MEDITACIÓN DE UN BURGUÉS
( Méditation d'un bourgeois )
Publicado en Le Gaulois, el 31 de enero de 1883

      El Sr. Pomarel acaba de leer sus periódicos. Se levanta y camina con agitación, hablando en voz alta.
      - ¡ Tontería, exageración, ignorancia ! Nada le falta a la situación. ¡ Nadie lo ignora excepto los diputados ! Y todo el mundo se lo dice; y ellos son tan idiotas que se imaginan que se les hacen cumplidos. En cuanto a mí, no comprendo nada; y no estoy solo. Quisiera sin embargo hacerme una idea aproximadamente nítida acerca de las causas de este estado.
      ¡ La República ! ¡ Ah ! que fe tenía en esta palabra; y como gritaba de buen corazón: « ¡ Viva la República ! » Entonces olvidaba que sin los hombres, la palabra no significa nada.
      « En República, usted tendrá la paz, la tranquilidad, el bienestar, el trabajo, el sueño apacible y el espíritu tranquilo », se decía. De eso iba más o menos, sin embargo; pues he aquí que esos pordioseros de diputados confunden todo, giran las cabezas, turban al país, convierten en monárquicos a los más sentidos republicanos como yo, y revolucionarios a los hombres más pacíficos. ¡ Incompetentes !
      ¿ Y por qué ?  Porque el príncipe Jérôme Bonaparte ha emitido un pequeño manifiesto que todo el mundo había tomado al principio por una broma.
      Pero el Sr. conde de Chambord ya había hecho unos manifiestos que no han sorprendido a nadie.
      ¿ Entonces por qué esa gresca ?
      La República apasionada expulsa a los príncipes a los qué ha confiado anteriormente los mayores mandos militares del país.
      Ella les ha devuelto sus bienes, antaño confiscados. Ella los ha acogido como unos hijos de Francia, fieles y de buena fe.
      Hoy los caza. Sin ninguna razón. Sin ningún pretexto.
      ¿ Por qué este cambio, este miedo, este trastorno, esta debilidad, estas precauciones, este pánico ?
      Resulta que el Sr. Gambetta ha muerto.
      ¿ Quién era el Sr. Gambetta ? ¿ Un gran orador ? ¿ Un gran guerrero ? ¿ Un gran político ? ¿ o únicamente una gran figura íntegra alrededor de la que podían agruparse todas las personas honradas ?
      Pues no. ¡ Un simple arrojador de polvo a los ojos ! Un tribuno cuyo poder permanece inexplicable.
      Ha encantado a las multitudes, gobernado Francia y dirigido los Parlamentos con una elocuencia del peor gusto. Sus enfáticas proclamas, durante la guerra de 1870, quedaron como modelos de elocuencia grotesca; y el mejor de sus discursos no puede ser releído sin que uno se quede asustado ante lo incorrecto de las frases, el abotargamiento de las palabras, la banalidad de las ideas, el vacío general del conjunto. Únicamente sabía hacer vibrar a los más comunes.
      Ha encontrado, es cierto, algunas fórmulas caracterizando las situaciones de un modo maravillosamente preciso. " Someterse o dimitir " permanecerá como una frase histórica. Pero eso será todo.
      Ha fracasado en todos sus proyectos; ha caído cada vez que ha querido subir; todas sus esperanzas han sido abortadas. Su política era cuestionada, incluso por los miembros de su partido. Se preguntaba, en los últimos tiempos, si era alguien y si sería alguna vez algo.
      Muchos lo consideraban como gastado, acabado, a reformar.
      Ha muerto. Y bruscamente su influencia reaparece tan preponderante que, una vez desaparecido, parece que Francia haya perdido su muleta. Unas personas se ponen a gritar « ¡ Gambetta ha mueto ! ¡ Viva el emperador ! »
      Se buscan sus grandes acciones, no se encuentran más que fracasos; se buscan sus grandes méritos, no se encuentran más que grandes frases.
      Y sin embargo fue una cosa: un encantador de multitudes.
      Quizás tenía simplemente ese misterioso poder de dominación que ciertos seres han poseído, esta influencia sobre los hombres, esta facultad de liderar y de ser obedecido, amado, seguido sin resistencia: ese don de fascinación atribuido a los profetas, a los valientes y a los conquistadores, esos asesinos. Hoffmann, en uno de sus cuentos, habla de un ser deforme a quién una hada otorga la facultad sobrenatural de parecer siempre lo que él no era. El Sr. Gambetta era tal vez un protegido de esta hada, uno de esos privilegiados.
      Su muerte nos ha dado una prueba. Fue piadosa y casi risible. Y nadie sin embargo tuvo la intención o la idea de reírse. ¿ Por qué ? Incluso sus enemigos se han callado. Si un rey se  hubiese muerto de este modo, se la habría satirizado al día siguiente.
      Una herida ridícula en una batalla galante, se dice. Perdió el conocimiento de emoción. Diez médicos alarmados acudieron, lo cuidaron como a un enfermo de Molière. Pero, en esta asamblea de doctores, faltaba el Sr. Purgon, que huyó preocupado del estado interior.
      Con palabras dignas del antiguo vocabulario cómico, los hombres de ciencia enseguida han explicado como un constipado mal curado, habiendo derivado en una infección, produjo una lesión que determinó la muerte.
      Eso es al menos lo que se ha comprendido bajo el cúmulo de términos barrocos con los que nos aturdieron los sabios. « Demasiadas expresiones técnicas e insuficiente aceite de ricino », parece el resumen de la situación.
      Luego se nos ha hablado de un mal innombrable que trabajaba desde hacía tiempo en ese cuerpo cansado. Se nos ha descrito tan explícitamente la espantosa descomposición de ese cadáver que una peste parecía cubrir Francia. Sorprendía, el día de la comitiva fúnebre, de no ver cloro en las esquinas de las calles, y ácido fénico en los arroyos.
      Y sin embargo no se ha encontrado a ningún adversario para servirse de esta enfermedad calificada vergonzosa, para lanzar unas insinuaciones y unos pérfidos ataques.
      Su prestigio lo siguió después de la muerte; un gran respeto lo rodea; sus funerales fueron magníficos. Y el país entero tuvo la profunda sensación de que un gran hombre acababa de desaparecer.

      Desde luego un gran hombre acababa de desaparecer, grande, porque se había acostumbrado a ver un líder en él.
      Era, en el espíritu de todos, el jefe de la República; era el jefe oculto de la Cámara. Y, la prueba es que, una vez que se fue, la Cámara se volvió loca, agitada de terrores infantiles, aterrorizada por fantasmas. Hace falta en esta nación un ídolo y un líder. Tanto peor para ella; es así. La asamblea que representa el país, habiendo perdido a su líder, ha perdido la cabeza.
       Cuando el ilustre antecesor del Sr. Gambetta, enorme y malsano como él, la piel verdosa por los baños de mercurio, Mirabeau-Tonneau, murió, el rostro y el espíritu serenos, inquieto únicamente por los acontecimientos que no podría ya detener;  cuando hubo pedido, dominando sus atroces dolores, que se echase sobre su cama perfumes y flores para desvanecerse en un sueño, y cuando hubo bebido la copa que él creía  que contenía opio, y cuando hubo cerrado los ojos para siempre, el rey sintió que había perdido al único hombre capaz de salvar la monarquía, y un pánico se apoderó de la Corte.
      Hoy, tras la muerte de este otro poderoso tribuno, son los republicanos quiénes parecen ateridos de miedo, quiénes se alarman, y se dirigen listas de proscripción, parapetándose como si los reyes fuesen, a su vez, a cazarlos.

      Se dirigen listas de proscripción. Se comienza por los príncipes, pero se acaba por los burgueses que creían en la libertad.
He aquí el peligro, para nosotros, para mí.
       Y yo reía, sí, reía, imbécil, cuando se me contaban las visitas del Sr. Estancelin al castillo de Eu.
     Cada vez, se dice, que él entraba en esa habitación principesca, pasaba una especie de visita de comisario-inspector, se detenía, inquieto, ante los muebles nuevos, encogía los hombres ante las recientes instalaciones, los cambios, los embellecimientos del dominio, y, con un tono afligido: « ¡ Aun más gastos, aún más compras, más figurillas, más tapicerías, todavía más locuras ! Cuando os decidiréis a vender todo esto, todo, y a no tener aquí más que sacos de viaje, ninguna otra cosa, creedme ! En vuestra situación, no compréis más que eso, id por todas partes. »
       Y los príncipes se divertían con esa bobada, y las princesas la encontraban deliciosa.
      ¿ Qué dicen hoy ?
      Entonces se quiere exiliar a los príncipes. Pero esto demuestra que se tiene un gran miedo; y, si se tiene un gran miedo, deduzco que la República, cuyo principio fundamental es la libertad, se siente muy débil.
      Pero si la República se siente muy débil...

      El Sr. de Pomarel se detiene, reflexiona, luego se dirige hacia su escritorio.
      Toma un paquete de tarjetas de visita « Pomarel, comerciante », luego un paquete de sobres; introduce las unas en los otros y se pone, con su mejor caligrafía, a escribir unos nombres.
      Estos son
      « Monseñor conde de París.
      « Monseñor el príncipe de Joinville.
      « Monseñor duque de Aumale, etc. »
       Y cuando  agota sus sobres, los cierra murmurando:
      - Es inútil que el correo vea mi nombre. Pero los príncipes tal vez lo retengan y se acordarán... un día...
      Hay muchos Pomarels en Francia.

31 de enero de 1883
Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre