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EL AFEMINADO
Guy de Maupassant
Cuántas veces oímos decir:"Es encantador este hombre, pero es una mujer,
una mujer auténtica".
Vamos a hablar del afeminado, la
peste de nuestro país.
Ya que nosotros, en Francia, somos
todos afeminados, es decir, cambiantes, antojadizos, inocentemente pérfidos,
sin orden en las convicciones o la voluntad, violentos y débiles como las
mujeres.
Pero el más irritante de los
afeminados es seguramente el parisino y de los bulevares, en el que las
apariencias de inteligencia son más acusadas y que reúne en sí mismo,
exageradas por su temperamento de hombre, todas las seducciones y todos los
defectos de las encantadoras mujerzuelas.
Nuestra Cámara de Diputados está
poblada de afeminados. Ellos forman el gran partido de los oportunistas amables
que podríamos llamar los "hipnotizadores". Estos son los que
gobiernan con palabras suaves y promesas engañosas, que saben dar la mano de
forma que se creen afectos, decir "querido amigo" de una manera
delicada a las personas que menos conocen, cambiar de opinión sin ni siquiera
sospecharlo, exaltarse ante cualquier idea nueva, ser sincero en sus creencias
cambiantes como veletas, dejarse engañar de la misma forma que ellos engañan,
no recordar al día siguiente lo que dijeron la víspera.
Los periódicos están llenos de
afeminados. Tal vez sea aquí donde más los encontramos, pero es también aquí
donde son más necesarios. Hay que exceptuar algunas voces como "Los
Debates" o "La Gaceta de Francia".
Evidentemente, todo buen periodista
debe ser un poco mujer, es decir, estar a las órdenes del público, servil
aceptando inconscientemente los regueros de la corriente de opinión pública,
voluble y versátil, escéptico y crédulo, malvado y servicial, bromista y
necio, entusiasta e irónico y siempre convencido pero sin creer en nada.
Los extranjeros, nuestros anti-modelos
como decía la Sra. Abel, los tenaces ingleses y los pesados alemanes, nos
consideraron y considerarán hasta el final de los siglos, con un cierto asombro
mezclado de desprecio. Nos ven superficiales. No es eso, nosotros lo que somos
son mujeres. He aquí el por qué se nos ama a pesar de nuestros defectos, que
regresan a nosotros a pesar de todo lo malo que de nosotros se dice; son
discusiones amorosas....!
El afeminado, tal y como lo
encontramos por el mundo, es tan encantador que os engancha en una charla de
cinco minutos. Su sonrisa parece hecha para vosotros; no podemos dejar de pensar
que su voz no tiene, en honor a vosotros, más que entonaciones particularmente
amables. Cuando nos abandona, tenemos la sensación de conocerle hace veinte
años. Estamos totalmente dispuestos a prestarle dinero, si nos lo pide. Nos ha
seducido como una mujer.
Si tiene modales dudosos, no se le
puede guardar rencor, ¡tan gentil como es él cuando volvemos a verle! ¿Que se
disculpa? ¡Nos entran ganas de pedirle perdón! ¿Que miente? ¡No podemos
creerle! ¿Que os engaña indefinidamente con promesas siempre falsas? Le
sabemos tan convencido de sus propias promesas como si hubiera removido el mundo
para haceros un favor.
Cuando admira algo, se emociona con
expresiones tan sentidas que os mete en el alma sus convicciones. Ha adorado a
Victor Hugo y hoy día lo trata de vulgar. Se hubiera batido en duelo por Zola y
lo abandona por Barbey d´Aurevilly. Y cuando admira, no admite restricciones de
ningún tipo; os abofetearía por un palabra; pero cuando se pone a despreciar
no conoce límites en su desdén y no acepta que se proteste.
En suma, no comprende nada.
Escuchen charlar a dos mujeres:
-"Entonces, ¿estás enfadada
con Julia? Te creo, yo la abofeteé.
-¿Qué te había hecho?
-Le había dicho a Paulina que yo
estaba en la miseria trece meses de cada doce. Y Paulina se lo dijo a su vez a
Gontran. ¿Entiendes?
-¿Vivíais juntas en la calle
Clauzel?
-Hemos vivido juntas durante cuatro
años en la calle Bréda; después nos enfadamos por un par de medias, que ella
pretendía que yo había puesto, -no era verdad-, unas medias de seda que ella
había comprado a la madre Martin. Entonces le largué un guantazo. Y me
abandonó allí. La reencontré hace seis meses y me dijo que fuera a su casa ya
que había alquilado una casa dos veces más grande."
No escuchamos el resto, pasamos.
Pero como íbamos el domingo
siguiente a Saint-Germain, dos jovencitas subieron en el mismo vagón.
Reconocimos a una de ellas enseguida, la enemiga de Julia. ¿La otra...? ¡¡Es
Julia!!!
Y se hacían carantoñas, caricias,
proyectos.
"- Dime, Julia.
-Escucha, Julia etc"
El afeminado tiene amistades de esta
naturaleza. Durante tres meses no puede dejar a su viejo Jacques, su querido
Jacques. No existe nadie más que Jacques en el mundo. Solo él tiene ingenio,
sensatez, talento. Solo él es alguien en Paris. Se les encuentra por todas
partes juntos, cenan juntos, van juntos por las calles, y cada tarde se
trasladan juntos diez veces de la puerta de uno a la de otro sin decidirse a
separarse.
Tres meses más tarde, asi habla de
Jacques:
"Ya está ese crápula, ese
vago, bribón. He aprendido a conocerlo, vamos. Ni siquiera honesto, y mal
educado, etc., etc."
De nuevo tres meses después, y viven juntos; pero una mañana sabemos que se
han batido en duelo y después abrazado, llorando, sobre el campo.
Ellos son, conviviendo, los mejores
amigos del mundo, enfadados hasta la muerte la mitad del año, calumniándose y
queriéndose a ratos, con profusión, apretándose las manos hasta romperse los
huesos y listos para partirse el vientre por una palabra mal entendida.
Ya que las relaciones de los
afeminados son inciertas, su humor sufre altibajos, su exaltación nos
sorprende, su ternura gira, su entusiasmo se eclipsa. Un día, os quieren, al
día siguiente os miran con pena, porque tienen, en suma, una naturaleza
femenina, una seducción femenina, un temperamento femenino; y todos sus
sentimientos se parecen al amor femenino.
Ellos tratan a sus amigos como las
cursis a sus perritos.
Ese perrito adorado que abrazamos
infinitamente, que alimentamos de azúcar, que acostamos sobre la almohada de la
cama, pero que arrojaremos enseguida por la ventana en un movimiento de
impaciencia, que hacemos girar como una honda sujetándolo por la cola, que
apretamos con los brazos hasta estrangularlo y que zambullimos, sin razón, en
un cubo de agua fría.
Por eso qué extraño espectáculo la ternura de una verdadera mujer y la de un
afeminado.
El le pega y ella le araña, se
detestan, no pueden verse y no pueden dejarse, enganchados el uno al otro por no
se sabe qué lazos misteriosos del corazón. Ella le engaña y él lo sabe,
solloza y perdona.
El acepta la cama que paga otro y se
cree, de buena fe, irreprochable. Él la desprecia y la adora sin distinguir que
ella tendría el derecho de devolverle su desprecio. Sufren los dos atrozmente
el uno por el otro sin poder desunirse; se lanzan de la mañana a la noche a la
cabeza sacos de injurias y reproches, acusaciones abominables, después
nerviosos en exceso, vibrantes de rabia y de odio, caen en los brazos el uno del
otro y se abrazan perdidamente, enredando sus bocas temblorosas y sus almas de
locas.
El afeminado es valiente y cobarde al
mismo tiempo; tiene, más que cualquier otro, el sentimiento exaltado del honor,
pero le falta el sentido de la simple honestidad, y, si las circunstancias
ayudan, tendrá flaquezas y cometerá infamias de las que no se dará cuenta
alguna; ya que él obedece, sin discernimiento, a las oscilaciones de su
pensamiento siempre arrastrado.
Engañar a un acreedor le parecerá
cosa permisible y casi impuesta. Para él, no pagar su deudas es honorable, a
menos que sean de juego, es decir, un poco sospechosas; timará en ciertas
condiciones en que la ley del mundo admite; si se encuentra escaso de dinero,
pedirá prestado por todos los medios no teniendo escrúpulos por jugar un poco
con los préstamos; pero mataría de un sablazo, con una indignación sincera,
al hombre que pusiera en duda solamente su falta de delicadeza.
13 marzo 1883
Traducción de María
Rodríguez Fernández. para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant.
Pontevedra, octubre 2001
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