VERDADES FANTASIOSAS
( Vérités fantaisistes )
Publicado en Gil
Blas, el 7 de octubre de 1884
No conozco ni al Sr.
Lefèvre, ni al Sr. Arène, pero he hecho dos visitas al país del cual el Sr.
Lefèvre ha maltratado tan vehementemente a las mujeres, defendidas tan
enérgicamente por el Sr. Arène.
La dispuesta entre ambos periodistas poco
importa.
Pero dándome a conocer que las damas corsas
tenían unas costumbres tan ligeras, he lamentado amargamente no haber empleado
mejor mi tiempo allí. Por el contrario, me había dejado decir por todos los
oficiales que han permanecido en esa isla, que allí no se podía contar demasiado
con amoríos; - y lo daba por cierto.
Además nunca he oído tan poco hablar de aventuras
galantes, de seducciones y de desgracias conyugales como durante los cuatro
meses pasados en Córcega. Había llegado a la conclusión de que la vendetta
y el bandidaje, siempre floreciente en el maquis, ocupaban demasiado los
talantes para dedicarse a explosiones menos sanguinarias. Y si se me hubiese
pedido un certificado de virtud para las mujeres corsas, aunque no tuviese
ninguna autoridad para expedir semejantes diplomas, habría podido firmarlos con
las dos manos, con la profunda convicción de que se lo merecían, en general,
más que las mujeres de París.
Si todavía se me hubiese pedido un estudio
comparativo entre las costumbres de Córcega y las de Jersey, a la que gobierna
la casta e hipócrita Inglaterra, habría concluido, con muchos considerandos en
su apoyo, en favor de la isla francesa.
Me apresuro a prevenir a los ingleses, que puedan
venir a pedirme razones por esta opinión, que les morderé con toda la energía de
la que soy capaz.
En cuanto a los corsos, que no son ricos, por lo
menos son los hombres más hospitalarios y más generosos del mundo.
Y si hiciese falta comparar al paisano normando que
trabaja sin descanso, desde que se levanta hasta que se oculta el sol,
ahorrador, astuto para sus intereses, avaro hasta dejar morir de hambre a su
hermano, socarrón y desconfiado, con el paisano corso, que no hace nada de la
mañana a la noche excepto fumar a la sombra de los castaños, que vive con casi
nada pero que abre sin vacilar y sin cobrar su puerta a los desconocidos que
pasan, comparte con ellos su sopa, y les da incluso lo mejor que tiene en su
casa, preferiría tal vez el corso al normando.
Esta polémica y esta batalla ocupan desde hace
ocho días todos los periódicos franceses.
En los periódicos belgas he encontrado también
una pequeña aventura a la que no le falta ningún punto de interés.
Como se hacen siempre, no en Bruselas, sino en Paris,
unos procesos literarios, y como nuestros jueces confunden eternamente la obra
de arte, buena o mala, atrevida o recatada, pero sincera, con la novela obscena
o el volumen de chantaje, la fiscalía francesa acaba de perseguir Autour d'un
Clocher, aparecido en la editorial Kistemaeckers de Bruselas.
Se trata de un cuadro de costumbres, brutal, es
cierto, pero escrito con convicción por un autor muy joven, demasiado joven,
pero prometedor.
Ante esta noticia, el editor, sorprendido, vino
raudo a París a ponerse espontáneamente a disposición del Sr. juez de
instrucción.
Ese magistrado hizo de entrada esperar varias
horas al Sr. Kistemaeckers, luego le hizo volver al día siguiente, luego, tras
una nueva espera, le hizo decir que no lo recibiría.
Parece que la justicia y el saber vivir no
sabrían hacer buena pareja.
Entonces, el editor regresó a su casa.
Pero cual fue su sorpresa al recibir, un mes más tarde,
del mismo juez de instrucción, la orden de comparecer ante él, tal día, a tal
hora.
El Sr. Kistemaeckers saltó sobre su servicial
pluma y respondió al magistrado francés con una carta muy sentida, afirmando que
su salud no le permitía abandonar el campo en ese momento, y rogando al Sr. juez
de instrucción de que no se sorprendiese de su rechazo de ir a Paris, pues él
tenía, para no desplazarse en el día citado, las mismas razones que habían
impedido al Sr. magistrado recibirle, cuando él estaba presente en su
juzgado.
La respuesta era divertida y meritoria. El Sr.
Kistemaeckers, que tiene la suerte de no depender de nuestros tribunales, debe
estar divirtiéndose en este momento.
En cuanto a los procesos literarios, parece que
ciertos hombres lamentan los tiempos donde éstos eran tan numerosos como los
días del año.
Un viejo sacerdote, que se llamaba Hyacinthe, y
que hoy se llama más modestamente Loyson, ha escrito al poeta Jean Richepin una
incalificable carta, hecha pública, en la que denuncia formalmente Les
Blasphèmes con toda la indignación del mundo, llamando la atención de los
tribunales.
Sé que el destinatario se ha defendido desde
entonces de esta última intención, evidente no obstante para quien entiende el
francés.
Si el Sr. Loyson no la ha tenido, es que ignora
bastante el manejo y el valor de nuestra lengua.
Ese fraile, que experimenta la necesidad, parece, de
hacer su paz con la opinión pública, se alza en guerra, con la última violencia,
para defender la moral, y evoca el escándalo mirando la paja en el ojo del Sr.
Richepin.
Así pues el Sr. Loyson defiende la moral, como
hombre casado, seguramente, pues no tiene un mandato especial.
Defiende con vehemencia los lazos de la sangre,
como padre de familia sin duda; y no se le puede cuestionarle ese derecho.
En fin, defiende a la patria, tal vez con
la intención de convertirse en el capellán de la Liga de los patriotas. ¿Y todo
eso por qué ? Todo eso con respecto de la opinión poética de un escritor o más
bien respecto de la fantasía paradójica o sincera de un rimador excitado por el
ritmo.
En todo caso se trata de ideas puestas en verso,
es decir de una obra de arte y no de una obra científica, de una obra de arte
que debe escapar a las discusiones doctrinales, a las discusiones puramente
filosóficas para pertenecer a las discusiones estéticas.
Esta distinción es elemental para todo hombre
inteligente y de buena fe. Los Sres.Darwin, Littré, Herbert Spencer y otros, no
han escrito en verso sus teorías, sus sistemas ni sus hipótesis.
No me haré una opinión sobre las creencias de
Musset, leyendo el diálogo de Dupont y Duran. Si el Sr. Loyson, que se ha
perdido mucho en los temas indignándose, leyese un poco lo que escriben hoy los
filósofos positivistas y científicos, en el extranjero e incluso en Francia, y
hablo de los filósofos más ilustres, sabios y reconocidos, vería, precisado en
unas frases de una seca concisión, la idea que le ha chocado de un modo tan
fuerte en el desarrollo poético que le da el Sr. Richepin.
Pero este viejo fraile parece más preocupado de
la publicidad que de la sinceridad científica; y su carta, de una tosquedad
declamatoria, muestra bien el fondo de ese espíritu empático, brutal y vago.
Sin embargo, si tenía que dar su opinión sobre
Les Blasphèmes, ese orador confuso ha hecho bien no dando más que su opinión
de moralista, pues desde el punto de vista literario su incompetencia está
suficientemente probada por sus estériles conferencias.
Ese tipo de cartas y ese genero de indignación se
parece mucho a la del comediante, a la del comediante religioso.
Y acabamos de asistir, mis hermanos, a otra cantinela
de comedia política que ha removido la opinión publica en Europa, pero de la que
no hemos saboreado suficientemente su prodigiosa comicidad.
Tres grandes emperadores, de quién depende la
suerte del mundo, han juzgado oportuno charlar una hora o dos de los asuntos de
nuestro continente.
Cuando tres importantes comerciantes tienen que
hablar de una importante empresa, le consagran por lo general más tiempo.
Así pues, nuestros tres emperadores han resuelto
hacerse una visita de primos, pero como los desplazamientos son más difíciles
para ellos que para un simple burgués, en razón de los asesinos especiales que
se llaman regicidas, se han encontrado, con mil precauciones, en un gran
castillo bien custodiado por dos excelentes regimientos de élite.
¿ Que han hecho allí ? ¿ Qué es lo que han hecho
? Han invitado a los tres hombres de Estado que los acompañaban para conversar
entre ellos de los motivos de ese viaje, mientras que los primeros cazaban
conejos, a imitación del Sr. Grévy.
Han matado un conejo o incluso varios conejos
mientras que los tres cancilleres, perfectamente encerrados, discutían
tranquilamente.
Luego, como el tiempo pasaba lento, el emperador
de Alemania dijo a los otros dos: « ¿ Y si pasamos revista ? », como los niños
de las Tullerías dicen a sus compañeros: « ¿ Y si jugásemos a los caballitos ?»
Y los otros dos, encantados, han respondido: « Eso, eso
»
Hay que decir por diplomacia que el emperador de
Austria estaba vestido de general prusiano, el emperador de Alemania de general
ruso y el emperador de Rusia de general austriaco. Tal vez provoco una confusión
en la mascarada.
Imagínese un coronel vestido de cura para ir a visitar
a su obispo, y el obispo recibiendo la visita vestido como un capitán de
policía.
Entonces han exclamado: « Eso es, pasemos revista.»
Pero no había más que dos regimientos, dos regimientos
enormes, es cierto; pero para tres emperadores, eso era poco. Sin embargo había
que conformarse. Lo que hacía el asunto divertido, por ejemplo, fue que el
emperador de Rusia era coronel de uno de esos regimientos y el emperador de
Alemania, coronel del otro.
En cuanto al emperador de Austria, ha debido
llorar de pena, no siendo coronel de nada, como el oficial que no llevaba nada
en el entierro de Marlborough.
Entonces se hizo pasar a los dos regimientos ante
los tres generales-emperadores. Luego han vuelto a pasar, luego una vez más.
Entonces el emperador de Alemania se ha puesto a la cabeza del suyo y lo ha
llevado una vez más ante sus dos compadres, brindándoles un gran saludo con su
espada.
Después ha dicho, regresando a su asiento:
- « Cada uno a su turno.»
Y el emperador de Rusia se levantó para hacer desfilar
también a su regimiento, con él, saludando del mismo modo.
Una vez finalizado ese jueguito de revista, se
fue a ver si los tres hombres de Estado habían por fin acabado su tarea.
¿ Acaso esas grotescas infantiladas no dan
algunos motivos, desgraciadamente, a aquellos que hacen las revoluciones
sangrientas ?
Pues en lugar de jugar a la revista, esos viejos
pillos coronados tienen a menudo la fantasía de jugar a la guerra.
Y he aquí como los tres grandes emperadores han
empleado su gran inteligencia, por medio de los tres cancilleres, para el gran
bienestar de Europa.
7 de octubre de 1884
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre