UN PROFETA
( Un prophète )
Publicado en Le Figaro, el 1 de enero de 1886

      Leyendo Le Prêtre de Nemi, drama religioso y filosófico, curiosa historia de una especie de profeta que predica, bajo la pluma del Sr. Renan, la sensatez y la justicia, setecientos años antes de la era cristiana, viendo sobre todo los encantadores paisajes en los que el gran escritor francés ha desarrollado su extraño tema, me ha venido a la memoria un libro leído en Roma en la primavera pasada y que contiene también la sobrecogedora historia de un profeta.
      El profesor Barzellotti cuenta en su interesante estudio la vida singular de un iluminado, del fundador de una religión, nacido en 1835 en Arcidosso, provincia de Grosseto ( Toscana ), y muerto mártir, hace algunos años apenas. Se recordará sin duda el hecho de esta muerte de la que hemos ignorado hasta el momento los detalles.
      Si este inspirado hubiese llegado en una época de fe, es probable que hubiese arrastrado a pueblos y convertido, a su doctrina, a una sucesión de generaciones, pues se encuentran en él las características principales de los grandes sembradores de creencias, y esa singular mezcla de sinceridad y charlatanería que hace falta para seducir a los hombres.
      Nacido en 1835, en los confines de los Estados pontificios, David Lazzaretti muestra desde su infancia una sensibilidad y una imaginación tan notables, que los habitantes del país lo apodan Mille idées.
      ¿ No es esto un signo que se encuentra en todos los fundadores de religiones ?
      Pronto dio pruebas de una tendencia a la exaltación religiosa de la que se señalan, parece ser, rasgos hereditarios en su familia; a los trece años tuvo una aparición.
      Ocurrió durante los acontecimientos de 1848, cuando un misterioso personaje lo encontró y le predijo todos los acontecimientos futuros de su existencia.
      Pero su penosa y activa vida debió detener el desarrollo de su vocación de iluminado. Fue en su juventud una especie de bardo famoso, ya por sus poemas rústicos, por sus cantos, por su belleza y por su fuerza física.
      Como transportaba carbón y tierra de Siena sobre el lomo de sus tres mulas, los habitantes del país que atravesaba se reunían a su alrededor durante sus paradas para escucharlo declamar los cantos de Tasse o de Arioste, y a veces también sus propios versos.
      Tenía los ojos azules, los cabellos y la barba negra, era alto, y su vigor tan grande que se deshizo, un día de feria, de tres colosos que lo atacaron, lanzándoles un tonel lleno de vino que levantó como una cesta vacía.
      Su destreza en el manejo del bastón y su vida aventurera lo hicieron popular. Comenzaron a circular unas leyendas sobre él, como se forman siempre sobre aquellos que tienen o que deben tener ascendencia sobre las multitudes; y él ejercía una singular influencia personal sobre todos aquellos que lo rodeaban o que se le aproximaban.
      En esta época, sin embargo, su vocación de profeta parece sufrir una detención, pues se dedica a blasfemar; pero sus blasfemias, lejos de perjudicarle, acrecientan todavía más su reputación, aumentan su autoridad. La blasfemia, además, ¿ no es una variante de la fe ? Negar violentamente, ¿ no es atestiguar que se puede creer con pasión ? Insultar a un dios es casi rendirle un homenaje; es demostrar que se le teme, puesto que se le desafía, es mostrar que se cree en su poder puesto que se le ataca. Entre blasfemar y creer hay justamente la misma diferencia que entre amar y odiar. Solo aquellos que pueden amar ardientemente son capaces de un furioso odio; y si se pasa del odio al amor, el amor entonces resulta excesivo.
      A los veintidós años, David Lazzaretti se casa y se convierte en padre.
      En 1860, se enrola como voluntario. Toma parte en el combate de Catelfidardo y compone unos himnos patrióticos que sus amigos repetían a coro.
      En el mes de abril de 1868, David tiene una nueva aparición que determina la dirección de su vida, y se retira, en solitario, a una montaña desierta y salvaje de la Sabine, no lejos de Roma. Vive allí como un eremita errante, cambiando sin cesar de retiro, contentándose con los mínimos alimentos.
      En el transcurso de esta vida vagabunda, encuentra a un prusiano, Ignace Micas, que vive desde hace quince años en la ermita de Sainte-Barbe y que parece ser un hombre especial y superior.
      Es de destacar como esta tierra italiana es una tierra religiosa que llama a los ermitaños y les hace eclosionar como un fruto natural de ese suelo milagroso.
      Micas tiene una profunda y tal vez decisiva influencia sobre las ideas de Lazzaretti. Es él quién parece haber puesto en su espíritu esa semilla extraña del misticismo que invade el alma como la locura. Hasta ahí, en efecto, David no era más que un exaltado; a partir de su encuentro con Ignace Micas, se vuelve un místico. Ignace se une a su nuevo amigo, abandona por él su retiro, lo acompaña más tarde en su país natal, donde muere en medio de los discípulos de David. Es asistido en sus últimos momentos por un médico que declaró al profesor Barzellottie que ese prusiano era un hombre verdaderamente notable y muy misterioso.

      La estancia de Lazzaretti en la montaña de Sabina estuvo repleta de visiones. Recibe primero la visita de un guerrero que le indica, en la misma gruta habitada por David, el lugar donde están enterrados sus huesos. Lazzaretti llama en su ayuda al arcipreste local, y ambos, poniéndose a cavar, descubren en efecto unas osamentas humanas que entierran en lugar santo.
      El guerrero, satisfecho, aparece una segunda vez al solitario pero no está solo, lo acompañan la Santa Virgen y San Pedro. Como agradecimiento al servicio prestado, éste cuenta a David su curiosa historia, que se encontrará en el estudio del profesor Barzellotti.
      Es aquí dónde, por primera vez, vamos a constatar con el profeta italiano una de esas supercherías comunes de los supuestos realizadores de milagros. San Pedro, antes de subir al cielo, le imprimió sobre la frente el extraño signo: )+(. A partir de ese momento, se hará muy difícil averiguar exactamente lo que pasa por la mente de este iluminado,  ver que parte hay de buena fe, de misticismo exaltado y sincero, y, al mismo tiempo, que parte de astucia ingenua y natural, de astucia de campesino toscano inocentemente crédulo, tan sencillo como pragmático. Ha pasado, sin duda, por una serie de evoluciones y de transformaciones, por una sucesión de etapas en las que tanto se creía enviado del cielo como se las ingeniaba para hacerse tomar por un apóstol, sin estar incluso absolutamente seguro de su misión.
      Poco a poco, se dedica a desempeñar su papel, empleando todos los medios que le sugieren su astucia y su inteligencia, convencido a veces de que ese rol le había sido impuesto por Dios, y comprendiendo en ocasiones también que él lo imponía a sus conciudadanos. Luego entra lentamente en la piel del personaje, como se dice en el argot teatral; es tomado por un Mesías; la conciencia de la comedia representada es ahogada con la aclamación de la multitud, en la creciente popularidad, con la admiración general, para no dejar sitio más que al orgullo de su triunfo y la certidumbre de su misión. Se desarrolla en él la exaltación como una borrachera que crece transportándolo seguramente a una locura mística aguda.
      El recuerdo de las apariciones del guerrero, de la Santa Virgen y de San Pedro ha sido plasmada en un cuadro titulado « la Madone de la Conférence », nombre que Lazzaretti había dado a su entrevista con esos personajes celestiales; y ese cuadro fue expuesto en una capilla erigida ad hoc en las proximidades de la gruta por el arcipreste de Montorio.
      Las reproducciones de ese cuadro están piadosamente conservadas en los domicilios de los discípulos de David.
      Precedido por el relato de esas visiones milagrosas, el profeta regresa a su país natal donde se convierte en objeto de la veneración de todos. Se le llama el hombre del misterio; y desde muy lejos acuden fervientes seguidores para verle y escucharle.
      Su fama se extiende día a día, favorecida incluso por el clero. El arcipreste de Arcidosso lo pasea por el país mostrándolo como el hombre de Dios.
      Entonces David establece su domicilio sobre una de las montañas más elevadas alrededor del Monte Amiato, el Monte Labro, al que los lazzaretistas llaman hoy Monte Labaro. Sobre esta cumbre desierta e inculta, el populacho quiere erigir, bajo su dirección, una torre, una ermita y una pequeña iglesia cuyas ruinas todavía existen. Se ven a más de 300 hombres trabajar a las ordenes del santo. Este ermitaño pronto se convierte en el centro de reunión de adeptos que funda entre ellos varias sociedades.
      En toda fundación religiosa, hay un legislador y a menudo un socialista. Fue en ese momento de la vida de David Lazzaretti que se desarrollaron esas dos tendencias en su espíritu.
      Hace pues leyes y reglamentos, establece una asociación de seguros mutuos y otra asociación completamente comunista de la que forman parte más de 80 familias. Esas familias de paisanos y de pequeños propietarios ponen en común todos sus bienes. Se creyó incluso en ese momento en Italia que el movimiento lazzaretista era un movimiento agrario, mientras que en realidad no era más que una evolución religiosa en la que tomaban parte modestos propietarios más que proletarios.

      Sin embargo el profeta, comprendiendo que todo prestigio acaba por debilitarse, que toda influencia acaba por desgastarse, quiso reforzar su autoridad, e intenta otras aventuras, con ese instinto de puesta en escena que nunca le abandona.
      El 5 de enero de 1870, tras haber cenado con sus discípulos, vestidos como él, con extrañas ropas, y haber profetizado incluso que uno de ellos lo había traicionado, desaparece súbitamente yéndose a vivir en solitario a la isla de Monte-Cristo.
      A su regreso, tras cuarenta días de ausencia, recibe una clamorosa ovación.
      Pero su nueva estancia en Monte-Labro dura poco. Parte entonces para Francia, donde vive ocho años, en la Cartuja de Grenoble al principio, y luego en los alrededores de Lyon, donde encuentra a uno de sus fervientes discípulos, el Sr. Léon Duvachat, anciano magistrado que lo había conocido en Italia y le había dado 14000 francos para la torre del Monte-Labro.
      El Sr. Duvachat lo acoge con su familia y lo aloja, encargándole la educación de sus hijos Turpino y Bianca, y hace traducir e imprimir, a su costa, las obras del profeta: Les Fleurs célestes, Ma lutte avec Dieu y el Manifeste aux Princes chrétiens (Lyon, librería Pitrat).
      En el Manifeste aux Princes chrétiens, David profetizaba en Europa las sucesivas apariciones de siete cabezas del Anticristo de las que cada una de ellas significaría un enemigo del partido legitimista francés y del poder temporal de los Papas - Allí estaban el cardenal Hohenlohe, el padre Hyacinthe, Bismarck, etc.
      Resultó, además, del proceso emprendido en Siena contra los lazzaretistas en 1879, y que finaliza con la absolución, que existía un acuerdo entre los discípulos franceses e italianos de David, para favorecer una aventura política combinada entre los partidos clericales de ambos países.
      Una cosa curiosa a destacar en los escritos de David, y que relaciona, según el Sr. Barzellotti, las utopías de este profeta con la tradición mistica de la Edad Media, es la profecía del próximo reino del Espíritu Santo. Esta predicción forma parte, en efecto, de la doctrina de Joachim de More, citado por Dante y estudiado por Renan.

      La historia de David se habría parecido a la de muchos iluminados si una muerte trágica no hubiese venido a consagrar su memoria y transformar al profeta en mártir.
      Después de haber sido alentado por el clero de su país, ve sus obras condenadas por las autoridades eclesiásticas. Después se invita a si mismo a someterse, así como los dos sacerdotes que dirigen la pequeña comunidad de Monte-Labro.
      Exasperado por esta oposición y no esperando ya poder llevar a cabo la reforma política y religiosa que había soñado con el apoyo de la Iglesia, se vuelve un revolucionario y pronto idea un nuevo plan de reforma que tiende a una República universal llamada el Reino de Dios, trasladando el sillón papal de Roma a Lyon.
      Su exaltación roza entonces la locura. Tras haber abandonado Francia para someterse a Roma donde él se consideraba llamado por el Santo Oficio, declara que es el mismo Cristo, jefe y juez que ha vuelto al mundo, y predica la próxima modificación del universo entero.
      En Roma, parece someterse, pero apenas regresa a su montaña, se dedica a predicar violentamente su reforma, reclamando parte de las tierras.
      Transforma los ritos de su pequeña iglesia y ve aumentar cada día el número de sus discípulos.
      La oposición del clero y de la parte rica de la población se vuelve entonces apasionada. Por otro lado, sus partidarios comienzan a exigir la realización de sus profecías; y David resuelve en dar un gran golpe sobre los espíritus.
      Habiendo reunido a todos sus discípulos sobre su montaña, los mantiene orando durante cuatro días y cuatro noches, luego, cuando los tiene exaltados con todo tipo de ejercicios piadosos y penitencias, se coloca a su cabeza y desciende hacia la llanura.
      Son varios centenares de hombres y mujeres, vestidos con ropas simbólicas y cantando salmos al son de las fanfarrias.
      Los lugareños acuden a su paso y se unen a ellos, esperando milagros, cosas sorprendentes y sobrehumanas. Y el gran cortejo marcha sin cesar, atravesando los pueblos y dejando clamores de salvaje piedad.
      Entonces, se expande por el país el rumor de que esta horda de personas exaltadas se dedica al pillaje de los domicilios. Muchos hombres toman las armas; otros huyen.
     Ocurrió al día siguiente del atentado de Passanante contra el rey Humberto; los espíritus estaban inquietos y aturdidos; por cualquier cosa se tenía miedo.
      El jefe de policía de la región, sorprendido por el descenso de esta procesión de fanáticos, no sabiendo demasiado que tipo de personas tenía ante sí, fue a su encuentro con algunos carabineros de los que en ese momento podía disponer.
      A la vista de los soldados, los lazzaretistas, desarmados, comenzaron a vociferar y arrojaron algunas piedras, como ocurre siempre que el pueblo se levanta y se encuentra de frente a la tropa.
      Los carabineros, aterrados a su vez y creyéndose amenazados, hicieron fuego; y el profeta, alcanzado por una bala, cayó muerto en medio de sus discípulos, algunos de los cuales habían sido heridos.
      Este trágico fin puso la aureola de mártir sobre la frente del iluminado, consagró su doctrina y fortaleció la fe de sus adeptos.
      Sus discípulos, aún bastante numerosos hoy en día, esperan todavía la realización de sus promesas.
      Con el estudio de estos últimos creyentes, termina la obra del profesor Barzellotti, donde muestra verdaderamente de un modo sobrecogedor la figura de este aldeano. Profeta anacrónico en nuestro siglo, curiosa figura de la Edad Media que parece extrañamente en medio de los hábitos, de las costumbres y de los comportamientos modernos en un paisaje casi bíblico, uno de esos paisajes latinos donde los grandes pintores del Renacimiento italiano nos han acostumbrado a ver milagros.

1 de enero de 1886

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre