¿ QUIÉN TIENE LA CULPA ?
( À qui la faute )
Publicado en Le Gaulois, el 25 de enero de 1882

      Leamos esta admirable farsa de Rabelais : "De pronto, no sé cómo, se produjo el caso y no tuve la ociosidad de considerarlo. Panurge, sin mediar palabra, arrojó en medio del mar su carnero que gritaba y balaba. Los otros carneros, gritando y balando con la misma entonación, empezaron a tirarse y a saltar al mar detrás del primero, en fila. La muchedumbre es quién salta después de su compañero. No es posible impedírselo. Que bien sabéis ser como el carnero que siempre sigue al primero por instinto, vaya a donde vaya".
      Siempre se podría decir, en esta última frase "Que bien sabéis ser como el francés que por instinto, etc".
      Una innumerable manada de carneros de dos pies, llamados hombres de negocio, acaban de desaparecer en la ola de la especulación. Todos se han ahogado. El pastor (sea Bontoux o Dindenault) intentó detenerlos; ¡vano esfuerzo! Lo arrastraron al lago. Y ya no queda nada.
      Solamente pertenece a Francia representar estas prodigiosas comedias.
      El presente asunto es particularmente instructivo. En el nombre de una religión de la cual el "todo-Paris-especulador" se preocupa seguramente menos que "un pez de una manzana" - recurriendo a la imagen inexacta del gran poeta - se comenzó una supuesta guerra contra los judíos a propósito de un nuevo valor que llevaba una bandera de reunión.
      Por medio de hábiles maniobras este valor subió cumbres fantásticas. Pues todos los que tenían títulos bursátiles se volvieron inverosímilmente millonarios, compraron de nuevo más títulos con la ingenua idea de que esos trocitos de papel colorados seguirían aportando un fabuloso capital. Y de repente, no sé por qué, el pequeño papel perdió todo su valor. Y toda la gente se encontró arruinada, incluso los que no tenían nada - eso es.
      Confieso que hay en estas palabras: asuntos de Bolsa, especulación, un misterio impenetrable para mi mente. Cuando uno compra acciones de ferrocarril o de la Renta, es sencillísimo. La prosperidad de la empresa o la de los asuntos públicos ajustan los beneficios. Nada menos complicado.
      Pero uno se vuelve loco cuando quiere representarse como una empresa desconocida, que necesita el dinero del público para especulaciones inconfesables, disimuladas detrás de un pretexto honesto, una empresa que representa un capital conocido y limitado, beneficios problemáticos y peligros de pérdida incuestionables, puede, en un instante de locura de los accionistas, alcanzar índices fabulosos.
      Las operaciones son ficticias, los beneficios son ficticios, el valor es ficticio, no es más que una convención ; todo es ficticio, y uno cualquiera se encuentra ficticiamente rico de miles de millones para no tener realmente ni blanca algunos días después.
Sin embargo, el crac de estos últimos tiempos se preveía, se anunciaba desde varios meses, se la veía venir; se sentía que llegaba; era inevitable como el invierno después del verano. Esto no impidió que todos cayeran en la trampa. - ¡Carneros de Panurge!
Pero donde la broma se vuelve inenarrable graciosa es en cuanto al pago. Los enriquecidos de ayer que son los arruinados de hoy, siendo millonarios sólo ficticiamente, es decir gracias al papelito que tanto valía y que ya no vale nada, se encuentran también ficticiamente arruinados; es decir que no pueden pagar. ¡Qué cuadro mágico!: ¡ El Reino de lo ficticio! Se vería en ello la sombra de un accionista apartado de la Timbale entregar la sombra de mil millones a la sombra de un banquero israelita.
      Y pronto oiremos conversaciones como ésta: "Acabo de ganar cuarenta millones en la bolsa; pues préstame cuarenta centavos para que vaya a cenar". O también esto : "¡Oh! Querido amigo, qué desastre; en dos horas acabo de perder ochocientos millones". Y el amigo confidente se derrumbará, sin pensar en que, a partir del momento en que no se paga, es absolutamente indiferente perder ochocientos millones o doscientos francos.
      Lo que no entiendo en absoluto, por ejemplo, es el resultado de este deshielo para la prosperidad general. ¿ Por qué se emplearon estas grandes palabras ? Sin embargo ¿ están aquí los millones perdidos, o están en otros bolsillos: ¿pues qué nos importa? Si eran ficticios ¿para qué estos gritos?
      Y qué podemos decir en cuanto a esta invocación al gobierno llamado por los especuladores "papá" al sentarse en sus rodillas:
      - Papá, paga mis deudas. No lo haré más: te lo prometo, te lo juro, paga mis deudas, seré muy bueno.
      ¿En qué concierne el gobierno la locura de la gente? Están arruinados, ¡peor para ellos! Vendrán otros en su sitio.

      ¡Oh carneros de Dindenault! Siempre lo fuimos y lo seremos por siempre! Antaño, cuando cualquier loco, al que hoy los guardias municipales detendrían, venía a predicar una cruzada, toda Francia se ponía en pie de guerra contra el infiel, como fueron a la guerra los accionistas del Señor Bontoux.
      Apenas en camino seguramente ya se lamentaban; pero entre nosotros, cuando un carnero ha saltado, todos saltan. Después, más tarde, los valerosos cruzados volvían derrengados, reventados, derrotados, tan avergonzados como hoy lo son los accionistas del Señor Bontoux. La guerra contra los infieles, sin duda alguna, no nos da buena suerte.
      ¡Pobre señor Bontoux! Es el único digno de compasión en este asunto. Había lanzado su globo la Timbale, y, subido en la barquilla, hacía, ante de la muchedumbre su pequeña ascensión cautiva. Pero la muchedumbre se pone a gritar: "¡Más alto!, ¡ más alto todavía !, ¡Siempre más alto!" No quiere, protesta, intenta calmar a los espectadores. Pero lo sueltan todo, cortan las cuerdas; y el globo se echa a volar por las nubes, pincha, cae, aplastando a todo el mundo y echando en el pavimento al aeronauta con los riñones quebrados. Entonces ¡qué gritos, qué furor! "Es culpa de Bontoux! - ¡crápula! - ¡canalla! - ¡miserable!" En Francia, alguien siempre es el culpable.
      Tiene también la culpa el Señor Lebaudy: con la prueba de que traicionó a su mejor amigo. El mejor amigo protesta que es falso. ¿Qué importa? ¡Es culpa de Lebaudy! ¡Anda pillo! Y todos los necios que se han dejado arruinar amenazan con el puño al financiero más astuto que ellos.
      Antaño, en otras circunstancias, tuvo la culpa Capet. Así guillotinaron a Capet, y a la esposa de Capet e hicieron asesinar al niño Capet.
      Y para cambiar, gritaron "¡Viva Napoleón!"
      Y, ¿recuerdan la guerra, la triste guerra, la triste guerra de 1870?
      ¿Tenían bastante culpa los generales? ¿Y la culpa fue de los espías? ¿Se fusiló un número suficiente de ellos, de esos espías sin que lo supieran? Peor para ellos, ¡era culpa suya!
      Esperen un poco. ¡Ahora van a ver cómo va a tener la culpa el Señor Gambetta! Todo, les digo, será culpa suya. Los diputados quieren una cosa hoy, mañana otra. Gambetta tiene la culpa. No están de acuerdo a propósito de nada. Gambetta tiene la culpa; nunca la tienen los diputados, porque "sabéis ser como el carnero por naturaleza, siempre seguir al primero, allí a donde vaya."
Y piensan que para cada nueva tontería seguiremos encontrando al culpable, sin reconocer nunca simplemente que la culpa la tiene todo el mundo.

25 de enero de 1882

Traducción de Audrey Collec para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre