EL SENTIMIENTO Y LA JUSTICIA
( Le sentiment et la justice )
Publicado en Le Figaro, el 8 de
diciembre de 1884
Obedeciendo a un sentimiento casi unánime, deseo la absolución de la Sra.
Clovis Hugues cuya situación ha despertado en todos los corazones la más viva y
respetuosa simpatía.
Sin embargo, desde una perspectiva más general, habría que decir muchas cosas.
Para decir esas cosas, voy a imaginar una aventura similar a la suya pero
disponiendo de unas circunstancias accesorias que desconozco, de modo en llamar
más la atención sobre
el agente de la que tal vez merezca, y todo eso, por las
necesidades de la causa de la que voy a protestar.
Quiero hacer el proceso a la opinión pública.
Digo que la opinión pública en Francia ha perdido completamente el sentido de la
justicia y que se deja llevar, entusiasmar, y desviar sin cesar por una
sentímentalidad ingenua y por un donquijotismo inocente.
Y cada vez más el sentimiento tiende a reemplazar a la
ley y a la lógica en nuestras costumbres.
No hacemos más que política de sentimiento, guerra de sentimiento,
justicia de sentimiento.
De este modo, contaré una aventura que no ha
ocurrido, pero supongamos que así
haya sido.
Imaginen que un muchacho de treinta años deambula por París, sin hogar y sin pan.
El caso es frecuente. Va de puerta en puerta y no encuentra nada. No tiene
parientes ni recomendaciones. Por fin, aterido por el hambre, cae en casa de uno
de esos miserables que tienen agencias de información secreta.
El hombre lo emplea, luego al cabo de algún tiempo le encarga encontrar pruebas
de infidelidad conyugal del Sr. X... Tarea cómoda, añade el patrón, pues los
maridos fieles son raros.
El agente se pone a la faena, interrogando a troche y moche, convencido,
como un simple juez de instrucción, de que el vigilado es culpable. ¿ A quién
interroga ? A las porteras, caramba. Ahora bien, ¿ cuál es la portera que no
calumnia cien veces al día al más inocente de sus inquilinos ? ¡ Oh ! si
supiésemos lo que dicen de nosotros nuestras porteras, mañana los armeros no
tendrían revólveres suficientes.
Un hecho, entre mil. Habiendo circulado
últimamente en París el rumor de la locura de una mujer encantadora, un gran
periódico envía enseguida a procurar información a casa de su portera.
El periodista pregunta:
-¿ Es cierto que la Sra. X... está loca ?
La otra, rabiosa por hablar mal de su inquilina, exclama:
- Por supuesto, y loca de atar además.
Ahí tenemos la opinión de su portera pero en absoluto la confirmación de un
hecho consumado.
Y el periódico anuncia una noticia falsa.
Entonces la portera cuenta sobre la dama del cuarto y sobre la del quinto. El
agente pregunta: - ¿ Es cierto que el Sr. X... no viene al quinto ?
Y la pillina de la portería se despacha a gusto, inventa, exagera,
encantada de tener un público tan atento.
El pobre pordiosero, teniendo su testigo, transmite todo al patrón que
proporciona a su clienta las informaciones pagadas.
Tiene lugar un proceso.
La portera, viéndose en una peligrosa posición, niega haber cotilleado y mentido
y se desmarca del asunto con un falso juramento.
- Si se relacionase al tribunal todo lo que se dice, no se podría conversar de
nada.
Ahora bien, el agente denunciado se encuentra de este modo acusado de haber indignamente
calumniado a una honesta y encantadora mujer. Es condenado a dos años de prisión
y a dos mil francos de indemnización.
El desgraciado, que hacía, ciertamente, una tarea innoble, pero no castigada por
la ley, había sido mandado por su patrón y confundido por su testigo. Así pues,
inocente hasta cierto punto, encuentra dura la pena y apela.
Pero la joven mujer, víctima, horrorosamente golpeada, desesperada, dispara sobre
su torturador y lo abate. El hombre agoniza diez días y muere.
Y la opinión pública grita « ¡ Bravo ! ¡ viva la
heroína ! », profiere alaridos de entusiasmo, ¡ quiere que se absuelva a la
asesina de tener un proceso !...
Sin embargo...
Sin embargo los jueces han procesado y juzgado. ¡ Han considerado la detención
legal, lo que debemos respetar de un modo absoluto !
La joven no se encuentra lo suficientemente vengada. Nada en efecto puede
compensar el sufrimiento moral que ha padecido.
Pero ¿ qué ocurrirá si apelamos todos al cuchillo, el revolver o el vitriolo,
en aquellos juicios que estimamos insuficientes ?
Ahora bien, ¿ cuál es el hombre ofendido que encuentra suficiente la
compensación acordada por la ley ?
¿ En qué la horrible agonía de este ínfimo agente, menos culpable que su
ilocalizable patrón, hace más esplendorosa la inocencia reconocida e incuestionable de su
víctima ?
¿ Cuáles serían las consecuencia de esta nueva jurisprudencia ?
¿ Qué mujer no ha sido calumniada mil veces por sus porteras, sus criados, sus
amigas y sus enemigas ? ¿ Qué mujer no ha sido informada algún día por una boca
afectuosa y maliciosa de que tal o cual persona había dicho sobre ella algo
infame ?
¿ Debería comprar un revolver y matar ? ¿ No estaría un poco autorizada por un
veredicto de absolución ?
¿ Y después ? Sí, después de las mujeres calumniadas, tendremos las mujeres
sospechosas con razón que quisieran reparar su honor a tiros de pistola. ¿ No
serían numerosas aquellas que, no teniendo nada que perder, tendrían todo que
ganar con un crimen sonoro capaz de devolver y establecer en su favor el curso
de la opinión pública ?
Arriesgarán el todo por el todo, cara o cruz, absolución o condena, pues con los
jurados franceses todo puede pasar.
Como ejemplo del sentimiento
reemplazando a la
estricta justicia tenemos ya todos los casos de vitriolo juzgados desde
hace algunos años por ese tribunal fantástico que se denomina jurado.
Todas las veces que se trata de amor, la
indulgencia enternecida del tribunal recae sobre aquella que ha mutilado a su seductor. Es absuelta con entusiasmo.
Ahora bien, cinco sobre diez veces, es el vitriolado quién ha seducido, pues el
mundo está lleno de muchachas y de mujeres que emplean unas estrategias de Piel
Roja y una serie de astucias, y un despliegue de inocencia, de ingenuidad y de
candor increíbles, en descubrir y conquistar al seductor de su elección.
La profesión de muchacha y de mujer seducida y pagada es frecuente. Ahora bien,
si el seductor les escapa, toda una campaña recomienza. Su exasperado despecho
las arroja a una venganza terrible hacia él y sin peligro para ellas.
Admito que aman con locura.
¿ Puede ser el amor una excusa ?
Qué es el amor que golpea sino el egoísmo que los jurados absuelven, dando a
los lazos ilegales una sanción poética y un valor casi legal, en estos tiempos en
el que tan fácil resulta romper los lazos regulares del matrimonio.
De tal modo que ahora se puede desembarazar uno a su gusto de una mujer
legítima, por un pequeño juicio, mientras que se tiene que temer desembarazarse
de una amante !
¡ Viva el sentimiento, abajo la ley !
La creación de los jurados ha sido además en principio, la sustitución del
sentimiento por la justicia, pues los jurados juzgan según su corazón, y esas
valientes personas se ven comprometidas para actuar de otro modo ya que no
están preparadas para juzgar.
Se les somete casos complicados de psicología, pero solo están preparados para
resolverlos únicamente en base a las novelas folletín de sus periódicos.
¡ Una joven seducida ! ¡ No ven más que eso ! Han llorado bastante leyendo « La Folle du Carrefour », y ven de
inmediato una situación análoga.
Recuerdan también todas las escenas del tribunal, del patio de asientos, las
plañideras, las pobres abrumadas, las circunstancias dramáticas de las obras del
los señores Richebourg y otros. Y representan una de esas escenas, ¡ forman
parte de una de esas novelas !
Podía ser de otro modo, el día en el que se le eligiese para penetrar en el
trasfondo del corazón humano, para desentrañar los delicados hilos de las
intenciones, no criminalistas de profesión, no hombres superiores acostumbrados
a ver, a comprender y a juzgar todas las evoluciones del espíritu, sino el
carnicero, el panadero, el mercero, cualquier comerciante, que apreciase según su corazón, caramba, a falta del resto.
Me gustaría que se hiciese una sencilla experiencia.
Se tomarían diez jurados y se les plantearía la siguiente cuestión:
- ¿ Que piensan ustedes del 2 de diciembre ?
El primero respondería: «Se trata de un
crimen innoble cometido por unos bandidos.»
El segundo: « Fue un golpe de astucia que salvó por algunos años la agonizante
Francia...»
Alguno de ellos dirá: « Fue un golpe de Estado comparable a todas las
revoluciones que han cambiado el gobierno de un país. »
Ahora bien, si hay seis del primer parecer, tanto peor para los reaccionarios
a los que tendrán que juzgar.
Pero si por el contrario hay seis de la segunda opinión, tanto peor para los
republicanos.
Ocurre lo mismo en materia de sentimiento; y he aquí lo que nosotros llamamos
justicia.
Así pues, las mujeres están hoy más o menos autorizadas a arreglar todos sus
asuntos a tiros de revolver y de vitriolo.
¿
Qué hay de asombroso en esto, puesto que un hombre atacado en su honor no tiene
otro recurso, en ese momento, que el duelo ?
Y es esto un signo singular de esta tendencia cada vez más visible del
temperamento francés, al sustituir la justicia por el azar, o más bien por una
fantasía imprevista, arbitraria y sentimental.
¡ Tenemos pavor a la ley y a la lógica !
Examinemos pues la jurisprudencia del duelo tal como se establece entre
nosotros.
Estamos lejos de los días, próximos sin embargo, en el que se concedía que el
duelo, vieja costumbre de la caballería, puesto de moda otra vez en nuestro días,
fuese el
recurso de los caballeros que forjan su honor a golpes de espada,
siendo admisible únicamente en ciertos casos de delicada apreciación donde la ley
resultaba impotente y en ciertas situación en los que el amor o la traición de
una mujer, así como unos particulares odios, pudiesen surgir entre dos seres.
Hoy, el combate singular se ha convertido en la regla y en la ley en todos los
casos de injurias, calumnias o maledicencia, entre hombres.
El insultado, el ofendido, bajo pena de ser diez veces deshonrado, deberá tener
recursos en las armas y no en los tribunales.
Si se bate, aún siendo un crápula y un bribón, se convierte inmediatamente en un
hombre honesto.
Si hace intervenir a los jueces, no es más que un cobarde, incluso con un honor
irreprochable.
¿ Quién es el que insulta ? La galería no nos informa demasiado. Hombre del submundo, viviendo de expedientes, publicista acorralado viviendo de chantajes. Poco
importa. Se le saluda, se le estrecha la mano. Eso basta.
Previniendo el caso, ha trabajado sus golpes como un gimnasta trabaja el
trapecio.
¿ Quién es el insultado ? Un hombre de mundo cualquiera, que puede excitar el
odio, los celos o la envidia por su fortuna, sus éxitos, su situación política,
o la belleza de su esposa.
Tal vez es miope. Entonces debe renunciar a la pistola que iguala más o menos
las oportunidades. Puede ser también deforme, pesado, obeso, sin ningún hábito
para la esgrima. Entonces se irá a hacer degollar por su adversario y volverá a
su casa injuriado, herido y no contento. ¡ Oh Moliere !
Sabemos cada día que una innumerable cantidad de gallardos se dan la mano de
la mañana a la noche.
En ese numero hay muchos que trabajan la esgrima
como se trabaja la pintura porque la aman.
¿ Pero y los otros ? Los otros se ejercitan el puño a fin de poder ser insolentes
tanto como les plazca.
De modo que el duelo habiéndose convertido en la regla de toda diferencia entre
dos hombres, el estudio encarnizado de la espada a la que uno se libra en ese
momento no es más que un esfuerzo razonado para hacer ingresar la injusticia en
ese azar armado que sustituye a la ley.
Ahora bien, puesto que los ministros parecen
comprometidos a equilibrar el
presupuesto nacional, ¿ no podrían hacer ahorrar sobre la magistratura
suprimiendo jueces y abriendo nuevas salas de armas ?
¿ No podríamos llegar de pronto al Estado ideal soñado por muchos ?
La Escuela de Derecho habiéndose convertido en inútil para los franceses será
sustituida por una Facultad de esgrima.
Allí se trabajaría de las nueve a las doce, y de las dos a las seis, los toques,
las posiciones, las contras, los golpes, etc., a fin de poder injuriar,
calumniar, mentir y abofetear a cualquiera con toda libertad y con toda
seguridad.
Los ciudadanos franceses se encontrarían pues divididos en dos clases.
La primera categoría comprenderá a las personas ágiles, rectas, teniendo la
mirada precisa y las ancas sólidas, que serán valientes por naturaleza y por
profesión, después de diez años practicando en la sala y en el tiro.
Las personas afectadas de enfermedades de la vista, de gordura precoz, de
zurdera natural y de debilidad muscular, formarán parte de la segunda categoría
de los valientes por necesidad.
Los certificados médicos, constatando un estado físico suficiente para haceros
librar del servicio militar, no serán válidos en caso de duelo.
Un impotente que habría rechazado batirse contra un maestro de armas sería
calificado de cobarde y arrojado del mundo como hiciese falta.
De donde resulta que el que no sea ni fuerte como Hércules, ni ágil como
Aquiles el de los pies ligeros, y no haya sacrificado un cuarto de su
existencia para adquirir la destreza de Luis Merignac, será también expuesto en
la sociedad parisina como un viajero desnudo en un bosque virgen, poblado de
animales feroces.
¡
Oh, san Don Quijote, ruega por nosotros !
Pero la situación está en vías de convertirse aún en más grave de lo que se
piensa.
Hemos leído el otro día el resultado del gran concurso de esgrima organizado entre
los dependientes del Bon Marché, en una sala de armas abierta mediante los
cuidados
y los gastos del director de ese almacén.
Y usted quiere que vayamos a comprar unos guantes o un paraguas en esa tienda
para que el empleado de la sección de guantes, «
muy dispuesto a tomar las contras », se moleste con no menos prontitud a una
simple observación sobre el número de los botones, y nos arroje su tarjeta al
rostro.
Y el empleado de la sección de muebles, enseñando una pintura que no nos
guste, responderá con insolencia, porque él «despliega también una gran rapidez
en los ataques en línea baja »
Las personas pacíficas se verán entonces obligadas a dirigirse a las casas que
no armen a su personal.
¿ Pero que ocurrirá si el Sr. Bixio abre una sala de armas para sus cocheros ? ¿
Si las Compañía de los ómnibus hacen otro tanto por sus conductores ?
¿Pronto veremos en las grandes líneas, al lado del vagón restaurante, el vagón
de esgrima donde el mecánico vendrá de vez en cuando a hacer un pequeño asalto
con el maquinista ?
¡ Oh, san Don Quijote, ruega por nosotros !
He dicho que hacíamos la política y la guerra de sentimiento y nunca de
lógica.
No citaré más que una prueba entre cien mil.
Hace algunos años, un oficial de gran valor que hace hoy la campaña de Tonkin,
el general de Négrier, entonces coronel, teniendo que reprimir una insurrección
de árabes en el Sur de Orán, y sabiendo que no se puede golpear a esos fanáticos
más que mediante su religión, abatió la famosa mezquita de Sidi-Cheik.
El árabe es fatalista. « ¡ Dios lo quiere !» esa es toda su fe. Si Dios no lo
defiende, es que ha abandonado a sus hijos.
Ahora bien, la opinión pública se emocionó en Francia, el gobierno se indignó. Se
había ultrajada la religión de esos pobres enemigos ! Se había destruido su
templo ! ¡ Profanación !
Se hizo reconstruir la mezquita ! ¡ Alá había vencido !
Ahora bien, fue el mismo gobierno quién, algunos meses más tarde, expulsaba a
los monjes y cerraba sus iglesias en Francia.
8 de diciembre de 1884
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre