UN CASO DE DIVORCIO
Por Guy de Maupassant


    El abogado de la señora Chassel tiene la palabra y dice:
    "Señor presidente:
    Señores magistrados:
    El pleito de cuya defensa estoy encargado , constituye más bien una cuestión medica que jurídica; es un caso patológico, más que un caso de derecho. Los hechos origen de esta causa aparecen claros al primer golpe de vista.
    Un hombre joven, rico, de alma noble y exaltada y corazón generoso, se enamora de una joven extraordinariamente hermosa, adorable, encantadora, graciosa, linda, buena y se casa con ella.
    Durante algún tiempo la conducta de este hombre para con su mujer fue la del esposo lleno de ternura y de cuidados; después su cariño va enfriándose hasta el punto de sentir hacia ella una repulsión indecible, un extraordinario desamor. Llegó a pegarle un día, no solamente sin razón, sino sin pretexto.
    No pienso, señores, pintaros el cuadro de esos procederes extraños, incomprensibles para todos. Tampoco he de esforzarme en describiros la triste vida de aquellos dos seres, ni la horrible tortura de la mujer. Para convenceros de la razón que a ésta asiste, bastará con que os lea algunos fragmentos del diario escrito por aquel desgraciado loco.
    Helos aquí:

    ¡Qué triste! ¡Qué monótono! ¡Qué ruin y qué odioso es todo! Soñé una tierra más bella, más noble, más variada.
    ¡Siempre bosques; ríos que se parecen a otros ríos, llanuras que se parecen a otras llanuras!... ¡Todo igual!... ¡Todo monótono!... ¡Y el hombre!... ¿Qué es el hombre? Un animal malo, orgulloso y repugnante...

    Preciso es amar, pero amar locamente, sin ver lo que se ama: porque ver es comprender y comprender es despreciar...

    ¿He encontrado ese amor?... Creo que sí.. Esa mujer tiene en toda su persona algo de ideal que no parece de este mundo y que da las alas a mi sueño.
    Mi amada es rubia, con matices maravillosos en los cabellos... ¡Qué azules son sus ojos!... Sólo los ojos azules embargan mi alma... La mujer que existe en el fondo de mi corazón aparece en su mirada, sólo en su mirada... ¡Oh! ¿Qué misterio existe en los ojos? Todo el universo está en ellos, puesto que lo ven y lo reflejan. Sí... en los ojos se contiene el universo, las personas y las cosas, los bosques y los mares, los hombres y las bestias, las puestas del sol, las estrellas, las artes... Todo... Todo lo ven, todo lo recogen... Pero en los ojos aun hay más. Allí está el alma, el ser que quiere, el ser que ama, el ser que ríe, el ser que sufre... ¡Oh!... Contemplad los ojos azules de las mujeres... profundos como el mar, inundados de luz como el cielo, tan dulces como las brisas, como la música, como los besos, y tan transparentes, tan claros, que tras ellos se ve el alma, el alma azul que los colora, los anima y diviniza.
    ¡ Sí! El alma tiene el color de los ojos... El alma azul, sólo él alma azul lleva dentro el ensueño... Ha tomado su color a las ondas del mar y al éter del espacio.
    Los ojos, pensad en los ojos... Beben la vida aparente para nutrir con ella el pensamiento. Beben el mundo, el color, el movimiento, los libros, los cuadros... todo lo hermoso y todo lo ruin... De allí salen las ideas... Y si los ojos nos miran, nos producen una felicidad que no es terrena.
    Nos hacen presentir lo que siempre ignoraremos... Nos hacen comprender que la realidad es una miseria despreciable...

    La amo también por su aire gentil, porque, como ha dicho el poeta:
    -Hasta cuando el pájaro anda parece de otra raza más superior que la de las mujeres ordinarias; más ligera y más divina...

    Mañana me caso con ella... Tengo miedo... ¿Miedo de qué?... ¡De tantas cosas!

    Ya es mi mujer. Mientras la he deseado, idealmente fue para mí el poético ensueño, próximo a realizarse; después se ha convertido en el ser de que la Naturaleza se ha servido para truncar todas mis esperanzas.
    ¿Pero las ha truncado? No... Y, sin embargo, estoy cansado de ella. Cansado hasta no poder tocarla ni con mi mano ni con mis labios, sin que mi corazón sienta un desagrado inexplicable...
    ¡No! No puedo ver a mi mujer venir hacia mi llamándome con su mirada, con su sonrisa o con sus brazos. Antes creía yo que un beso de aquella mujer me transportaría a los cielos... ¡Y qué desencanto sufrí un día, cuando estuvo mala con una fiebre pasajera! Sentí en su aliento el soplo ligero, sutil, casi insensible de las podredumbres humanas...
    ¡Oh! ¡ La carne! Estercolero seductor y viviente... ¡Putrefacción que se mueve, que anda, que piensa, que habla, que mira y que sonríe; donde los alimentos fermentan; sonrosada, linda, tentadora, engañadora como el alma!
    Porque en realidad, sólo las flores huelen bien. Lo mismo las de vistosos colores que las pálidas, impresionan mi espíritu y turban mis ojos... ¡Son tan hermosas! ¡ De estructura tan delicada! ¡ Tan variadas y tan sensibles! Son más tentadoras que las mismas bocas, y hasta parecen tenerla.
    Ellas... ellas solas se reproducen en el mundo sin dejar huella que manche, y evaporando en torno el divino incienso de su amor, el sudor oloroso de sus caricias, la esencia de sus incomparables cuerpos, adornados de todas las gracias, de todas las elegancias, de todas las formas que tiene la coquetería, de todas las coloraciones y la seducción embriagadora de todos los aromas...

SEIS MESES DESPUÉS

    ... Amo las flores, no como flores, sino como seres vivientes, deliciosos. Paso los días y las noches en el invernadero, donde las guardo como a las mujeres en el harén... Nadie, fuera de mí; conoce la dulzura, el éxtasis sobrehumano de estas ternuras... Nadie conoce el sabor de estos besos sobre la carne roja, fina, blanca, delicada, rara, de estas flores.
    Tengo estufas donde no penetra nadie más que yo y el encargado de cuidarlas. Entro allí como si entrase en un retiro de secretos placeres... Por la alta galería de cristales paso entre dos masas de corolas; unas cerradas, otras entreabiertas o abiertas del todo y dispuestas en declive. Es el primer beso que me envían... Estas flores que adornan el vestíbulo de mis pasiones misteriosas, no son aun mis favoritas, sino mis sirvientes. Me saludan al paso con sus brillantes matices y sus frescas exhalaciones Son lindas, coquetas, dispuestas en ocho filas a la derecha y ocho a la izquierda, formando dos jardines que vienen a morir a mis pies.
    Al verlas, mi corazón palpita, mi mirada se ilumina, mi sangre se agita, mi alma se exalta y mis manos tiemblan con el deseo de tocarlas... En el fondo de aquella alta galería hay tres puertas cerradas... Puedo elegir el que más me plazca de aquellos tres harenes.
    Generalmente entro donde están las orquídeas, mis adormideras preferidas. Proceden de los países arenosos, ardientes y malsanos. Atraen como sirenas, matan como venenos... Enervan. Son terribles.. Semejan grandes mariposas con sus alas enormes, sus patas, sus ojos... Porque tienen ojos... Me miran, me ven... Aquellos seres prodigiosos, inverosímiles, hijos de la tierra sagrada, del aire impalpable, de la cálida luz, de esa madre del mundo... Sí... Tienen alas, y ojos, y matices que ningún pintor podría imitar... y todas las formas, todas las gracias, todos los encantos que se pueden soñar.
    Los extraños dibujos de sus pequeños cuerpos sumergen el espíritu en el paraíso de las imágenes y voluptuosidades ideales... Tiemblan sobre sus tallos como sí quisieran volar... ¿Volarán y vendrán hacia mí?... ¿No es mi corazón el que vuela sobre ellas, como un místico torturado de amor?
    Estamos solos ellas y yo en la clara prisión que las he construido. Las miro, las contemplo y las adoro una por una.
    ¡Cuánto las amo! El borde de su cáliz está rizado, más pálido que su garganta, y la corola oculta en él como misteriosa boca atractiva, azucarada, mostrando y desenvolviendo los órganos delicados, admirables y sagrados de estas divinas criaturas, que sienten y no hablan... He experimentado por algunas de ellas una pasión tan fugaz como su existencia: de algunos días, de algunas noches.
    Cojo a la preferida, la saco de la galería, la encierro en una estufita de vidrio, en donde un hilo de agua corre por un lecho de césped tropical traído de las islas de! Pacífico. Y allí, junto a ella, me quedo febril, ardiente, atormentado por la idea de su próxima muerte, contemplando como se marchita mientras la poseo, aspiro y bebo su corta vida con una suprema caricia.

    Después de terminar la lectura de estos fragmentos añadió el abogado:
    -La decencia, señores, me impide continuar la lectura de las singulares confesiones de este hombre, vergonzosamente idealista. Los fragmentos que acabo de someter a vuestra consideración creo que serán suficientes para apreciar este caso de enfermedad mental, menos raro de lo que pudiera creerse en la época que atravesamos, de histerismo y de decadencia.
    En mi opinión, pues, a mi representada le asiste perfecto derecho para reclamar el divorcio, dada la excepcional situación en que la ha colocado la perturbación sin ejemplo de los sentidos de su esposo.

FIN