NOTAS DE UN DEMOLEDOR
( Notes d'un démolisseur )
Publicado en el Gil Blas, el 17 de
mayo de 1882
¡ Oh, embadurnadores, iluminadores, amasadores de
pinceladas, fabricantes de naderías en color, pintores ! ¿ cuando nos
libraremos de vuestros concursos de imágenes ? ¡ Que ruido hacéis, que
turbulencias tenéis, que mediocres sois en general, gracias al Salón,
estimulando vuestros esfuerzos para agradar a los tontos que compran, a los
ministros ignorantes que condecoran, y a los poderosos jurados que conceden
medallas !
La medalla es la meta, vosotros os convertís en
muchachitos para tenerla; y os rodeáis de pequeños individuos, con muy poco
talento, para ir sobre los paneles de los salones de los pequeños burgueses que
tienen la bolsa. ¡ Después de lo que, os hacéis construir pequeños palacetes
con grandes talleres donde os debéis a vuestro pequeño mercado, pequeños
artistas !
Muchos de vosotros tienen talento, sin embargo,
muy pocos se atreven a mostrarlo abiertamente; es necesario vender la pacotilla.
¿ El Sr. Harpignies, el Sr. Manet, el Sr. Puvis de Chavannes, el Sr. Gustave
Moreau han pensado alguna vez en la medalla y en la venta ?
¡ Oh ! ¿ quién nos liberará del Salón,
cantinela anual, anulador de personalidades, gran bazar donde trafica la
judería del arte ?
Sin ese concurso, sin esas condecoraciones, ¡
cuantos pintores a partir de ahora se revelarían personales y libres, sin duda
! La necesidad de medalla, de ser condecorados, los
atenaza y los comprime.
Se pedirá más Salón. ¿ Sino como los
aficionados conocerían los cuadros ?
¿ Por qué no podría estar abierta una
exposición, de principio a fin de año, donde cada uno iría cuando gustase,
donde cada pintor podría exponer todo lo que hace, variar sus envíos,
revelarse verdaderamente, mediante estudios originales y sinceros, mediante
todas las manifestaciones libres de su pincel, sin tener, como hoy, esos
concursos ante los que desfila el público ? ¿ Por qué esos premios ? ¿ Acaso
sois escolares ? Eliminad las medallas y saldrán a la luz los verdaderos
artistas. La exposición permanente pondría bajo los ojos de la multitud todas
vuestras obras, una tras otra, del mismo modo que las vitrinas de las librerías
están repletas de libros todo el año.
¡ Y sin embargo, sois más investigadores, más
auténticos, más innovadores que vuestros hermanos escultores !
Modelo eterno e insípido de lo Bello, perfecta
Venus, llamada del Milo, ¿ qué valiente romperá tus célebres riñones que
inspiran desde hace tanto tiempo todos los golpes en el pálido mármol, como si
el Arte no debiese renovarse sin cesar, transformarse, morir en cada época y
renacer diferente, cambiar siempre sus formas y sus medios ? Tu serena y
plástica belleza me asquea, inmutable y fría inspiradora de piedra. Fue algún
rebelde, sin duda, quién te rompió los brazos, algún rebelde, harto como yo
de tu gesto gracioso y frío siempre copiado por los artistas, siempre admirado,
siempre el mismo.
Fuiste sublime, sin duda, pero ya no eres la
mujer de hoy, de igual modo que el mármol rígido no es la materia que desean
nuestros ojos ávidos de color, de movimiento y de vida.
Romped los mármoles, los moldes y las antiguas
admiraciones. Buscad, imaginad, encontrad. Manipulad la madera, petrificad la
tierra, modelad la cera !
Quien sabe, un museo nuevo tal vez abrirá el
camino, revelará procedimientos desconocidos, pondrá en marcha rasgos nuevos.
Y el color aliándose con la forma, veremos quizás pronto estatuas pintadas. ¿
No sería natural dar a la vida artificial unos matices a los seres modelados
como hombres ?
Y si todavía puedo pedir un deseo, es el de no
tener que leer mas cada mañana el rosario de artículos retrasados que los salonistas
rumiantes van a desparramar obstinadamente, con una enojosa competencia,
hasta enero del año próximo.
Y usted, Jean Richepin, mi valiente y querido
colega, deje de lamentar que se condecoren a tan pocos hombres de letras y a
tantos pintores. Tanto mejor para los unos y tanto peor para lo otros.
¿ Qué es lo que pasa ? Un caballero cualquiera,
con frecuencia abogado, es nombrado de pronto ministro de las artes. ¿ Qué es
lo que ha leído ? Cicerón en el colegio, y, luego, las hojas del periódico
respecto de sus opiniones. No sabe nada, y se mofa además. Ahora bien, leer es
pesado; y para darse un baño de esas artes del que él es ministro, va a
contemplar cuadros. Naturalmente cae rendido ante la pintura del Sr. Vibert al
que juzga el maestro de los maestros; y como tiene en su bolsillo un
montón de pequeñas cintas rojas, da una a ese pintor que todos los jóvenes a
partir de ese momento van a tratar de imitar.
En cuanto al Sr. Zola, al que no conoce, se le ha
dicho que es un pornógrafo. ¿ Cómo va a poder condecorar a un pornógrafo ?
En cuanto al Sr. Barbey d'Aurevilly, al que no
conoce por adelantado, se le ha dicho que es un reaccionario. ¿ Puede acaso
condecorar a un reaccionario ? Desde luego que no; se le llamaría la atención.
Pero, dirán ustedes, ¿ si no conoce nada de
artes, ese ministro de las artes, porque no pide consejos ? - ¿ A quién ?... -
A sus jefes de negociado. Es lo que hace. Pero ¿ cree usted que se preocupan de
las artes, y que conocen a fondo las artes, esos jefes de negociado de las
bellas artes ?
Su avance los inquieta de uno u otro modo. Ellos
designan al Sr. Manuel como poeta, y al Sr. Cherbuliez como novelista.
No saben de artes ni más ni menos que los
demás.
Pues nosotros sabemos ( si nuestros ministros lo
ignoran ) qué gran poeta es Théodore de Banville, qué poderoso creador es
Zola, qué artista es Barbey d'Aurevilly, el más desconocido de los escritores.
Sabemos que maravillas encierran Le Chevalier
Des Touches, Une Vieille Maîtresse, L'Ensorcelée, y lo que
vale ese libro extraño, enorme y perseguido: Les Diaboliques, donde se
encuentra esa obra maestra, Le Rideau cramoisi.
Y esto es mejor así, colega. ¡ Tenemos el
derecho de reírnos viendo pasar a esos ministros !
El Sr. Wolff decía últimamente, a propósito de
un capítulo de Pot-Bouille : « Una madre. No es una vaca que pone
debajo su ternero, aunque lo piense el Sr. Zola; es una criatura llena de
ternura por el hijo que le causa tan crueles sufrimientos y que, a la hora
decisiva, si hubiese que elegir, pediría que se le arrebatase su vida para
salvaguardar la de su hijo. Nunca se verá esto en una simple vaca. Ésta da
algo vivo al mundo que el carnicero le arrebata al cabo de ocho días, después
de lo que el animal continua a pastar la hierba de las praderas. Para el animal
todo ha acabado cuando ha cumplido el acto...», etc.
Los animales calumniados de este modo tienen
necesidad de un defensor. Yo seré su abogado.
Abramos entonces las páginas de la Maison
rustique, la obra más competente en estas materias y en la que han
colaborado ilustres sabios.
Allí está expresamente recomendado a los
ganaderos que vigilen que la vaca no vea nunca al carnicero quitarle a su
ternero, pues el instinto maternal está tan desarrollado en ella, que adivina
lo que se quiere hacer, y, muy a menudo, se deja morir de pena.
Pasemos a otros animales.
Los perros y los gatos aman tan violentamente a
sus retoños que si se destruyen las camadas enteras, rechazan la mayoría del
tiempo la comida y mueren de desesperación.
He visto los dos hechos siguientes:
Una perra que había parido en una partida de
caza a seis leguas de su casa, fue dejada por su amo con el guarda, con dos
pequeños, para no fatigarla en tan larga ruta.
Al día siguiente se la encontró en su caseta
con sus dos perritos. Había hecho dos viajes, ida y vuelta, para llevarlos a
su casa, uno tras otro: o sea veinticuatro leguas durante la noche.
En otra ocasión, en la que se habían enterrado
a todos los descendientes, lejos del domicilio, en un bosque, desapareció de
repente. Tres días después se la encontró muerta junto a sus pequeños a los
que había desenterrado.
La mayoría de los pájaros se dejan matar
inmediatamente después de quitarles su nido.
Se pretende que los conejos comen a sus
pequeños. Reabramos la Maison rustique, y sabremos que la coneja no
destruye jamás su camada cuando se le deja un rincón para ocultarla. Un
agujero, una simple tabla, bastan. Es entonces el exceso de amor maternal quién
las lleva a cometer ese crimen. Como los antiguos romanos, ellas
prefieren mejor ver a sus hijos muertos que esclavos. No buscan más que
sustraerlos a las miradas del hombre.
Regresemos a la humanidad.
Abramos los periódicos.
Todos los días infanticidios, todos los
días pequeños seres encontrados en las esquinas de las aceras, en el fondo de
los ríos, a lo largo de las fosas, en las alcantarillas y en esos depósitos
subterráneos que secan los bomberos nocturnos a los que no me atrevo a nombrar
por temor a ser tratado de naturalista. Y los jueces afirman con razón que no
se descubren más que dos de esos crímenes sobre diez cometidos. Ahora bien,
una ley terrible los castiga. Suprimid esa ley y dejad a la mujer liberada
únicamente al amor maternal y usted tendrá pronto tal masacre de recién
nacidos que la humanidad desaparecería.
Además, la necesidad de una legislación tan
rigurosa prueba sobradamente la frecuencia de tan atroz crimen.
Realmente, creo que es inútil insistir para
demostrar que el instinto maternal es sensiblemente más vivo en el animal que
en la mujer, y que el infanticidio aparece infinitamente más frecuentemente en
ésta que en aquél.
He aquí lo que acabo de leer en unas memorias
que datan del fin del siglo pasado.
« ¿ Es posible que tantos sabios, pensadores,
filósofos hayan en vano vivido, meditado y demostrado grandes verdades ?
« El hombre ciego no ve, no escucha, no
comprende. Hoy cuando la razón se nos aclara, se ven todavía salvajes bastante
desconocedores de las leyes de la filosofía dirimiendo sus disputas con sangre.
« Se ve el celo fanático de la religión
excitar a los hermanos a matarse entre sí.
« Se ven hombres bastante crueles todavía
provocando el odio y la discordia. »
Ahora bien, en este buen año 1881-1882, hemos
asistidos a casi doscientos duelos, provocados la mayoría de las veces, no por
brutalidades o antiguas e invencibles rivalidades, sino por simples polémicas,
es decir por divergencias de opinión.
Hemos asistidos a masacres religiosas tan
terribles como la de Saint-Barthélemy.
Y, en pleno púlpito de Notre Dame, se han
atrevido, sin que ningún asistente se levantara para protestar, ¡ a hacer
apología de la Inquisición !
¡ Va bien, el progreso, va bien !
Me permito finalmente señalar a los dignos
legisladores que en este momento se ocupan de salvar la moral y preparar la ley
vengadora de las costumbres, destinada a aniquilar a los impúdicos escritores,
la sabia obra de Molmenti, sobre la vida privada en Venecia, e incluso, si
quieren remontarse a las fuentes, les citaré a Galliccioli.
Sabrán allí que en esa encantadora ciudad de
los artes y de la inteligencia, Venecia, se llevaba el escrúpulo mucho
menos lejos que en Paris en 1882.
Pues, en 1458, la autoridad, observando que la
galantería disminuía, que las mujeres eran abandonadas por otros placeres,
considerando que el amor era un deber, una necesidad e incluso una obligación
para los ciudadanos, buscó los medios de reavivar los ardores de ese pueblo ya
hastiado.
( Considerad también, señores legisladores, que
las mujeres, hoy como entonces, están muy abandonadas, que los concursos
hípicos, las timbas y casinos, y mil otras ocupaciones peligrosas alejan a los
hombres de la galantería.)
Entonces, las autoridades venecianas invitaron a
las damas a escotarse en la calle, lo más abajo posible, a mostrar sus brazos y
sus pechos completamente.
Este medio, aunque enérgico, no bastó. ¡¡¡
Entonces los legisladores ordenaron a las prostitutas a mostrar por sus ventanas
sus piernas desnudas ante los paseantes !!!
¡ Oh entonces!
Veamos, señores senadores, señores diputados,
¿ seréis menos liberales que vuestros grandes predecesores ?
Veamos, veamos, ¡ introducid en nosotros esta
antigua y seductora costumbre !
¡ Pero no lo haréis, Tartufos !
17
de mayo de 1882
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre