POLÍTICAS
( Politiciennes )
Publicado en el Gil Blas del 10 de
noviembre de 1881
La política, pese a lo que piensan muchas personas, se adapta maravillosamente
al espíritu ligero de las mujeres. Ellas han destacado con frecuencia ahí. Sus
facultadas, esencialmente subjetivas, se adaptan mal a las artes llamadas
liberales. Y que no se vaya a objetar la insuficiencia de su instrucción, pues
ellas practican tanto como nosotros la pintura y la música; todas las hijas de
nuestros porteros pasan por el Conservatorio; el Salón cada año está lleno de
lienzos firmados con pequeños nombres femeninos; y si algunas artistas en
faldas llegan a tener una habilidad notable de ejecución, ninguna, sin embargo,
ha podido franquear jamás el difícil límite que separa al maestro del
aficionado. Pero la política, ciencia de segundo orden, donde el olfato
instintivo, la sagacidad natural, la seducción, la habilidad, los refinamientos
y las sutilezas triunfan sin cesar sobre los más sanos razonamientos, se presta
infinitamente al desarrollo completo de todas las cualidades natas de la mujer. Débil,
pero armada de estrategias para luchar contra nuestra fuerza, acorazada de
encanto y de gracia para combatir nuestra cerrazón, insinuante para triunfar
sobre nuestra lógica, sutil y práctica, poco influenciada por las grandes
teorías filosóficas, humanitarias y rimbombantes, ella ha sabido ser con
frecuencia la consejera oculta, útil y firme de los grandes hombres que
conducía, en la sombra, con sus consejos.
Incluso se podría, creo, probar, con la historia
en la mano, que muy pocos políticos han escapado a las influencias femeninas.
En nuestra patria, principalmente, país de la ley sálica, han ejercido más
que nadie, por todas partes, su poder dirigiendo a los jefes del Estado.
Quiero, discretamente, contar la historia vivida
hace tiempo, joven muchacha y joven mujer, en una gran ciudad del centro de
Francia. Su padre, viejo juez sabio, la atiborró de historia y sobre todo de
memorias. Ella conoció, casi niña aún, por Saint-Simon y todos los autores de
documentos preciosos, las prácticas secretas de los gobiernos; y en lugar de
soñar en los amores enmascarados que seducen a las señoritas con el claro de
luna, imaginaba grandes complicaciones europeas, dificultades
inexpugnables donde se confundían todos los ministros y que ella lograba
desembrollas por el poderío y la sutilidad de sus consejos dados en secreto al
hombre de Estado que tenía su distinción, y que, gracias a ellas, se volvía
providencial para su patria.
Leía cada mañana los periódicos, pensaba en
Prusia como se piensa en un tenebroso enemigo, se preocupaba de Italia, vigilaba
Inglaterra, tenía la mirada sobre España y contaba con Rusia.
Habiéndose casado, a la fuerza, con un
funcionario de un espíritu débil y limitado, vivió correctamente a su lado
sin que él sospechase nunca sus interiores.
Poco bonita, desapercibida, adquirió sin embargo
una considerable influencia en su entornos, gracias a sus grandes cualidades de
intriga disimulada, y de velada obstinación. Muerto su padre, supo hacer llamar
a su esposo a París. Poco tiempo después, éste murió también.
Quedó sola con un hijo. No era rica, poco
seductora, nada conocida. El camino sería largo y difícil para llegar a
gobernar por los medios ordinarios. Sin embargo, se sentía fuerte. ¿Cómo
demostrar su fuerza ? penetrante, ¿Cómo ejercer su penetración ?
Ella se dejó ver por las sesiones de la Cámara,
y, pacientemente, estudió a todos los políticos en los que Francia podía
depositar sus esperanzas. Por fin eligió a uno. Era un muchacho ya célebre,
lleno de un exuberante temperamento, de un incuestionable empuje, con un futuro
asegurado. Ella le escribió una de esas cartas con triple fondo como solo las
mujeres saben escribir. No ocultaba su sexo, segura de turbar al hombre,
comentando su admiración, luego, con prodigiosa habilidad, intrigaba a ese
espíritu que ella había sabido adivinar, revelándole sus propios
pensamientos, indicando sus tendencias, aclarando incluso con una penetración
singular ciertos aspectos oscuros de él.
¿Cuál es el hombre un poco famoso que no ha
recibido cartas de desconocidas, y que no ha sucumbido a su misterio ? ¿ Hay
alguna mujer, leve y astuta, que no haya obtenido lo que quería por ese viejo
medio siempre bueno ? ¿No se podría incluso citar en París tres o cuatro
hombres de talento en los que unas correspondencias misteriosas los han
conducido hasta el matrimonio ?
Él sucumbió como los demás, respondió.
Entonces comenzó entre ellos una relación singular de política y de
galanterías mezcladas. Las palabras de amor eran sustituidas por nombres de
pueblos; y, de vez en cuando, ella dejaba caer hábilmente sobre sus consejos y
razonamientos un ligero matiz de ternura.
Él, de naturaleza meridional, bastante propenso a la exaltación, poco
acostumbrado hasta ese momento a los éxitos donde su físico desempeñaba un
papel, fue emocionado, seducido poco a poco por este intercambio continuo de
cartas con una mujer que el suponía naturalmente hermosa, que él veía
excepcionalmente inteligente, que que había conquistado de lejos por el único
poder de su talento.
Él quiso verla; ella rehusó. Esta resistencia
exasperó su deseo. Ella le confesó que no era bonita, y no muy joven. A él le
decepcionó esta confesión; sin embargo él insistió y cada semana recibía
una larga carta semejante a un informe de embajador, con sabias reflexiones y
apreciaciones muy sutiles sobre la situación de Europa.
En ocasiones, en sus discursos a la Cámara, en
sus alocuciones en provincias, en sus brindis en banquetes públicos, él
repetía textualmente páginas enteras de su corresponsal anónima; y se
sorprendía con frecuencia del éxito que obtenía esa prosa elegante y clara.
Por aquellos días los periódicos proclamaban
que él se había superado a si mismo. Con el corazón agradecido, el espíritu
exaltado, la inteligencia seducida, declaró por fin a su desconocida que
rompería toda relación si ella no consentía en convertirse en su amiga
visible.
Ella lo sintió maduro para cogerlo. Consintió y
le concedió una cita.
Desde hacía tiempo ya, ella había arreglado,
amueblado, preparado el pequeño apartamento que debía servir a esas
entrevistas.
Él fue, el corazón latiendo; y, cuando entró,
un poco sin aliento, pues estaba bastante gordo, encontró ante él a una mujer
de rasgos un poco duros, pero amable, de mirada amplia, vestida como una
parisina que desea gustar, también emocionada con las dos manos abiertas, y que
decía: « Venga entonces, amigo mío, que por fin lo ame de cerca ».
Y, de inmediato, se pusieron a hablar de
política. No estaban de acuerdo sobre ciertos puntos, se explicaron,
animándose, casi discutiendo, y uniéndose misteriosamente el uno al otro por
mil lazos espirituales.
Se dejaron; se volvieron a ver; se amaron con una
ternura hecha de razón, de equilibrio moral y europeo, de geografía y de
concordancias intelectuales. Ella fue su amante sin embargo; ¡ pero poco !
Y esto dura todavía. Y gracias a esta estrategia
singular que tienen las mujeres, a ese genio del disimulo, el secreto de sus
relaciones no ha sido completamente captado.
A veces, un periódico anuncia que se le ha
reconocido, a él, al hombre de Estado, que no puede salir sin recibir en
el rostro todas las miradas de la multitud, que se le ha reconocido en la
profunda oscuridad de un palco del teatro, y que una mujer lo acompañaba. ¿
Pero que mujer ? Se busca; se cotillea, se nombran actrices; se sospecha de
grandes damas; se señala incluso a bailarinas. No precisamente: es ella, la
política madura, la amiga seria, la consejera de todos los días. Pues cada
mañana ahora, él recibe una carta de ella, una carta donde son analizados,
sopesados, calculados todos los acontecimientos cumplidos o posibles.
Para probar su poder, ella ha dado incluso un
golpe maestro. Ella lo ha educado; lo ha educado como antaño los caballeros
educaban en el convento a las jovencitas; y han desparecido, ocultos en alguna
parte de esta Europa que ocupa todos sus pensamientos, que sustituye en ellos el
amor. ¿Qué han hecho? ¿Dónde han estado? Nadie los sabe con precisión. Los
reporteros rendidos han regresado a sus redacciones sin noticias. Los hombres de
Estado se han roto la cabeza. El misterio no ha sido desvelado.
¿A donde van los enamorados que huyen ? Siempre
hacia la patria poética, la patria radiante de Romeo y Julieta. ¿ A dónde
podían ir sino ?
¿A dónde podían ir ? ¡ No indudablemente
hacia la nación brumosa y amenazante, hacia la tierra de los secretos
políticos, de los eternos problemas, la tierra donde medita aquel que se llama
el canciller de hierro !
10 de noviembre de 1881
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre