UNA
PÁGINA INÉDITA DE HISTORIA
( Une page d'histoire inédite )
Publicado en Le Gaulois, el 27 de
octubre de 1880
Todo el mundo conoce la célebre frase de Pascal sobre el grano de arena que
cambia los destinos del Universo, arrebatando la fortuna de Cronwell. Así, en
este gran azar que los acontecimientos que gobiernan a los hombres y al mundo,
un hecho ínfimo, el gesto desesperado de una mujer, decidió la suerte de
Europa salvando la vida del joven Napoleón Bonaparte, el que resultó ser el
gran Napoleón. Es una página histórica desconocida (pues todo lo relativo a
la existencia de este ser extraordinario es histórico). Fué un auténtico
drama corso, que amenazó el destino del joven oficial entonces de vacaciones en
su patria.
El relato que sigue es verídico. Lo escrito al
dictado, sin modificar nada, sin omitir nada, sin tratar de hacerlo más
literario o más dramático, no dejando mas que los hechos tan solo, desnudos,
simples, con todos los nombres, todos los movimientos de los personajes y las
palabras que estos pronunciaron.
Una narración mejor compuesta, gustaría quizás
más, pero esto es Historia y no se debe tocar la Historia. Conozco los detalles
directamente del único hombre que ha podido recopilarlos de fuente de total
crédito y cuyo testimonio ha abierto la investigación sobre estos mismos
hechos acaecidos hacia 1853, a fin de garantizar la ejecución del legado
estipulado por el Emperador fallecido en Santa Elena.
En efecto, tres días antes de su muerte,
Napoleón adjuntó a su testamento un codicilo que contenía las siguientes
disposiciones:
Yo lego, escribe, 20.000 francos al habitante de
Bocognano que me salvó de las garras de los bandoleros que quisieron
asesinarme.
10.000 francos a M. Vizzavona, el único miembro
de esa familia que me fue fiel.
100.000 francos a M. Jerôme Lévy
100.000 francos a M. Costa de Bastelica
20.000 francos al abad Rehecho.
Tal vez un viejo recuerdo de su juventud afloraba
en esos últimos momentos, emanando de su espíritu; después de tantos años y
tantas aventuras prodigiosas, la impresión que le había dejado uno de los
primeros sucesos de su vida, regresaba con fuerza para perseguirlo, incluso en
las horas de la agonía, y aquí está esta lejana visión que a él le
obsesiona, cuando resuelve dejar estas enormes dádivas al partidario heroico
cuyo nombre escapa a su débil memoria y a los amigos que le habían brindado su
ayuda en aquellas horribles circunstancias.
Luis XVI acababa de morir. Córcega estaba
entonces gobernada por el general Paoli, hombre enérgico y violento,
monárquico devoto que odiaba la Revolución, mientras que Napoleón Bonaparte,
joven oficial de artillería, de vacaciones en Ajaccio, empleaba su influencia y
la de su familia para divulgar las nuevas ideas.
Los cafés no existían entonces en ese país,
siempre salvaje, y Napoleón reunía por las noches a sus seguidores en una
habitación dónde discutían, planeaban empresas, tomaban medidas, preveían el
futuro; siempre bebiendo vino y comiendo higos.
Existía ya por entonces cierta animosidad entre el joven Bonaparte y el general
Paoli. Así es como ésta había surgido: Paoli, habiendo recibido la orden de
conquistar la isla de la Madeleine, confío esta misión al coronel Cesari,
recomendándole, según se cuenta, que fracasase en dicha empresa. Napoleón,
nombrado lugarteniente-coronel de la Guardia Nacional en el regimiento que
mandaba el coronel Quenza, tomó parte en esta expedición, revelándose
violentamente contra el modo en que ésta había sido llevada, acusando
abiertamente a sus superiores de haberla perdido voluntariamente.
Poco tiempo después los comisarios de la
República, entre los que se encontraba Saliceti, fueron enviados a Bastia.
Napoleón, conocedor de su llegada, quiso reunirse con él. Para emprender este
viaje, hizo venir de Bocognano a su hombre de confianza, uno de sus partidarios
más fieles, Santo-Bonelli, llamado Riccio, que debía servirle de guía.
Ambos partieron a caballo; se dirigían hacia
Corte donde se encontraba el general Paoli al que Bonaparte deseaba ver
personalmente ya que ignoraba entonces la participación de su superior en el
complot tramado contra Francia; él le defendía incluso de los nacientes
rumores; y la hostilidad entre ellos, aunque latente, no había estallado
todavía.
El joven Napoleón descendió del caballo en el
patio de la casa de Paoli y, confiando su montura a Santo-Riccio, quiso
presentarse enseguida ante el general; pero mientras subía la escalera, una
persona le abordó advirtiéndole que en ese mismo instante estaba teniendo
lugar un Consejo formado por los principales jefes corsos, todos enemigos de las
ideas republicanas. Él, inquieto, pensaba que hacer, cuando uno de los
conspiradores salió de la reunión. Yendo a su encuentro, Bonaparte le
preguntó: "¿...Y bien?". El otro, creyéndole un aliado, respondió:
"¡Está hecho! Vamos a proclamar la independencia y a separarnos de
Francia con la ayuda de Inglaterra."
Indignado, Napoleón se violentó y, dando una
patada, gritó: "¡Esto es una traición, es una infamia!", en cuyo
momento unos hombres irrumpieron atraídos por las voces. Casualmente se trataba
de unos parientes de la familia Bonaparte. De inmediato comprendieron el peligro
que corría el joven oficial, pues Paoli solía desembarazarse de sus enemigos
enterrándolos en el campo. Le hicieron descender por la fuerza y lo montaron en
su caballo.
Napoleón partió enseguida regresando a Ajaccio,
siempre acompañado de Santo-Riccio. Llegaron de noche, fatigados, a la aldea de
Arca-de-Vivario, y durmieron en la casa del cura Arrighi, pariente de Napoleón,
al que puso al corriente de los acontecimientos y pidió consejo, pues el cura
era un hombre de espíritu recto y de gran juicio, estimado en toda Córcega.
Reanudaron la marcha al amanecer y viajaron todo el día llegando por la tarde a
la entrada del pueblo de Bocognano. Allí Napoleón se separó de su guía
ordenándole que lo recogiese por la mañana con los caballos en el cruce de dos
caminos, mientras él se dirigió a la aldea de Pagiola, solicitando la
hospitalidad de Felix Tusoli, su seguidor y pariente, cuya casa se encontraba un
poco alejada.
Mientras tanto el general Paoli, sabedor de la
visita del joven Bonaparte, así como de sus vehementes palabras tras el
descubrimiento del complot, ordenó a Mario Peraldi que se dispuese a
perseguirle e impedir, costase lo que costase, que llegase a Ajaccio o a Bastia.
Mario Peraldi llegó a Bocognano algunas horas
antes que Bonaparte y se alojó en casa de los Morelli, familia pudiente,
partidarios del general.
Informaron enseguida de que el joven oficial
había llegado al pueblo y que pasaría la noche en casa de Tusoli. Entonces el
jefe de los Morelli, hombre enérgico y temible, inducido por las órdenes de
Paoli, promete a su enviado que Napoleón no llegará.
Durante el día había movilizado a todo el mundo, ocupando todos los caminos,
todas las salidas. Bonaparte, acompañado de su anfitrión, sale para reunirse
con Santo-Riccio; pero Tusoli, levemente enfermo con un pañuelo envolviendo su
cabeza, lo deja enseguida.
Tan pronto como el joven oficial queda solo, un
hombre se presenta anunciándole que en un albergue próximo se encuentras los
seguidores del general en camino para reunirse en Corte. Napoleón se aproxima a
ellos y les encuentra reunidos:
"Vamos, les dice, vamos a buscar a vuestro jefe, ustedes hacen una gran y
noble acción"
Pero en ese momento, los Morelli se precipitan en
la casa, se arrojan sobre él, le hacen prisionero y se lo llevan.
Santo-Riccio, que esperaba en el cruce de
caminos, conoce de inmediato el arresto y corre a casa de un partidario de
Bonaparte de nombre Vizzanova, que él sabía capaz de ayudarle y cuya
residencia estaba próxima a la de los Morelli donde Napoleón se encontraba
recluido. Santo-Riccio había comprendido la extrema gravedad de esta
situación: "Si no lo salvamos rápidamente, dice, está perdido. Quizás habrá
muerto antes de dos horas". Vizzanova se entrevista con los Morelli, los
sondea hábilmente y como estos disimulasen sus verdaderas intenciones, él los
convence a fuerza de habilidad y elocuencia, para que permitan al prisionero ir
a su residencia a tomar algún alimento mientras ellos continúan haciendo
guardia.
Los Morelli, sin duda por temor a desvelar sus
proyectos, consintieron y su jefe, el único que conocía la voluntad del
general, confiando en la vigilancia del joven, estaba en la casa haciendo los
preparativos de la marcha durante la negociación de Vizzanova. Fue esta
ausencia, lo que salvaría minutos más tarde la vida del prisionero.
Mientras tanto Santo-Riccio, con la natural abnegación de los corsos, con
una prodigiosa sangre fría y un intrépido coraje, preparaba la liberación de
su camarada. Acompañado de dos jóvenes, gente brava y fiel como él, se
dirigieron secretamente a un jardín colindante a la casa de Vizzanova y, donde
los jóvenes se ocultaron tras un muro, mientras él se presentó tranquilamente
a los Morelli solicitando permiso para despedirse de Napoleón. Concedido el
favor y, una vez en la presencia de Napoleón y Vizzanova, llevan a cabo su
proyecto apresurando la huida ya que cualquier retraso puede resultar fatal para
el joven. Los tres penetraron en las cuadras y, en la puerta, Vizzanova, con
lágrimas en los ojos, abraza a su huésped diciéndole: "¡Que Dios os
salve, mi pobre muchacho, solo Él puede hacerlo!"
Rápidamente Napoleón y Santo-Riccio se unen a
los dos jóvenes emboscados tras el muro y, tomando impulso, los tres corren a
pierna tendida hacia una fuente próxima escondida entre los árboles. Pero es
necesario pasar bajo la mirada de los Morelli que, advertidos de la fuga, se
lanzan en su persecución emitiendo grandes alaridos.
El jefe Morelli, cuando en su domicilio oye los
ruidos, comprende todo y se precipita con aspecto feroz, pero su esposa, aliada
de los Tusoli, casa en la que Bonaparte ha pasado la noche, se postra a sus pies
suplicante, rogando por la vida del joven.
Él, furioso, la rechaza y se dirige hacia el
exterior cuando ella, siempre de rodillas, le agarra por las piernas, se las
enlaza con sus brazos crispados; después, abatida, atropellada, pero
encarnizada en su empeño, arrastra a su marido que se debate a su lado. Sin la
fuerza y el coraje de esta mujer, que habría sido de Napoleón...
Toda la Historia moderna cambiaría. La memoria
de los hombres no habría podido retener los nombre de las victorias. Millones
de seres no habrían muerto bajo el cañón. El mapa de Europa no sería el
mismo. Y quien sabe bajo que régimen político viviríamos hoy.
Los Morelli alcanzaban a los fugitivos. Santo-Riccio,
intrépido, parándose al lado de un tronco de castaño, ordena a los dos
jóvenes que huyan y protejan a Napoleón, pero éste rehusa a abandonar a su
guía que vociferaba, esperando a sus enemigos: "Llevadle; salvadle, atadle
si es preciso de pies y manos".
De inmediato son rodeados y un seguidor de los
Morelli, llamado Honorato, apoyando su fusil en la sien de Napoleón, gritó:
"Muerte al traidor a la patria", pero justo en ese momento, el hombre
que había recibido a Bonaparte, Felix Tusoli, prevenido por un emisario de
Santo-Riccio, llegó acompañado de sus familiares armados. Viendo el peligro y
reconociendo a su cuñado que amenazaba la vida de su huésped, le gritó:
"Honorato, Honorato,..., esto es entre
nosotros.:"
El otro, sorprendido, vacilaba en disparar cuando
Santo-Riccio, aprovechando la confusión y dejando a los dos bandos batirse o
explicarse, asió a Napoleón con ambos brazos arrastrándole, pues todavía se
debatía, e internándose con los dos jóvenes en el bosque.
Unos minutos más tarde, el jefe Morelli,
habiéndose desembarazado de su esposa y llevado por una cólera furiosa, se
reunió con sus acólitos.
Mientras tanto los fugitivos marchaban a través
de la montaña, las hondonadas, la maleza. Mientras estaban seguros Santo-Roccio
indicó a los dos jóvenes que se adelantaran para buscar caballos y recogerlos
después del puente de Ucciani. En el momento de la separación, Napoleón se
aproximó a ambos: "Volveré a Francia, les dice, ¿Queréis acompañarme?.
Sea cual sea mi fortuna, la repartiré con vosotros"
Ellos le respondieron: "Nuestra vida es la
vuestra. Haced de nosotros lo que queráis pero no nos quitarán nuestro
pueblo".
Estos dos simples y abnegados muchachos volvieron
a Bocognano en busca de los caballos, mientras Bonaparte y Santo-Riccio
continuaban su marcha en medio de todos los obstáculos que hacen tan duros los
viajes en los países montañosos y agrestes. Detuvieron su marcha para comer un
mendrugo de pan con la familia Mancine, y continuaron, por la tarde, hacia
Ucciani, deteniéndose en casa de los Pozzoli, seguidores de Bonaparte.
Cuando al día siguiente despertaron, Napoleón
vio la casa rodeada de hombres armados. Eran todos los parientes y amigos de sus
anfitriones, prestos a acompañarlo como a morir por él.
Los caballos esperaban cerca del puente y la
pequeña tropa se puso en camino, escoltando a los fugitivos hasta los
alrededores de Ajaccio.
La noche entraba, Napoleón entró en la ciudad y
se refugió en casa del alcalde, Sr. Jean-Jeröme Lèvy, que lo ocultó en un
armario. Sabia precaución, pues la policía llegaba al día siguiente.
Buscarían por todas partes sin encontrar nada; después se retiraría tranquila
y derrotada por la hábil indicación del alcalde que ofreció, solícito, su
ayuda para buscar al joven revolucionario.
Esa misma tarde Napoleón embarcaba en una
góndola y era conducido al otro lado del golfo, confiado a la familia Costa, de
Bastelica y escondido en los bosques.
La historia del asedio que habría sostenido en
la torre de Capitello, relato emocionante difundido por los guías, es una pura
invención dramática tan seria como muchas de las informaciones dadas por esos
negociantes fantasiosos.
Algunos días más tarde, la independencia corsa
fue proclamada, la casa Bonaparte incendiada, y las tres hermanas del fugitivo
puestas bajo la custodia del abad Reccho.
Luego una fragata francesa, que recogía en las
costa a los últimos partidarios de Francia, tomó a bordo a Napoleón, y llevó
a la madre patria al partidario perseguido, acosado, aquél que debía ser el
Emperador y el prodigioso general cuya fortuna conmocionaría al mundo.
27 de octubre de 1880
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre