NOVELAS
( Romans )
Publicado en el Gil Blas, el 26 de abril de 1882

      En la cabecera de su nuevo volumen titulado Quatre Petit Romans, nuestro colega Jean Richepin ha escrito un interesante prólogo, que los lectores del Gil Blas ya conocen.
      Este prólogo es una especie de análisis del libro, análisis hecho bajo un agradable tono de obligado a convencer.
      Encierra muchas cosas justas a mi parecer; pero contiene también la siguiente frase: « La bonita malicia de inventariarme un apartamento con la minuciosidad de un alguacil. El poderoso esfuerzo de advertir como el Sr. Chose tiene la nariz torcida, como la Sra. Machin tiene la nuca girada, como unas personas cualesquiera gesticulan, escupen, comen, y se dedican a todas su funciones ordinarias !» 
      Pues bien, esa frase me inquieta. Contiene en resumen todas las críticas, dirigidas a las escuelas llamadas realistas, naturalistas, etc., que se pueden, creo, considerar en bloque bajo esta denominación: « Escuelas de lo verosímil.»
      ¡ Oh ! no niego que no se haya abusado a menudo de la descripción a ultranza; no cuestiono que no se haya hecho con frecuencia lo principal de lo accesorio; no pongo en duda que la psicología sea la cosa esencial de las novelas vivas, pero creo que suprimir de esas obras la descripción, sería suprimir la indispensable puesta en escena, destruir la verosimilitud palpable, quitar todo el relieve a los personajes, arrancarles su fisonomía característica, y descuidar voluntariamente el darles el famoso golpe de toque artístico. Eso sería, en una palabra, suprimir todo el trabajo del artista para no dejar  más que aflorar la tarea del psicólogo.
      En toda novela de gran valor existe una cosa misteriosamente poderosa: la atmósfera especial, indispensable en ese libro. Crear la atmósfera de una novela, hacer sentir el medio donde actuarán los seres, es hacer posible la vida del libro. He aquí a lo que debe limitarse el arte descriptivo; pero sin eso nada vale.
     Vea con que cuidado Dickens sabe indicar los lugares donde se desarrolla la acción. Y hace más que indicarlos, los muestra, los hace familiares, convirtiéndolos de ese modo en más auténticos, incluso necesarios para la peripecias del drama que, presentado en otro entorno, perdería su relieve y emoción.
      Cuando nos presenta un personaje, lo describe hasta en sus tics, en las menores costumbres de su cuerpo, en sus movimientos ordinarios; e insiste y se repite.
      He citado a Dickens, porque hoy es un maestro indiscutible, que no es francés, y que ese novelista ha llevado tan lejos como es posible el arte de dar una vida exterior a sus figuras, hacerlas tangibles como seres encontrados, llevando hasta la exageración esa necesidad del detalle físico.
      La parte psicológica de la novela, que es seguramente la más importante, no aparece pujante más que gracias a la parte descriptiva. El drama íntimo de un alma no me encogerá el corazón si no veo bien claramente la figura tras la cual esa alma se oculta.
      Parece que se podrían clasificar las novelas en dos categorías bien distintas: aquellas que son claras y aquellas que son vagas. Las primeras son las novelas bien puestas en escena, las segundas las novelas explicadas simplemente por la psicología. Algún extremo que sea el merito de estas últimas, siempre queda confuso para mí, y pesado, haciéndomelas indigestas e indistintas. Ellas tienen su ejemplo en las notables obras psicológicas de Stendahl cuyo valor no aparece más que por la reflexión, cuyas cualidades parecen ocultas en lugar de saltar a los ojos, de ser luminosas, coloreadas, puestas en su lugar por la mano de un artista.
     
Los interiores de los personajes tienen necesidad de ser comentados por sus gestos.
      ¿ Acaso los hechos no son las traducciones inmediatas de los sentimientos y las voluntades ? ¿ Explicar el alma por la lógica inflexible de las acciones, no es más difícil que decir: - El Sr. X...pensaba esto, luego esto, hacía esta reflexión, luego esta otra, etc., etc. ? ¿ Describir el medio donde se desarrollará la aventura, de un modo tan claro que esa aventura suceda allí como en su ambiente natural; mostrar los personajes tan poderosamente que todos sus bajezas sean adivinadas nada más verlos; hacerles actuar de tal modo que se desvelen al lector, únicamente por los actos, no sería eso hacer verdadera novela, en la estricta y, al mismo tiempo, más grande acepción del término ?
      Voy más allá. Considero que el novelista no tiene nunca el derecho de calificar a un personaje, de determinar su carácter mediante razones explicativas. Debe mostrármelo tal cual es y no decírmelo. Yo no tengo necesidad de detalles psicológicos. Yo quiero hechos, nada más que hechos, y llegaré a las conclusiones totalmente solo.
      Cuando se me dice: « Raoul era un miserable », no me emociono, pero me estremezco si veo a ese Raoul comportarse como un miserable.
      En el novelista, la filosofía debe estar velada.
      El novelista no debe quejarse, ni chismorrear, ni explicar. Solo los hechos y los personajes deben hablar. Y el novelista no debe concluir; eso solo pertenece al lector.
      Esta cuestión de arte, muy confusa en muchos espíritus, daría tal vez la explicación de los odios literarios. Hay personas que no pueden comprender que se les diga: « La pobre mujer era muy desgraciada », aquellos no penetrarán nunca en los grandes artistas cuyo misterioso poderío es del todo intencional, y sobrio en comentarios.
      La obra lleva su indeleble marca por su materia y contextura; pero nunca se ve surgir su opinión, ni sus deseos profundos de explicarse mediante razonamientos. Y cuando describen, se diría que los hechos, los objetos, los paisajes se elevan, hablan, y se cuentan a ellos mismo; pues hace falta una genial y total original impersonalidad para ser un novelista auténticamente personal y grande.

      Dejemos esta cuestión que necesitaría para ella sola un volumen de argumentos. Me he dejado llevar por una frase en lugar de hablar únicamente, como pretendía, del muy notable volumen de Jean Richepin. El primer relato, Soeur Doctrouvé, es la simple y poderosa historia de una pobre joven de noble familia que se sacrifica a su nombre, deja a su hermano su parte de la herencia, y entra en el claustro a la hora del primer estremecimiento de los sentidos. Hecha para el amor,  se convierte pronto en una especie de mística, de exaltada voluntaria, salvajemente religiosa; pero he aquí que se entera de pronto de la boda de ese querido hermano con la hija, dos veces millonaria, de un banquero judío; y todo se rompe en ella, todo, hasta su creencia en Dios; y muere desesperada, victima de su heroico e inútil sacrificio. Sobria y poderosa, esta novela da frío al corazón en su desnuda verdad.
      El segundo relato, M. Destremeaux, es la curiosa historia de un pobre payaso enriquecido que se enamora de una muchacha, y, arruinado de repente en la víspera de la boda, se aleja solicitando tres años para rehacer su fortuna perdida.
      Sale adelante. Pero, cegado por el amor, no había revelado al padre de su prometida la humillante profesión de donde venía su dinero.
      Entonces, en el momento de apoderarse de la felicidad prometida, se confiesa en una larga y muy hermosa carta, llena de orgullo y de humildad, pero la familia indignada le rechaza.
      Luego, una noche, como la muchacha, ahora casada, asistía a los espectáculos circenses, lo reconoce en el momento en el que él va a ejecutar un salto vertiginoso. Ella da un grito; él la ve, arroja un beso hacia ella y, lanzándose al vacío, acaba rompiéndose la cabeza a sus pies.
      Me gusta menos el tercer cuento: Une Histoire de l'Autre Monde. Pero, tengo ese defecto, pues debe ser un defecto el rebelarme contra las extraordinarias aventuras que solo me dejan el mayor asombro que se haya podido imaginar de las cosas tan inverosímiles.
      El volumen se termina por una notable novela histórica, que es verdadera en el fondo, aunque sorprendente, pues los personajes se llaman los Borgia.
      Es el relato de los inicios del famoso César Borgia, ese hijo de papa que, amante de su hermana Lucrecia, fue el rival de su padre, y el asesino de su hermano,,, y otras cosas aún.
      Esta espantosa historia, contada con un tono tranquilo de historiador y de novelista que mira con interés a esos seres singulares, toma una intensidad natural en los mismos hechos. Y es allí, en mi humilde opinión, donde se da el más excelente fragmento del nuevo libro de Jean Richepin.

26 de abril de 1882 
Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant

Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre