción patriótica educar a los niños de tal modo que se convirtiesen en unos hombres vigorosos. Ahora bien, el patriotismo, aquí, es sobre todo de desfile y de demostración. Cuando es sincero, se produce por arrebatos impetuosos y a menudo intempestivos. Pero ese patriotismo mudo, efectivo y perseverante que se esmera sobre todo en mejorar, desde la más tierna edad, una raza entera, parece no formar parte de la naturaleza francesa.
      Veamos los ingleses, en los que su valor intelectual se manifiesta con suficiente brillo y éxito para que no se le pueda cuestionar: se ocupan primero de los músculos y del cuerpo. Tienen hombres de veinte años capaces de estrangular bueyes, una aristocracia que boxea, mas orgullosa de sus bíceps que de su nobleza, que ama los juegos corporales como amamos nosotros los placeres de los sentidos.
      Existe en el país vecino unos grandes colegios en pleno campo, donde se enseña equitación, natación y otras disciplinas físicas con tanto esmero como las lenguas, la historia o las matemáticas. El niño, ahí dentro, no hace trabajar su espíritu más que hasta la hora del almuerzo. A partir del mediodía, la clase se cierra y el recreo comienza para disfrutarlo hasta la noche. ¿No es este método más lógico y sabio? Hace soldados, seres de cuerpo poderoso en el que el espíritu también está alerta y vigoroso gracias al equilibrio de todas las funciones animales, unos seres capaces de soportar cualquier tipo de cansancio, de realizar hazañas, y de engendrar a su regreso unos hijos sanos y bien conformados.
      Una madre me escribe todavía planteándome que ha pensado bien en todos los inconvenientes del colegio pero no obstante se ve forzada a internar a su hijo con doce años solamente, porque está obligada, por las necesidades de la existencia, a viajar sin descanso con su marido, ya que su profesión exige unos desplazamientos continuos.
      "¿Qué hacer?, dice ella. Sufro sin cesar pensando en mi hijo languideciendo en esas horribles prisiones. Pero no puedo tenerlo cerca de mi. He pensado en enviarlo a uno de esos grandes internados de Inglaterra; mi marido se ha opuesto. Somos franceses y queremos hacer un francés de nuestro hijo. Y esté persuadido, señor, que hay en nuestro país millares de familias en nuestro caso. "
      En efecto, existen en Francia innumerables familias que no pueden educar a sus hijos por sí solas, que están incluso obligadas a separarse de ellos por mil razones. Los oficiales casados, los farmacéuticos, todas las pequeñas familias no pueden conservar mucho tiempo a sus hijos. Y cuantas personas sufren pensando en el niño que crece penosamente encerrado en la lata del latín, en la lata de las judías, en la lata indecente entre dos calles de París.
      ¿Qué se puede hacer? No existe en Francia una sola casa donde se haya pensado seriamente en el desarrollo físico del hombre.
      Existe, es cierto, un comité de higiene que se reúne periódicamente en una sala del ministerio. Allí se discute, se toman resoluciones y se formulan peticiones que se someten al ministro. El ministro las transmite a las comisiones de enseñanza donde se apoltronan unos viejos sabios enclenques que encogen con menosprecio sus hombros encorvados, murmurando: "Si se ha de tener en cuenta todo, solamente se podrá aprender a leer."
      Y no se tiene en cuenta todo, en efecto; y mientras tanto los jóvenes no son felices, los jóvenes miopes y agobiados que se presentan a los exámenes de bachillerato, tras haber almacenado, en diez años de estudios, menos conocimientos que los que puede adquirir en diez meses un hombre hecho, amo de su inteligencia.
      En fin, también se me escribe: "Si alguien encabezara un movimiento, muchos hombres estarían prestos a seguirle, a ayudar por todos los medios a su alcance, por su influencia y su dinero a la formación de una o de varias grandes escuelas, siguiendo el modelo de las escuelas inglesas."
      Estaría muy bien. Pero ¿quién se pondría a la cabeza del movimiento? ¿Sería necesario un hombre maduro, prudente, respetado, considerado?
      ¿Lo habrá?

23 de junio de 1885

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre