UN MILAGRO
( Un miracle )
Pubicado en el Gil Blas, el
9 de mayo de 1886
Señor redactor,
No soy médico, sino un simple veterinario de provincias. Añado que vivo en una
región de grandes cacerías; es decir en una región llena de perros, y que he
visto más casos de rabia que la mayoría de los ilustres médicos parisinos. Me
siento por tanto tan autorizado como esos sabios profesores, y más autorizado
como la mayoría de vuestros colegas a dar mi parecer sobre esta terrible y
extraña enfermedad de la que puede que el señor Pasteur preserve a mis
semejantes, en medio de un milagro que solo él tal vez podía operar, y no
mediante un remedio.
Me explico. Mi profunda convicción es que la rabia no existe en el hombre, así
como otras muchas enfermedades especiales en las especies animales. Del mismo
modo que gran
número de enfermedades humanas no puede afectar a los animales.
Quiero decir que el virus de la rabia, inoculado por el perro, por el lobo o por la
aguja del Sr. Pasteur, no tiene ninguna acción sobre el organismo humano. La
rabia, mal contagioso, no puede ser comunicada al hombre por ningún
procedimiento científico o natural, cuando incluso muchos hombres mueren de
extraños accidentes rabiformes que se llaman igualmente "rabia", pero que provienen de una idea fija, es decir de una enfermedad cerebral, o de
una afección nerviosa de la familia del tétanos.
Las pruebas en las que podría apoyar esta opinión son innumerables. Me
conformaré con citar algunas basadas, bien en mi experiencia personal, bien en
las sabias obras de los señores Bouley, Bréchet, Portal, Magendie, Tardieu,
Boudin, Vernois, Sausen, Renault, etc., etc., y también en un pequeño volumen,
de lo más curioso, del Sr. Faugère-Dubourg, publicado en 1866, bajo este
título: El prejuicio de la rabia.
Estoy convencido de que la rabia propiamente dicha no existe, no ha existido
nunca en el hombre.
Se presentan dos casos.
Las personas que mueren a consecuencia de una mordedura de perro que está o que
se le supone rabioso.
Pueden ser por trastornos del género tetánico que
se producirían también con la
mordedura de otro animal cualquiera, gato, rata, conejo, cordero, caballo, mono,
etc., etc., o incluso una herida, un golpe, un pinchazo o un corte.
Pueden ser por trastornos nerviosos muy parecidos a los de la rabia, pero producidos
por la obsesión de la idea.
A las pruebas me remito. Es necesario constatar en primer lugar que muchas personas
mordidas por perros no rabiosos mueren de rabia, con todos los síntomas
característicos de ese mal.
He visto incluso tres ejemplos, habiendo conservado los perros con vida durante
dos años después del fallecimiento de las víctimas.
Todo el mundo recuerda también un muchacho muy conocido en París, muerto
recientemente de la rabia, cuando el perro por el que fue mordido vive todavía, y
como otra persona, mordida al mismo tiempo, no ha tenido nada.
¿ Qué es entonces eso de un virus transmitido por un animal que él no lo porta ?
Otro ejemplo muy citado, de un tipo diferente.
El 16 de enero de 1853, dos jóvenes se despedían en el puerto del Havre, uno de
ellos partía para América. Fueron mordidos al mismo tiempo por el mismo perro.
Aquél que quedaba murió al cabo de un mes. El otro no lo supo y permaneció
quince años en América, ignorando absolutamente lo que le había ocurrido a su
compañero.
A su regreso, en el mes de septiembre de 1868, conoció de pronto el miserable
final de su viejo amigo; tuvo miedo, y expiró tres semanas más tarde, con
todos los síntomas conocidos de la rabia.
Así pues, en ambos casos, tenemos que vérnosla, sin duda alguna, con la rabia
psíquica que los propios médicos han denominado hidrofobia rabiforme. El doctor
Caffe dice al respecto: " Solamente la rabia espontánea ( hidrofobia
rabiforme ) es susceptible de curación, pudiendo la imaginación destruir lo
que ella ha creado."
Por tanto, existe una rabia imaginaria, imposible de distinguir de la otra,
mortal cuando la imaginación que la ha creado no la cura, y presentando, hasta
el final, todos los síntomas característicos de la auténtica.
Yo me digo, que no hay más que una, la imaginaria, a menos que no estemos en
presencia de una especie de tétanos producido por una mordedura, asimilable a
una herida cualquiera.
Me apoyaré en primer lugar sobre lo que esa enfermedad, presentando en el
animal unas signos característicos absolutamente opuestos a los observados en el
hombre, no puede ser más que de una naturaleza esencialmente diferente.
1º La autopsia revela en el perro profundas lesiones, alteraciones de los
órganos, los pulmones y el encéfalo encharcados de sangre, unas violentas
inflamaciones de los bronquios, de la traquea, de la laringe, detrás de la
boca, del esófago, del estómago, del útero, de la vejiga, y por fin unas
infiltraciones sanguíneas en el tejido celular que rodea los nervios, sin
revelar nunca el mismo lugar del mal (observaciones de Dupuy ).
En el hombre, no hay nada de todo esto, nada más que ligeros desórdenes
de los centros nerviosos y unos derrames cerebrales, característicos en todas
las enfermedades del encéfalo.- Ahora bien, las neurosis tienen esto de
particular, no dejando otros vestigios tras la muerte.
Eso no es todo.
En los perros, la rabia conlleva una insensibilidad absoluta de la epidermis. Se
les puede golpear, quemar al rojo vivo, cortarles a cuchilladas sin que
demuestren ningún dolor, a aquellos que un simple golpe de fusta hace aullar
cinco minutos cuando están en su estado normal.
Por el contrario, en el hombre, la pretendida
rabia desarrolla tal excitación nerviosa que no puede tolerar ningún contacto,
incluso ni el de una pluma, incluso ni la de la más ligera corriente de aire
sobre la piel, soportar ningún ruido, ni el de un reloj, ni ningún reflejo de
luz, ni ningún olor, sin ser atacado enseguida por unos dolores intolerables.
Encontramos aquí de nuevo los síntomas ordinarios
de las neurosis, absolutamente diferentes, claro está, de aquellos que presenta
la rabia confirmada sobre el perro.
Busquemos ahora si otros accidentes
distintos de unas mordeduras de perro pueden producir todos los síntomas de la
rabia en el hombre.
1º Marcel Donnat ha visto morir de hidrofobia a
dos personas en las que esta enfermedad nerviosa provenía de reumatismos.
2º El barón Portal describe el hecho de una
muchacha afectada de unas anginas, de las que murió con todos los signos más
flagrantes de la hidrofobia. La autopsia reveló que la faringe, el esófago, la
laringe y la traquea estaban inflamadas en toda su extensión y gangrenadas en
algunos puntos.
He aquí todavía una observación del doctor Selig,
citada por el doctor Marc en el Dictionnaire des Sciences médicales,
y aportada por el Sr. Faugère-Dubourg: « Un hombre de treinta y pico años, tras
ser quemado durante unos trabajos en el campo, un día de los más calurosos del
mes de julio, se bañó por la tarde en un río en el que el agua estaba muy fría.
Al día siguiente, experimentó un dolor reumático en el brazo derecho y rigidez
en la nuca; al tercer día una sensación de pesadez en todos los miembros y
algunos movimientos febriles.
« El dolor del brazo desapareció como
consecuencia de un vomitivo que se le hizo tomar; pero el de la nuca era más
agudo, y la cefalalgia, el ardor, así como la sed, se volvieron más intensos.
Durante la noche, los trastornos aumentaron. Sobrevino una hidrofobia. Todas las
veces que aproximaba sus labios a un vaso o a una cuchara llena de líquido, e
incluso cuando uno de esos objetos caía bajo su vista, experimentaba un temblor
general con convulsiones, y caía en crisis agudas; hasta el aliento de las
personas que se aproximaban demasiado a él, le irritaba, de modo que les
suplicaba que se alejasen.
« Como este enfermo no había sido mordido por
ningún animal, el doctor Selig le aplicó un medicamento antiflogístico
derivativo y calmante. Hacia el mediodía, mejoraron todos los síntomas, ninguna
agitación, ninguna ansiedad, ni calor ni sed, alguna posibilidad de tragar de
vez en cuando, aunque con dificultad, unas cucharadas de infusión; sin embargo
había temblores y movimientos convulsivos. Después del mediodía, durmió un poco.
Por la tarde, a las ocho, calor febril, agitación, ansiedad, sed ardiente, con
imposibilidad de tragar ni una sola gota de líquido sin temblores y
convulsiones. Lo que le rodeaba, la atmósfera, el aliento del cirujano, agitaron
al enfermo al punto de determinar un temblor continuo con convulsiones e intenso
sudor. En los momentos de remisión, el enfermo aseguró que el ambiente, así como
el aliento de las personas que lo rodeaban, se le hacían insoportables, y rogó
con insistencia a los asistentes que se alejasen. La agitación y la ansiedad
crecían hora tras hora, hasta el punto que el enfermo suplicó que lo atasen.
Murió a las once.
« Esta hidrofobia espontánea había sido causada
por la derivación de una irritación reumática sobre los músculos de la laringe y
del esófago, así como por el espasmo y la inflamación determinadas de este modo
en esas partes. »
¡¡¡ He aquí la hidrofobia como consecuencia
de unos reumatismos !!! Se puede confirmar también muy a menudo como derivada de
afecciones nerviosas o de enfermedades del cerebro.
Añadamos una observación del barón Larrey:
« Una bala había arrancado, a François Pomaré, un
granadero, la piel del omoplato derecho; habiendo cesado la secreción purulenta,
la cicatriz hizo muy rápidos progresos; en veinticuatro horas cubrió la mitad de
la llaga, y el herido experimentó pronto un pinzamiento doloroso sobre todos los
puntos cicatrizados; sentía, decía él, la misma sensación que si se le hubiese
cogido los bordes de la herida con unas tenazas, y el menor contacto en esta
cicatriz muy delgada le hacía arrojar grandes gritos. Todos los síntomas del
tétanos se agravaban sensiblemente; la proximidad del agua limpia le provocaba
movimientos convulsos, las mandíbulas se contraían... »
El cirujano quemó simplemente la cicatriz al rojo
vivo. Enseguida el enfermo se curó.
Pero ¿ qué hubiese ocurrido si hubiese sido
mordido por un perro en lugar de ser herido por una bala ?
Podría citar millares de ejemplos del mismo tipo.
En resumen, no se puede afirmar en el hombre que
unos tratornos de tipo nervioso, tanto mortales como no, provengan de desórdenes
asimilables al tétanos producido por una herida o de desórdenes puramente
psíquicos.
Para probar aún la influencia de la imaginación
sobre las personas consideradas rabiosas, citaré este hecho.
El doctor Flaubert, padre de Achille y de Gustave
Flaubert, fue llamado al pueblo de La Bouille, junto a un hombre afectado de
hidrofobia. El enfermo, visto entre dos crisis, acepto ser llevado a Rouen por
el médico, que le tomó en su coche. En mitad de la ruta, comenzó a gritar
diciendo que sentía llegar un ataque, afirmando que iba a morder al doctor, y
rogándole que lo salvase.
El Sr. Flaubert respondió tranquilamente:
« Entonces, amigo mío, usted no está rabioso. El
perro rabioso se sirve de sus colmillos, porque no tiene otro medio de ataque
que su boca, del mismo modo que el gato se sirve de sus zarpas y el buey de sus
cuernos. Usted, usted debe servirse de sus puños y no de otra cosa. Si usted me
muerde no es más que un loco. »
El enfermo no tuvo ninguna crisis antes de llegar
al hospital; pero, apenas llegó, tuvo una crisis terrible y distribuyó entre los
muchachos de la sala y los internos, una andanada de puñetazos dignos de un
boxeador inglés.
Sin embargo murió.
Ahora afirmo que basta no creer en la rabia para
ser absolutamente inmune a ese presunto virus.
Por mi parte, he sido mordido cuatro veces, y
conozco a dos veterinarios que se han dejado morder o hecho morder cada vez en
las que se presentaba una buena ocasión. Se cita a un americano, Mr. Stevens,
que fue mordido hasta cuarenta y siete veces, y un alemán, un tal Fischer,
diecinueve veces, únicamente para probar la inocuidad de ese virus.
Concluyo.
Un hombre mordido por un perro o por otro animal
puede sucumbir como consecuencia de una hidrofobia rabiforme que sería
determinada igualmente en él por cualquier otra herida e incluso por unos
reumatismos.
Este es el caso de los aldeanos rusos que el Sr.
Pasteur no ha podido curar en razón de la naturaleza y gravedad de sus
mordeduras.
Se puede sucumbir igualmente como consecuencia de
trastornos nerviosos producidos por la obsesión de la idea fija.
Ahora bien, en ese caso, basta fe en un remedio
para ser salvado, pues según la expresión del doctor Caffe, « la imaginación
puede destruir lo que ha creado ».
Esta fe en el remedio la han impuesto muchos
empíricos, muchos charlatanes en los campos a los aldeanos simples y crédulos; y
siempre se produjo la curación, la curación milagrosa como consecuencia de los
más extravagantes remedios, abejorros machacados, corteza de limón, ojos de
lechuza diluidos en aceite, etc., etc., pues la fe, que mueve montañas, cura
fácilmente un mal que no tiene por origen más que el miedo a dicho mal.
Pero esta convicción de la curación no podía ser
impuesta a toda la humanidad por los vulgares empíricos en quienes creen
ciegamente los ignorantes campesinos.
Entonces aparece un hombre, un gran hombre, un
sabio ilustre cuyos trabajos admirables ya habían entusiasmado a la Tierra,
cuyas búsquedas misteriosas sobre la rabia inquietaban y apasionaban desde hacía
años; y este hombre, en el qué todo el universo confía, exclama: « ¡ Yo curo la
rabia, he encontrado ese gran secreto de la Naturaleza !»
Y en efecto él ha curado, al igual que los santos
que hacían caminar a los paralíticos por la simple imposición de manos. Ha
curado al mundo, ha rendido a la raza humana uno de los más grandes servicios
que se le pueda rendir: la ha salvado del miedo que mataba como un mal.
Desde el fondo de mi anonimato, saludo al Señor
Pasteur.
Y si yo fuese mordido mañana, iría a rogarle que
me curase, del mismo modo que los ateos llaman a un sacerdote en su última
hora.- En efecto, si el diente de un perro no puede transmitirme la rabia, la
aguja del sabio tampoco me la inoculará.- Y estaré salvado por el único poder de
la estadística, pues, a excepción de los rusos, nadie ha muerto de aquellos que
él ha curado.
¿ Nadie ha muerto ? ¿ Cuántos morían entonces antes ? Bien pocos. Diecinueve por
año, dicen las cifras oficiales. Y nosotros sabemos, por las recientes
inoculaciones del Sr. Paster, que el número de personas mordidas varía entre mil
quinientas y dos mil.
Reciba, etc.
UN VIEJO VETERINARIO
Para copia:
GUY DE MAUPASSANT
9 de mayo de 1886
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre