¿DÓNDE ESTÁS GUY DE MAUPASSANT, AHORA QUE TE NECESITAMOS ?
Por
F.M. Busby

   3 de agosto
    Ir a la isla fue un error. Cierto que el uso de la cabaña del tio de Rachael, y el permiso para coger lo que constituían sus reservas de invierno, era un regalo de Dios.
    No es que tuviese problemas de dinero; tenía muy poco dinero y, en circulación, ninguno en absoluto. La oferta de Rachael parecía que me daría lo que necesitaba: comida y refugio a bajo o ningún coste, y un escondite de los acreedores, durante suficiente tiempo como para terminar, en el plazo del vencimiento, la publicacion de Grogan y aflojar los nudos de su cartera.
    En ausencia de electricidad, supuse que podía arreglármelas con la vieja portátil manual que el hombre había dejado allí; a falta de la WD-40, un poco de aceite debería aflojar las teclas bloqueadas. Ya no estaba acostumbrado a las máquinas de escribir, las pantallas y los disquettes me habían echado a perder. Pero ojala ese hubiese sido el único problema...

    Rachael me había llevado a comer con su escaso presupuesto de asistenta de director, y amablemente aceptó hacerlo en una mesa de la sección de fumadores. A cambio yo acordé a sentarme en el sentido en que el viento no le llevase el humo a la cara y me contuve de pedir un martini doble o escalopes.
    Cuando íbamos por el café tocamos el tema. Había perdido demasiado tiempo para poder entregar el libro en la fecha límite, teniéndome que hacer extrañas asignaciones para poder vivir. Pero el buen Grogan ya había colmado su paciencia con los adelantos de emergencia. Rachael se encogió de hombros y dijo:
    – Demasiado fue el cántaro a la fuente.
    ¿Qué podía hacer? Hablamos de posibilidades, no llegando a ninguna solución, y estábamos levantándonos para marchar cuando, de forma abrupta, se sentó de nuevo.
    Me quedé observándola:
    – ¿Qué?
    – Siéntate un momento; se me está ocurriendo una idea.
    Y me habló acerca del marido de la hermana de su madre, Oscar Hildebrandt, qué tenía una cabaña en una remota isla.
    – Apuesto a que te dejaría quedarte allí.
    Y así ocurrió. Yo realquilé mi apartamento a Bo Chuck Donaghy quién estuvo de acuerdo en almacenar la mayor parte de mis cachivaches mientras yo estaba fuera. Todo lo que traje conmigo, aparte de ropa y otras necesidades personales tales como siete cajetillas de cigarrillos, era material de escritura, incluyedo un fechador, y mi Ruger de disparo rápido en la versión .44 Magnum. Además de munición.
    Había esperado algo del tipo paraje tropical, pero después de varios transbordos en Amtrak1, el Alaska Ferry System, y un hidroavión, llegué a ese cúmulo de bosque subártico lluvioso llamado Chimorsky, un lugar a lo largo de la costa oeste de la isla del Principe de Gales, enfrente del golfo de Alaska. En lugar de bellezas polinésicas me encontré, en el puerto del pueblo de Chimorsky, unos pocos esquimales inuits y algunos aleuts desplazados por la Segunda Guerra Mundial, y el equivalente en Alaska de los montañeses. Cuellorrojos es, creo, un término que les hace justicia.
    Aun así, esos diamantes en bruto eran más de mi devoción que los especímenes cuyas casas estaban al lado del feudo del tío Hildebrant. Dirigiéndome a la cabaña desde la playa rocosa, un cuarto de milla más abajo, rodeé el estrecho camino, lleno de casas, para encontrar un claro repleto de indescriptibles edificios de madera. Caminando, con todo mi equipo en la parte de atrás de la lata de ciclomotor de tres ruedas de Charlie Pilchuck, conocí a algunos de sus habitantes.
    Lo que allí teníamos, amigos, era una comuna New Age2.

    Lo juro por las barbas del profeta que prefiráis.

    El resto de los hijos de las flores hablaban un dialecto de California Mellow; los más entusiastas estaban por la labor de canalizar y guiar espíritus. Aquellos, cuyos nombres empezaban por Ma, probablemente se habían quedado atrás, en el ex imperio Bhagwan en Antelope, Oregon3; ¿por qué no dejan a los Bhagwans ser Bhagwans?
    Mientras llegábamos a un trozo más ancho de camino, que sirve como via principal a la comuna, Pilchuck y su ciclomotor se pararon para tomarse un repiro, tanto uno como otro. Yo también me detuve, y me guarecí del viento para encender un cigarrillo. Para ser inmediatamente importunado por los improperios de un joven alto:
    – ¡Aquí no puedes fumar!
    Siendo un veterano de la provocación de la nicotina, arrojé humo por la nariz.
    – No veo ninguna señal. Quizás te olvidaste de ponerla
    Si siempre tienes razón, puede no ser difícil manejar confiado una discusión. Mientras el hombre buscaba palabras le eché un vistazo: pelo rubio largo y greñoso, barba popular en algunos espectáculos televisivos pero no conmigo personalmente. Un pendiente grande colgando de su oreja izquierda, vaqueros y chaqueta con manchas de grasa y comida. No era mi alma gemela, ni siquiera se le acercaba.
    No escuché lo que dijo a continuación porque Charlie arrancó de nuevo el ciclomotor, generando un estridente ruído. Mientras el vehículo, Charlie y yo nos alejábamos, el hombre alto nos siguió.
    Pero desde la izquierda llegó una mujer joven corriendo, gritando, con una mano sosteniendo el otro brazo con fuerza hacia su pecho, pero con poca eficiencia por el copioso flujo de sangre.
    Apenas vi el aspecto de su vestido, el rictus cuadrado de su boca y sus sonidos desgradables fueron todo lo que pude registrar, exceptuando sus palabras:
    – ¡Me ha desgarrado! ¡Ni siquiera estaba allí, pero me desgarró el brazo y mató a Valerie!
    Alguien más gritó:
    – ¡La estrella fugaz!¡Era un presagio!
    Me concentré en la chica herida, a la que habían llamado Alethia. Tomadas literalmente, sus palabras no tenían sentido. Pero si algo o alguien estaba matando y haciendo daño a mujeres jóvenes, algún tipo de acción parecía lo más indicado.
    Le hice una señal a Pilchuck para que se detuviera y registré mi mochila para encontrar y, acto seguido, cargar mi Ruger.
    –De acuerdo, – dije. – ¿En qué dirección se fue el atacante?
    Bueno, al demonio con ellos. El alto, con el anillo grande y barato en la oreja empezó a gritar en unos términos nada inciertos, que no solo los fumadores fueron expulsados de la Nueva Atlantida sino también los pistoleros, de igual manera o incluso más.
    – ¡Dame esa cosa, ahora mismo!
    Lance Hostettler. Charlie dice que ese es el nombre del tipo. Un tanto extraño, pero a la gente le gustaba.
    Algunas cotas de estupidez no necesitan respuesta. Podría haber usado una de las líneas que Bo Chuck escribió para el protagonista masculino de su nueva obra, pero no me vino ninguna a la mente. Balanceé la pistolia hacia Lance, luego la aparté y me giré para seguir a Pilchuck Charlie fuera de alli.
    Mientras tanto la lluvia empezaba a caer como si estuviera planeando.

    Asi que aquí estoy, en una cabaña con un calentador de hojalata y sin electricidad. Al menos, la lámpara de queroseno produce un fulgor amarillo. El modelo de gasolina, con su recubierta de asbestos y todo eso, sería considerablemente mucho mejor, pero había intentado encenderla dos veces y todavía no funcionaba. Cuando todo lo demás falla, lee las instrucciones; mañana rastrearé el lugar pero no esta noche.
    Incluso con mejor luz no pude trabajar en el manuscrito. Tengo la mayoría de las teclas de la portátil flojas, pero la letra “L” todavía tengo que pulsarla fuerte, y Lillian es un personaje principal. Sin embargo, puedo hacer anotaciones; los lápices no tienen partes movibles. (¡Ten fe, Grogan!) Ojalá no hubiera tenido que vender mi portátil de batería.
    ¿Pero qué diablos podía haber sido aquello que casi desgarró el brazo de aquella mujer? ¿Y dónde está ahora?
    En algunos lugares de Alaska colocan barras de acero en las ventanas para evitar que los osos que buscan comida entren. No había osos en Chimorsky, supongo; la cabina del tío Óscar estaba protegida con unas cortinas de madera. Por buenas que fuesen, las cerré.
    Venir aquí puede haber sido un gran error.

    5 de agosto
    Es peor de lo que había pensado. Oh, sí, desbloqueé mi tecla “L” y he escrito a duras penas dos nuevos capítulos (aún así, con demasiados errores de tipografía; aquí sólo puedo producir un borrador), e incluso sin las instrucciones tengo la lámpara de gasolina funcionando. Pero ni el tío había hecho un gran acopio de sus provisiones de invierno ni la gente joven como Lance había construido caminos que permitiesen acceder a los osos a ellas. Necesitaba reservas.
    Ayer, buscando remediar la falta, hice el camino cuesta abajo hacia Chirmosky, esperando que me fíasen. Pero al llegar al enclave New Age fui encarado por Lance y algunos otros, que me prohibieron el paso.
    Lance no es el jefazo. Ahora la conocí, se trata de una mujer que se hace llamar Astaroth, canalizadora de Ra o algo así , que es (¡sorpresa!) el poderoso rey guerrero de una gran ciudad dorada de hace ochocientos años. ¿Por qué no puede esta gente de la New Age saber nada de la prehistoria humana?
    –Tienes que entregar esa pistola – me dijo, con los ojos planos pálidos mirando. – y todo el tabaco, alcohol, o cualquier otra droga. O no te será permitido pasar por aquí.
    Bien. Ni aunque me lo propusiera, apenas podría abrirme camino a través de cincuenta raros de aquellos. Estoy jodido, pensé.
    Astaroth es una sirena madura con masas de desaliñado pelo rojo teñido y una figura más bien descrita caritativamente como atropellada. Cuando gira sus ojos hacia arriba y gruñe con su mejor voz de Ra-nosequemierda, sus cuerdas vocales chirrían como la gravilla. Pero sabe lo que quiere, y la tribu cumple su mínimo antojo.
    – No pasarás por aquí.– dijo, quizás por duodécima vez. – Estás maldito. El cometa apareció – señaló con una mano hacias la colinas arriba, – y al día siguiente estabas aquí. Tú, y el espíritu malvado que asesina, sois lo que ha traído el cometa. Tú.
    – ¡Oh, por el amor de Dios! El cometa – seguramente se refería a un meteorito, los cometas no aparecen sin ser anunciados – nada tiene que ver conmigo. Llegué aquí con el reparto de correo de Einar Knudson y tú lo sabes.
    La lógica no me llevó a ninguna parte; como la mayor parte de los de su calaña, esta reina del Malarkey psíquico tiene errrores de datos graves en la unidad B. Posteriormente me dí por vencido y volví colina arriba, de vuelta a la cabaña.

    ¿Así pues por qué necesito atravesar su campamento? – podriáis preguntarme – La respuesta es el terreno costero del Refrigerador del Sudeste. Durante miles de años los bosques han crecido, caído en ángulos insólitos, y han sido enterrados bajo otros nuevos. Por ejemplo, la caminata de esa tarde, desde mi cabaña directamente hacia abajo hasta la playa, cubría unas cien yardas en más o menos una hora. Hay acantilados sobre acantilados, los espacios intermedios a veces llenos de suciedad y humus, otras no, para que uno corra el riesgo de sufrir enormes caidas, de veinte o treinta pies de ancho y como mínimo igual de profundas, no hay camino alrededor sin volver atrás y recorrer de nuevo la misma ruta en una longitud indefinida. Me di cuenta de que tuve suerte de llegar a la cabaña antes de que oscureciera. No, el bulldozer trail es mi único medio factible para salir de aquí.
    Dudaba en mencionar un aspecto de algo que ocurría. Ocasionalmente escuchaba movimientos en la vegetación baja, movimientos que podrían haber sido producidos por un animal grande. Pero aunque veía el follaje moverse, nunca logré ver lo que los producía.

   6 de agosto
    De nuevo pensé en intentar razonar una vez más con el grupo de Astaroth. Los encontré arremolinados por ahí, aturdidos y no preocupados, por una vez, con imponer la superioridad moral. Esta vez podría haber pasado, pero la curiosidad sacó lo mejor de mi y le pregunté a una mujer joven cuál era el problema.
    Era Alethia la que había sido herida. Su brazo descansaba en un cabestrillo, y su cara pálida estaba seria mientras decía:
    – Esa cosa vino de nuevo. Mató a Edward y se llevó a Anna. Y rajó a Lance, o quizás le mordió, ¡algo horrible!
    – ¿Y qué fue lo que ha hecho esas repugnantes acciones?
    – No lo sabemos, ¡nadie lo ve!
    Cuanto más me contaba, más difícil me resultaba creerlo. Habían escuchado una conmoción, golpes sordos y gritos y una especie de chirridos agudos en la cabaña de Edward y Anna. Entonces algo había reventado la puerta hacia afuera, llevándose a la mujer, y dirigiéndose como una bala hacia los matorrales circundantes.
    – ¡Pero no había nada allí! Solo una especie de mancha, en el polvo que fue movido.
    – ¿Estás segura de haber mirado bien?
    Porque había estado lloviendo hacía un poco; el polvo que ella mencionó debía de haber venido de dentro de la cabaña (mantener el hogar no era, quizás, el punto fuerte de Edward o Anna).
    – ¿Qué dijeron los otros? – insistí.
    – Ella dice la verdad, tío de mal presagio.
    Era Astaroth, como siempre sentada firmemente en su caballo alto.
    – Todos vimos lo mismo.– continuó.
    Si esta gente no fuese enemiga de las drogas, sospecharía que habrían fumado todos la misma cosa.
    Como era que las tropas se habían reunido de nuevo a muerte para evitar mi paso, volví a iniciar el camino hacia mi, cada vez menos, dulce hogar.

    La ansiedad hace que los corazones se pongan a latir con más rápidez y que la respiración se acorte. Lo mismo hace una buena escalada cuesta arriba; no hay duda de que la mente a veces confunde ambos efectos. Decir también que, una vez fuera de la vista de la comunidad atacada, me encontré sin duda muy nervioso, saltando al oir el más ínfimo sonido o movimiento en la maleza.
    Eso no funcionaría. Decidido, ignoré los pequeños disturbios. De hecho hice tan buen trabajo que cuando llegaron los ruidos más grandes, pasaron algunos segundos antes de que me girara para ver qué podría estar causándolos.
    Al principio nada de ello tenía sentido. Entonces empecé a comprender: los sonidos y el movimiento del follaje indicaban una criatura grande corriendo hacia mí y a una nada segura distancia. No vi signo de la cosa en si, sólo los matorrales sonando; escuché quejidos silenciados, como alguien jadeando con la garganta abierta para minimizar el ruido. ¿Qué?
    El instinto me urgió a mover 1440 granos de plomo puro, en los seis huecos del cilindro de mi .44 (sacada de la cartuchera sin pensarlo) para buscar el origen de la conmoción.
    ¿Pero qué pasaba si, a pesar de toda lógica, se trataba de un humano? Los nativos quizás sabían como pasar por lugares imposibles por los que yo no podía penetrar.
    Fuera lo que fuese, ¡estaba jodidamente demasiado cerca! Al infierno con los escrúpulos. Apreté el gatillo. De los matorrales llegó una onda de sonido, un gruñido tan alto e intenso que parecía directo a mis oídos, más sentido que oído. Había experimentado el mismo efecto en el “freshman phsyics”, cuando alguien golpeó el Oscilador Jackson, al máximo nivel de salida, muy por encima de mi umbral de escucha.
    De nuevo disparé y de nuevo el grito volvió, y ahora los sonidos de roturas cesaron. Hubiera o no acertado, la cosa había retrocedido.
    Curiosamente, aunque todavía estaba respirando con pánico, me aventuré en la maleza hasta que alcancé casi el final de un sendero de hojas pisadas rodeado de hojas rasgadas y ramas quebradas. A un lado, donde había apuntado, sobresalía cubierto de musgo el fin de un acantilado, y en dos sitios mis balas habían arrancado unos pedazos de musgo.
    En el suelo, antes de un tronco enorme, algunas de las hojas parecían húmedas; mientras las miraba, los puntos húmedos se oscurecieron.
    Sangre, por supuesto, o algo así esperaría uno. Excepto que la cosa no era del color correcto.

    Todavía 6 de agosto
    Me siento mejor. Mi cena incluía los cuatro grupos de comida básicos: cerdo, habas, pasas y café con bourbon y un cigarrillo de postre. Con el estómago aplacado, ahora disponía de algún de tiempo para pensar.
    Fuera lo que fuese, el monstruo era real. Pero no lo suficiente para ser detectado con luz normal.
    Cómo puede ser esto, elude todo tipo de explicación; la sangre de color raro se hizo visible gradualmente, menos de un minuto después de haber sido separado del organismo padre por cortesía de Mr. Ruger. Uno asume que muerta, la criatura entera podría ser vista.
    El truco, por supuesto, consiste en lograr matarla. Pero a juzgar por el historial de la cosa hasta fecha de hoy, no apostaría demasiado por intentarlo.

    Siento una inquietante y fastidiosa familiaridad de todo esto con otra situación. Ahora recuerdo el origen: “El Horla” de Guy de Maupassant. Su monstruo venía de las junglas Sudamericanas. El nuestro, creo, llegó vía el “cometa” de Astaroth, probando que en un caso especial, incluso un cerebro enmohecido puede tener razón.    Pero ni la entidad de Guy ni la nuestra puede ser vista. Ni tampoco, ahora que lo pienso, pudo serlo el Hombre Invisible de H.G. Wells. Éste último había tragado algo que cambiaba el índice refractario de su cuerpo entero respecto del aire, pero de modo que el tipo pudiera ver. Wells tuvo que amañarlo un poco y permitir que las retinas se vieran. Para nuestra bestia aquí, podríamos proponer verlo por infrarrojos o quizás, como los murciélagos, por radar sónico.
    Aun así, a pesar de sus rudos hábitos alimenticios, podríamos tener a un ser inteligente en un traje de invisibilidad, que refracta toda la luz a su alrededor. Aquí, también, podríamos tener sensores reaccionando a la “luz” fuera de espectro. Sea cual sea el caso, ¡nadie puede ver a esa maldita cosa!

    He tenido una distracción. Hace sobre media hora, despues de un rato de gritos en la distancia, escuché sonidos de movimiento acercándose. Llevando la lámpara de gasolina eché un vistazo fuera. Nada de qué preocuparse; el intruso era Alethia, llevando una mochila e iluminando su camino con una decente linterna a pilas. Detectando más ruidos extraños más abajo del camino, la metí dentro y cerré la puerta.
    – ¿Qué estás haciendo aquí?
    Mientras volvía a encender la lámpara ella parecía desanimada, así que añadí:
    – Eres bienvenida, por supuesto. ¿Pero por qué...?
    Violentamente, agitó su cabeza.
    – ¡Ahí abajo están locos!
    – ¿Más de lo habitual? – bromée.
    – Se llevó a otro. La cosa, me refiero. Melissa, esta vez. Algunos de nosotros queremos que se haga algo, ¿y sabes qué?
Obviamente no. Mis cejas se levantaron. Dijo:
    –Astaroth nos dijo que no nos preocupáramos; estaba invocando a Ra-quitaypon – bueno, así es como sonaba. – para protegernos.– Su mueca salío debilmente.- Decidí que, quizás las pistolas tuviesen más sentido.
    Quizás había esperanza todavía para esta flor de la New Age. Dije:
    – ¿No tenías miedo?¿Ahí fuera tú sola?
    – Y tanto. Pero habíamos escuchado a Melissa gritar todo el camino hasta el agua, o así sonaba, así que tuve un arranque. Pensé, justo cuando llegué aquí, que lo escuchaba viniendo detrás mía. Pero...

    – Pero estás aquí, y, de momento, segura.
    Prestando atención, no oía nada. Ella no había comido, pero me quedaba café; aceptó un poco. Mientras sorbía, la miré y pensé.
    Por debajo de la suciedad su cara alegre y pequeña tenía los rasgos de una apariencia agradable. Con un buen baño y un peinado podría, pensé, estar bastante presentable. Y tenía al menos dos neuronas conectadas para producir la chispa de la razón.
    ¿Pero sobreviviría para experimentar esos cambios, o yo para verlos? Brevemente alcé la linterna; un toque en su interruptor produjo un impactante flash de luz. Las pilas, parecía, estaban bien. Mi pulso y mi nivel de adrenalina subieron.
    Moví la única silla de madera de la cabaña a la pared trasera, mirando la puerta, y al lado puse una caja, en la que deposité la linterna, mi bourbon y un vaso, además de una antigua llanta que servía como cenicero.
    Desde la silla también tenía una buena vista de ambas ventanas cerradas, una en cada pared lateral. Además de la esquina de atrás de la cabaña a mi izquierda había una puerta trasera, no usada nunca; ahí es a dónde señalaba.
    – Desenrrolla tu saco de dormir ahí, Alethia. Estarás fuera del camino; si la bestia entra, entonces por lo que vale tu vida, quédate ahí y mantente en silencio.
    Le lanzó una mirada anhelante a la cama, y luego asintió.
    – ¿Pero... por una puerta?
    – Está cerrada con clavos, probablemente lo ha estado durante años. Fuera, hay un hornillo de madera pegado contra ella. Pero conseguirás una buena salida a través de la hendidura que hay debajo.
    Ella miró escéptica.
    – Oh, lo conseguirás; confía en mis palabras.
    Desplegó su cama; nos preparamos para la noche. El semi-refugio de la rudimentaria caseta exterior estaba obviamente fuera de alcance, así que nos las arreglamos con la lata número diez que había traído antes de las prohibiciones de paso, cada uno por turno mirando a otro lado para dar al otro intimidad.
    Cuando se metió en el indescriptible saco de dormir, me senté en la silla y apagué la lámpara de gasolina. Luego encendí un cigarrillo.
    – ¿Tienes que fumar? – Su voz mostraba irritación.
    – Sí. Sí que tengo. Definitivamente.
    Pronto escuché ronquidos suaves. Con el corazón latiendo, esperé.

    12 de agosto
    Después de tardar más de lo que me hubiera gustado, conseguí hielo en el pueblo Chirmosky, para que lo que quede de la cosa se preserve bien. Necesitó cuatro tiros antes de ser abatido, y le alcancé con los otros dos por suerte, pero quizás fui un poco exagerado en grabar X en la empuñadura de mi .44; el efecto dum-dum dejó tan poco del cráneo de la critaura que no podemos estar seguros de si era un alien con conciencia o el equivalente a un leopardo cazador, ni tampoco cuántos ojos podría haber tenido (si tenía alguno). Todos, excepto tres o cuatro de los miembros desgarrados, están relativamente intactos, igual que la mayor parte del torso y sus órganos poco familiares.
    La invisibilidad resultó ser orgánica, no artificial. Muerto, su piel es de un singular y poco agradable gris iridiscente de pescado, y el interior no es mucho mejor. Nadie está contento conmigo por el estado del bicho muerto. Pero como yo lo veo, los que se quejan no fueron los que tuvieron que tratar con su comportamiento antes de muerto.
    Como fuente de información, el lugar del impacto no era mucho mejor. De acuerdo con uno de los investigadores del gobierno el “cometa” parece haber hecho una especie de fusión fría; lo que queda es un agregado de improbables aleaciones emitiendo neutrones lentos mas unos pocos intrigantes tipos de piones, muones, y lo que se te ocurra, así como la ocasional feroz corriente de rayos gamma.
    Aparte de la unánime desaprobación oficial, me va maravillosamente bien. Cuando vi la radio de la Guardia Costera, le dije a Grogan lo que tenía para él a condición de un razonable adelanto adicional; el hombre fue generoso. El contingente de la New Age, hostigado por las preguntas de un Sheriff Federal sobre un número de muertes que nadie se había preocupado de informar, tuvo que trasladar los bártulos a otra parte. Alethia parecía dispuesta a quedarse aquí, hasta que penetró en su pensamiento que cuando un hombre y una mujer viven juntos, la actividad sexual podría resultar bien.

    17 de noviembre
    Así que me he largado de Alaska a mi apartamento de antes. Fue trabajo de varias semanas, y un escrito de ilegalidad, limpiar el lugar en el qué Bo Chuck Donaghy y otros ocuparon mientras él no estaba mirando. He aprendido a llevarme con el infernal golem electrónico con el qué Rachael reemplazó a mi maravilloso viejo ordenador CP/M después de que Bo Chuck lo tirara por la ventana, y con ese cacharro he completado mi libro para Grogan y me estoy preparando para pulir las últimas líneas de mi próximo éxito de ventas, La Conexión Chirmosky.
    Aquí está el borrador:

    Esperando, ansioso, para escuchar el sonido exterior por encima de los ronquidos de Alethia –que, después de todo, no eran agradables – encendí otro cigarrillo. Durante las pocas horas pasadas, fumando seguido, me había acabado por lo menos tres paquetes. Hasta el punto de que ya no estaba orgulloso de mi vicio favorito. Pero un hombre tiene que hacer lo que un hombre tiene que hacer. Aunque le aterre hasta la tontería.
    Mientras la llama de la cerilla se iba apagando, volví a abrir mis ojos ligeramente cerrados y escuché con atención. En la ventana a mano izquierda, algo se movió. Esperé. Al principio escuché sólo un ligero ruido, como de un pequeño y tímido animal. ¡La cosa me estaba poniendo a prueba!
    Esperaba inmóvil. Hasta que de repente la ventana, luna, cortinas, cristal, todo explotó dentro de la cabaña. A la primera rotura, encendí la linterna.
    Y gritando como un leopardo, le quité la vida a nuesto carnívoro extrasolar.
    Invisible, sí. Pero en una habitación en la que había fumado durante horas, habría sido difícil fallar al gran vacío que se movía donde el humo no estaba.

    Qué lástima que el narrador de “El Horla” no fumara.

FIN

1 Tren de pasajeros de alta velocidad. (N. del T.)
2  Describe un variado movimiento que pretende buscar alternativas a la cultura occidental tradicional; no es un sistema de creencias unificado, sino un agregado de creencias y de prácticas (sincretismo), a veces mutuamente contradictorias. Las ideas reformuladas por sus partidarios suelen relacionarse con la exploración espiritual, la medicina holística y el misticismo. También se incluyen perspectivas generales en historia, religión, espiritualidad, medicina, estilos de vida y música. (N. del T.)
Algunas de estas creencias son reinterpretaciones de mitos y religiones previos, aunque sin ser consistentes con ninguna de ellas
3 En 1981, el gurú Bhagwan Shree Rajneesh dejó su país natal, la India, para establecer una enorme comuna en el estado de Oregon, en USA. Conocido coo el gurú del sexo, todos los participantes eran fervorosos adeptos de los sanyassines. Las novedosas pseudoterapias religiosas New Age que aplicó el gurú dejaron una larga lista de personas con trastornos que iban desde psicosis inducidas hasta conductas suicidas Se establecieron cerca del poblado de Antelope, Oregon. (N. del T.)

 

Título original: Where Are You Guy de Maupassant, now that we need you?
Isaac Asimov Science Fiction magazine. Mayo de 1990.

Traducción: Alejandro Ramos Soto para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant