En la cabecera de su nuevo volumen titulado Quatre Petit Romans, nuestro
colega Jean Richepin ha escrito un interesante prólogo, que los lectores del Gil
Blas ya conocen.
Este prólogo es una especie de análisis del
libro, análisis hecho bajo un agradable tono de obligado a convencer.
Encierra muchas cosas justas a mi parecer; pero
contiene también la siguiente frase: « La bonita malicia de inventariarme un
apartamento con la minuciosidad de un alguacil. El poderoso esfuerzo de advertir
como el Sr. Chose tiene la nariz torcida, como la Sra. Machin tiene la nuca
girada, como unas personas cualesquiera gesticulan, escupen, comen, y se dedican
a todas su funciones ordinarias !»
Pues bien, esa frase me inquieta. Contiene en
resumen todas las críticas, dirigidas a las escuelas llamadas realistas,
naturalistas, etc., que se pueden, creo, considerar en bloque bajo esta
denominación: « Escuelas de lo verosímil.»
¡ Oh ! no niego que no se haya abusado a menudo
de la descripción a ultranza; no cuestiono que no se haya hecho con frecuencia
lo principal de lo accesorio; no pongo en duda que la psicología sea la cosa
esencial de las novelas vivas, pero creo que suprimir de esas obras la
descripción, sería suprimir la indispensable puesta en escena, destruir la
verosimilitud palpable, quitar todo el relieve a los personajes, arrancarles su
fisonomía característica, y descuidar voluntariamente el darles el famoso
golpe de toque artístico. Eso sería, en una palabra, suprimir todo el trabajo
del artista para no dejar más que aflorar la tarea del psicólogo.
En toda novela de gran valor existe una cosa
misteriosamente poderosa: la atmósfera especial, indispensable en ese libro.
Crear la atmósfera de una novela, hacer sentir el medio donde actuarán los
seres, es hacer posible la vida del libro. He aquí a lo que debe limitarse el
arte descriptivo; pero sin eso nada vale.
Vea con que cuidado Dickens sabe indicar los lugares
donde se desarrolla la acción. Y hace más que indicarlos, los muestra, los
hace familiares, convirtiéndolos de ese modo en más auténticos, incluso
necesarios para la peripecias del drama que, presentado en otro entorno,
perdería su relieve y emoción.
Cuando nos presenta un personaje, lo describe
hasta en sus tics, en las menores costumbres de su cuerpo, en sus movimientos
ordinarios; e insiste y se repite.
He citado a Dickens, porque hoy es un maestro
indiscutible, que no es francés, y que ese novelista ha llevado tan lejos como
es posible el arte de dar una vida exterior a sus figuras, hacerlas tangibles
como seres encontrados, llevando hasta la exageración esa necesidad del detalle
físico.
La parte psicológica de la novela, que es
seguramente la más importante, no aparece pujante más que gracias a la parte
descriptiva. El drama íntimo de un alma no me encogerá el corazón si no veo
bien claramente la figura tras la cual esa alma se oculta.
Parece que se podrían clasificar las novelas en
dos categorías bien distintas: aquellas que son claras y aquellas que son
vagas. Las primeras son las novelas bien puestas en escena, las segundas las
novelas explicadas simplemente por la psicología. Algún extremo que sea el
merito de estas últimas, siempre queda confuso para mí, y pesado,
haciéndomelas indigestas e indistintas. Ellas tienen su ejemplo en las notables
obras psicológicas de Stendahl cuyo valor no aparece más que por la
reflexión, cuyas cualidades parecen ocultas en lugar de saltar a los ojos, de
ser luminosas, coloreadas, puestas en su lugar por la mano de un artista.
Los interiores de los personajes tienen
necesidad de ser comentados por sus gestos.
¿ Acaso los hechos no son las traducciones
inmediatas de los sentimientos y las voluntades ? ¿ Explicar el alma por la
lógica inflexible de las acciones, no es más difícil que decir: - El Sr.
X...pensaba esto, luego esto, hacía esta reflexión, luego esta otra, etc.,
etc. ? ¿ Describir el medio donde se desarrollará la aventura, de un modo tan
claro que esa aventura suceda allí como en su ambiente natural; mostrar los
personajes tan poderosamente que todos sus bajezas sean adivinadas nada más
verlos; hacerles actuar de tal modo que se desvelen al lector, únicamente por
los actos, no sería eso hacer verdadera novela, en la estricta y, al mismo
tiempo, más grande acepción del término ?
Voy más allá. Considero que el novelista no
tiene nunca el derecho de calificar a un personaje, de determinar su carácter
mediante razones explicativas. Debe mostrármelo tal cual es y no decírmelo. Yo
no tengo necesidad de detalles psicológicos. Yo quiero hechos, nada más que
hechos, y llegaré a las conclusiones totalmente solo.
Cuando se me dice: « Raoul era un miserable »,
no me emociono, pero me estremezco si veo a ese Raoul comportarse como un
miserable.
En el novelista, la filosofía debe estar velada.
El novelista no debe quejarse, ni chismorrear, ni
explicar. Solo los hechos y los personajes deben hablar. Y el novelista no debe
concluir; eso solo pertenece al lector.
Esta cuestión de arte, muy confusa en muchos
espíritus, daría tal vez la explicación de los odios literarios. Hay personas
que no pueden comprender que se les diga: « La pobre mujer era muy desgraciada
», aquellos no penetrarán nunca en los grandes artistas cuyo misterioso poderío
es del todo intencional, y sobrio en comentarios.
La obra lleva su indeleble marca por su materia y
contextura; pero nunca se ve surgir su opinión, ni sus deseos profundos de
explicarse mediante razonamientos. Y cuando describen, se diría que los hechos,
los objetos, los paisajes se elevan, hablan, y se cuentan a ellos mismo; pues
hace falta una genial y total original impersonalidad para ser un novelista auténticamente
personal y grande.
Dejemos esta cuestión que necesitaría para ella
sola un volumen de argumentos. Me he dejado llevar por una frase en lugar de
hablar únicamente, como pretendía, del muy notable volumen de Jean Richepin.
El primer relato, Soeur Doctrouvé, es la simple y poderosa historia de
una pobre joven de noble familia que se sacrifica a su nombre, deja a su hermano
su parte de la herencia, y entra en el claustro a la hora del primer
estremecimiento de los sentidos. Hecha para el amor, se convierte pronto
en una especie de mística, de exaltada voluntaria, salvajemente religiosa; pero
he aquí que se entera de pronto de la boda de ese querido hermano con la hija,
dos veces millonaria, de un banquero judío; y todo se rompe en ella, todo,
hasta su creencia en Dios; y muere desesperada, victima de su heroico e inútil
sacrificio. Sobria y poderosa, esta novela da frío al corazón en su desnuda
verdad.
El segundo relato, M. Destremeaux, es la
curiosa historia de un pobre payaso enriquecido que se enamora de una muchacha,
y, arruinado de repente en la víspera de la boda, se aleja solicitando tres
años para rehacer su fortuna perdida.
Sale adelante. Pero, cegado por el amor, no
había revelado al padre de su prometida la humillante profesión de donde
venía su dinero.
Entonces, en el momento de apoderarse de la
felicidad prometida, se confiesa en una larga y muy hermosa carta, llena de
orgullo y de humildad, pero la familia indignada le rechaza.
Luego, una noche, como la muchacha, ahora casada,
asistía a los espectáculos circenses, lo reconoce en el momento en el que él
va a ejecutar un salto vertiginoso. Ella da un grito; él la ve, arroja un beso
hacia ella y, lanzándose al vacío, acaba rompiéndose la cabeza a sus pies.
Me gusta menos el tercer cuento: Une Histoire
de l'Autre Monde. Pero, tengo ese defecto, pues debe ser un defecto el
rebelarme contra las extraordinarias aventuras que solo me dejan el mayor
asombro que se haya podido imaginar de las cosas tan inverosímiles.
El volumen se termina por una notable novela
histórica, que es verdadera en el fondo, aunque sorprendente, pues los
personajes se llaman los Borgia.
Es el relato de los inicios del famoso César
Borgia, ese hijo de papa que, amante de su hermana Lucrecia, fue el rival de su
padre, y el asesino de su hermano,,, y otras cosas aún.
Esta espantosa historia, contada con un tono
tranquilo de historiador y de novelista que mira con interés a esos seres
singulares, toma una intensidad natural en los mismos hechos. Y es allí, en mi
humilde opinión, donde se da el más excelente fragmento del nuevo libro de
Jean Richepin.
26
de abril de 1882
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre