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ANÁLISIS DEL
CUENTO "LA SEÑORITA PERLA" DE GUY DE MAUPASSANT Traducción efectuada del Francés desde: Guy de Maupassant: Mademoiselle Perle. Texte publié dans le supplément littéraire du Figaro du 16 janvier 1886, puis dans le recueil La petite Roque. Numérisation et mise en forme HTML (17 décembre 1997): Thierry Selva. Traducción
efectuada por: Marcos
P. Concha. Se efectuó una traducción literal, considerando los usos y
costumbres de la época en que se escribió el cuento. Objeto:
El
presente análisis tiene por objeto descubrir el oficio y virtuosismo literario
que hacen de Maupassant uno de los "Maestros" entre los escritores de
cuentos. Si se logra descubrir y
tomar conciencia de cada uno y todos los detalles que hacen que la obra sea una
obra maestra, el escritor novato podrá, en el futuro, aplicar las técnicas al
crear sus propios cuentos. No se trata de copiar estilos, sino aprender un
estilo para aplicarlo de acuerdo a nuestra propia creatividad. Este análisis es
sólo una introducción y no tiene mayor excelencia académica que la de un
aficionado en el tema. Claves:
Glosario:
Las palabras vinculadas se encuentran explicadas en el glosario al final del
cuento. Estas palabras son las que el autor del análisis no sabía su
significado o no las comprendía totalmente. Con sorpresa comprobó que no tenía
una comprensión completa del significado de varias palabras. También comprobó
que las palabras usadas por Maupassant son exactas para lo que quiere transmitir
el autor al lector. Una vez que se lee el significado de la palabra en el
glosario, vincula nuevamente al lugar donde se estaba leyendo en el texto. El
significado de las palabras está tomado de la Enciclopedia textual permanente
Salvat Editores, S.A. 1999. (Programa computacional). TURQUESA:
Resalta la descripción física, psíquica y carácter de la Señorita Perla. AMARILLO:
Resalta la descripción física, psíquica y carácter del Señor Chantal. GRIS
: Resalta la descripción física, psíquica y carácter de la Señora Chantal. VERDE
: Resalta la descripción física, psíquica y carácter de las hijas del
matrimonio Chantal. LETRAS
EN ROJO: El autor del análisis consideró que el Capítulo
III puede ser un cuento dentro del cuento. Destaca en letras rojas todo aquello
que ayuda a describir la atmósfera, el lugar y el ambiente de terror de este
incidente. Marcos P. CONCHA les
solicita efectúen los comentarios que deseen, tanto a la traducción como al análisis,
así como todo aquello que ayude a un mejor estudio de la obra. Mi dirección:
macova@entelchile.net La Señorita
Perla Que extraordinaria idea había tenido, realmente, esa
noche, de elegir por reina a la Señorita Perla. Voy todos los años a celebrar
Noche de Reyes a la casa de mi viejo amigo Chantal. Mi padre que era su camarada
más íntimo me llevaba allá cuando yo
era un niño. He continuado y continuaré sin duda mientras yo viva y en tanto
exista un Chantal en este mundo. Los
Chantal, por lo demás, llevan una existencia peculiar;
viven en París como si vivieran en Grasse, Evetot, o Pont-un-Mousson. Son dueños de una casa con jardín junto al
observatorio. Viven allí como si estuvieran en provincia. De París, del
verdadero París, no saben nada, no sospechan nada; ¡ellos están lejos, muy
lejos!. De vez en cuando, sin embargo, hacen
un viaje, un largo viaje. La señora Chantal va a las grandes provisiones, como
se dice en familia. He aquí como se hace el gran aprovisionamiento. La señorita Perla que
tiene las llaves del armario de la cocina (porque los armarios de la ropa blanca son
administrados por la propia Señora dueña de casa), verifica si el azúcar
está a punto de terminarse, si las conservas se han agotado y que no queda gran
cosa en el fondo de la bolsa de café. Así en guardia contra la hambruna, la Señora
Chantal pasa la inspección a lo que queda, tomando notas en una libreta.
Luego que ha anotado muchos números, se entrega, en primer lugar a largos cálculos
y a continuación mantiene largas discusiones con la Señorita Perla.
Finalmente, sin embargo, se ponen de acuerdo y fijan la cantidad de cada cosa
que se aprovisionarán para tres meses: azúcar, arroz, ciruelas, café,
mermeladas, latas de arvejitas, de porotos, de mariscos, de pescado ahumado o
salado, etc. Después de lo cuál se fija el día de compras, van en
un coche, un coche de dos pisos, a una gran tienda de comestibles al otro lado
del río en los barrios nuevos. La señora Chantal y la señorita Perla hacen este viaje
juntas, misteriosamente, y vuelven a la hora de cenar, extenuadas aunque todavía
excitadas, agitadas y apretujadas en el cupé, donde el techo está cubierto de
paquetes y bolsas, como en un carro de mudanzas. Para los Chantal toda la zona de París situada al otro
lado del Sena está constituida por los barrios nuevos, barrios habitados por
una población singular,
ruidosa, poco honorable, que
pasa los días en vicios y placeres, las noches en juerga,
y qué tira el dinero por las ventanas. De vez en cuando, sin embargo, llevan a
las jóvenes hijas a la Opereta Cómica en el Teatro Francés, cuando la obra
está recomendada en el periódico que lee el Señor Chantal. Las jóvenes tienen
diecinueve y dieciséis años. Son dos hermosas muchachas, altas y saludables,
muy bien educadas, demasiado bien educadas que pasan inadvertidas como dos
bonitas muñecas. Jamás tendría
la idea de flirtear o cortejar a las señoritas Chantal. Apenas se atreve uno a
hablarles siendo ellas tan
inmaculadas. Casi se teme ser mal educado al saludarlas. En cuanto al
padre, es un hombre encantador, muy culto, muy franco, muy amable, pero que ama
ante todo el reposo, la calma, la tranquilidad, y ha contribuido poderosamente
así, a momificar su familia
por vivir a su gusto en una inmovilidad paralizante. Lee mucho, charla con
agrado, y se conmueve con facilidad. La ausencia de contactos y de no abrirse
paso a codazos en el mundo ha hecho muy sensible y delicada su epidermis,
su epidermis moral. La menor cosa le conmueve,
le excita, y le hace sufrir. Sin embargo los Chantal tienen relaciones, pero
relaciones restringidas, elegidas con cuidado en el vecindario. Intercambian
también dos o tres visitas por año con parientes que viven lejos. En cuanto a mí, yo voy a cenar a su casa el quince de
agosto y el Día de Reyes.
Es parte de mis deberes como la Comunión Pascual para los Católicos. El 15 de agosto, se invita a algunos amigos, pero en
Reyes, soy el único convidado extraño. II Así que, este año, como los años anteriores, me
invitaron a cenar a la casa de los Chantal para festejar Epifanía. Según la costumbre, abracé al señor
Chantal, a la Señora
Chantal y la señorita Perla, e hice un gran saludo a las señoritas Luisa y
Paulina. Me interrogaron sobre miles de cosas, sobre los acontecimientos en los
paseos públicos, sobre la política, sobre lo que piensa la opinión pública
de los negocios de Tonkin, y sobre
nuestros parlamentarios. La
Señora Chantal, una señora gorda, cuyas ideas siempre me dan la impresión de
ser cuadradas como baldosas, tenía la costumbre de emitir esta frase como
conclusión a toda discusión política:
- Todo es mala
semilla para mas tarde. - ¿Por qué
siempre imaginé que las ideas de la señora Chantal eran cuadradas?. No sé;
pero todo lo que ella dice toma esta forma en mi mente: un cuadrado, un cuadrado
grande, con cuatro ángulos simétricos. Hay
otras personas cuyas ideas siempre me parecen redondas y ruedan como unos aros.
En cuanto empiezan una frase sobre cualquier cosa, ruedan, sin parar, saliendo
diez, veinte, cincuenta ideas redondas, grandes y pequeñas, qué yo veo correr
una detrás de la otra, hasta el final del horizonte. Otras personas tienen
también ideas puntiagudas…En fin, eso importa poco. Nos sentábamos a la mesa
y la cena terminaba sin haber dicho nada excepcional. Al postre se trae la Torta
de Reyes. Todos los años el Señor Chantal era el rey. Si esto era efecto
de un azar continuado o una tradición familiar, yo no sé, pero él encontraba
infaliblemente el fríjol en su pedazo de pastel, y él proclamaba Reina a la Señora
Chantal. Por consiguiente, me quedé estupefacto cuando sentí en un bocado de
pastel algo tan duro, qué casi me hizo romper un diente. Saqué suavemente esta
cosa de mi boca y vi que era una pequeña muñeca de porcelana, no más grande
que una judía. La sorpresa me hizo exclamar: - ¡Ah! Todos me miraban, y Chantal exclamaba aplaudiendo: - ¡Es Gastón! ¡Es Gastón! ¡Viva el rey! Viva el rey!
- Todos repetían en coro:- ¡Viva el rey!. - Me ruboricé hasta la punta de mis orejas, como sucede a menudo sin razón, en
situaciones que son un poco tontas. Yo permanecí con los ojos bajos, sujetando
entre dos dedos esta semilla de porcelana, esforzándome a reír sin saber qué
hacer o decir, cuando Chantal prosiguió: - Ahora, debe elegir una reina. Entonces yo estaba aterrorizado. En un segundo mil
pensamientos y suposiciones cruzaron mi mente. ¿Querían que yo escogiera una
de las señoritas Chantal? ¿Era este un truco para hacerme decir cuál de ellas
prefería? ¿Era una suave, ligera presión indirecta de los padres hacia un
posible matrimonio? Las ideas de matrimonio rondan sin cesar en las casas con
hijas casaderas, y toman todas las formas, todos los disfraces, y todos los
medios. Un miedo atroz de comprometerme me invadió, y también una extrema
timidez ante la actitud
obstinadamente correcta y reservada de las Señoritas Luisa y Paulina.
Elegir a una de ellas en detrimento de la otra me parecía tan difícil como
escoger entre dos gotas de agua; Y entonces el miedo de aventurarme en un asunto
donde yo sería conducido al matrimonio a pesar mío, suavemente, por medios
discretos e imperceptibles y también tranquilos
como este reinado intrascendente, me perturbaba horriblemente. Pero, de repente tuve una inspiración, y le ofrecí a la
Señorita Perla la muñeca simbólica. Al principio todo el mundo se sorprendió,
luego apreciaron sin duda mi delicadeza y discreción, porque ellos aplaudieron
furiosamente. Gritaban: - ¡Viva la reina!¡Viva la reina! En cuanto a ella, la
pobre solterona, había perdido toda su serenidad;
temblaba, tartamudeaba y balbucía:
-No…no…¡Ah! No…yo no…por favor… yo
no …por favor…… Entonces, por primera vez en mi vida, miré a la Señorita
Perla y me pregunté quién era ella. Estaba acostumbrado a verla en esta casa, así como uno
ve los viejos sillones tapizados en los cuales ha estado sentándose desde la niñez
sin fijarse nunca en ellos. Un día, sin saber por qué, tal vez
un rayo de sol que cae sobre el sillón, y uno piensa de repente: Vaya,
es muy interesante este mueble; y entonces descubre que la madera ha sido
trabajada por un verdadero artista y
que el tapiz es notable. Nunca me
había fijado en la Señorita Perla. Era parte de la familia
Chantal, eso era todo. ¿Pero cómo?
¿A título de qué?. Era una
persona alta, delgada que se esforzaba en pasar desapercibida, pero que no era apocada.
Se le trataba amigablemente, mejor que una ama de llaves, menos que a un
pariente. Observé de repente, una cantidad de matices
que yo nunca había asociado hasta ahora. La Señora Chantal
decía: "Perla" Las
jóvenes: "Señorita Perla", y
Chantal sólo la llamaba "Señorita", quizás con un aire de respeto
mayor. Me puse a observarla. ¿Qué edad tenía? ¿Cuarenta años?
Sí, Cuarenta años. No era
vieja, era joven, ella se envejecía. Me sorprendí de repente por este hecho.
Ella se peinaba, se vestía, se presentaba ridículamente,
y a pesar de todo, ella no era en lo más mínimo ridícula, tanto que tenía
una gracia simple, natural, una
gracia velada, cuidadosamente escondida. ¡Qué extraordinaria criatura,
verdaderamente! ¿Cómo no la había observado mejor?. Se peinaba de una manera grotesca
con ricitos de solterona, de lo más absurdos;
y bajo esta cabellera de virgen retocada, se veía una gran frente serena,
atravesada por dos arrugas profundas, dos arrugas de larga tristeza, luego dos
ojos azules, grandes y tiernos, tan
tímidos, tan vergonzosos, tan humildes,
dos bellos ojos que permanecían tan ingenuos,
plenos de asombros infantiles, de sensaciones jóvenes y también de penas que
habían entrado enterneciéndolos sin turbarlos. Todo el rostro era fino
y mesurado, uno de esos rostros que se extinguen sin haber sido usados o marchitados
por las fatigas o las grandes emociones de la vida. ¡Que boca tan bonita¡
¡Qué dientes tan bellos! Pero se podía decir que no se atrevía a sonreír. Y, repentinamente, la comparé con la Señora
Chantal. Indudablemente
la Señorita Perla era mejor, cien veces mejor, más fina, más noble,
más elegante. Estaba
estupefacto de mis observaciones. Sirvieron el champaña. Dirigí mi vaso a la
reina bebiendo a su salud con un cumplido bien estudiado. Quiso, yo me di cuenta, esconder su cara detrás de la servilleta.
Entonces, cuando mojaba sus labios en el vino transparente, todos gritamos: - ¡La reina bebe! ¡La reina bebe! Ella se puso roja y se
atragantó. Nos reímos;
Aprecié bien, cuanto la amaban en esa casa. III En cuanto terminamos la cena Chantal me tomó por el
brazo. Era la hora de su puro, una hora sagrada. Cuando estaba solo, salía a
fumar a la calle; cuando había un invitado a cenar, subían a la sala de billar
y fumaba mientras jugaba. Esa noche se había encendido la chimenea por ser
Noche de Reyes; mi viejo amigo tomó su taco, uno muy fino, que lo frotó con
tiza con gran cuidado; entonces dijo: - ¡Te toca, mi muchacho! Me tuteaba, aunque yo tenía veinticinco años, pero él
me había conocido desde niño. Empecé el juego; hice algunas carambolas. Fallé
algunas, pero como la imagen de la Señorita Perla rondaba en mi cabeza, yo le
pregunté de repente: - ¿A propósito, Señor Chantal, la Señorita Perla es
pariente suyo? Dejó de jugar, muy sorprendido, y me miró. -¿Qué no sabes? ¿No conoces la historia de la Señorita
Perla? - No - ¿Tu padre no te la contó nunca?. - No. - ¡Vaya, vaya, que raro! ¡Realmente raro! Porque, es
toda una aventura. Hizo una pausa, y luego continuó: Y si supieras, cómo es de especial, que me preguntes hoy
día, en Noche de Reyes. - ¿Por qué? ¡Ah!.¿Por qué?, Escucha. Sucedió hace cuarenta y un años,
hoy día, el día de Epifanía. Nosotros vivíamos entonces en Rouy-le-Tors, en
las fortificaciones; pero primero tengo que describirte la casa para que puedas
entender bien. Rouy se construyó en una colina, o más bien, sobre un
promontorio que domina una vasta región de praderas. Nosotros teníamos una
casa allí con un bello jardín colgante, sostenido en el aire por los viejos
muros de las fortificaciones. La casa miraba hacia el pueblo y la calle, mientras
el jardín dominaba la llanura. Había también una puerta de salida del jardín
a la campiña, al final de una escalera secreta que descendía por dentro de los
muros, como se encuentra en las novelas. Un camino pasaba delante de esta puerta
que estaba provista de una campana grande, para que los campesinos, evitando un
rodeo, entregaran por allí las provisiones. - ¿Te imaginas bien los lugares, verdad? Bien, ese año,
antes de Reyes, había estado nevando durante una semana.
Uno podría decir que era el fin del mundo. Cuando
fuimos a los baluartes para contemplar la llanura, sentimos frío en el alma,
esta inmensa región blanca, toda blanca, helada y que brillaba como si
estuviera barnizada. Se podría decir que el buen Dios había empaquetado
la tierra para enviarla al granero de los mundos antiguos. Puedo asegurarte que
era muy triste. Vivíamos en familia en aquel tiempo, numerosa, muy
numerosa: mi padre, mi madre, mi tío y mi tía, mis dos hermanos y mis cuatro
primas; eran unas lindas niñitas;
Me casé con la más joven. De toda esa muchedumbre, sólo hay tres
sobrevivientes: mi mujer, yo y mi cuñada que vive en Marsella. ¡Cristo!, Cómo
desaparece una familia, me hace temblar cuando pienso. Yo tenía entonces quince años, y ahora cincuenta
y seis. Así, íbamos a celebrar Noche de Reyes, estábamos muy
contentos, muy felices. Todos esperábamos la cena en el salón, cuando mi
hermano mayor, Santiago, dijo: - Hay un perro que aúlla en la llanura hace
diez minutos, debe ser una pobre bestia perdida. No había terminado de hablar cuando
la campana del jardín sonó. Tenía el sonido profundo de una campana de
iglesia que hace pensar en los muertos. Todo el
mundo se estremeció. Mi padre llamó al sirviente y le dijo que fuera a
ver. Estábamos en completo silencio; pensábamos en la
nieve que cubría toda la tierra. Cuando el hombre volvió, afirmó que
no había visto nada. El perro se mantenía aullando sin
cesar, y su aullido no cambiaba de
lugar. Nos sentamos a la mesa; pero estábamos un poco
intranquilos, sobre todo los jóvenes. Todo anduvo bien hasta el asado, cuando
la campana empezó a sonar de nuevo, tres veces continuadas, tres golpes
pesados, largos, que hicieron vibrar hasta la punta de nuestros dedos y qué nos
cortó el aliento, violentamente. Sentados, mirándonos, con el tenedor en el
aire, todavía escuchando, y sobrecogidos por una especie de miedo sobrenatural. Mi madre por
fin habló: - Es extraño que hayan esperado tanto para volver a
llamar. No vaya solo, Bautista; uno de estos señores lo acompañará. Mi tío Francisco se levantó. Era una especie de Hércules,
muy orgulloso de su fuerza, y no temía a nada en el mundo. Mi padre le dijo: - Toma un arma. No se sabe que puede ser. Pero mi tío sólo
tomó un bastón y salió inmediatamente con el sirviente. Nosotros continuábamos temblando de terror y
angustia, sin comer, sin hablar. Mi
padre intentó tranquilizarnos: - Ya verán-,
dijo, que es algún mendigo o algún viajero perdido en la nieve.
Después de llamar la primera vez, ya que la puerta no fue abierta
inmediatamente, intentó encontrar su camino de nuevo, y
como no fue posible, volvió
a nuestra puerta. La ausencia de nuestro tío pareció durar una hora. Él
volvió, por fin, furioso, maldiciendo: - Nada, nada en absoluto; es un bromista. Nada más que
ese perro condenado que aúlla a
cien metros del muro. Si yo hubiera llevado un fusil, lo habría matado para
hacerle callar. Volvimos a la cena, pero todos
estábamos angustiados; sentíamos muy bien que esto no había terminado, que
pasaría alguna cosa, que la campana, en cualquier momento sonaría otra vez. Y sonó justo en el momento de cortar el pastel de Reyes.
Todos los hombres se levantaron al mismo tiempo. Mi tío Francisco que había
bebido Champaña, afirmó con tanta fuerza, que lo masacraría, que mi madre y
mi tía se lanzaron sobre él para evitarlo. Mi padre, muy calmado y un poco
desvalido (él cojeaba de una pierna desde que se había caído del caballo),
dijo, a su vez, que él deseaba saber de que se trataba y que él iría. Mis
hermanos, de dieciocho y veinte años, corrieron a buscar sus fusiles; y como
nadie se fijaba en mí yo cogí una carabina del jardín, disponiéndome también
a acompañar la expedición. Partimos inmediatamente. Mi padre y mi tío caminaban
adelante con Bautista que portaba una linterna. Mis hermanos, Santiago y Pablo,
les seguían, y yo iba detrás a pesar de los ruegos de mi madre, que estaba con
su hermana y mis primas en el umbral de la puerta de la casa. Había estado nevando de nuevo durante la última
hora, y los árboles estaban cargados. Los pinos estaban doblados bajo el
pesado vestido pálido, parecían pirámides blancas, enormes panes de azúcar,
apenas se percibían, a través de las cortinas grises de copos menudos y
apresurados, los arbustos más pequeños, todos pálidos en la sombra. La nieve
caía tan espesa que no veíamos a más de diez pasos de nosotros. Pero la
linterna proyectaba una gran claridad delante de nosotros. Cuando empezamos a
bajar la escalera de caracol del muro yo me asusté verdaderamente. Sentía como si alguien estuviera caminando detrás
de mí, iba agarrarme por los hombros y llevarme, sentía un fuerte deseo de
volver; pero, como tendría que volver a cruzar todo el jardín solo, no me
atreví. Escuché abrir la puerta que daba al campo; mi tío empezó a
jurar de nuevo: - Por la gran…. ¡Se ha ido de nuevo! ¡Si yo viera su
sombra no se escaparía, el cerdo!. Era
siniestro ver la llanura, o más bien, de sentirla delante de nosotros, porque
no podíamos verla; podíamos ver sólo un velo espeso, interminable de nieve,
en lo alto, en el suelo, al frente, al lado derecho, a la izquierda, por todas
partes. Mi tío continuó: - Escuchen de
nuevo el perro que aúlla; le enseñaré cómo disparo. Al menos algo ganaremos. Pero mi padre que era de buen corazón, dijo: - Será mucho mejor buscar a ese pobre animal que llora de
hambre. Ladra por ayuda, pobre infeliz; llama como un hombre en peligro. Vamos
por él. Así
nos pusimos en marcha a través de la cortina, a través
de esta caída continua y espesa de nieve que llenaba la noche y el aire, que se
agitaba, flotaba, caía y enfriaba la carne, derritiéndose, la enfriaba con una
sensación ardiente, como un dolor penetrante y fugaz sobre la piel, a cada
toque de los pequeños copos blancos. Nos
hundíamos hasta las rodillas en esa masa suave y fría; teníamos que levantar
muy altas las piernas para caminar. A medida que avanzábamos, el aullido del
perro se hacía mas claro, mas fuerte. Mi tío gritó: -
¡Aquí está! Nos detuvimos para observarlo, como se debe hacer
enfrente de un enemigo que se encuentra por la noche. Yo no veía nada, entonces
me uní a los otros, y lo vi; era espantoso
y fantástico ver ese perro, un perro
negro grande, un perro pastor con pelo largo y la cabeza de un lobo, parado en
sus cuatro patas, al final del largo sendero luminoso de la linterna sobre la
nieve. No se movió; se calló; y nos miró. Mi tío dijo: - Es extraño,
no avanza ni retrocede. Mejor le pego un tiro de fusil. Mi
padre contestó con voz firme: - No, debemos agarrarlo. Entonces mi hermano Santiago agregó: - Pero no está solo. Hay algo a su lado. Había
una cosa detrás de él, en efecto, algo gris, imposible distinguir. Reanudamos
la marcha con precaución. Cuando
nos vio acercarnos el perro se sentó sobre sus cuartos traseros. No tenía un
aire amenazante. Parecía más bien, contento
de haber llamado la atención de la gente. Mi padre fue derecho a él y lo acarició. El perro lamió
sus manos. Estaba amarrado a la rueda de un cochecito, una suerte de coche de
juguete envuelto completamente en tres o cuatro mantas de lana. Levantamos la
ropa con cuidado y cuando Bautista acercó su linterna al frente del pequeño
vehículo que se parecía a una casa de perro rodante, vimos en él, un bebé
que dormía. Quedamos tan sorprendidos que no podíamos decir palabra.
Mi padre fue el primero en reaccionar, y como tenía un gran corazón y un alma
un poco exaltada, extendió la mano sobre el techo del coche y dijo: - Pobre expósito
abandonado, tu serás nuestro.-
Y ordenó a mi hermano Santiago que empujara delante de nosotros nuestro
hallazgo. Mi padre continuó, pensando en voz alta: - Un niño, hijo del amor cuya pobre madre ha venido a
tocar a mi puerta en esta noche de Epifanía en memoria del Niño de Dios. Se detuvo y con toda su fuerza, gritó cuatro veces, a
través de la noche hacia los cuatro
rincones del cielo: - Lo hemos encontrado Luego poniendo su mano en el hombro de su hermano, murmuró: - ¿Sí hubieras disparado al perro, Francisco? Mi
tío no contestó, pero hizo, en la sombra, un gran signo de la cruz; era muy
religioso a pesar de sus actitudes fanfarronas. Se había soltado al perro y nosotros lo seguíamos. ¡Ah!
Pero lo que fue digno de ver fue la vuelta a la casa. Al principio fue difícil
subir el coche por la escalera de caracol del muro; pero tuvimos éxito para
llevarlo rodando hasta el vestíbulo. Que excitada, contenta y sorprendida estaba mamá,
y mis cuatro primas pequeñas (la
más joven tenía sólo seis años), parecían cuatro gallinas alrededor
de un nido. Finalmente sacamos al bebé del coche, aún dormía. Era una niña de seis semanas de edad, aproximadamente.
Encontramos, en su ropa, diez mil francos en oro, sí, diez mil francos en oro,
qué papá ahorró para su dote. Por consiguiente, no era un niño de gente
pobre, pero, quizás, el niño de algún noble y una campesina del pueblo... o
quizás... hicimos mil suposiciones y nunca supimos algo... ni una pista. El perro mismo, no fue reconocido por
nadie. Era un extraño en la comarca. De todos modos, la persona que tocó
tres veces a nuestra puerta conocía bien a mis padres, para haberlos
elegidos de ese modo. Así es como, la Señorita Perla entró, a la edad de
seis semanas, en la casa de los Chantal. Sólo más tarde se le llamó Señorita Perla. Fue
bautizada al principio: “María, Simona, Clara”. Clara más adelante le
serviría como nombre de pila. Puedo
asegurarte que nuestra vuelta al comedor fue muy divertida, con la criatura despierta que miraba las personas y luces a
su alrededor con ojos grandes, azules y curiosos. Nos sentamos a la
mesa y se repartió el pastel. Yo fui el rey, y tomé por Reina a la Señorita
Perla, así como usted, ahora. Ella no se dio
cuenta, ese día, del honor que le hacíamos. Así, la niña fue adoptada y criada en la familia. Ella
creció, los años volaron. Era
paciente, dulce y obediente. Todo el mundo la
amaba
tanto que la habrían mimado abominablemente
si mi madre no lo hubiese impedido. Mi madre era una mujer de disciplina y gran respeto a las distinciones jerárquicas. Consintió en
tratar a la pequeña Clara como a sus propios hijos, pero trataba, no obstante,
que la distancia que nos separaba fuera bien marcada y la situación bien
establecida. Por consiguiente, en cuanto la niña pudo comprender, le hizo
conocer su historia y le hizo penetrar, dulcemente,
tiernamente, en la mente de la pequeña que, para los Chantal, ella era una hija adoptada, acogida,
pero no obstante, una extraña. Clara entendió la
situación con una inteligencia singular y con un instinto sorprendente; y supo
tomar y guardar el lugar que le habían asignado, con tanto tacto, gracia y
bondad que emocionaba a mi padre hasta hacerlo llorar. Mi madre misma se emocionó tanto por la gratitud
apasionada y la devoción un poco tímida de esta amable y tierna criatura que
ella comenzó llamándola: 'Mi hija.' A veces, cuando la pequeña había hecho
alguna cosa buena, mi madre levantaba sus lentes sobre su frente, algo que indicó
siempre una emoción en ella, y repetía: - Pero si es una perla, una verdadera perla, esta niña. Este
nombre se quedó para la pequeña Clara y vino a ser y permaneció para nosotros
como la Señorita Perla. IV El
Señor Chantal
se detuvo. Estaba sentado en el borde de la mesa de billar, los pies
colgando, y manipulando una pelota con su mano izquierda, mientras con su
derecha arrugaba un trapo que servía para borrar los puntos sobre la pizarra y
que llamábamos “el trapo de la tiza”. Un poco rojo, la voz sorda, hablaba
consigo mismo, perdido en sus recuerdos, avanzando suavemente, a través de las
cosas antiguas y los viejos sucesos que despertaron en su pensamiento, así
cuando atravesamos caminando los antiguos jardines de la familia, dónde fuimos
criados y donde cada árbol, cada sendero, cada planta, cada seto puntiagudo,
los laureles perfumados, los tejos, cuyas semillas rojas y grasosas triturábamos
entre los dedos, hacen surgir a cada paso un pequeño acontecimiento de nuestra
vida pasada, uno de esos pequeños sucesos insignificantes y deliciosos
que forman el fondo mismo, la trama de la existencia. Yo estaba frente a él, apoyado contra la muralla, mis
manos descansando en mi taco de billar ocioso. Él continuó al cabo de un minuto: ¡Jesús, Qué bonita
era ella a los dieciocho años... y graciosa... y perfecta... ¡Ah! ¡Hermosa...
hermosa... hermosa y buena... y muy buena…una muchacha encantadora…
Tenía los ojos…los ojos azules…transparente…claros…como yo nunca había
visto parecidos…Jamás! Se
calló nuevamente. Yo pregunté: - ¿Por qué nunca se casó? Respondió,
no a mí, sino a la palabra en pasado "casó". -¿Por qué? ¿Por qué? No ha querido…nunca ha querido.
Tenía, sin embargo, treinta mil francos de dote, y fue solicitada muchas
veces…ella nunca ha querido. Parecía
triste en aquella época. Eso era cuando yo me casé con mi prima, la
pequeña Carlota, mi
mujer, con quien estuve comprometido durante seis años. - Miré al Señor Chantal, y me pareció que yo penetraba
en su alma, y que yo penetraba repentinamente en uno de esos humildes y crueles
dramas de corazones honrados, de
corazones sinceros, de corazones sin culpa, uno de esos dramas inconfesables, inexplorados,
que la gente no sabe, incluso las propias silenciosas y resignadas
víctimas. Una curiosidad precipitada me impelió
de repente, y pronuncié: - ¿Es usted con quién debió casarse, Señor Chantal? Se
estremeció, me miró y dijo: - ¿Yo? ¿Casarme con quién? - La Señorita Perla. - ¿ Por qué? - Porque usted la amaba más que a su prima. Me miró fijamente con ojos extraños, redondos,
espantados, luego tartamudeó: - ¿Yo la he amado…yo? … ¿Cómo? ¿Quién te dijo
eso? … - Porque, cualquiera puede ver que… y es la misma causa
por la que usted tardó tanto tiempo en desposar a su prima que había estado
esperando durante seis años. Dejó caer la
pelota que él tenía en su mano izquierda, y tomando a dos manos el trapo de la
tiza, y cubriéndose la cara, comenzó a sollozar en él. Lloraba de una manera desconsolada
y ridícula, como llora una esponja que se aprieta, por los ojos, la nariz y la
boca al mismo tiempo. Tosía, escupía, se sonaba en el trapo de la tiza, se
secaba los ojos, estornudaba; volvieron a fluir de nuevo las lágrimas por todas
las arrugas de su cara, con un ruido de garganta que hacía pensar en gárgaras. Yo me sentía asustado, avergonzado; Quise correr lejos,
y no supe qué decir, que hacer, que intentar. De repente la voz de la Señora Chantal resonó en la
escala. - ¿Terminaron ya de fumar? Abrí la puerta y grité:
- Sí señora,
ya bajamos. Entonces me precipité hacia su marido, y tomándolo por
los codos: - Señor Chantal, mi amigo Chantal, escúcheme; su mujer
nos está llamando; serénese, domínese rápido. Debemos bajar; cálmese.
Tartamudeó:
- Sí... Sí...
Yo voy... pobre muchacha... voy... dile que voy. - Comenzó a limpiar cuidadosamente su cara con el trapo,
que después de dos o tres años borrando la tiza de la pizarra, le dejó medio
blanco y medio rojo la frente y la nariz, las mejillas y la barbilla
pintarrajeados de tiza, sus ojos hinchados aún, llenos de lágrimas. Lo tomé por las manos y lo arrastré a su dormitorio,
mientras murmuraba: - Le pido perdón, le pido mil perdones, Señor Chantal,
por haberle causado esta pena... pero... pero... yo no sabía... usted... usted
entiende. Apretó mi mano:
- Sí... sí... hay
momentos difíciles...
Entonces
sumergió la cara en su lavatorio. Cuando se levantó, no me pareció
suficientemente presentable; pero ideé una estratagema.
Como se angustiaba más mirándose en el espejo, le dije: Todo lo que debe decir es que tiene una mota de polvo en
el ojo y puede llorar delante de todos tanto como usted desee. Bajó
frotándose los ojos con su pañuelo. Todos se preocuparon; todos querían
buscar la mota que no existía; y se contaron las historias de casos similares dónde
había sido necesario llamar a un médico. Me reuní junto a la Señorita Perla y la miré,
atormentado por una curiosidad abrasadora que devenía en sufrimiento. Ella debió ser muy bella en efecto, con sus dulces ojos,
tan grandes, tan tranquilos, tan grandes que parecía que nunca los cerraba,
como lo hacían los otros humanos. Su vestido era un poco ridículo, un
verdadero vestido de solterona, que le sentaba mal sin parecer torpe. Me
parecía que veía dentro de ella, como hacía poco había visto el alma del Señor
Chantal; me di cuenta, de principio a fin, de esta vida humilde, simple y
sacrificada. Pero una necesidad me vino a los labios, una necesidad irresistible
de preguntarle, de saber si ella también lo había amado; si ella había
sufrido, como él este largo, sufrimiento secreto, profundo, que no se ve, que
no se sabe, que no se supone, pero que aparece en la noche, en la soledad del
dormitorio oscuro. La miraba, y veía latir su corazón bajo su blusa bordada, y
me pregunté si esta dulce cara inocente había llorado, cada noche, en
la profundidad suave de la almohada, y sollozado, su cuerpo sacudido de
sobresaltos, por la fiebre del lecho ardiente. Le dije en voz baja, como hacen
los niños que rompen una joya para ver lo que hay dentro:
- Si usted hubiera visto llorar al Señor Chantal, hace un
momento, le habría tenido lástima. Ella
se estremeció:
- ¿Qué? ¿Estaba
llorando?
-¡Ah!, ¡Sí, estaba llorando!
-¿Y por qué? Parecía
muy conmovida. Yo le contesté:
- Por su culpa.
- ¿Por mi
culpa?
- Sí. Me contó cuánto la había amado en el pasado; y
cuánto le había costado casarse con su prima en lugar de usted. Su
cara pálida pareció alargarse un poco; sus
ojos que siempre permanecían abiertos, sus ojos tranquilos se cerraron
repentinamente tan rápido que pareció que se
cerraban para siempre. Se resbaló de su silla al suelo, y se desplomó,
suavemente, lentamente, como lo habría hecho una bufanda al caer. Yo grité:
- ¡Socorro!¡Socorro! La Señorita Perla se siente mal.
La Señora Chantal y sus hijas vinieron en su ayuda, y mientras ellas buscaban
agua, una toalla y vinagre, tomé mi sombrero y me puse a salvo. Me alejé a
grandes pasos, mi corazón agitado,
mi conciencia llena de remordimientos
y pesar. Y a veces también me sentía contento; sentía que había hecho algo loable
y necesario. Me
preguntaba: - ¿Hice mal?¿Hice bien? . Ellos tenían eso en su alma
como se guarda una bala de plomo en una herida cerrada. ¿No serán ahora más
felices?. Era demasiado tarde para que recomenzaran su tortura y bastante
temprano para que ellos se
recordaran con ternura. Y
puede ser que una tarde de la próxima primavera, conmovidos por un rayo de la
luna que cae sobre la hierba, a sus pies, a través de las ramas, se tomarán y
apretarán la mano en memoria de todo este sufrimiento opresivo y cruel; y quizás
también, este corto contacto les puede infundir en sus venas un poco de esta
emoción que no habían conocido, y dará a esas dos almas resucitadas, en un
segundo, la rápida y divina sensación de esa embriaguez, de esa locura que da
a los enamorados más felicidad en un estremecimiento, que no pueden
experimentar en toda su vida, otros hombres. Guy de Maupassant 16 Enero de 1886 Traducido por Marcos P. Concha, 1° de Enero del 2002. GLOSARIO Propio y privativo de cada persona o cosa.
singular adj. 1 Único, sólo. 2 fig. Extraordinario, raro o excelente. 3 adj. y m. Número gramatical que indica la unidad. 4 en singular En particular.
honorable adj. 1 Digno de ser honrado o acatado. 2 Tratamiento honorífico. honrar tr. 1 Respetar a alguien. 2 Enaltecer, premiar. 3 Dar honor o celebridad. 4 Considerar un honor la presencia, la adhesión, etc., de una o más personas. 5 prnl. Tener uno a honra ser o hacer una cosa.
juerga f. Diversión bulliciosa, parranda, jarana.
momificar tr. y prnl. 1 Convertir en momia un cadáver. 2 prnl. fig. y fam. No evolucionar uno con las ideas, costumbres, etc., de su tiempo.
epidermis f. 1 Epitelio pluriestratificado que forma la capa más externa de la piel. Es avascular y se nutre a través de la linfa. Consta de cinco capas o estratos, que de abajo arriba son: basilar, cuerpo mucoso de Malpighi, capa granular, capa lúcida o transparente y capa córnea. 2 Tejido vegetal adulto y primario que recubre exteriormente los órganos del año y los órganos adultos que no presentan crecimiento secundario.
conmover tr. y prnl. (Se conjuga como morder.) 1 Perturbar, inquietar, alterar, mover fuertemente o con eficacia. 2 Enternecer, mover a compasión.
epifanía f. 1 Manifestación, aparición. 2 Festividad que celebra la Iglesia el 6 de enero, también llamada Adoración de los Reyes. En este sentido, se escribe con mayúscula. El 6 de enero se celebra la llegada
de los Reyes magos al establo donde nació Jesucristo. Fue desde la Edad Media,
y principalmente en Francia, que se empezó a conmemorar la adoración de los
Magos, cristianizando la costumbre pagana de elegir un "rey de las
fiestas" en estas fechas. Inspirado en el Eclesiastés, la gente se reunían
en la noche familiar alrededor de una rosca de pan dulce, en la que habían
escondido un haba, como símbolo de la huida de la persecución del rey Herodes. Hoy en día, el roscón lleva en su
interior una figurita como sustituto a la haba. La costumbre del pastel de Reyes
se conoció en España a través de los soldados repatriados de Flandes y se
hizo más popular bajo el reinado de Felipe V. Se adorna por encima con azúcar
y tiras de fruta dulce y cristalizada. Algunos roscones pueden ir rellenos de
crema chantilly, chocolate o cristales de caramelo. Se parte el roscón en
pedazos iguales y a la persona favorecida con la figurita se le considera como
el rey de la fiesta. apocado, da adj. 1 fig. De poco ánimo o espíritu. 2 fig. Vil o de baja condición.
matiz m. 1 Combinación de varios colores mezclados con proporción. 2 Cada una de las gradaciones que puede recibir un color. 3 fig. Rasgo o tono de especial colorido y expresión en las obras literarias. 4 fig. Aspecto o rasgo poco perceptible que da a una cosa un carácter determinado.
ridículo, la adj. 1 Que por su rareza o extravagancia mueve o puede mover a risa. 2 Escaso o demasiado pequeño. 3 Extraño, irregular y de poco aprecio y estimación. 4 Demasiado delicado y reparón. 5 m. Situación ridícula. 6 Bolsa manual, pendiente de cordones, que llevaban las señoras.
gracia f. 1 Favor personal e indebido de Dios al hombre, y el efecto consiguiente de este don. 2 Don natural, o cualidad, que hace agradable a la persona o cosa que lo posee. 3 Cierto donaire y atractivo en la fisonomía, movimientos, etc., de algunas personas. 4 Concesión gratuita. 5 Afabilidad, buen modo en el trato. 6 Donaire, garbo en la ejecución de algo. 7 Benevolencia y amistad de uno. 8 Chiste o acción divertida. 9 Arte de divertir, hacer reír, etc., por lo disparatado o ilógico, y sensación que produce. 10 Indulto de pena que concede el poder público competente. 11 Nombre de cada uno. 12 f. pl. En mayúscula, divinidades romanas. Eran tres y tuvieron por madre a Venus. 13 caer en gracia, hacer gracia Agradar, complacer, resultar simpático. 14 de gracia Gratuitamente. 15 ¡gracias! Expresión de agradecimiento. 16 gracias a Por intervención de, por causa de. 17 reírle a uno las gracias fig. y fam. Aplaudirle alborozadamente por algún dicho o hecho, generalmente de censura. 18 tener gracia una cosa irón. Ser chocante, producir extrañeza.
grotesco, ca adj. 1 Ridículo y extravagante. 2 Irregular, grosero y de mal gusto.
absurdo, da adj. 1 Contrario a la razón y a la lógica. 2 m. Cosa absurda. 3 teatro del absurdo Término difundido por los críticos a raíz del estreno, en los años 50, de las primeras obras de Ionesco, Beckett, Vauthier y otros autores teatrales franceses. Combina efectos circenses, desde la Commedia dell’Arte a los hermanos Marx, las experiencias dadaístas y surrealistas, las realizadas por Artaud y su teatro de la crueldad, y recibe la influencia del teatro oriental. Centrado en la falta de sentido de la existencia y en la incomunicabilidad humana, acentúa las ambigüedades, paradojas y contrasentidos del lenguaje habitual.
tierno, na adj. 1 Blando, delicado y flexible a cualquier presión extraña. 2 fig. Reciente, de poco tiempo. 3 fig. Díc. de la niñez, para explicar su delicadeza. 4 fig. Afectuoso, cariñoso. 5 fig. Díc. de los ojos con fluxión continua.
humilde adj. 1 Que practica la humildad. 2 fig. De clase social obrera, que no posee bienes de riqueza. humildad f. 1 Virtud opuesta al orgullo y la vanidad, consistente en el conocimiento de la miseria y bajeza propia, y en obrar conforme a él. 2 Bajeza de nacimiento o de otra especie. 3 Sumisión.
ingenuo, nua adj. y s. 1 En la antigua Roma, libre por nacimiento, no esclavo. 2 adj. Candoroso, sin doblez ni malicia. 3 f. Actriz que hace papeles de joven ingenua. candor m. 1 Suma blancura. 2 Sinceridad, inocencia.
fino, na adj. 1 Delicado, selecto. 2 Delgado, de poco grosor. 3 Delgado, esbelto, de facciones delicadas. 4 De exquisita educación, cortés. 5 Amoroso, afectuoso. 6 Astuto, sagaz. 7 Se aplica a los sentidos, agudo. 8 Que hace las cosas con primor y oportunidad. 9 Liso, sin asperezas. 10 Díc. del barco que corta el agua con facilidad. 11 adj. y m. Díc. del jerez muy seco, de color pálido y de 15 a 17 grados.
marchito, ta adj. Falto de vigor y lozanía.
noble
adj. y s. 1 Que por nacimiento o por decisión de un soberano goza de ciertos privilegios y tiene ciertos títulos. 2 adj. Excelente o aventajado en cualquier línea. 3 Ilustre, famoso. 4 De sentimientos elevados. 5 Díc. de los cuerpos químicamente inactivos y especialmente de ciertos gases. 6 Apl. a ciertos materiales de calidad muy fina o a variedades selectas de otros.
elegante adj. 1 Que tiene elegancia. 2 adj. y s. Díc. de la persona que se ajusta a la moda. 3 Díc. de la persona que muestra buen gusto y distinción. elegancia f. 1 Gracia y distinción en el porte. 2 Forma bella de expresar los pensamientos. espantoso, sa adj. 1 Que causa espanto. 2 Enorme, desmesurado. espanto m. 1 Terror, consternación. 2 Amenaza con que se infunde miedo. 3 Enfermedad causada por el espanto. 4 pl. Amér. Merid. Fantasma, aparecido. 5 de espanto Enorme, extraordinario. 6 estar curado de espanto fig. y fam. Ver con impasibilidad, por experiencia o escándalo, daños o desafueros. expósito, ta adj. y s. Díc. de quien, recién nacido, fue abandonado en un lugar público.
abominable adj. 1 Digno de ser abominado. 2 Detestable, muy malo.
delicioso, sa adj. Muy agradable o ameno; capaz de causar delicia encantador, ra adj. y s. 1 Que encanta. 2 adj. fig. Agradable, simpático. encantar tr. 1 Obrar maravillas por arte de magia. 2 fig. Gustar mucho, cautivar una persona o cosa. 3 prnl. Quedarse inmóvil mirando o haciendo algo, no prestar atención a lo que se dice o hace.
cruel adj. 1 Que se deleita en hacer mal a otros o en los padecimientos ajenos. 2 fig. Insufrible, excesivo. 3 fig. Sangriento, duro, violento.
honrado, da adj. 1 Que es incapaz de estafar, engañar o robar. 2 Que cumple escrupulosamente sus deberes. 3 Ejecutado honrosamente. 4 Decente, honesto, recatado.
inexplorado, da adj. No explorado. explorar tr. 1 Averiguar, reconocer o registrar a fondo y con diligencia una cosa o un lugar desconocido. 2 Examinar el médico una herida o una parte del organismo. 3 fig. Intentar conocer las circunstancias que rodean aquello que debe hacerse o emprenderse. resignación f. 1 Acción de resignarse. 2 Resigna. 3 Paciencia en las adversidades. impeler tr. 1 Dar empuje para producir movimiento. 2 fig. Incitar, estimular.
desconsolado, da adj. 1 Que carece de consuelo. 2 fig. Que en su aspecto y en sus discursos muestra un genio melancólico, triste y afligido. consuelo m. Descanso y alivio de la pena, molestia o fatiga que aflige y oprime el ánimo.
estratagema f. 1 Ardid de guerra, engaño. 2 fig. Astucia, fingimiento.
Pesar interno resultante de haber cometido una mala acción. Se usa especialmente en plural.
laudable adj. Digno de alabanza.
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