LOS SUTILES
( Les subtils )
Publicado en el Gil Blas, el 3 de
junio de 1884
Hay tantos hombres como maneras de comprender y mirar la vida.
Unos no hacen más que ver, como los animales. Los hechos, las cosas, los rostros,
los acontecimientos parecen no reflejarse más que en sus ojos, sin producir
repercusión en la inteligencia, sin despertar una serie infinita de
razonamientos, de ideas encadenadas, de reflexiones, de deducciones que se
prolongan indefinidamente como las vibraciones de un sonido, o las ondas en el
agua cuando acaba de caer una piedra.
Otras, por el contrario, se empecinan en penetrar siempre en el misterioso
mecanismo de los motivos y de las determinaciones.
Cuando, una vez el espíritu se pone a buscar el secreto de las causas, se hunde,
se extravía, a menudo se pierde en el oscuro y inescrutable laberinto de los
fenómenos psicológicos y fisiológicos.
Desde hace los siglos que el mundo existe y que se observa, apenas los
espíritus más penetrantes han podido captar algunos de los secretos guardados en
el hombre y entorno al hombre. Aquellos que están a nuestro alrededor, siempre
se nos han escapado en gran parte, pues, así como lo ha dicho Gustave Flaubert en
Bouvard et Pécuchet: « La ciencia está hecha
siguiendo los datos proporcionados por un rincón del entendimiento. Tal vez no
le conviene del todo conocer lo que permanece ignorado, que es mucho más grande y que no se
puede descubrir.»
Pero la búsqueda de los fenómenos psicológicos ha preocupado en todos los
tiempos a los buscadores. Antaño los filósofos tenían el monopolio de estos
estudios, que exponían en serios libros. Hoy, son sobre todo los escritores
observadores quiénes se esfuerzan por penetrar y explicar el oscuro trabajo de
las voluntades, el profundo misterio de las reflexiones inconscientes, los
determinantes tanto más instintivos que razonados, y tanto más razonados que
instintivos; de indicar el limite inalcanzable donde el querer reflejo se
mezcla, por así decirlo, con una especie de deseo material sensual, con un deseo
animal de anotar las acciones de uno sobre el otro, etc. Uno de los hombres del
que me voy a ocupar a continuación, el Sr. Paul Bourget, dice en la primera
página de su notable relato, L'Irréparable: « Por debajo de la existencia
intelectual y sentimental de la que tenemos conciencia, y a la que concedemos la
responsabilidad, probablemente ilusoria, todo un dominio se extiende, oscuro y
cambiante, que es sin embargo aquél de nuestra vida inconsciente. »
Es este un dominio misterioso que exploran hoy los novelistas, con métodos muy
distintos.
Unos, que son puramente objetivos, en lugar de poner al día la psicología de los
personajes en unas disertaciones explicativas, simplemente la hacen aparecer
mediante sus actos. Los interiores se encuentran desvelados de este modo por lo
externo, sin ninguna argumentación psicológica.
Otros, como el Sr. Paul Bourget, hacen por así decirlo, la geografía moral de las
personas que presentan al lector y entran hasta lo más profundo de su alma para
desvelar los móviles de sus actos. Se podría llamar a estos unos metafísicos, y
a los otros los de la puesta en escena.
Pero es necesario todavía distinguir entre los novelistas dos grandes tendencias
generales. Una que lleva a los analistas a simplificar el alma humana observada;
a hacer, de algún modo, la suma de matices de la misma naturaleza para
alcanzar al lector por un rasgo típico, por una nota única y características;
otra que los determina al contrario a tomar y a mostrar una a una las más vagas,
las más fugitivas sensaciones del pensamiento, las más oscuras evoluciones de la
voluntad, a no olvidar ningún detalle de ningún tipo, ningún matiz de ninguna
especie.
Estos últimos tendrían pues, por el contrario, una tendencia a complicar. Se les
podría llamar los sutiles.
En las obras de los primeros la vida aparece por imágenes como en la realidad.
Las visiones pasan ante los ojos del lector, despertando en él mayor o menor
atención, mayor o menor reflexión; Llega, siguiendo el grado de su
inteligencia, a unas conclusiones más o menos profundas, y a unas deducciones
más o menos extensas. Puede, a su comodidad, si no está dotado de ningún espíritu
de penetración, contentarse con mirar desarrollarse la aventura y actuar a los
personajes como si mirase un accidente a a unos paseantes en la calle. Los
sutiles, por el contrario, obligan a los lectores a un trabajo de pensamiento
delicioso para unos y penoso para otros. Hace falta, para seguir todos los
refinamientos de sus ideas y las argucias de sus observaciones, permanecer
siempre atentos, siempre en guardia; se produce en consecuencia un viaje de
exploración en el cerebro humano; se necesita un esfuerzo constante de atención
y de inteligencia para caminar detrás de ellos en ese laberinto.
Entre los escritores clasificados desde hoy como unos maestros ( no hablo más
que de los observadores artísticos), Flaubert representa perfectamente al tipo
de novelista esencialmente objetivo, mientras que los hermanos Goncourt son unos
sutiles.
Entre los escritores actualmente en plena labor y en pleno talento, dos hombres
nos muestran con unas cualidades muy distintas, maneras de ver y de escribir muy
opuestas, y un valor completamente superior, dos tipos muy diferentes de
sutiles.
Estos son los señores Catulle Mendès y Paul Bourget.
CATULLE MENDÉS
Con él todo es sutil
y todo es seductor. Es un poeta encantador, incluso un poeta en prosa.
No tiene más que una preocupación mediocre por la
realidad, y se contenta con permanecer dentro de lo posible de esta certitud de
que « todo llega ».
Quiero decir por ello que, en lugar de buscar
tocar el espíritu por lo verosímil obvio, innegable, unos caracteres y unos
hechos, lo que quieren obtener los realistas olvidando las verdades
excepcionales por no elegir más que las verdades constantes, le gusta, prefiere
a los personajes que tienen una semilla de anormal, y los temas donde la
realidad se mezcla un poco de lo extraño. Su gran fantasía, imprevista y rara se
desarrolla fuera de la regla común. Esa fantasía evoca a unos seres caprichosos,
delicados, perversos, siempre sutiles, siempre complicados, siempre interesantes
por el misterio, a menudo criminal, de su alma.
Ha hecho brotar todas las fuentes sorprendentes
de su exquisito talento en esta serie de singulares retratos que ha titulado les
Monstres parisiens.
Acaba de publicar dos volúmenes donde muestra
bajo dos facetas nuevas sus admirables cualidades de observador independiente y
fantástico. Uno de esos dos libros es altamente atrevido, se titula Les
Boudoirs de Verre. El otro, no menos delicado y astuto, pero más honesto,
tiene por título Les Jeunes Filles.
En uno y en otro aparece esa sutileza alerta,
penetrante, tan artística, tan personal que es la marca inconfundible de su
talento, que hace de Catulle Mendès un curioso maestro sin parangón, no pudiendo
ser clasificado en ninguna escuela, ni comparado a ningún escritor.
Su estilo fino, ágil, astuto, solapado, tiene
unas audacias secretas, unas audacias jesuíticas que nadie intentaría. Su
pensamiento masticado y maravillosamente servido por el incomparable artificio
de esta lengua, no retrocede ante nada y si se persiguiese a los escritores,
ningún juez podría encontrar un ultraje a la moral en esos cuentos de una
corrupción sin par, pero de tal destreza de frases que desafiarían a los más
rectos inquisidores.
PAUL BOURGET
Acaba de publicar un
notable volumen, L'Irréparable, el cual da la nota justa de este
pensador, de este observador profundo y melancólico.
Este es sobre todo delicado, un asustadizo ante
las brutalidades de la vida, un vibrante y un nostálgico al modo inglés.
Totalmente preocupado de los misteriosos
fenómenos del alma, los sigue con una sutileza seria y los expresa en un
lenguaje preciso, un poco filosófico, pero que desvela maravillosamente todas
las oscuras evoluciones del pensamiento y de la voluntad en el ser humano.
Es sobre todo en las mujeres donde se ejerce
mayormente su penetrante y benevolente análisis, pues se puede sentir que ama a
las mujeres con un amor infinito y desinteresado. Las conoce, las describe, las
muestra con una asombrosa seguridad, y la delicadeza casi exagerada de su
pensamiento aparece a todo instantes, bien sea hablando de los hombres que
quieren únicamente poseer a las mujeres, verbo brutal que revela perfectamente
la secreta bestialidad de esos tipos de relaciones crueles entre los sexos, que
se llama sin embargo con bello nombre « de amor », o bien analizando a uno de
sus personajes al que muestra afectado de una extraña y moderna enfermedad,
observada y expresada por él con una rara perspicacia: « Él estaba enfermo de un
exceso de sutileza, siempre en la búsqueda del matiz raro, y, aunque
superiormente inteligente, no debía nunca alcanzar esta amplia y franca
concepción del arte que produce las obras geniales.»
Dice además ( es una mujer quién habla ): « Era
muy joven entonces, no había adquirido esa indulgencia que da el sentimiento de
lo inacabado de la vida...»
¿ Qué hay más preciso, más sobrecogedor y más
agudo que esas observaciones que caen de su pluma, en el transcurso del relato,
de página en página ? Parece que lleva una lámapra, una lamparilla viva y
misteriosa como la de los mineros y que ilumina, con rápido fogonazo, mediante
una línea, por medio de una palabra, a medida que hace actuar a un personaje, el
fondo secreto de su pensamiento. Y da al mismo tiempo, de un modo discreto y un
poco triste, su opinión sobre las cosas y los hombres. Deja aparecer sin cesar
sus deducciones, no dejando al lector la elección y la libertad, bien de
concluir en un sentido o en el otro, bien de no concluir del todo.
Paul Bourget quién había alcanzado, como poeta y
como crítico, un lugar eminente entre los escritores de estos tiempos, acaba de
colocarse también en primera fila de los novelistas observadores, psicólogos y
artistas.
3 de junio de 1884
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre