LOS TRES CASOS
( Les trois cas )

Publicado en el Gil Blas, el 15 de enero de 1884

      Se ha discutido mucho desde hace tiempo sobre el cuarto acto de Pot-Bouille. Esta forma burguesa y simple de considerar el adulterio ha sorprendido bastante a muchas personas que lo practican más sencillamente aún.
      Se consideró poco noble que un marido, sorprendiendo a su mujer en flagrante delito, se conforme con decir al amante: « ¿ Yo, batirme con usted ? Nunca. Mi mujer es vuestra amante, ¡ consérvela ! »
      ¿ Cómo se comportan sin embargo, en semejante caso, la mayoría de los maridos con los que nos encontramos día a día ? De entrada los maridos de hoy no lo reconocen. Hablo de aquellos de la buena sociedad. Lo aceptan o lo ignoran. Únicamente los pequeños burgueses y las gentes de pueblo utilizan el viejo recurso de la sorpresa que entraña inevitablemente una enérgica determinación y casi siempre lamentable.
      El adulterio, tanto como el matrimonio, existirá sin el divorcio, pues el divorcio proporcionará la seguridad a los maridos y la desolación a las amantes, el adulterio pues quedará para los espectadores como un eterno tema de discusión, de sorpresa y de error.
      Desde que un hombre se casa, se convierte en una esfinge, en un enigma, en un misterio. Una profunda transformación se produce en su espíritu. Se convierte el el guardián de un bien misterioso, del jardín conyugal del que cada amigo trata de recoger los frutos.
      Cinco de cada diez veces es un cornudo. Se da cuenta una vez de cada cien, o al menos él manifiesta que se ha dado cuenta.
      La infidelidad en el matrimonio es natural, normal. La absoluta fidelidad del uno o del otro contrayente no puede proceder más que de una naturaleza dormida, sin sensaciones, sin imaginaciones, sin sueños.
      El hombre, el macho ( no hay más de uno sobre mil que sea fiel ) obedece a su instinto de polígamo, y al cabo de algunos meses retoma sus costumbres de soltero. Está cansado de su mujer pues está en su naturaleza llegar a la saciedad por la posesión repetida; descubre en las otras mujeres una gran cantidad de seducciones nuevas. Se dice con razón que el matrimonio tomado en serio suprimiría todo el encanto de la vida, la exquisita espera de lo desconocido, el estremecimiento delicioso del deseo que se despierta, lo imprevisto de las aventuras, la fantasía de las atracciones, y esa tan dulce emoción de los primeros encuentros, máxime si ellos no tendrán un día siguiente.
      ¿ Por qué molestarse entonces ?
      Pero lo que hay de extraño en su caso, es que él pretende a menudo exigir de su compañera esa tediosa y monótona fidelidad que él mismo en absoluto tiene intención de observar.
      En cuanto a la esposa, ésta permanece de entrada simple y dignamente fiel. Pero tras las ternuras de los primeros tiempos y el asombro de los primeros abrazos, comienza a soñar, pues en su alma, hasta su muerte, flotara el indeciso sueño de la felicidad irrealizada. Además se verá acosada por las tristezas de la existencia, por las dudas, por las inquietudes, las frías sospechas de la realidad de las que no hará más que entrever, tan opaco resulta el velo de ilusiones del que está envuelto su corazón.
      Una lasitud la enerva, la espera, la eterna espera del amor renace en ella. ¡Espera aún ! ¿ Qué ? Ha sido educada para gustar, para seducir. Ha sido instruida en esa idea de que el amor es su dominio, su facultad, la única alegría en el mundo. La naturaleza la ha hecho bella, entrañable, voluble, llena de deseos cambiantes, de contradicciones, de irresoluciones. La naturaleza y la sociedad la han hecho coqueta, seductora y fina.
      Por tanto comienza razonar con sentido común, sencillo y claro. - Uno no vive dos veces. - La vida es corta. - Una mujer, casada a los veinte años, está madura a los treinta y avejentada a los cuarenta. - Ahora bien, si no hace nada, si no conoce nada, si no goza de nada antes de ese límite, estará acabada para siempre. Las alegrías conyugales son sosas. Ella está hastiada, aburrida. - Entonces - entonces - ¿ un amante ? ... ¿ Por qué no ?
      Cede finalmente a la invencible solicitud de la esperanza de amor. Ama o cree amar.

      ¿ Cómo reacciona el marido ?
      Se dan tres casos.
      En el primero, él ignora todo. Lo ignora absolutamente a pesar de la evidencia. Todo el mundo conoce el asunto, excepto él. Y ríe sin cesar de los maridos burlados, divirtiéndose con alegría. Llegue lo que le llegue él no sabrá nunca nada. Es un inconcebible misterio, uno de esos insondables secretos donde tropieza toda penetración. Se podría llamar a esta ceguera feliz, inexplicable y constante, la venda de los cornudos; y seria una materia de estudio psicológico y social muy interesante que coronaría un día u otro a la Academia.
      Nada más sorprendente que esta tranquila ignorancia del marido. Uno se dice en todo momento: « Pero es imposible que no adivine, que no lo vea, que no lo sepa.» La mujer hace con su amante escenas de celos ante él, concede sus citas, se arriesga a esas temeridades que tienen un excitante sabor para ella. Le pone bajo los ojos y bajo sus narices su... desgracia, veinte veces al día. Él no ve nada; no comprende nada.
      ¿ De dónde procede esta actitud ? Sin duda de una inocente y colosal vanidad. Cada uno, teniendo una tendencia a creerse un ser excepcional, no supone que semejante cosa pueda sucederle.
      Y se vuelve admirablemente ridículo, no por el hecho en si, por su situación de cornudo, sino por su ignorancia confiada y sonriente, por su actitud satisfecha.
      En el segundo caso, el marido hace que no ve nada.
      Él conoce la vida y quiere estar tranquilo. Su único cuidado es impedir las imprudencias comprometidas de su esposa. ¿ Sabe a ciencia cierta que es burlado ? ¿ Tal vez no ? Él quiere ignorar. Tiene amantes; no desea más que los placeres conyugales que ha practicado exclusivamente durante cuatro o cinco años; no quiere ser ridículizado, y vigila... por las apariencias. Mientras ella no tenga el mal gusto de comprometerse, él no sabrá nada, pues no se confiesa a si mismo que lo sabe; prefiere ignorar siempre, tratando de evitar una certeza que no serviría más que para trastornar su existencia.
      Es un sabio. El mundo está lleno de indulgencia para las relaciones sólidas con reserva y saber vivir. Las acepta, las favorece y las consagra. Y nunca se ríe de ese marido, quién tiene por amigos, uno tras otro, los de su mujer y que vive con ellos en una intimidad cordial y paciente.
      En el tercer caso, el marido rompe los cristales. Este no es más que un tonto, a menos que unas circunstancias imperiosas le hayan obligado al escándalo.

      El marido que destroza los cristales no es más que un idiota. Y por muchas razones.
      En primer lugar, cuando no se quiere ser cornudo, es necesario evitar las primeras tentaciones y quedar soltero. Si yo subo en globo, seguramente arriesgo mis miembros, y sería un error indignarme a continuación si me rompiese un brazo o una pierna en el descenso. El hombre se imagina que el acto del matrimonio le concede sobre la mujer, con la que se casa, unos derechos absolutos, sin límites y sin reservas.
      Desde luego, el matrimonio le confiere el derecho de ejercer sobre su compañera sus privilegios orgánicos de macho. ¿ Pero verdaderamente es sensible, humano y lógico que una pobre muchacha ignorante de todo, ignorante de los sentimientos y de los actos del amor, ignorante de la vida y de sus acontecimientos, sea atada, en cuerpo y alma, hasta su muerte, al particular que ha concluido con sus padres la transacción comercial que se llama matrimonio ?
      Esta niña tal vez encadenada a quince años por un tratado al que ella no deberá violar nunca mientras que él esperará a que ella tenga los veinticinco años exigidos para existir legalmente y gozar de los derechos que le confiere la mayoría. Hasta ese momento, ella no puede entregarse a nada, no puede ni gozar de su fortuna, ni disponer del dinero, ni vender sus bienes, pero puede venderse a si misma, vender toda su parte de felicidad, de esperanzas, de placeres, de sueños, sin saber incluso a quién, ni por qué, ni lo que se hará de ella, ni a quién se liga, ni a quién renuncia.
      Y la ley, la estúpida ley que permite y ordena esto, que sanciona y anuda este lazo, no reconoce los votos eternos de los religiosos, no admite que un hombre libre, mayor, habiendo vivido, sacrifique de un modo definitivo su vida al servicio de una idea que él cree sagrada.
      La costumbre, más tolerante, reconoce esta injusticia, y admite, sin proclamarlo en voz alta, que la mujer puede entregarse a otro que no sea el esposo.
      Pero si el esposo es de una naturaleza brutal y celosa, va a vigilar, rodear, dispuesto a matar a la mujer y al amante.
      ¿ Qué ganará con ello ? ¡ El ridículo !
      Si la esposa no piensa en engañarlo, él le despertará ese deseo. Si por el contrario lo piensa, el no podrá impedir nada.
      Sean cuales sean sus precauciones, sus ardides, sus desconfianzas, sus artificios, no hará más que exasperar la audacia y la astucia femenina.
      Admito que tenga éxito en impedir durante mucho tiempo el hecho brutal de la posesión física. ¡ Qué importa ! si su esposa pertenece a otro en pensamiento.
      Es un guardián violento de la castidad del cuerpo. ¡ Pero no puede serlo de la castidad del alma ! Es un guardián de la fidelidad, vigila, acosado por el miedo del beso dado a sus espaldas. ¡ La brevedad de un beso no es nada comparado con el abandono del corazón, con el deseo sin fin, con la caricia de los ojos, con todo lo invisible por lo que una mujer se entrega completamente a aquél que ha elegido ! Él la sigue, grotesco y solapado, sin comprender que ella no le pertenece, que cada una de sus sospechas despierta en ella un nuevo deseo, que cada una de sus obsesiones hace nacer en ella un impulso de amor hacia aquél que ella quiere.
      Él parece decir: « Mi esposa es mía. ¡ Usted no la tendrá !»
      ¿ Es de él verdaderamente si ella no le devuelve más que con disgusto un abrazo que su corazón rechaza ? ¿ Es de él si ella tiene ganas de huir cuando se le acerca, de resoplar cuando la abraza ? ¿ Es de él si ella lo odia, si soporta sus caricias como si bebiese por obligación un repugnante brebaje ?
      Son numerosas aquellas que violenta de este modo un esposo detestable ! ¿ No lo engañan incluso con él mismo ?
      ¡ Pues nada es más verdadero que la ilusión y que el sueño ! Cuando el esposo que tiene el derecho de entrar abre, una noche, la puerta conyugal, ¡ ellas cierran los ojos y piensan en el otro ! Cuando se aproxima, ellas se dicen: « ¡ Es él ! ¡ es él ! » Y lo ven, al otro, con sus rasgos, su mirada, su boca deseada, y sus acariciadoras manos. Abren los brazos por él solamente; ¡ reciben sus besos de los labios de su marido ! ¿ sabrán en realidad cual de los dos las posee si aman lo suficiente a aquél al que invocan para creerse en esta alucinación de amor ?
      ¡ Ellas engañan al esposo en el mismo momento en que éste las tiene abrazadas ! ¿ No es un placer delicioso, una venganza terrible y perversa ?  ¡ Que cada beso que ellas dan sea una infidelidad, que cada abrazo se convierta en adulterio !
      Y cuando el esposo haya partido, tranquilo y satisfecho, ellas se duermen pensando en el otro ! Y en su sueño el otro regresará; y aunque estén solas en su cama, se abandonarán todavía a él con todo su corazón y todo su cuerpo.

15 de enero de 1884
Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre