Imagino que la mayoría de los hombres de letras piensan, más o menos, lo mismo
en política. Somos, por lo general, indiferentes, unos indiferentes útiles,
según la ocasión, y fácilmente variables. Cuando se están formadas las ideas,
justas o falsas, queda algo sobre lo que se puede tener
fluctuaciones: es en política. En definitiva, la profesión de fe del que
refleja, que ve las causas y los motivos, que ha aprendido en la historia lo que
son los pueblos, como se gobierna, como se vuelven grandes o decadentes,
gloriosas o despreciadas, sabias o locas, opulentas o miserables, las infantiles
y sencillas multitudes, no se puede formular más que por desalentadoras
confirmaciones. Entre el gobierno de uno solo, que puede ser la tiranía de un
bruto feroz, el sufragio restringido que un un bastardo de la injusticia y el
miedo, y el sufragio universal, emanación directa de todas las ignorancias, de
todas las codicias, de todas las bajezas del animal humano sin cultura, un
hombre iluminado no debe tener más que muy vagas simpatías.
Pero si esas simpatías no pueden atarse en principio a la forma del poder,
pueden ir dirigidas a los hombres que lo ejercen. Las grandes tiranías han tenido
siempre
cortes de hombres distinguidos; las grandes repúblicas también. Creo que la
nuestra no los tendrá.
Cuando se está bien informado por la lectura, por la reflexión y por la
observación, sobre las cualidades que deben poseer aquellos que son llamados a
gobernar a las masas; cuando uno tiene las nociones que nosotros poseemos hoy
sobre la naturaleza, sobre el carácter especial, sobre los méritos muy
particulares de los políticos útiles, uno los conoce, los juzga, y los
clasifica según su valor, con una rapidez y una seguridad que no dejan lugar al
menor error.
Que se trate de un rey, de un ministro o de un diputado, la élite del país le
conoce de inmediato, como lo ha visto actuar. La élite del país, es cierto, no
es más que una ínfima minoría, cuyo voto resulta insignificante; pero piensa, habla y, lo que puede ser más grave, escribe.
Indiferentes a la política, como he dicho al principio, los artistas, los sabios
y, en general, todos aquellos que viven de la idea, miran de ahora en adelante
con ojos tranquilos, un poco desdeñosos, pero sin odio, todas las actuaciones y
los actos de nuestros efímeros gobernantes. Vacilando entre las viejas teorías
monárquicas, cuya aplicación fue a menudo buena para Francia, y las jóvenes
teorías republicanas, que parecen hasta el presente de una puesta en práctica
difícil, hay una cantidad de hombres independientes y desinteresados que
esperaban simplemente una jefatura actual de la autoridad con pruebas de
inteligencia, de verdadero poderío, de amplitud de miras y de maestría
gubernamental, para aliarse de buena fe con ese mal menor, brutal y repugnante
del numero elector, primando en él todas las fuerzas sociales, dominando sobre todos los
derechos innatos o adquiridos, valor, actividad, espíritu, instrucción,
fortuna y el resto.
Esos hombres independientes y desinteresados, que son bastante numerosos, en
todas las clases sociales, y cuyas desánimos, pueden ocasionar, de repente, grandes
sacudidas de opinión pública, como aquella que nos ha amenazado
tan extrañamente este mismo año, es necesario, en definitiva, poca cosa para contentarlos,
seducirlos y atraerlos.
En este momento, sobre todo, se esta totalmente dispuesto a la tolerancia. Se
acepta no importa qué, no importa a quién, se persigue no importa que, pues lo
que importa es que haya solamente la apariencia de algo o de alguien. Lo hemos
visto bien últimamente. Nos contentamos con poco, con muy poco, somos
indulgentes hasta darnos pena a nosotros mismo, pues estamos cansados, pero
cansados hasta el grado en el que la lasitud va a convertirse en rabia.
Todo el mundo o casi todo el mundo se siente dispuesto a aceptar lo que hay, en
aceptar a aquellos que gobiernan, todo el mundo o casi todo el mundo, para
desembarazarse de la agobiante preocupación política, los aceptaría incluso
con gusto, el día en el que nos dieran la más mínima garantía de capacidad, de
seguridad y en definitiva de probidad. Tenemos ganas de gritar: " ¡Bravo! "
al primer republicano o a los primeros republicanos que nos den la sensación de
un gobierno claro, la esperanza de un gobierno perdurable y fuerte, la confianza
en un gobierno imparcial e independiente.
Pero a los hombres se les juzga mediante sus actos, y, después del gran y
divertido pánico de los diputados y senadores que, a fuerza de tener miedo, se
han arrojado juntos sobre un pretendiente demasiado tímido y lo han hecho huir
ante ellos como a un perro espantado ante su rebaño, nosotros asistimos hoy a
otra cagalera de otra naturaleza, igualmente miserable, tan asombrosa,
tan inexplicable que resulta apasionante ante la tontería o ante la
cobardía del poder.
No se trata más que de un general ambicioso, el Sr. François Coppée, de la Academia
francesa, que amenaza, en este momento, la República.
El Sr. François Coppée, el poeta, sí, señora, el
poeta de Passant, del Reliquaire, de los Humbles y de las
Intimités; el Sr. François Coppée, de la Academia francesa. ¿ Cree usted
tal vez que, a imitación del Sr. Renan, convertido en impúdico bajo las
condecoraciones y escribiendo l'Abbesse de Jouarre, él ha escrito a su
vez algún drama picante, cuya Marianne ha enrojecido bajo su bonete ? En
absoluto. El Sr. Coppée ha compuesto simplemente un acto que trata de un
sacerdote fusilado por la Comuna y un comunero salvado por la hermana de este
sacerdote.
La pieza, presentada al comité del Teatro
Francés, había sido aceptada por unanimidad, e iba a ser representada cuando el
ministro se ha opuesto.
¡ Eso si que es demasiado fuerte, torpe o
demasiado cobarde ! ¿ El hombre, el ciudadano cualquiera, el elegido, que no sé
de donde es, hoy, ministro de Instrucción pública quiere por casualidad hacernos
creer que no se han fusilado sacerdotes y otras personas bajo la Comuna ? Es
como si quisiera insinuarnos que los versalleses no han fusilado a unos
comuneros e incluso a otras personas. ¿ A quién se teme ? ¿ Al Sr. Coppée ? -
No.- ¿ A los espectadores asiduos al Teatro Francés ? ¡ Asombroso ! - No ! - ¿
Entonces de quién se tiene miedo ? ¿ De los comuneros ? pero ellos no son
todavía mayoría en la Comedia-Francesa. No harán ruido, estén tranquilos. ¿ De
quién se tiene miedo ? ¿ De quién ? ¿ Unos comuneros que están el el poder
quizás ?
¡ Miedo ! Eso es. Se tiene miedo. Se tiene miedo
a todo el mundo, y todo el mundo tiene miedo bajo este régimen. ¿ Cree usted que
tienen principios, creencias, convicciones o ideas ? No, tienen miedo. Miedo del
elector, miedo de las ciudades, miedo del rural, miedo de las mayorías, miedo
del papel, sobre todo del papel de los votos, y del otro, el de los periódicos;
miedo de la opinión, esa proxeneta; miedo de lo que dicen, de lo que hacen, de
lo que piensan y miedo de su sombra, es decir de la sombra de los cobardes.
Cuando un ministro temeroso ha temblado el día en
el que Zola y Busnach iban a hacer representar Germinal sobre un teatro popular,
uno ha reído y ha protestado, pero se ha comprendido que la aprensión de una
camorra podía hacer vacilar a este inquieto iletrado.
Cuando el gobierno, emocionado por la reputación
del ejercito, persiguió el libro del Sr. Descaves, nosotros protestamos aún en
nombre del principio inviolable de la libertad de pensamiento; sin embargo
estamos, sin asombro, por encima de los defensores violentos del prestigio
militar.
Pero cuando supimos que el encargado de la
instrucción nacional prohibió con su autoridad privada, con su autoridad de
incompetente recién llegado, la representación de una obra del Sr. François
Coppée, aceptada por unanimidad por el comité de la Comédie-Française,
exclamamos: « Eso es demasiado ridículo ya: ¡ guerra a esa gente ! »
Esos ingenuos pretenden, ¡ que hay peligro para
la Republica ! ¡ Peligro para la Republica ! Un peligro preparado,
premeditado por el Sr. Coppée, ese proletario - o ese jesuita - pues el peligro
puede venir de la derecha o de la izquierda, en esta pieza donde se habla al
mismo tiempo de la Comuna y de la religión; un peligro favorecido por el Sr.
Claretie, un peligro del que son cómplices solapadamente todos los accionistas
de la Comédie !
¡ Diós, qué bruto ! Es para la inteligencia
francesa y para nuestra reputación de pueblo libre y espiritual por lo que se
debe tener miedo, y se tendrá un gran miedo en tanto estemos arrastrados a la
deriva de sus pánicos por esos otros vacíos y flotantes votos populares.
A fuerza de ser mediocres, esos hombres son
temibles como esas epidemias, benignas al principio, que se convierten en
invencibles y crónicas; a fuerza de disminuir el país, de achicarlo con sus
ideas, y sembrar en él sus procedimientos, acabarán por destruirlo; y si, en
materia de gobierno, la indiferencia por la forma me parece ser un dogma de
sabio, siempre que esta forma sea aplicada al mejor de los intereses materiales
e intelectuales del país, no es lo mismo para aquellos que detentan el poder con
manos torpes, ignorantes o temblorosas.
23 de diciembre de 1889
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre