He reproducido últimamente una carta que me ha dirigido la Señorita
Hubertine Auclert, y donde se dice que « para expulsar la desgracia y la
inmoralidad de la vida conyugal, hay que adecuar las leyes de a la
naturaleza y armonizar las costumbres con la honestidad.»
El Sr. Henry Fouquier, citando este párrafo,
recuerda los consejos de un viejo
autor dramático a un principiante: « Para hacer una buena pieza, dice, es
necesario poner interés en la exposición, encanto en el desarrollo, y patetismo en el desenlace. »
Con esta receta el éxito estará asegurado.
« Poner las costumbres en armonía con la honestidad » es justamente
la tarea que
se han propuesto todos los moralizadores desde que el mundo existe. Ninguno lo
ha conseguido, ni incluso aproximadamente. Tras una prueba tan prolongada,
parecería bastante lógico concluir que las costumbres y la honestidad siempre
han estado reñidas.
En cuanto a « a adecuar las leyes a la naturaleza », es una labor
que me parece todavía infinitamente más ímproba, por la sencilla razón de
que las leyes no están hechas más que para contrariar a la naturaleza.
La naturaleza, en efecto, nos ha dado los instintos, que son las « leyes
naturales ». Nuestros antepasados, comprendiendo la dificultad, crearon simplemente todas esas divinidades a las que nosotros llamamos hoy vicios.
Pero la reglamentación de las relaciones sociales ha cambiado, y la moral se ha
modificado al mismo tiempo. La moral, en efecto, es el corolario, el complemento
ideal de las leyes civiles; y todas juntas constituyen únicamente un obstáculo
a las leyes naturales, las cuales ponen trabas sin cesar a las convenciones humanas...
Ahora bien, el matrimonio es justamente la ley más indispensable de la sociedad
tal y como está constituida; es, a la vez, la que nuestros impulsos
instintivos nos obligan con frecuencia a violar; y los legisladores
experimentarían un inmenso alivio de espíritu si la Señorita Hubertine
Auclert, o cualquiera otra persona nos revelara un medio de conciliarlas. De dónde
concluyo, hasta un nuevo esclarecimiento:
Fermons les yeux (bis) |
Cerremos los ojos (bis) |
Puesto que he escrito la palabra « moral »,
hablemos de esta expulsada. Se cuenta que, respondiendo a la llamada del
ministro, un gran número de sabios profesores han dirigido unos
proyectos de moral científica al uso de las pensiones y colegios.
¡ Un nuevo catecismo ! Esas palabras « moral científica » recuerdan
bastante al acoplamiento de la carpa y del conejo.
¿ Qué es eso más que una moral ? Es la idealización de los
móviles de
nuestras acciones. Es el arte delicado de hacernos pasar, cara a cara
con nosotros mismo, por mejores de lo que somos, coloreando nuestras
intenciones con matices de abnegación, de grandeza de alma, de
generosidad, etc. Es la poetización de la vida en provecho de la
humanidad. Como decía justamente el director de ese periódico, las
religiones son indestructibles, pues representan el ideal que aparece
sin cesar en las mentes humanas; son una forma de poesía. Pues bien, la
moral representa la poesía de la ley.
En cuanto a la moral científica, es la ley. Parece imposible concebirla
de otro modo.
Hablar de ciencia, es reducir toda suposición a verdades constatadas.
Hagamos entonces una moral científica. Constatemos, es decir despojemos
a la moral de toda poesía, donde toda acción, indispensable a la
organización social, provenga de su carácter ideal.
¿ Cuál es el único móvil de nuestros hechos siempre apreciable,
siempre posible de encontrar bajo las guirnaldas de los buenos
sentimientos ? - el egoísmo.
En efecto, ¿ acaso no es eso todo lo que no se relaciona
con la persona, sea
directamente o indirectamente ? Toda acción humana es una
manifestación de egoísmo disimulado. El merito de la acción no procede
más que del disimulo. Algunos actores se toman en ocasiones por los
personajes que representan: esos son los grandes artistas. Algunos
hombres creen en el disfraz que la moral pone sobre nuestros actos. Esas
son las personas honradas.
Tomemos las morales más elevadas. ¿ Cuál es la sanción de toda
religión ? recompensa las buenas acciones después de la vida, y
condena las malas. Nunca se prevé un acto sin retorno asegurado, un
buen hecho sin recompensa. « Quién da a los pobres presta a Dios.»
Pero este terror del castigo que nos impide librarnos a nuestros
instintos dañinos, y esta sed de alegrías futuras que nos hace
privarnos de los placeres más pasajeros del mundo, ¿ no representan
los dos polos del egoísmo explotado hábilmente en provecho de la moral y
de la humanidad ?
El claustro donde se refugian aquellos que han huido del mundo,
¿ qué es
sino el regimiento del egoísmo, que se priva de todo en esta vida para
obtener ventajas en el otro ? ¿ No es acaso una compañía de seguros
sobre la eternidad ? Se ingresan poco a poco en la caja del cielo todas
los placeres que se habrían degustado en la existencia, para tomar toda
la suma al contado tras la muerte, con los intereses acumulados y
multiplicados. Egoísmo refinado de avaro.
Quitemos el carácter poético aun.
¿ Que diremos de los servicios rendidos ?
Veamos, allá, en el fondo del corazón, cuando usted rinde un servicio,
¿ no tiene la convicción íntima de que valora su generosidad en
un mil por ciento ? Aquél que esté obligado por su favor, ¿ no
deberá, bajo pena de ser considerado por usted como un traidor y un
hombre vil, permanecer hasta su último día dispuesto a testimoniar de
todas las formas posibles, una constante e infatigable gratitud ?
Yo no he inventado los dos aforismos siguientes, de
incuestionable
verdad: - « Se les reconoce a los demás los servicios que se les
rinden » y « Se ama al prójimo en razón del bien que se le ha hecho
».
¿ Qué es esto sino el egoísmo sustraído ?
Quitemos la poesía siempre. ¿ Son necesarios otros ejemplos ? Vaya
pues uno al uso de las damas.
Tomemos el amor, que, a decir de todos los exaltados, es el padre de la
abnegación, del heroísmo, de las más nobles devociones y representa el
ideal del desinterés.
Cuando usted ama a alguien más que a sí mismo, ¿ qué entiende usted
por eso ? - Simplemente que usted experimenta, al amar, un placer tan
agudo, tan vehemente y tan poderoso que, cualquier cosa, su fortuna, su
futuro, su vida, le parece menos cara que ese placer. Es egoísmo en
estado furioso.
Usted, señora, me responderá: « Eso no es cierto; yo lo amo por él,
no por mí. No pienso en mí; estoy dispuesta a sacrificarlo todo, a
morir por él. » Esto demuestra únicamente la exaltación de felicidad
que le da ese amor.
He dicho: egoísmo furioso. Ahora bien, eso se convierte pronto en
egoísmo feroz. Espere.
Cuando uno de los dos amantes ha deshilvanado hasta el
final la bobina
de su cariño, rompe el hilo, y se va, sin ocuparse más del otro,
del que tiene la espalda llena, como se dice impropiamente, buscando una
nueva pasión. ¿ Es esto egoísmo o desinterés ?
¿ Pero que hace el otro, siempre amando ? Se convierte en lo que
vulgarmente se denomina una lapa; y sin tregua, sin piedad, sin parar,
se agarra al fugitivo. Entonces comienza esta exasperante persecución de
la pasión no compartida, las escenas, el espionaje, las persecuciones
en coche, los encarnizados celos que arman la mano con un cuchillo, un
revolver o un frasco de vitriolo.
¿ Es tal vez eso la abnegación y el
desinterés ?
Es el frenesí del egoísmo.
Sí, señora; si el amor fuese abnegación, a partir del día en el
que usted no se sintiese amada, se sacrificaría su felicidad en aras de
la de su infiel; y en lugar de tratarle de ingrato ( ¿ ingrato en qué ? )
de traidor ( ¿ por qué traidor ? ) de cobarde ( ¿ cobarde respecto a
qué ? ) y de mil otros adjetivos tan injustos, usted le diría: « Dado
que usted prefiere otra mujer, con quién cree ser más feliz, sea
libre; pues, ¡ yo no deseo más que su felicidad ! »
Actuar así sería tal vez un poco tonto; pero eso constituiría
seguramente lo que se llama la grandeza del alma y de la abnegación.
Quitémosle poesía sin descanso.
¿Qué sentimiento más útil al país que el patriotismo ? ¿ Es el
más elevado, el más noble ? Y bien, moralizadores científicos, vayan
a enseñar a los niños esta frase de uno de los más grandes pensadores
vivos, de uno de los hombres del que, desde luego, ustedes no
renegarán: Herbert Spencer: - « El patriotismo es para la
nación lo que el egoísmo para el individuo. Tiene incluso raíz y
produce los mismo bienes acompañados de los mismos males. »
He oído últimamente a un hombre de gran reputación, hablando de
moral, decir esto: « Toda la moral laica está contenida en esta frase:
No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hiciesen a tí.
» Es el origen de la ley, el principio de toda caridad, la regla de las
relaciones sociales, la medida de nuestras acciones, el límite de la personalidad
permitida. Eso responde a todo.
Lo acepto, pero profundizando en este precepto tan magnífico se llega
uno a convencer de que constituye una hábil vuelta de tuerca. Lo que
no te gustaría que te hiciesen a tí, es la idealización del egoísmo.
¿ Una moral científica o filosófica ? Pero la filosofía, que es la
ciencia de los fenómenos del espíritu, ¿ no es la negación de la
moral, puesto que ella nos enseña ( ¿ lo negará usted ? ) sus
fluctuaciones, sus metamorfosis, sus incesantes y radicales
contradicciones ?
¿ Entonces van ustedes a enseñar el egoísmo
como principio de toda acción o inventar unas nuevas vestiduras para ocultar la
desnudez de nuestros actos ? Más lógico, un intransigente diría: « Yo
suprimo la moral. »
¿ Pero, qué sería la vida sin el arte, la
pintura, la literatura, la música, sin la elegancia de las mujeres, el
espíritu, la gracia, sin los palacios, los mármoles trabajados, el
ordenamiento enorme de las grandes ciudades, sin el velo de la poesía a través
del que percibimos todas las cosas que amamos ?
La moral es a la honestidad lo que el arte es a
la vida.
14 de diciembre de 1881
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre