PELIGRO PÚBLICO
( Danger public )
Publicado en Le Gaulois, el 23 de diciembre de 1889

      Imagino que la mayoría de los hombres de letras piensan, más o menos, lo mismo en política. Somos, por lo general, indiferentes, unos indiferentes útiles, según la ocasión, y fácilmente variables. Cuando se están formadas las ideas, justas o falsas, queda algo sobre lo que se puede tener fluctuaciones: es en política. En definitiva, la profesión de fe del que refleja, que ve las causas y los motivos, que ha aprendido en la historia lo que son los pueblos, como se gobierna, como se vuelven grandes o decadentes, gloriosas o despreciadas, sabias o locas, opulentas o miserables, las infantiles y sencillas multitudes, no se puede formular más que por desalentadoras confirmaciones. Entre el gobierno de uno solo, que puede ser la tiranía de un bruto feroz, el sufragio restringido que un un bastardo de la injusticia y el miedo, y el sufragio universal, emanación directa de todas las ignorancias, de todas las codicias, de todas las bajezas del animal humano sin cultura, un hombre iluminado no debe tener más que muy vagas simpatías.
      Pero si esas simpatías no pueden atarse en principio a la forma del poder, pueden ir dirigidas a los hombres que lo ejercen. Las grandes tiranías han tenido siempre cortes de hombres distinguidos; las grandes repúblicas también. Creo que la nuestra no los tendrá.
      Cuando se está bien informado por la lectura, por la reflexión y por la observación, sobre las cualidades que deben poseer aquellos que son llamados a gobernar a las masas; cuando uno tiene las nociones que nosotros poseemos hoy sobre la naturaleza, sobre el carácter especial, sobre los méritos muy particulares de los políticos útiles, uno los conoce, los juzga, y los clasifica según su valor, con una rapidez y una seguridad que no dejan lugar al menor error.
      Que se trate de un rey, de un ministro o de un diputado, la élite del país le conoce de inmediato, como lo ha visto actuar. La élite del país, es cierto, no es más que una ínfima minoría, cuyo voto resulta insignificante; pero piensa, habla y, lo que puede ser más grave, escribe.
      Indiferentes a la política, como he dicho al principio, los artistas, los sabios y, en general, todos aquellos que viven de la idea, miran de ahora en adelante con ojos tranquilos, un poco desdeñosos, pero sin odio, todas las actuaciones y los actos de nuestros efímeros gobernantes. Vacilando entre las viejas teorías monárquicas, cuya aplicación fue a menudo buena para Francia, y las jóvenes teorías republicanas, que parecen hasta el presente de una puesta en práctica difícil, hay una cantidad de hombres independientes y desinteresados que esperaban simplemente una jefatura actual de la autoridad con pruebas de inteligencia, de verdadero poderío, de amplitud de miras y de maestría gubernamental, para aliarse de buena fe con ese mal menor, brutal y repugnante del numero elector, primando en él todas las fuerzas sociales, dominando sobre todos los derechos innatos o adquiridos, valor, actividad, espíritu, instrucción, fortuna y el resto.

      Esos hombres independientes y desinteresados, que son bastante numerosos, en todas las clases sociales, y cuyas desánimos, pueden ocasionar, de repente, grandes sacudidas de opinión pública, como aquella que nos ha amenazado tan extrañamente este mismo año, es necesario, en definitiva, poca cosa para contentarlos, seducirlos y atraerlos.
      En este momento, sobre todo, se esta totalmente dispuesto a la tolerancia. Se acepta no importa qué, no importa a quién, se persigue no importa que, pues lo que importa es que haya solamente la apariencia de algo o de alguien. Lo hemos visto bien últimamente. Nos contentamos con poco, con muy poco, somos indulgentes hasta darnos pena a nosotros mismo, pues estamos cansados, pero cansados hasta el grado en el que la lasitud va a convertirse en rabia.
      Todo el mundo o casi todo el mundo se siente dispuesto a aceptar lo que hay, en aceptar a aquellos que gobiernan, todo el mundo o casi todo el mundo, para desembarazarse de la agobiante preocupación política, los aceptaría incluso con gusto, el día en el que nos dieran la más mínima garantía de capacidad, de seguridad y en definitiva de probidad. Tenemos ganas de gritar: " ¡Bravo! " al primer republicano o a los primeros republicanos que nos den la sensación de un gobierno claro, la esperanza de un gobierno perdurable y fuerte, la confianza en un gobierno imparcial e independiente.
      Pero a los hombres se les juzga mediante sus actos, y, después del gran y divertido pánico de los diputados y senadores que, a fuerza de tener miedo, se han arrojado juntos sobre un pretendiente demasiado tímido y lo han hecho huir ante ellos como a un perro espantado ante su rebaño, nosotros asistimos hoy a otra cagalera de otra naturaleza, igualmente miserable, tan asombrosa, tan inexplicable que resulta apasionante ante la tontería o ante la cobardía del poder.
      No se trata más que de un general ambicioso, el Sr. François Coppée, de la Academia francesa, que amenaza, en este momento, la República.
      El Sr. François Coppée, el poeta, sí, señora, el poeta de Passant, del Reliquaire, de los Humbles y de las Intimités; el Sr. François Coppée, de la Academia francesa. ¿ Cree usted tal vez que, a imitación del Sr. Renan, convertido en impúdico bajo las condecoraciones y escribiendo l'Abbesse de Jouarre, él ha escrito a su vez algún drama picante, cuya Marianne ha enrojecido bajo su bonete ? En absoluto. El Sr. Coppée ha compuesto simplemente un acto que trata de un sacerdote fusilado por la Comuna y un comunero salvado por la hermana de este sacerdote.
      La pieza, presentada al comité del  Teatro Francés, había sido aceptada por unanimidad, e iba a ser representada cuando el ministro se ha opuesto.
      ¡ Eso si que es demasiado fuerte, torpe o demasiado cobarde ! ¿ El hombre, el ciudadano cualquiera, el elegido, que no sé de donde es, hoy, ministro de Instrucción pública quiere por casualidad hacernos creer que no se han fusilado sacerdotes y otras personas bajo la Comuna ? Es como si quisiera insinuarnos que los versalleses no han fusilado a unos comuneros e incluso a otras personas. ¿ A quién se teme ? ¿ Al Sr. Coppée ? - No.- ¿ A los espectadores asiduos al Teatro Francés ? ¡ Asombroso ! - No ! - ¿ Entonces de quién se tiene miedo ? ¿ De los comuneros ? pero ellos no son todavía mayoría en la Comedia-Francesa. No harán ruido, estén tranquilos. ¿ De quién se tiene miedo ? ¿ De quién ? ¿ Unos comuneros que están el el poder quizás ?
      ¡ Miedo ! Eso es. Se tiene miedo. Se tiene miedo a todo el mundo, y todo el mundo tiene miedo bajo este régimen. ¿ Cree usted que tienen principios, creencias, convicciones o ideas ? No, tienen miedo. Miedo del elector, miedo de las ciudades, miedo del rural, miedo de las mayorías, miedo del papel, sobre todo del papel de los votos, y del otro, el de los periódicos; miedo de la opinión, esa proxeneta; miedo de lo que dicen, de lo que hacen, de lo que piensan y miedo de su sombra, es decir de la sombra de los cobardes.
      Cuando un ministro temeroso ha temblado el día en el que Zola y Busnach iban a hacer representar Germinal sobre un teatro popular, uno ha reído y ha protestado, pero se ha comprendido que la aprensión de una camorra podía hacer vacilar a este inquieto iletrado.
      Cuando el gobierno, emocionado por la reputación del ejercito, persiguió el libro del Sr. Descaves, nosotros protestamos aún en nombre del principio inviolable de la libertad de pensamiento; sin embargo estamos, sin asombro, por encima de los defensores violentos del prestigio militar.
      Pero cuando supimos que el encargado de la instrucción nacional prohibió con su autoridad privada, con su autoridad de incompetente recién llegado, la representación de una obra del Sr. François Coppée, aceptada por unanimidad por el comité de la Comédie-Française, exclamamos: « Eso es demasiado ridículo ya: ¡ guerra a esa gente ! »
      Esos ingenuos pretenden, ¡ que hay peligro para la Republica ! ¡ Peligro para la Republica ! Un peligro preparado,  premeditado por el Sr. Coppée, ese proletario - o ese jesuita - pues el peligro puede venir de la derecha o de la izquierda, en esta pieza donde se habla al mismo tiempo de la Comuna y de la religión; un peligro favorecido por el Sr. Claretie, un peligro del que son cómplices solapadamente todos los accionistas de la Comédie !
      ¡ Diós, qué bruto ! Es para la inteligencia francesa y para nuestra reputación de pueblo libre y espiritual por lo que se debe tener miedo, y se tendrá un gran miedo en tanto estemos arrastrados a la deriva de sus pánicos por esos otros vacíos y flotantes votos populares.
      A fuerza de ser mediocres, esos hombres son temibles como esas epidemias, benignas al principio, que se convierten en invencibles y crónicas; a fuerza de disminuir el país, de achicarlo con sus ideas, y sembrar en él sus procedimientos, acabarán por destruirlo; y si, en materia de gobierno, la indiferencia por la forma me parece ser un dogma de sabio, siempre que esta forma sea aplicada al mejor de los intereses materiales e intelectuales del país, no es lo mismo para aquellos que detentan el poder con manos torpes, ignorantes o temblorosas.

23 de diciembre de 1889

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre