Nuestra vieja Academia todos los años se muestra renovada. Vuelve a rizar el
pequeño bucle que le sirve hoy de peluca, se coloca encima un bonete de vieja
dama encintado y baja a un rincón de la acera.
A lo largo de las tiendas de libros expuestos por
los libreros, unos jóvenes de largos cabellos van a paso lento, ojeando las
obras. Ella les cuchichea al oído: « Chicos, chicos, escuchadme. Si queréis
subir nos divertiremos mucho. Es muy cerca, allí, en esta casa, cuyo techo
parece un hongo. Haremos un bonito concurso de poesía en francés. ¿ A qué es
divertido ? Y yo os daré premios. Tengo el dinero que me han dejado viejos
caballeros. Os daré unos premios de diez mil francos, de cinco mil, de dos mil,
y de quinientos. ¡ Venid ! »
Los jóvenes han sido tentados. Suben.
Así pues, nuestra vieja Academia acaba de
distribuir sus premios. Había propuesto como tema, a la inspiración pagada de
los poetas, el elogio de Lamartine. Éstos han rimado sobre eso algunos miles de
versos cualesquiera. Unos ceremoniosos caballeros los han leído y apreciado;
luego han designado un vencedor, basándose en importantes motivos literarios en
los que no profundizaremos; y le han dado un satisfecit. Como antaño el
director, Sr. Camille Doucet proclamó:
Primer premio de poesía francesa.... |
Sr. X... |
Segundo |
Sr. Y... |
Tercero |
Sr. Z... |
Acto seguido se entregó a los tres laureados una bolsa conteniendo el dinero.
Pero como no es necesario dejar caer el nivel del
arte, y como ella, la vieja, cree, que es con unos escudos solamente con lo que
se fomenta en los jóvenes la inspiración independiente, la elevación del
alma, la libertad de los impulsos y la gran llama poética, ha elegido con
tristeza un nuevo tema para el año próximo.
Ahora bien, como está llena de nobles y
generosos ideales, y como ha comprobado desde su ventana « un cierto bajón en
los espíritus, en las almas, y en los caracteres », ha buscado « una formula
que, de buena fe, abarque al mismo tiempo, en un ideal poético, el arte y la
moral, la religión y el patriotismo » ( se podría añadir la cocina y la
trigonometría ). Entonces un grito se escapó de su conciencia: ¡ Sursum
corda ! Había encontrado su tema.
El próximo año ella encontrará del mismo modo Kyrie
eleison, y al año siguiente: « Dos y dos son cuatro.»
¡ Sursum corda ! Si únicamente esto
quisiera decir: « Mi queridos hijos, tengo un pequeño regalo que haceros, y,
como me hace falta un pretexto, deseo que me compongáis una poesía sobre un
tema que no significa mucho del todo. Así pues, disponeos francamente, con
vuestra naturaleza de artista, vuestra inspiración limpia y vuestro
temperamento personal. Que los líricos hagan lirismo, que los familiares hagan
poesía íntima, los elegantes poesía graciosa. La única divisa del arte es
" Libertad ". » Si tu dijeses esto, se te saludaría respetuosamente,
¡vieja!
Pero no, Sursum corda significa: « ¡
Usted me va a hablar de patria, de venganza, de honor nacional ! ponga en
pomposos versos todas las cancioncillas inútiles, haga rimar Francia con
esperanza, Alemania con la vergüenza le acompaña. »
Pero, pobre inválida, sería mejor que dieses un
premio de gimnasia a estos poetas. Eso serviría mejor a tus magnánimos
propósitos.
¡ Sursum corda ! Van a componer diez mil
versos que leerán diez personas, y eso para hacer salir de su letargo a « ¡
los espíritus, las almas y los caracteres ! »
¡ Oh !¡ el dinerito, verdaderamente ! ¿ Hay
algo más ingenuo, más inocentes, más infantil ?
¡ Oh ! ¡ los concursos de la Academia !
Uno jamás comprenderá quién sería tan
estúpido de querer imponer un tema a un verdadero poeta como obligar a un
sombrerero a fabricar cuchillos.
Y luego, ¡ puñetas ! Porque la Academia acaba
de inmiscuirse en la protección de los jóvenes talentos, ella que sirve de
Asilo a los que están fatigados.
¿ Cual es su función ? Conservar las
tradiciones de la lengua francesa, esas tradiciones que los jóvenes escritores
tienen el deber de minar sin cesar.
Esta asamblea de hombres de edad alrededor del
estilo académico, como las antiguas vestales alrededor del fuego sagrado. Vela
para que no se apague.
Es la respetable guardiana de las viejas
locuciones de antaño. Pero también por eso mismo, se convierte en la enemiga
profesional de los nuevos artistas, audaces, innovadores, independientes, sobre
todo independientes.
Cuando el mayor novelista que jamás haya vivido,
Balzac, el inmortal Balzac, ese atrevido, ese único genio, deseó ponerse bajo
la cúpula donde dormitaban los Cuarenta, la vieja se puso a reír como una
pequeña loca. ¡Balzac, en la Academia ! ¡ja, ja, ja! ¡ ciertamente divertido
!
Ninguno de los grandes artistas audaces o
renovadores perteneció a ella.
¿ Acaso fue Doliere ? ¿ Acaso Baudelaire, el
más original de todos nuestros poetas ?; Téophile Gautier y Gustave Flaubert,
esos dos estilistas incomparables, ¿ lo fueron ? Solo entró allí Victor Hugo,
tras haber golpeado durante mucho tiempo una puerta que no se abría.
¿ Acaso forman parte de ella Th. de Banville y
Leconte de Lisle, esos dos grandes poetas vivos ?
Ella no puede elegir ni coronar más que a
jóvenes viejos, los jóvenes sin audacia y sin esta savia poética que
rejuvenece el viejo árbol del Arte. No puede apreciar más que a los
versificadores, y no a los poetas.
Y léase la interminable listas de todos aquellos
que ella ha coronado desde hace treinta años, se quedará uno estupefacto ante
tantas glorias desconocidas.
Pues ella siempre se equivoca. No puede más que
equivocarse. Aprecia lo que fue y no lo que será.
Su acción, que espera bienhechora, es fatalmente
esterilizante, funesta. Ella presta sus muletas al arte y su visera a los ojos
audaces. Sus esfuerzos no conducen más que a abortos.
¡ Sursum corda ! es a los poetas que hace
exclamar: ¡ Sursum corda ! A aquellos que tienta la vana gloria del
concurso de la vieja Academia que hace tintinear los escudos. ¡ Sursum corda
! Los hombres de letras, únicos entre los artistas, tienen la apreciable
fortuna de ser libres. Con nosotros, nada de trabajo asalariado, nada de
recompensas, nada de distinciones, nada de grados. El arte, para expandirse, no
necesita más que libertad.
Vivimos verdaderamente en la República de las
letras, hermanos. Los pintores tienen el inevitable concurso del Salón, al que
no pueden sustraerse demasiado. Tienen jueces, recompensas, votos, una
jerarquía, un jurado que los distingue y un ministro que los condecora.
Permanecen jóvenes educados hasta en momento en el que, cargados de cruces,
pontifican a su vez.
Tienen unas escuelas pagadas por el
gobierno y honores oficiales.
Los músicos tienen también sus concursos, un Conservatorio,
los Premios de Roma, cruces prendidas sobre sus trajes tras el fallo motivado de
algunos viejos metrónomos.
Nosotros no tenemos nada. Nosotros nos dirigimos
a la inmensa muchedumbre de aquellos que leen; nos hacemos en el público, un
público especial más o menos refinado, más o menos delicado, más o menos artístico,
más o menos numeroso, según nuestro poder y nuestro talento.
Solos, nosotros somos independientes. No tenemos
ni cajeros ni oficinas; ni inspectores del bello estilo, ni rectores de la
inspiración, ni directores de genio literario, ni jueces oficiales finalmente.
No se nos recompensa, no se nos jerarquiza, no se nos condecora, porque somos
libres, sin vínculos con el Estado, porque somos orgullosos, desdeñamos los
honores públicos, porque somos fuertes y nos rebelamos contra toda bobada,
contra toda rutina, contra todo lo que amenace nuestra irritable independencia.
¿ Cómo se entiende entonces que unos poetas
acepten ser calificados, como escolares, y coronados por ese ingrato trabajo,
por esa composición tan ajena a la poesía ?
Sin embargo tienen talento, y se esfuerzan en
participar en ese inútil concurso.
¿ Tienen necesidad de ridículos laureles, de
esta gloria que hace sonreír a los artistas e incluso a las gentes de mundo ?
¿ Hacen eso para satisfacer a su familia, para
asombrar a los que los rodean o para concienciarse ellos mismos de sus meritos ?
¿ Lo hacen por dinero? Un buen alumno de
concursos, que tenga éxito todos los años, puede ganar tanto como un subjefe
de ministerio.
Más valdría pedir simplemente una caja de
cigarros. Esto haría justicia al arte literario, y evitaría muchos desvelos a
los candidatos.
En cuanto a la Academia, ¡ que servicio
rendiría a los pobres, distribuyendo en buenas obras e invirtiendo en la compra
de harapos, madera y comida, su dinero tan mal empleado !
3 de diciembre de 1883
1 Locución latina que significa: " ¡ arriba los corazones ! " : Es una llamada a elevar la mente y el corazón hacia lo mejor: la inteligencia hacia su uso racional y el ánimo hacia el valor y la esperanza. (N. del T.)
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre