LOS POETAS GRIEGOS CONTEMPORÁNEOS
( Les poètes grecs contemporains )
Publicado en Le Gaulois, el 23 junio de 1881.

      Hay en el mundo un rincón de país que se podría llamar "la Tierra gloriosa". Muy pequeña, esta tierra ha dado a luz a lo que hay de más grande en el universo, las artes, y todas las artes. Antes que el hombre, en el resto del globo, supo fijar el pensamiento en sus formas inmortales, de esta parcela de Europa surgieron, en una perfección hasta hoy inimitable, la poesía, la escultura, la pintura, la arquitectura. Todas las potencias de la mente se desarrollaron allí hasta su completo esplendor.
      Para cualquiera que se sienta artista, Grecia es la madre del mundo. Todas las glorias permitidas al hombre han nacido allí. Se diría que las armoniosas olas de ese mar azul que la envuelve la han fecundado en todos sus gérmenes de producción.
      Allí, un pobre, ciego y vagabundo, se llamaba Homero. Los nombres de los artistas eclosionan en esta tierra y en estos tiempos antiguos, resonando más fuerte  incluso hoy que los de nuestros más grandes maestros.
      Pero después de esos días lejanos, han pasado siglos, desgracias, ruinas, la invasión y la esclavitud han pasado sobre ese rincón de tierra. Se la ha creído muerta, muerta para siempre, bajo la odiosa, bárbara, feroz dominación del musulmán.
      Se ha despertado. He aquí que, de nuevo, como una semilla olvidada que estuviera en un suelo estéril, la Poesía sale de las ruinas amontonadas en Grecia. Se canta todavía en la patria de Apolo.
      Cuando he leído estas palabras sobre la portada de un libro: Poetas griegos contemporáneos, me ha venido la loca curiosidad que se podría experimentar ante el cofre encontrado en los escombros de una ciudad muerta, cerrada desde hace siglos, y que contiene cosas desconocidas.
      ¿Quiénes son hoy los hijos de Esquilo, de Sofocles, de Aristofanes, de Eurípides ? ¿Qué pueden prometer al mundo? Es una mujer, la Sra. Juliette Lamber, quién nos da la alegría de conocer y de comparar a los artistas griegos de este Renacimiento.
Antes de presentarnos a sus poetas, la Sra. Juliette Lamber, en una muy notable introducción, muy razonada y muy juiciosa, establece una clasificación absolutamente lógica de las diversas escuelas poéticas que le parece que existen en Grecia.
      Del mismo modo como lo harían un fisiologista y un sociólogo, explica el origen de esas escuelas, los motivos de sus divergencias, los hombres como Taine y Herbert Spencer, que han dado su vida a esas búsquedas sobre los medios, las redes, los encadenamientos secretos de donde provienen las eclosiones del arte o incluso los simples hechos sociales.
      He aquí, en algunas palabras, la clasificación adoptada por la Sra. Juliette Lamber.

      Escuela jónica

      Las islas Jónicas « son la parte de Grecia que ha sido la menos transitada por el extranjero, aquella, por consiguiente, donde la raza ha tenido menos que padecer ». Es sobre el suelo de Jónica, en efecto, donde han nacido los dos más grandes poetas griegos modernos: Solomos y Valaoritis.
      Pero las islas Jónicas han padecido sucesivamente la dominación de Venecia y la de Inglaterra. Los ricos habitantes de esta tierra enviaban comúnmente a sus hijos a hacer estudios en Italia, de donde resulta que la inspiración poética de esta escuela ha sufrido sensiblemente la influencia italiana.

      Escuela de Constantinopla

      Gracias a su inteligencia, muchos griegos llegaron a altas funciones bajo el gobierno turco, amasaron grandes fortunas, y formaron en Constantinopla una especie de colonia griega donde nacieron unos poetas. Otros les han seguido, salidos del mismo tronco; pero su inspiración siente siempre la servidumbre, el temor constante; no tiene nada de varonil, de original, de libre. Estos son los vates que cantan al amor y al vino, y que casi constantemente imitarán las literaturas extranjeras.
      « Esta tendencia a la imitación, semi nativa de la escuela de Constantinopla, proviene de una pasión declarada por LA ESCUELA DE ATENAS. Los poetas de esta escuela, no únicamente porque la mayoría son capaces de escribir en lengua extranjera, sino que están imbuidos de sus ideas, de los sentimiento, del modo de hacer, de la inspiración de los poetas extranjeros, que parece verdaderamente que otros no tienen.»
      Esto tiene dos razones.
      En primer lugar « esta escuela ha sido formado, al principio, por griegos cuya vida se ha desarrollado en Occidente casi completamente».
      Enseguida la Universidad de Atenas ha extendido sus alas sobre esta pléyade de poetas, organizando concursos, imponiendo una lengua muerta, trayendo en los pliegues de su túnica de profesor todas las ideas tomadas en los libros de otro, todas las cancioncillas clásicas, todas las informaciones pedantes de los directores de férula.
      Al respecto, la Sra. Juliette Lamber emite un deseo, el de ver esta Universidad ateniense cambiar de fines, empujar a los jóvenes escritores a un camino amplio y nuevo, renunciar a las viejas ideas escolásticas; y, en estas condiciones, ella cree en la saludable influencia de esta Universidad.
      Sin conocer Grecia, estoy persuadido que no hay nada que esperar de estas intenciones. Todas las Universidades se parecen. Su carácter específico es el de vivir en el pasado, de enseñarlo. No comprenden y no comprenderán jamás a las literaturas nuevas, originales, espontáneas. ¿ Como quiere usted que esas personas, saturadas de antigüedad, emparedados, confinados en la exclusiva admiración de los antiguos, admitan a los nuevos genios que son por fuerza revolucionarios, opositores de la estética profesada y oficial ? Las admiraciones de las Universidades tienen siempre un retraso de al menos medio siglo sobre las del público que, él también, se retrasa siempre algunos años con respecto al pequeño batallón de espíritus de vanguardia, encargados de descubrir y de señalar los caminos nuevos a donde dirigir las letras.
      Es entonces la Escuela de Épiro, « la que merecería más que ninguna el nombre de Escuela nacional», donde parece concentrado  lo que queda del genio griego, conservado, como una llama sagrada en medio de montañas inaccesibles, de tierras indómitas, siempre en revuelta.
      Es de allí de donde parte la joven sabia; basándose en esta escuela se fundaron las otras, pues ésta habla la lengua popular y moderna común a todos los griegos, no conserva en absoluto características de imitación; la inspiración de sus poetas es muy original, auténticamente griega.

      Tras esta precisa exposición y cuyas líneas precedentes no hacen más que indicar las divisiones y los rasgos principales, la Sra. Juliette Lamber pasa revista a los poetas griegos contemporáneos y da unos extractos de sus principales obras.
      No me es posible seguirla con detalle en este trabajo. Todos los curiosos de la literatura leerán este libro; y yo me limitaré a mi vez a juzgar en su conjunto todos los fragmentos que se nos ofrecen.
      Pero, en ese caso, juzgar es una fea palabra; pues, como dice muy bien el autor: « En poesía, no todo pertenece al pensamiento, y hay una gran parte del encanto de la expresión, del arte de asociar las palabras, de la armonía de las consonantes, de la delicadeza de la forma, que desaparece en toda traducción.» Esto es absolutamente cierto. Todo lo que es ritmo, sonoridad, música, elegancia, felicidad de palabra, me escapa entonces. No tengo ante mí más que el pensamiento, totalmente desnudo de los poetas. Ahora bien, el pensamiento de un poeta es la materia bruta, es la mina; pero, por más que la materia sea preciosa, más los es el objeto cincelado por el artista. El oro es siempre oro antes de ser joya.
      ¿ Además, no hay acaso poetas que admiramos, a pesar de las traducciones: Shakespeare, Dante, Tasse, Byron, Milton, Goethe, Pouchkine, etc., etc. ?
      Lo que me ha sorprendido sobre todo en los poetas griegos contemporáneos que cita la Sra. Juliette Lamber, es una sorprendente semejanza con la pléyade francesa del siglo XVI. Ellos no difieren más que por los cantos heroicos donde celebras la libertad y maldicen la esclavitud.
      Se me objetará que los poetas de la Pléyade se inspiraban ellos mismos directamente de los antiguos griegos; que este tipo de similitud procede a ahí, y todavía de los que todas las literaturas que nacen se parecen, como los niños a la camisa; es una medida de lo que ellos engrandecen y que las divergencias acentúan.
      No tengo que responder más que esto:
      Cuando Ronsard, Remi Belleau y otros se han puesto a cantar las flores, el rocío, la luna y las estrellas, las jóvenes fallecidas, el dios Amor y su madre Cytara, estaban en medio de una Europa poco letrada todavía, casi bárbara. Ellos gustaban a un pueblo inocente merced a una gracia un poco remilgada, pero nueva, o más bien renovada, tras siglos de salvajismo. Su inspiración se limitaba a menudo a recitar unas especies de letanías de la naturaleza, donde desfilaban todas las cosas graciosas que amamos incluso hoy como se las amaba entonces. Esto podía bastar en esos tiempos.
      Pero desde que tales poetas han pasado sobre el mundo, nosotros hemos leído tales versos, que nuestro espíritu, doblegado de admiración, se ha vuelto muy exigente. Nos hace falta originalidad, novedad, audacia y fuerza. Nosotros no regresaremos a los simples juglares de guitarra.
      Con los poetas griegos de la nueva escuela, no distingo aún una originalidad brillante. Viven demasiado sobre ese campo comunal de las « cosas poéticas » tan útil a los principiantes.
      Ahora bien, nosotros hemos aprendido, gracias a unos maestros como Hugo, Baudelaire y otros, que la poesía está por todas y por ninguna parte; quiero decir que no existe más que en la mente de los poetas. La naturaleza entera con la humanidad está ante ellos: de modo que ellos hacen brotar la fuente sagrada golpeando donde quieren. Pero el hombre (y hay mucho) que canta eternamente al rocío, las flores, la muchacha muerta, el claro de luna, etc,. no es un poeta. Ha extraído de esas cosas toda la poesía que ellas contenían: es necesario encontrar en otra parte. ¿Dónde ? Lo ignoro, es asunto del poeta.
      Es de estas resurrecciones, de estas repeticiones sin fin que acaban aburriendo insoportablemente, la negra monotonía, la insoportable insignificancia de los innumerables antologías poéticas publicadas cada años por los Querubines de la literatura francesa.
      Si la Academia quisiera hacer una buena acción ( no la hará), sería preciso que designara una lista de palabras y de cosas poéticas de las que estaría prohibido a los poetas servirse a partir de ahora. Más perlas de rocío, más luna plateada, más muchachas rubias, más estrellas doradas. Eso nos produce nauseas como si tuviésemos una indigestión de sirope.
      Es que resulta difícil ser poeta hoy; después de tantos maestros. Es necesario romper las cadenas de la tradición, destrozar los moldes de limitación, derramar los frascos etiquetados de elixires poéticos, y ¡ atreverse, innovar, encontrar, crear !  Se han cribado, para encontrar, todas las piedras preciosas que estaban al sol; pero hay otras seguramente, más ocultas, más difíciles de ver. Buscad, poetas, abrid la tierra: ellas están en su interior; removed los fangos donde las creéis debajo; registrad por todas partes en las profundidades pues todas las superficies han sido removidas.
      Es esta una búsqueda encarnizada de nuevo, de la originalidad en la invención, que no veo aún muy acentuada en los poetas griegos contemporáneos. Celebran su patria con talento y repiten, con mucha gracia, ciertamente, demasiados lugares comunes. Algunos muestras un porte muy personal y franco. Pero tienen tales antepasados que no les está permitido parecer a todos los poetas que cantan sobre la tierra al amor y libertad. La Sra. Juliete Lamber, reconoce ella misma que los poetas griegos contemporáneos no hacen más que principiar aún. Pero confirma que el genio poético vive siempre ardiente, en ese pueblo; indica de que gérmenes esparcidos va a salir la nueva escuela que se convertirá en la escuela griega moderna; ella presenta, anuncia a los artistas que van a nacer sobre esa tierra inagotable; y todos los fragmentos que ella cita, no como obras maestras, sino como grandes promesas, me producen la impresión de que no se equivoca.

23 de junio de 1881

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre