RODANDO
( En rôdant )
Publicado en Le Gaulois, el 14 de febrero de 1883

      El ómnibus descendía a gran marcha por la calle de los Mártires.
      Dos hombres, dos amigos, estaban sentados codo con codo, y charlaban.
      Eran dos obreros, de esos obreros de París, dotados de una inteligencia estrecha y sutil, muy penetrante y muy limitada.     Hablaban de política.
      Uno de ellos dijo:
      - Los diputados no saben lo que hacen. Se diría que forman una asamblea de locos.
      El otro contestó:
      - Tanto mejor, eso desacredita siempre al gobierno. ¿ Acaso no es lo que se llama una señal de los tiempos ?
      Desde luego el movimiento de opinión más acusado, sobre todo desde hace cuatro o cinco años, es una especie de invasión, hasta en el pueblo, de escepticismo y de desprecio intelectual por los representantes del poder.
      Entrad en los pequeños restaurantes de París, en aquellos donde comen los trabajadores. Las personas charlan, ríen y se burlan de sus elegidos, hablando de ellos como si hicieran grandes tonterías para solaz de la multitud.
      Desde los cocheros de simones, ante el kiosco de la estación, al sargento de la guardia local que apunta sus números, se divierten alegremente con los representantes del pueblo.
      En un salón, lleno de hombres conocidos, artistas y mundanos, cuando se ve entrar algún caballero desconocido y alguien pregunta: « ¿ Quién es ese ? » si usted responde: « Es X... un diputado... » una ola de piedad por ese pobre hombre nos cubre.
      Uno está tan acostumbrado ya a reírse de la Cámara, a censurarla, a burlarse de ella; sus torpezas son tan visibles, sus entusiasmos tan grotescos, que el oficio de diputado se ha convertido en una profesión cómica,  que pronto inspirará un dulce desprecio a los mismísimos niños pequeños.
      Cuando vean pasar por la calle algún pobre ser de aspecto heteróclito, preguntarán con interés, acostumbrados a las repetidas burlas de su padre:
      - Dime papá, ¿ es un diputado ?

      Y, cuando uno cena por casualidad con dos o tres diputados, de los que constituyen la cabecera de la Cámara, se asombra de encontrar personas inteligentes, interesantes, incluso espirituales a veces.
      Un viejo representante del país, que ya no es nada, explicaba últimamente este misterio.
      - Eso que les falta, decía, es la costumbre de pensar juntos. No tienen espíritu corporativo. Hace falta una gran práctica de la política a una asamblea para que sea inteligente en masa.
      Las  cualidades de iniciativa particular, de libre arbitrio, de sabia reflexión e incluso de penetración de todo hombre superior, tomadas aisladamente, desaparecen en general desde que este hombre está inmerso en un gran número de otros hombres. El conjunto de una asamblea es singularmente inferior a cada miembro de dicha asamblea.
      Una cita me hará comprender.
      He aquí un fragmento de una carta de lord Chesterfield a su hijo (1751) que confirma con una rara humildad esta súbita eliminación de las cualidades activas del espíritu en cualquier reunión numerosa:
      « Lord Macclesfield, que ha tenido una gran parte en la elaboración del proyecto de ley en el Parlamento británico, y que es uno de los más grandes matemáticos y astrónomos de Inglaterra, habló, con un profundo conocimiento de las cuestión y con toda la claridad que una materia tan engorrosa podía comportar. Pero como sus palabras, sus periodos y su elocución estaban lejos de valer las mías, me fue concedida la preferencia unánimemente, aunque injustamente, lo confieso.
      « Esto siempre será así. Toda asamblea numerosa es muchedumbre. Sean cuales sean las individualidades que la compongan, no es necesario nunca utilizar en una muchedumbre el lenguaje del sentido común  y de la pura razón. Únicamente hay que dirigirse a sus pasiones, sus sentimientos y a sus intereses aparentes.
      « Una colectividad de individuos no tiene nunca la facultad de comprensión, etc. »
      ¡ He aquí que no esté tal vez demasiado mal visto !

      El tren iba de Rouen a París.
      Éramos seis en el vagón. Cinco jóvenes regresaban de hacer su voluntariado y hablaban abiertamente de ese oficio de soldado al que todo francés está obligado.
      Y todos contaban en familia el odio por el regimiento, una profunda exasperación, una alegría ardiente por haber acabado.
      Y yo pensaba: sobre diez de aquellos que se llaman voluntarios, nueve por lo menos regresan a sus casas con ese disgusto y esa cólera. Y aquellos son burgueses, ricos, poderosos. ¿ No hay aquí un espantoso peligro, el fin del espíritu militar, la agonía del patriotismo ?
      Esos muchachos que habrían marchado bravamente en caso de guerra no quieren, por nada del mundo, entrar en un regimiento, dormir en el cuartel, vivir la vida de la tropa. El voluntariado matará el ejercito en Francia.
      ¿ Por qué ? Porque esta ley, que parece justa, de la igualdad bajo la bandera es torpe.
      Se toma a unos aristócratas - entiendo por aristócratas a unos inteligentes y delicados - se los arroja en esa tropa de infantería, se les obliga a esa existencia brutal del cuartel, a las promiscuidades que repugnan, a muchas cosas que revuelven su instinto y su educación.
      Esos jóvenes tienen el honor susceptible, están acostumbrados a ser respetados. El suboficial los maltrata, los injuria, les arroja palabras que apenas afectan a un cateto, pero que atraviesan su leve epidermis y hacen hervir su sangre menos espesa. Incluso el oficial, acostumbrado a hacer caminar a unos zopencos a base de juramentos, no reconoce, bajo el uniforme, al joven de una raza más fina.
      Se argumenta: « Esto les enseña la igualdad. » ¡ Tratad entonces de fustigar a un caballo de pura sangre como a un caballo percherón, bajo el pretexto de enseñarle la fusta !
      La igualdad no existe en ninguna parte. Si Pitou y algún futuro gran artista pasan un año codo con codo, el artista será perseguido toda su vida por la pesadilla de ese año de presidio; se estremecerá con ese recuerdo, inoculará, a su pesar, a sus hijos, el terror del cuartel.
      Los razonamientos magnánimos no harán nada. Es así. La masa del ejercito debe estar formada por los humildes, los burdos, los ignorantes, por aquellos nacidos para ser poco. En el momento que no se puede hacer de la aristocracia del país la aristocracia del ejercito, en el momento en que los muchachos nacidos para ser oficiales no podrán ser más que reclutas, toda mezcla aportará la confusión, y en el ejercito, y en el país.
      ¡ Tanto peor para la igualdad !
      He aquí lo que se llega a creer cuando si escucha hablar a los voluntarios.

14 de febrero de 1883
Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre