MAGDALENA
- BASTILLA
( Madeleine - Bastille )
Pubicado en Le Gaulois, el 9 de
noviembre de 1880
Un
volumen bastó a Chateaubriand para narrar el itinerario de París a Jerusalén;
pero ¿cuanto tiempo y cuantos volúmenes serían necesarios para acabar de
escribir un viaje de la Magdalena a la Bastilla?
En esta gran arteria abierta que se llaman los bulevares, y donde circula la
sangre de París, una vida prodigiosa se agita, un remolino de ideas como no
existe en ninguna parte, un hormigueo de humanidad, un desorden de todo lo que
se precipita a esta cita universal.
He aquí el invierno y los fríos; es la tumultuosa estación del gas y del
bulevar, después de la estación tranquila de los bosques y los baños de mar.
E incluso desde el mes de junio Paris va a todos los rincones del mundo, así al
regresar se llega de París de todos los rincones de la tierra. Pero Paris, para
el extranjero como para nosotros, es el bulevar, desde la Magdalena al Castillo
de Agua.
Nosotros, parisinos que adoramos Paris bajo todos sus aspectos, en todas sus
grandezas, con todos sus encantos e incluso con todos sus vicios, amamos por
encima de todo el bulevar. Conocemos cada casa, cada tienda, cada escaparate, y
los rostros de las personas que, cada tarde, volviendo de cinco a seis nos son
tan familiares a nuestra vista.
Pero entonces, recomenzando todos los días el mismo paseo, a la misma hora, y
volviendo a ver los mismos rostros, pensé en aquellos que hacían con nosotros
este viaje tan corto, y por tanto tan variado, luego en aquellos que los habían
precedido, y por último en los demás, llegados aún antes. He pensado en todos
los hombres, en todas las cosas, en todos los acontecimientos, en todas las
glorias, en todos los crímenes que han pasado antes nosotros sobre esta larga
avenida, y me han entrado unas violentas ganas de conocer la historia del
bulevar.
Sería interminable, ¡universal! No podré anotar más que algunos aspectos que
yo dedico a los asiduos del bulevar. El bulevar es joven por un lado y viejo por
otro. La Magdalena es su infancia y la Bastilla su vejez. La iglesia de la
Magdalena, en efecto, no fue terminada hasta 1830, tras haber sido diez veces
destruida y reconstruida. Louis XV había colocado la primera piedra de este
monumento el 3 de abril de 1764.
Avanzamos a pasitos: los recuerdos son numerosos, o bien que el barrio es nuevo.
Entonces, no nos ocupamos más que de los grandes apellidos. He aquí la calle
Caumartin; fue en esta casa, en la esquina, que murió el fogoso Mirabeau.
Calle de la Paz, detengámonos. Fue soñada por Louis XVI, ejecutada por
Napoleón.
Una tarde (si creemos en una crónica), el futuro Emperador, entonces jefe de un
batallón de artillería, habría cenado en la plaza Vendôme, con el general de
Angerville, cuñado de Berthier, con varios oficiales.
Propuso, en la velada, ir a Frascati a tomar unos
helados. Todo el mundo aceptó y partieron. Napoleón, que daba el brazo a la
Sra. Tallien, se detuvo algunos segundos para considerar la gran plaza sin
monumento, y, volviéndose hacia el Sr. de Angerville, dijo:
- Su plaza está desnuda, mi general; haría
falta allí un centro, una columna como la de Trajano, o una tumba que
contuviese las cenizas de los soldados muertos por la patria.
La Sra. de Angerville aprobó.
- Su idea es muy buena, mi querido comandante: en
cuanto a mí, preferiría la columna.
Napoleón rompió a reir.
- Usted la tendrá un día, señora, cuando
Berthier y yo seamos generales.
El Emperador cumplió su palabra.
Avanzamos siempre. ¡La Calzada de Antin! ¡Oh!
aquí abundan los recuerdos, y ¡qué recuerdos!... Aquellos que deben, oh
paseantes del bulevar, removerles hasta las médulas, estremecer sus carnes de
refinados, encender todavía en sus miradas unos resplandores de deseo por las
voluptuosas antigüedades.
Antaño, bajo la Regencia, allí había un
pantano, y el pueblo de Porcherons, y la granja de la Grange Batelière
Un pequeño sendero sombrío, el camino de la
Grande-Pinte, atravesaba ese lugar y, naciendo en la puerta de Gaillon,
desembocaba en la aldea de Clichy. Sí, hace apenas un siglo y medio, el barrio
más rico y el más bullicioso de París, no era todavía más que un campo
lleno de casuchas silenciosas durante el día, y que, por la noche, se llenaban
de risas, de besos, de tumulto, mezclándose con los ruidos de las botellas
rotas y de los tintineos de las espadas.
Era el dominio del amor, el campo de la
galantería. Ellas vinieron allí todas, las bellas y encantadoras mujeres con
las que soñamos aún, la Sra. de Coeuvres, la condesa de Olonne, la mariscala
de la Ferté; y cuando un carruaje entraba a galope bajo la puerta de un
palacete herméticamente cerrado, se trataba del regente de Francia que iba a
cenar, esa noche allí, entre la Sra. de Tencin y la duquesa de Phalaris, con el
duque de Brissac y el marqués de Cossé.
Más lejos, sobre el puento de Arcans se batían,
¡vive Dios!, cada día; y la bella Sra. de Lionne y la hermosa Louison de
Arquin miraban la disputa a hierro de sus amantes, el conde de Fiesque y el Sr.
de Tallard.
Mas tarde, la Guimard tuvo aquí su palacio; y la
Duthé, a quién un rey quiso confiar la educación mundana de su hijo; y la
Dervieux, que tanto amó.
Bajo el mismo techo, una tras otra, durmieron la
Sra. Récamier y la encantadora condesa Lehon. Pues este es el país de la
belleza, del espíritu y la gracia.
Mesmer pasó por aquí; Cagliostro comenzó ahí
su gloria; en esta calle nació Mirabeau.
La historia de la calzada de Antin necesitaría
diez años de trabajo; luego, cuando ésta sea escrita, no se atrevan a tomarla
entre sus manos, señoras. Y por consiguiente...por tanto...¡si ustedes
pudiesen seguir el ejemplo, y recomenzar para nosotros esta época única de
adorable y espiritual galantería, de amor robado y bien nacido, de encantadores
besos tan pronto dados como tan pronto olvidados!
Pero he aquí la calle Laffitte.
Ocurrió en un gran salón, severo y rico, el 18
de julio de 1830. Unos políticos deliberaban bajo la presidencia del banquero
Laffitte. La suerte de Francia era indecisa. Un hombre apareció, se unió a
ellos, y todos se levantaron, comprendiendo que la causa de la legitimidad
estaba perdida para siempre, pues el recién llegado se llamaba Sr. de
Talleyrand, y aquél no se equivocaba nunca. Un parlamentario le siguió,
trayendo el nombre de Charles X. Se le respondió que era demasiado tarde.
Y al día siguiente, en ese mismo salón, el Sr.
Thiers escribía una proclamación orleanista.
Percibo allá abajo el pabellón de Hanovre. ¿De
dónde procede ese nombre? De una ironía popular. El duque de Richelieu lo hizo
construir con el dinero de las rapiñas que llevó a cabo durante la guerra de
Hanovre, y el pueblo parisino clavó ese nombre como un estigma sobre la puerta
del suntuoso palacete.
Luego, tenemos la casa de Mile Lenormand. A la
vuelta de la calle de los Toumelles, está aún la casa de Ninon de Lenclos, de
Ninon la siempre joven, la siempre bella, de Ninon que ha inspirado a su propio
hijo una pasión horrible de la que murió; de Ninon, la adorable muchacha que,
presentada al genio de un jovencito desconocido, ¡le dejaba su biblioteca! Y
ese joven se llamaba Arouet de Voltaire.
¡Oh ministros de bellas artes¡, ¡oh, ministros de instrucción popular!
¿quién de ustedes ha hecho tanto?
Caminamos rápido, pues el tiempo nos apremia.
Pero, en la calle Saint-Martin, las tres viejas historias comienzan.
Fue en 1386. Dos caballeros normandos, cubiertos de hierro, están cara a cara
en un campo cerrado; pues, para terminar su disputa, el rey Charles VI decidió
traerlos al juicio de Dios.
Jacques Legris está acusado de haber violado a la mujer de Jean de Carouge, y
él lo niega. Se baten, mucho tiempo, mucho tiempo: al final Jacques Legris
está vencido, él lo niega todavía. Su rival lo tiene doblegado bajo su
rodilla; él sigue negando. El rey, entonces, lo hace prender. A la hora de la
muerte, ¡ no confiesa!... Y, algunos meses más tarde es demostrada su
inocencia.
Justicia de Dios o justicia de los hombres, la justicia es siempre la misma.
Bulevar del Temple, había allí una pequeña casa que ya no existe. Pertenecía
al obrero Boulle.
Una historia de amor todavía. El gran rey, queriendo ofrecer a su amada, Srta.
de Fontange, un mobiliario verdaderamente real, convoco a todos los artesanos de
Francia a un concurso del que André Boulle salió vencedor. La crónica
escandalosa añade que tras haber amueblado el palacete de la favorita con esos
maravillosos objetos, que creó con su genio ayudado de su amor, colgó los
pantalones en la barba del rey Sol.
Saludamos, al pasar, la casa de de Beaumarchais, del que todo el mundo conoce su
historia, y nos detenemos, para respirar, ante la columna de Julio, en la plaza
de la Bastilla.
Y he aquí, en algunas palabras, la biografía del bulevar, tal como se la
encuentra, con un poco de paciencia, en muchos autores antiguos y modernos.
9 de noviembre de 1880
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre