VENGANZA DE ARTISTA
( Vengeance d'artiste )
Publicado en Le Gaulois, el 20 de febrero
de 1882
El drama Jacquet-Dumas emociona a la ciudad y a las provincias.
Hablemos como todo el mundo.
Se conoce el fondo del asunto.
El Sr. Dumas habiendo comprado un cuadro al Sr.
Jacquet, lo ha revendido con beneficios. De ahí, la gran cólera del pintor. ¿
Esta cólera proviene del beneficio, o del proceder del escritor ?
El Sr. Jacquet afirma que solo el proceder le ha
ofendido; ¿ no podría ser que el beneficio le hubiese afectado un poquito ?
En todo caso, de las explicaciones proporcionadas
por uno y otro (explicaciones contradictorias, naturalmente, pero concluyentes
sin embargo ) resulta que el Sr. Dumas tenía el derecho absoluto de revender
ese cuadro. Entonces el pintor ha mostrado sin dudar una susceptibilidad
exagerada; y su venganza tal vez no haya sido de un gusto perfecto.
¡ Oh ! ¡ no aguijoneemos nunca el amor propio
de los artistas !
Esta venganza, se la conocía.
Ha pintado la cabeza del Sr. Dumas sobre los
hombros de un marchante judío y ha expuesto la acuarela vengadora en la nueva
galería que el Sr. Georges Petit acaba de abrir al público.
Entonces, gran cólera del Sr. Dumas, que se
apresura a telefonear a su abogado.
Estando el Sr. Dumas a un extremo del teléfono y
el hombre de leyes al otro extremo, y llevando de aquí el furor indignado
del primero al de allá, pone una alegría a mayores en este drama
tragicómico.
Aún por encima, el yerno del Sr. Dumas se
levanta en armas, bastón en mano, y libra contra la culpable acuarela un
combate a lo Don Quijote. La acuarela es vencida y cubre la tierra de fragmentos
de cristal.
De inmediato, el Sr. Jacquet monta a caballo y va
a golpear el estribo en la puerta del Sr. Dumas que no abre.
El caballo del hombre del pincel hace un
pendiente notable en el teléfono del hombre de pluma.
Mientras tantos los leguleyos se frotan las
manos.
El asunto está montado. Los abogados van a
litigar por las dos partes con igual talento y razones excelentes.
No es imposible prever lo que van a decir.
Examinemos uno y otro caso.
El abogado del Sr. Dumas toma la palabra:
« Señores, ¿ Cuál es una de las propiedades
más indiscutible, más sagrada, que la cabeza de un hombre ? Sin su cabeza,
señores del jurado, ¿ quién de ustedes podría vivir, hablar pensar ? Pero la
cabeza no se compone únicamente de lo que está en su interior; se compone
también de lo que está fuera, y la prueba es que sus amigos, sus esposas, sus
hijos los reconocen desde el momento en que los ven. Esta parte de la cabeza se
denomina rostro. Comienza todavía y se termina encima de los cabellos. Cuando
se encuentra mi cliente en la calle, se dice: « Ahí está Alexandre Dumas. »
el mismo Alexandre Dumas y no otro. Es el rostro el que se reconoce: entonces su
rostro es su propiedad indiscutible.
« Pues bien, señores del jurado, para
satisfacer un rencor que no quiero calificar, nuestro adversario, el Sr. Jacquet,
ha puesto la cabeza del Sr. Dumas sobre los hombros de un anticuario judío y ha
expuesto su obra para la hilaridad de todo París. La ironía es patente, el
daño real, puesto que mi cliente ha sido ridiculizado. Ahora bien, las heridas
del ridículo son más crueles, profundas y más difíciles de cicatrizar
que las de un bastón...»
Aquí, el abogado contrario interrumpe:
« Haré notar a mi eminente adversario que las
heridas de un bastón sobre una acuarela dejan unas huellas todavía más
inefables.»
(Risas en el auditorio.)
Tiene la palabra el abogado del pintor:
« Señores del jurado, voy a desplegar en primer
lugar un medio de defensa que será, creo, irrefutable, pero que mi
cliente desdeña. Yo podría decir:
« ¿ Acaso el Sr. Dumas tiene la pretensión de tener una nariz especial, una
boca única, unos ojos insólitos, un mentón fenomenal, unos cabellos sin igual
? No, ¿ verdad ? - Ustedes me objetarán que el conjunto de esa nariz, de esa
boca, de esos ojos, de ese mentón y de esos cabellos, forma una cabeza única,
siendo dado sobre todo lo que está dentro; no lo niego, pero voy a presentarles
a cinco individuos, uno posee una nariz, el otro una boca, el otro unos ojos, el
otro un mentón, y el último ( es un negro ) unos cabellos crespos, tratando de
semejarse y confundirse como cosas equivalentes con las del Sr. Dumas.
« Ahora bien, ¿ me cuestionarán ustedes el
derecho de formar un rostro con los rasgos tomados de los cinco ? No, ¿ verdad
? Lo que determina al Sr. Dumas es su cerebro y su profesión. Yo no los he
reproducido en mi obra, puesto que he hecho de mi personaje un anticuario
judío. El Sr. Dumas no es judío, no es tampoco anticuario, aunque haya vendido
mi cuadro.
« Se parece a la figura que he pintado:¡ tanto peor,
es una casualidad !
« En el caso del Sr. Zola y del Sr. Duverdy, el
tribunal se ha basado sobre un parecido de similitud de profesión. Aquí, ¿
puede usted ? No. ¡Entonces déjeme tranquilo ! Queda la cuestión del
parecido. Yo les confesaré que no haya sido totalmente debido a la casualidad.
Que no haya malevolencia por mi parte: simplemente hay abuso de fotografía.
« Me explico. El Sr. Duverdy argumentaba que jamás había dado su nombre al
público. ¿ Puede el Sr. Dumas decir lo mismo de su cabeza ? Ella está por
todas partes. Cada comerciante de fotografías exhibe diez ejemplares
diferentes; todo el mundo puede comprarlas; y yo he hecho como todo el mundo.
Habiéndola comprado, es mía, ¿ no es así ? Balzac buscaba sobre letreros los
nombres de sus personajes; en cuanto a mí, tomo sobre las fotografías
fisonomías interesantes. He encontrado aquella en un montón de rebajas, a dos
céntimos; me ha dado la idea de un anticuario judío; me ha servido como
documento y, gracias a ella, he hecho un todo de los cinco modelos que les
presentaba al instante.
« Eso se parece al Sr. Dumas. ¡ Tanto peor !
Habría que destruir todos los cuadros si si quisiera hacer desaparecer toda
semejanza de personajes. ¿ A quién se parece un hombre si no es a otro hombre
? ¿ A quién se parecerán nuestras figuras si no son a las de los hombres ?
« Bajo el Imperio, caballeros, diez mil
ciudadanos se parecían al emperador, en tanto ellos habían copiado exactamente
su cabeza. ¿ Los condenó ? No, aunque fuesen las caricaturas de Napoleón. ¿
Por qué no los condenó ? Porque eran inofensivos. Al igual que mi anticuario
judío. Él no trata de ser el Sr. Dumas, hombre de letras; él se contenta con
parecerse como los diez mil ciudadanos se parecían al emperador, sin pretender
tomar su lugar.
« Si se condenaran todas esas semejanzas,
habría que demoler la puerta Saint-Martin, bajo pretexto de que se parece a la
puerta Saint-Denis, quemar todas las novelas de folletín que se parecen las
unas a las otras, y descolgar todas las estrellas que nos parecen semejantes.
« Sé bien que se han condenado a los
dominicanos bajo pretexto de que se parecían a los jesuitas, y a los jesuitas
bajo pretexto de que se parecían a los Carbonari. Pero esas eran razones
políticas, y todo el mundo sabe que los motivos políticos no tienen ni ton ni
son.
« He aquí, caballeros, lo que podría decirles;
pero no se lo diré.
« Mi cliente desprecia esos subterfugios. Sí,
el ha apuntado al Sr. Dumas, sí, ha querido ridiculizar al Sr Dumas. ¡ Pues
bien !
« ¿ No ven ustedes todos los días a los
periodistas, hombres de letras emplear su oficio, su talento, su ironía contra
las personas de las que tienen que quejarse ? ¿ Harán ustedes entonces quemar
los periódicos o los libros en un lugar público ?
« ¿ Es que en todo París no se ha creído
reconocer últimamente, en una comedia espiritual, la caricatura de un hombre de
talento y de espíritu, que no se ha dirigido a ustedes, y que no se porta mal ?
« ¿ Acaso no se ve esto todos los días ?
« El Sr. Jacquet tiene por arma su pincel, el
Sr. Dumas tenía su pluma. Nosotros esperábamos, caballeros, unos golpes de
pluma y no unos golpes de bastón en un trozo de papel.
« Termino, caballeros.
« ¿ Estamos todavía en el siglo de los Medicis,
en el siglo en el que Miguel Angel pintaba sus enemigos bajo los rasgos de los
condenados en su Juicio Final ? Y sus enemigos eran príncipes,
cardenales, grandes señores. Lean los catálogos de los museos italianos, y por
todas partes, caballeros, encontrarán esta indicación: « En la cabeza del
criminal, el pintor ha hecho el retrato exacto de un enemigo, etc., etc. »
« Otros tiempos, otros espíritus. Y ya
concluyo: mi cuadro acaba de ser destruido, sin que se haya esperado su juicio,
el mal es entonces irreparable. Ustedes habrían podido condenarme a cambiar la
cabeza de mi anticuario, como se ha condenado al Sr. Zola a cambiar el nombre
del Sr. Duverdy. Con algunas modificaciones, habría hecho al Sr. Rochefort que
posee bastante talante como para no enfadarse; y habría vendido mi acuarela en
cuarenta mil francos a alguien muy rico y reaccionario, si todavía existen aún
ricos tras la debacle de la Unión.
« Pido entonces cuarenta mil francos al Sr.
Dumas, y le libro mi obra. »
Después de estas intervenciones, si el tribunal
lo apreciase como yo, condenaría al Sr. Dumas o a su yerno a pagar 20.000
francos por la acuarela en cuestión.
Y si el asunto se resolviese así, se reirían
del escritor, pues, en Francia, se esta siempre contra los golpes de baston.
Pero si, por casualidad, el Sr. Dumas revendiese
la obra convertida en histórica a algún rico inglés, como el manuscrito de
Longus tachado de tinta de Paul-Louis Courier. Entonces se reirían del Sr.
Jacquet.
20
de febrero de 1882
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre