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HISTORIA DE ANTAÑO

A la Sra. Commanville1 

      Señora, le he ofrecido, cuando solamente usted la conocía,  esta pequeña pieza que se debería haber titulado simplemente "diálogo". Ahora que ha sido representada ante el público y aplaudida por algunos amigos, permítame dedicársela.
    Es mi primera obra dramática. Le pertenece de todos modos, pues después de haber sido la compañera de mi infancia, usted se ha convertido en una amiga encantadora y formal; y, como para aproximarnos todavía más, un afecto común, el de su tío al que tanto amo, nos ha hecho, por así decirlo, formar parte de la misma familia. Quiero pues agregar, Señora, al homenaje de estos versos, mis más abnegados, respetuosos y fraternales sentimientos de su muy sincero amigo y viejo compañero.

Guy de Maupassant

    París, 23 de febrero de 1879   

    1 Caroline Commanville, sobrina de Gustave Flaubert

PERSONAJES


EL CONDE
LA MARQUESA

En la Comédie-Française la puesta en escena ha sido modificada de este modo:
Habitación estilo Luís XV. Viejos retratros colgados en las paredes. Gran fuego en la chimenea. Es invierno. La marquesa mira caer la nieve por la ventana al fondo, luego se dirige hacia su clavecin y toca una antigua melodía. Entra el conde

EL CONDE
Buenas noches, Marquesa.

La continuación sin modificaciones.

LA OBRA

HISTORIA DE ANTAÑO

Habitación  estilo Luís XV. Un gran fuego en la chimenea. Es invierno. La vieja marquesa está en su sillón, con un libro en las rodillas; parece aburrirse.

UN CRIADO, anunciando.
¡ El señor conde !

LA MARQUESA
Por fin, querido conde, usted aquí;
Siempre pensando en los viejos amigos, gracias
Lo esperaba casi con ansiedad;
De verlo cada día ya lo he tomado como una costumbre;
Además, no sé por qué, esta tarde estoy triste.
Venga, vamos a sentarnos junto al fuego
Y a conversar.

EL CONDE, sentándose después de haberle besado la mano.
Yo también estoy triste, marquesa,
Y cuando uno envejece resulta desmoralizante.
Los jóvenes tienen en el corazón exceso de alegría;
Un nubarrón en su cielo enseguida desaparece,
¡ Y siempre tantas metas, tantos amores que perseguir !
A nosotros, nos falta la alegría de vivir;
La tristeza nos mata, se aferra a nosotros
Como el musgo lo hace al árbol agotado. Mire usted,
Contra ese terrible mal hay que defenderse.
Y además, esta tarde, de Armont ha venido a visitarme.
Hemos removida la ceniza de viejos días,
Hablado de los viejos amigos y de los amores de antaño;
Y, desde ese momento, como una incierta sombra,
Vuelvo a recordar mi lejana juventud.
También he venido, triste y abatido,
A sentarme junto a usted y a hablar del pasado.

LA MARQUESA
A mí me ha cogido un  frío horroroso desde esta mañana;
Oigo el viento soplar, veo caer la nieve.
A nuestra edad, el invierno aflige y hace sufrir;
Cuando hiela tanto uno cree que va a morir.
Sí, charlemos, pues un buen recuerdo de juventud
Reaviva por momentos nuestra fría vejez.
Es como un poquito de sol...

EL CONDE
Pero en un día de invierno;
Mi sol es muy débil y mi cielo encapotado.

LA MARQUESA
Vamos, cuénteme alguna loca aventura.
Usted era, dice la historia, un gran espadachín.
Antaño, señor conde, insolente, guapo,
Rico, elegante y de altivo porte;
Ha protagonizado escándalos, y cruzado su hoja
Con más de un marido; pues una bella dama,
Una tarde que conversábamos, me ha contado, muy confidencialmente,
Que todos los corazones saltaban al ruido de sus pasos.
Si no me ha mentido, usted ha sido,
Gran merodeador de callejuelas y un alborotador;
Ha dormido cuatro meses en prisión
Por un  paisano ahorcado en su casa,
El cual tenía, se dice, una esposa joven y bonita.
¡ La esposa de un paisano, conde, qué locura !
¡ Cuatro meses en prisión por eso ! Si hubiese sido
Por una dama de alta alcurnia y gran belleza,
Sea... Veamos, cuénteme alguna historia galante
Con una gran dama; un amor novelesco, con el clásico
Armario donde el marido, en sus regresos inesperados,
Sorprende al amante escondido entre los viejos vestidos.

EL CONDE
¿ Y por qué siempre ha de ser una gran dama ?
Además las otras también gustan: la mujer
Está hecha para encantar, sea noble o no.
La gracia no tiene antepasados y la belleza no tiene alcurnia.

LA MARQUESA
¡ Gracias ! Pero no quiero conocer sus amores banales.
Usted tiene otra cosa en el fondo de sus anales,
Querido conde, y ahora, lo escucho, ¡ Vamos !

EL CONDE
La obedeceré, puesto que así lo desea.
¡Ah!, sin embargo, el proverbio es bien cierto, por mi alma,
Que dice que Dios quiere lo que quiere una mujer.
Cuando llegué a la Corte era un sentimental;
Pronto abrí los ojos; el despertar fue brutal
Por ejemplo. Yo amaba, amaba a la hermosa
Condesa de Paulé. La creía fiel.
Una noche la sorprendí en los brazos de otro amante;
Me rompió el corazón, marquesa, y tontamente 
¡ La lloré dos meses ! Pero la Corte y la Villa
Se rieron a gusto. Esa calaña es envidiosa y vil,
Abuchea las desgracias y aplaude los éxitos;
Estaba equivocado, había perdido pues mi inocencia.
Sin embargo, poco después, tuve otra amante;
Pero repartíamos sus atenciones entre dos.
El otro era un poeta. Le componía versos,
La llamaba flor, estrella, astro del universo,
Y no sé que más nombres. Yo lo reté;
Era un espíritu hermoso, permaneció en su papel;
Demasiado cobarde para batirse, hizo un soneto...
Y todavía me río, tratándome de bendito.
Esta vez la lección puso término a mis dudas,
Cesé de ver a una, y las amaba a todas.
Y tomé por divisa un dicho muy antiguo:
« Muy loco es el que se fía » y me encontraba muy a gusto.

LA MARQUESA
¿ Pero, antes, cuando usted declaraba su pasión,
Y suspiraba a los pies de alguna hermosa dama,
Cubriéndola de amor, de respetos y de cuidados,
Hablaba de este modo ?

EL CONDE
No; pero al menos le confieso,
Entre nosotros, que la mujer es un crío mimado.
Se la ha halagado demasiado, y sobre todo ensalzado.
Sus acreditados aduladores, los compositores de sonetos,
Les vierten todo el día, como grifos,
Cumplidos destilados en zumo de poesía,
Y hacen de ella una niña henchida de fantasía.
¿ Cuándo menos ama ? Del todo; le es imprescindible,
Pero no a un amor de veinte años, cuyo único defecto
Es amar santamente, como se ama a esta edad,
Sino a un  vividor; a aquel que se mira al paso
Con asombro y casi con respeto,
Toda mujer se emociona y tiembla ante su porte,
Porque él es, merece seguramente  ese extraño título,
El primer seductor de Francia y de Navarra.
No es que sea joven, ni guapo, ni que tenga
Grandes cualidades... nada; pero ese hombre gusta
Porque ha vivido. He aquí lo extraño;
Y sin embargo es así como se seduce a este ángel.
Pero cuando algún otro viene a pedir, por azar, 
Que tributo pagar por la limosna de una mirada,
¡ Ella ríe en sus narices y le pide la luna !
Y usted lo sabe muy bien, no hablo de una,
Sino de muchas.

LA MARQUESA
Eso es muy galante; ¡ Gracias otra vez !
A mi vez, ahora, escuche bien esto:
Un viejo zorro marchito, pero ávido de carne fresca,
Merodeaba, cierta noche, triste y con el vientre vacío;
Iba, rumiando sus festines de antaño,
La gallina sorprendida una tarde en un rincón del bosque,
Y el ligero conejo que cazaba a la carrera.
La edad había agotado la fuente de esas dulzuras;
Era menos ligero y ayunaba a menudo.
Cuando un perfume de caza llevado por el viento
Le golpeó, un luminoso brillo apareció en su vieja pupila.
Observó, durmiendo y con la cabeza bajo el ala,
Algunas jóvenes gallinas posadas sobre un viejo muro.
Pero el zorro era torpe y el camino poco seguro,
Y a pesar de sus ganas, de su hambre y de su ayuno, dijo:
« Están demasiado verdes y buenas... para uno más joven. »

EL CONDE
Marquesa, eso que usted dice es cruel;
Pero yo os responderé: Sansón y Dalila,
Antonio y Cleopatra, Hércules a los pies de Onfale.

LA MARQUESA
¡ Usted tiene en amor una triste moral !

EL CONDE
No; el hombre es como una fruta que Dios separa en dos.
Camina por el mundo; y, para que sea feliz,
Es necesario que encuentre, en su incierto devenir,
Su otra mitad; pero el azar lo lleva;
El azar está ciego y solo conduce sus pasos;
También casi siempre, no la encuentra.
Sin embargo, cuando por ventura la halla...., ama;
Y creo que usted es la mitad
Que Dios me destinaba y que yo buscaba, pero
No os encontraba, y por tanto no os amé.
Después descubro que, nuestros caminos terminados,
La suerte ha unido, demasiado tarde, nuestros viejos destinos.

LA MARQUESA
En fin, más vale eso, pero usted ha pecado,
Y yo no voy a dejar que se vaya de rositas.
¿ Sabe usted, mi querido conde, con qué le comparo ?
Su corazón está cerrado como el domicilio de un avaro:
Usted es el anfitrión y cuando lo van a visitar
Se imagina que se lo van a llevar todo,
Y no enseña a las personas más que un montón de antiguallas. 
Veamos, ¡ menos rodeos y más tregua a las burlas !
Totalmente avaro, en un rincón, escondido un cofre lleno de oro,
Y el corazón más pobre tiene su pequeño tesoro.
¿ Que oculta en el fondo ? ¿ El retrato de una joven
De dieciséis años, que amó antaño; idilio ligero
Del que tal vez se avergüenza  y oculta cuidadosamente,
No es así ? Pero, a veces, más tarde, se tiene necesidad
De ir a contemplar esas imágenes, dejadas
Allí, detrás de si; esas historias pasadas
De las que se sufre y sin embargo gusta sufrir.
Uno se encierra solo, una noche, para abrir
Cierto viejo libro y su viejo corazón; como se mira
La pobre flor entregada una bella tarde, y que conserva
La ligera fragancia de las primaveras de antes !
Se escucha, se escucha, y se oye su voz
Por los viejos recuerdos débilmente traída.
Y se besa la flor, cuyo impregnación ha quedado,
Como en la hoja de un libro, en la página del corazón.
¡ Oh, desgracia ! Cuando la vejez trae dolor,
Usted embalsama todavía nuestros últimos días,
Perfumes de viejas flores y de jóvenes años !

EL CONDE
¡ Es cierto ! Incluso en este instante he sentido regresar,
En el fondo de mi corazón, un muy viejo recuerdo;
Y estoy dispuesto a contárselo marquesa.
Pero exijo de usted igual franqueza,
Capricho por capricho, y relato por relato;
Comenzará usted.

LA MARQUESA
Así lo quiero.
Sin embargo mi historia es una simple niñería.
Pero, no sé por qué, las cosas de la juventud
Toman, como el vino, su solera envejeciendo,
Y de año en año se van engrandeciendo.
Usted conoce mucho de estas historietas:
Se trata de la primera novela de amor de las chiquillas,
Y cada mujer, cuenta al menos con dos o tres;
Yo no tuve más que una sola; y eso es porque, creo, 
La he conservado en mi corazón más viva y más tenaz;
Y en mi vida ha ocupado mucho sitio.
Yo era muy joven entonces, pues tenía dieciocho años;
Había aprendido a leer con las viejas novelas;
A menudo había soñado en los antiguos senderos
Del viejo parque, mirando, en la noche, bajo los sauces,
Los reflejos de la luna, escuchando si el viento
No hablaba de amor a la rama, y soñando
En aquel a la que toda muchachita llama,
Que espera, ¡ al que cree que Dios ha creado para ella !
Luego descubrí que aquel con quién tanto había soñado,
Joven, orgulloso y encantador, llegó un día; 
Y sentí brincar mi corazón de jovencita.
Me dispuse a amarlo; él me encontraba simpática...
Mi guapo hombre, por desgracia, partió al día siguiente;
Nada más: ni un beso, ni un apretón de manos,
Solo una mirada intercambiada que él olvidó enseguida.
Se había dicho: « Es monilla, la pequeña. »
Y eso le salió del corazón; ¡ pero Dios defiende
el burlarse así del amor de una niña!
¡Ah! encontrará usted a la mujer insensible; saltando
De capricho en capricho; vaya, ese es su error.
Ella podría amar, pero usted se lo impide;
¡ El primer amor que le llega, usted lo se lo quita !
¡ Pobre muchacha ! yo estaba loca y era muy crédula;
Pero usted va a encontrar esto muy ridículo,
Usted que se burla del amor... ¡ Lo esperé mucho tiempo!...
Como no regresó, me casé con el marqués.
¡ Pero confieso que habría preferido al otro !
He puesto mi corazón al desnudo, descúbrame el suyo
Ahora.

EL CONDE, sonriendo
¿ Así que esto es una confesión ?

LA MARQUESA
Y usted no tendrá mi absolución
Si aun se burla, malévolo hombre insensible.

EL CONDE
Ocurrió en la Bretaña, en una época terrible
Que se denomina el Terror. Por todas partes se luchaba,
Yo estaba en Vendéen; servía a las órdenes de Stofflet.
Pues bien, dicho esto, aquí comienza mi historia.
Venía, ese día, de atravesar el Loira.
Nos habíamos retrasado. Éramos partisanos,
Algunos bravos amigos, algunos viejos paisanos,
Y yo su jefe, en total tal vez una centena,
Ocultos en los arbustos que rodeaban la llanura,
Protegiendo la retirada y cediendo poco a poco
Nuestros hombres, finalmente, habían cesado el fuego;
Y se dispersaban, según nuestra costumbre,
Cuando de repente un soldado, un Azul que, creo,
Se había acercado hasta nosotros gracias a los matorrales,
Salta en el camino y me dispara dos veces
Con su pistola. Le abrí la cabeza;
Pero yo tenía dos balas en el hombro.
Todo mi mundo estaba lejos. Como un sensato general,
Clavé el espolón en los flancos de mi caballo.
Entonces, a través de los campos, y con la cabeza extraviada,
Como un loco que huye, iba, las bridas caídas;
Finalmente, agotado, roto, no pudiendo más,
Caí, totalmente ensangrentado, en la ladera de un talud.
Pero pronto, cercad de mí, vi una luz
Y oí unas voces. Se trataba de una choza
A donde me dirigí, gritando: « ¡ Abrid, en nombre del rey ! »
Y además, al límite de mis fuerzas y muerto de frío,
Me desplomé, de repente, ante la puerta.
¿ Estuve mucho tiempo tumbado allí ?
No lo sé; pero cuando recobré el conocimiento,
Estaba en una buena cama bien caliente; de buenas personas,
Que esperaban mi despertar con inquietud,
Se volcaban, me rodeaban, totalmente solícitos;
Y vi, en medio de esos feos bretones,
Como un pájaro de los bosques incubado por unos pavos,
A una niña de dieciséis años. ¡ Ah !, marquesa, marquesa,
¡ Que ingenua cabecita y que exquisita gracia !
¡ Que bonita era con sus cabellos rubios
Bajo su pequeño gorrito, tan sedosos y tan largos,
Que una reina por ellos habría dado su riqueza !
Además tenía pies y manos de duquesa;
Si bien yo dudaba mucho de la virtud
De su gorda madre; yo por una brizna, habría 
Vendido mis derechos de autor, por el lugar del padre.
¡Dios! ¡ Que hermosa estaba con su austera carita
Y púdica ! Y durante cuatro noches y tres días
Ella no abandonó mi cabecera; y siempre
La veía junto a mí, unas veces sentada, 
Otras veces de pie, leyendo en su misal
Y rezando, ¿ pero por quién ? ¿ Por mí, pobre herido ?
¿ O por otro ? Además, su pequeño pie presuroso
Iba, venía, trotaba ágilmente por la habitación;
Y además, con sus ojos claros y dorados como el ámbar,
Me miraba; pues tenía unos ojos
amarillos como los del águila, y llenos de orgullo;
E incluso experimenté, cuando la vi a usted, marquesa,
Por primera vez, una gran sorpresa,
Encontrando esos ojos y esa  mirada semejante
Que se hubiese dicho iluminada por un rayo de sol.
A mi fe que era tan fresca y bonita
Que, casi a mis espaldas, había cometido la locura
De ponerme a amarla. Pero he aquí que una mañana
Oí el cañón tronar en la lejanía.
Mi anfitrión entró de repente; totalmente pálido y sin aliento:
« ¡ Los azules ! ¡ los Azules ! dijo, van a rodear la llanura,
¡ Sálvese ! » Sin embargo todavía estaba débil,
Pero me levanté, pues el tiempo apremiaba.
Como un caballo encabritado al ruido de una trompeta,
La fiebre del combate me subió a la cabeza.
Pero ella, totalmente vestida de negro, como en un duelo,
Con algunas lágrimas en los ojos, me esperaba en el umbral.
Tomó el estribo cuando monté en la silla;
Y galante jinete, me incliné hacia ella,
Depositando alegremente un beso en su frente.
Ella se echó hacia atrás como bajo una afrenta; 
Un fiero relámpago emergió de su orgullosa pupila,
Y rugiendo de vergüenza: « ¡ Ah !: Señor », me dijo.
Desde luego, ella no era lo que había pensado;
Había adoptado demasiada altivez, y yo había ofendido
Torpemente, burdamente, a la noble muchachita
La niña de alguna antigua y fiel familia
Que unos viejos criados ocultaban entre ellos,
Cuando el padre, con nosotros, luchaba contra los Azules.
¡Ah! tuve una compostura bastante idiota;
Pero en aquel tiempo yo era un poco Don Quijote,
Y todas las viejas novelas giraban en mi cerebro.
Así que descendiendo enseguida de mi caballo
Doblé humildemente una rodilla ante ella, 
Y le dije: « Perdón, perdón, señorita; 
Ese beso, créame, pues yo nunca miento,
No es el de un libertino o de un inconsciente, sino, 
Si usted lo quiere, será de noviazgo.
Regresaré, si las batallas me lo permiten,
A buscar la prenda de amor que le he dejado.»
¡ Sea !, dijo ella riendo. ¡ Adiós ! novio mío.
Ella me levantó; luego con su bonita mano
Enviándome un beso: « ¡ Váyase, le perdono,
Dijo, y regrese pronto, bello desconocido ! »
Y partí...

LA MARQUESA, tristemente
¿ Y usted, no regresó ?

EL CONDE
¡ Dios mío ! no. ¿ Por qué ? Ni yo mismo lo sé.
Me dije: ¿ Es posible que me ame
Esa niña a la que vi un instante ? ¿ A su vez, 
La amaba yo ? Vacilaba. ¿ Llegaría demasiado tarde,
Tal vez para encontrar a mi bella muchachita
Amando a cualquier otro, amada y madre de familia ?
Y luego esa vana propuesta de un loco, dicho sea de paso,
Sin duda había deslizado sobre ella, dejándole
Un bonito recuerdo, un dulce pensamiento.
¿ Además, la encontraría donde la había dejado ?
¿ Me había equivocado ? ¿ No era mejor
Conservar ese lejano recuerdo, fresco y alegre,
Verla siempre tal como la había pintado,
Y no volverla a ver, temer
No encontrarla, por desgracia ! Que desilusión ?
Pero eso me quedó como una obsesión,
Una vaga tristeza en el corazón, y como una duda
De una felicidad frecuentada, pero abandonada en mi camino.

LA MARQUESA, con sollozos en la voz.
¿ Habría ella amado tal vez a ese desconocido ?
¡Solo Dios lo sabe! pero lo cierto es que usted no volvió.

EL CONDE
¿ Marquesa, habré entonces cometido un tan grande crimen ?

LA MARQUESA
Me decía usted hace un momento: « Considero
Que el hombre es como una fruta que Dios separa en dos.
Camina por el mundo; y, para que sea feliz,
Es necesario que encuentre, en su incierto devenir,
Su otra mitad; pero el azar lo lleva;
El azar está ciego y solo conduce sus pasos;
También casi siempre, no la encuentra.
Sin embargo, cuando por ventura la halla...., ama;
Y creo que usted es la mitad
Que Dios me destinaba y que yo buscaba, pero
No os encontraba, y por tanto no os amé.
Después descubro que, nuestros caminos terminados,
La suerte ha unido, demasiado tarde, nuestros viejos destinos.
¡ Demasiado tarde, por desgracia, pues usted no regresó !

EL CONDE
¡ Marquesa, llora usted !...

LA MARQUESA
No es nada, he conocido
A la pobre muchachita de la que usted ha hablado ahora mismo;
Ese relato me entristece; por eso lloro.
No es nada.

EL CONDE
¡ La niña que antaño rezó por mí,
Marquesa, era usted !

LA MARQUESA
¡ Pues bien ! sí, era yo...
El conde se pone de rodillas y le besa la mano. Está muy emocionado
.

LA MARQUESA
Vamos, no pensemos más en ello; era un tiempo de rosas.
Nuestra vieja y pálida cara ya no está hecha para estas cosas.
Reiría quién pudiera vernos en este momento!
Levántese, y para acabar esta vieja novela,
Recuerdo del pasado que no es ya de nuestra edad,
Tenga, conde, voy a darle su prenda;
Ya no soy una chiquilla y tengo el derecho a atreverme.
Ella lo besa en la frente. Luego con una sonrisa triste:
Si que ha envejecido, aquel pobre beso.

 

HISTOIRE DU VIEUX TEMPS

Chambre Louis XV. Grand feu dans la cheminée. On est en hiver. La vieille marquise est dans son fauteuil, un livre sur les genoux ; elle paraît s'ennuyer.

UN VALET, annonçant.
Monsieur le comte.

LA MARQUISE
Enfin, cher comte, vous voici ;
Vous pensez donc toujours aux vieux amis, merci
Je vous attendais presque avec inquiétude ;
De vous voir chaque jour on a pris l'habitude ;
Puis, je ne sais pourquoi, je suis triste ce soir.
Venez, auprès du feu allons nous asseoir
Et causer.

LE COMTE, s'asseyant après lui avoir baisé la main.
Moi, je suis tout triste aussi, marquise,
Et lorsqu'on se fait vieux, cela démoralise.
Les jeunes ont au cœur cargaison de gaieté ;
Un nuage en leur ciel est bien vite emporté,
Et toujours tant de buts, tant d'amours à poursuivre !
Nous autres, il nous faut de la gaieté pour vivre ;
La tristesse nous tue, elle s'attache à nous
Comme la mousse à l'arbre épuisé. Voyez-vous,
Contre ce mal terrible il faut bien se défendre.
Et puis, tantôt, d'Armont est venu me surprendre
Nous avons remué la cendre des vieux jours,
Parlé des vieux amis et des vieilles amours ;
Et, depuis ce moment, comme une ombre incertaine,
Je revois s'agiter ma jeunesse lointaine.
Aussi je suis venu, tout triste et tout blessé,
M'asseoir auprès de vous, et parler du passé.

LA MARQUISE
Moi, depuis le matin, l'horrible froid m'assiége ;
J'entends souffler le vent, je vois tomber la neige.
A notre âge, l'hiver afflige et fait souffrir ;
Quand il gèle bien fort on croit qu'on va mourir.
Oui, causons, car un bon souvenir de jeunesse
Ravive par instants notre froide vieillesse.
C'est un peu de soleil...

LE COMTE
Mais dans un jour d'hiver ;
Mon soleil est bien pâle et mon ciel bien couvert.

LA MARQUISE
Allons racontez-moi quelque folle équipée.
Vous étiez, dit l'histoire, un grand traîneur d'épée,
Jadis, monsieur le comte, insolent, beau garçon,
Riche, bon gentilhomme et de fière façon ;
Vous avez fait scandale, et croisé votre lame
Avec plus d'un mari ; car une belle dame,
Un soir que nous causions, m'a raconté, tout bas,
Que tous les cœurs sauraient au seul bruit de vos pas.
Si l'on ne m'a menti, vous avez été page,
Grand coureur de ruelle et faiseur de tapage ;
Et vous avez dormi quatre mois en prison
Pour un certain manant pendu dans sa maison,
Lequel avait, dit-on, femme jeune et jolie.
La femme d'un manant, comte, quelle folie !
Quatre mois en prison pour cela ! C'eût été
Dame de haute race et de grande beauté,
Soit... Voyons, prouvez-moi quelque galante histoire
De grande dame ; amour romanesque, et l'armoire
Classique où le mari, dans ses retours subits,
Surprend l'amant transi parmi les vieux habits.

LE COMTE
Et pourquoi donc toujours, toujours la grande dame ?
Les autres, cependant, plaisent aussi : la femme
Est faite pour charmer, qu'elle soit noble ou non.
La grâce est sans aïeux et la beauté sans nom.

LA MARQUISE
Merci ! Je ne veux point de vos amours banales.
Vous avez autre chose au fond de vos annales,
Cher comte, et maintenant, je vous écoute. Allez !

LE COMTE
Il faut vous obéir, puisque vous le voulez.
Ah ! certes, le proverbe est bien vrai, sur mon âme,
Qui prétend que Dieu veut ce que veut une femme.
Quand je vins â la Cour j'étais sentimental ;
J'ouvris bientôt les yeux ; le réveil fut brutal
Par exemple. J'aimai, j'aimai la toute belle
Comtesse de Paulé. Je la croyais fidèle.
Je la surpris, un soir, aux bras d'un autre amant ;
J'en eus le cœur brisé, marquise, et sottement
Je la pleurai deux mois ! Mais la Cour et la Ville
Ont bien ri. Cette engeance est envieuse et vile,
Siffle les malheureux, applaudit au succès ;
J'étais trompé, j'avais donc perdu mon procès.
Pourtant, bientôt après, j'eus une autre maîtresse ;
Mais nous logions encore â deux dans sa tendresse.
L'autre était un poète. Il lui tournait des vers,
L'appelait fleur, étoile, astre de l'univers,
Et je ne sais quels noms. Je provoquai le drôle ;
C'était un bel esprit, il resta dans son rôle ;
Trop lâche pour se battre, il fit un plat sonnet...
Et l'on en rit encor, me traitant de benêt.
La leçon, cette fois, mit un terme à mes doutes,
Je cessai d'en voir une, et je les aimai toutes.
Or je pris pour devise un dicton très ancien :
« Bien fol est qui s'y fie » et je m'en trouvai bien.

LA MARQUISE
Mais, autrefois, quand vous déclariez votre flamme,
Et soupiriez aux pieds de quelque belle dame,
L'enveloppant d'amour, de respects et de soins,
Parliez-vous ainsi ?

LE COMTE
Non ; mais avouez du moins,
Entre nous, que la femme est une enfant gâtée.
On l'a trop adulée, et surtout trop chantée.
Ses flatteurs attitrés, les faiseurs de sonnets,
Lui versant tout le jour, comme des robinets,
Compliments distillés au suc de poésie,
En ont fait un enfant gonflé de fantaisie.
Aime-t-elle du moins ? Point du tout ; il lui faut,
Non l'amour de vingt ans, et dont le seul défaut
Est d'aimer saintement, comme on aime à cet âge,
Mais un roué ; celui qu'on regarde au passage
Avec étonnement et presque avec respect,
Toute femme s'émeut et tremble â son aspect,
Parce qu'il est, mérite assurément fort rare,
Le premier séducteur de France et de Navarre !
Non qu'il soit jeune, non qu'il soit beau, non qu'il ait
De grandes qualités... rien ; mais cet homme plait
Parce qu'il a vécu. Voilà la chose étrange ;
Et c'est ainsi pourtant que l'on séduit cet ange !
Mais quand un autre vient demander, par hasard,
De quel tribut payer l'aumône d'un regard,
Elle lui rit au nez et demande la lune !
Et, vous le savez bien, je ne parle pas d'une,
Mais de beaucoup.

LA MARQUISE
C'est très galant ; encor merci !
A mon tour, à présent, écoutez bien ceci :
Un vieux renard perclus, mais de chair fraîche avide,
Rôdait, certaine nuit, triste et le ventre vide ;
Il allait, ruminant ses festins d'autrefois,
La poulette surprise un soir au coin d'un bois,
Et le souple lapin qu'on prenait à la course.
L'âge, de ces douceurs, avait tari la source ;
On était moins ingambe et l'on jeûnait souvent.
Quand un parfum de chassé apporté par le vent
Le frappe, un éclair brille en sa vieille prunelle.
Il aperçoit, dormant et la tête sous l'aile,
Quelques jeunes poulets perchés sur un vieux mur.
Mais renard est bien lourd et le chemin peu sûr,
Et malgré son envie, et sa faim, et son jeûne :
« Ils sont trop verts, dit-il, et bons... pour un plus jeune. »

LE COMTE
Marquise, c'est méchant, ce que vous dites là ;
Mais je vous répondrai : Samson et Dalila,
Antoine et Cléopâtre, Hercule aux pieds d'Omphale.

LA MARQUISE
Vous avez en amour une triste morale !

LE COMTE
Non ; l'homme est comme un fruit que Dieu sépare en deux.
Il marche par le monde ; et, pour qu'il soit heureux,
Il faut qu'il ait trouvé, dans sa course incertaine,
L'autre moitié de lui ; mais le hasard le mène ;
Le hasard est aveugle et seul conduit ses pas ;
Aussi presque toujours, il ne la trouve pas.
Pourtant, quand d'aventure il la rencontre..., il aime ;
Et vous étiez, je crois, la moitié de moi-même
Que Dieu me destinait et que je cherchais, mais
Je ne vous trouvai pas, et je n'aimai jamais.
Puis voilé qu'aujourd'hui, nos routes terminées,
Le sort unit, trop tard, nos vieilles destinées.

LA MARQUISE
Enfin, cela vaut mieux, mais vous avez péché,
Et je ne vous tiens pas quitte à si bon marché.
Savez-vous, mon cher comte, à quoi je vous compare ?
Votre cœur est fermé comme un logis d'avare :
Vous êtes l'hôte ; quand on vient pour visiter
Vous vous imaginez qu'on va tout emporter,
Et ne montrez aux gens qu'un tas de vieilleries.
Voyons, plus de détours et trêve aux railleries !
Tout avare, en un coin, cache un coffret plein d'or,
Et le cœur le plus pauvre a son petit trésor.
Qu'avez-vous tort au fond ? Portrait de jeune fille
De seize ans, qu'on aima jadis ; légère idylle
Dont on rougit peut-être et qu'on cache avec soin,
N'est-ce pas ? Mais, parfois, plus tard, on a besoin
De venir contempler ces images, laissées
Là-bas, derrière soi ; ces histoires passées
Dont on souffre et pourtant dont on aime souffrir.
On s'enferme tout seul, une nuit, pour ouvrir
Certain vieux livre et son vieux cœur ; comme on regarde
La pauvre fleur donnée un beau soir, et qui garde
La lointaine senteur des printemps d'autrefois !
On écoute, on écoute, et l'on entend sa voix
Par les vieux souvenirs faiblement apportée.
Et l'on baise la fleur, dont l'empreinte est restée
Comme au feuillet du livre à la page du cœur.
Hélas ! Quand la vieillesse apporte la douleur,
Vous embaumez encor nos dernières journées,
Parfums des vieilles fleurs et des jeunes années !

LE COMTE
C'est vrai ! Même à l'instant j'ai senti revenir,
Tout au fond de mon cœur, un très vieux souvenir ;
Et je suis prêt à vous le raconter, marquise.
Mais j'exige de vous une égale franchise,
Caprice pour caprice, et récit pour récit ;
Et vous commencerez.

LA MARQUISE
Je le veux bien ainsi.
Pourtant mon histoire est un simple enfantillage.
Mais, je ne sais pourquoi, les choses du jeune âge
Prennent, comme le vin, leur force en vieillissant,
Et d'année en année elles vont grandissant.
Vous connaissez beaucoup de ces historiettes :
C'est le premier roman de mutes les fillettes,
Et chaque femme, au moins, en compte deux ou trois ;
Je n'en eus qu'une seule ; et c'est pourquoi, je crois,
Je l'ai gardée au cœur plus vive et plus tenace ;
Et dans ma vie elle a rempli beaucoup de place.
J'étais bien jeune alors, car j'avais dix-huit ans ;
J'avais appris â lire avec les vieux romans ;
J'avais souvent rêvé dans les vieilles allées
Du vieux parc, regardant, le soir, sous les sautées,
Les reflets de la lune, écoutant si le vent
Ne parlait pas d'amour à la branche, et rêvant
A celui que tout bas la jeune fille appelle,
Qu'elle attend, qu'elle croit que Dieu créa pour elle !
Puis voilé que celui que j'avais tant rêvé,
Jeune, fier et charmant, un jour, est arrivé ;
Et je sentis bondir mon cœur de jeune fille.
Je me pris à l'aimer ; il me trouva gentille...
Mon beau jeune homme, hélas ! partit le lendemain ;
Rien de plus : un baiser, un serrement de main,
Un regard échangé qu'il oublia bien vite.
Il s'était dit : « Elle est mignonne, la petite. »
Et cela lui sortit du cœur ; mais Dieu défend
De se jouer ainsi de l'amour d'une enfant !
Ah ! vous trouvez la femme insensible ; elle saute
De caprice en caprice ; allez, c'est votre faute.
Elle pourrait aimer, mais vous l'en empêchez ;
Le premier amour qui lui vient, vous l'arrachez !
Pauvre fille ! j'étais bien folle et bien crédule ;
Mais vous allez trouver cela fort ridicule,
Vous qui raillez l'amour... Longtemps je l'attendis !...
Comme il ne revint pas, j'épousai le marquis.
Mais je confesse que j'aurais préféré l'autre !
J'ai mis mon cœur à nu, découvrez-moi le vôtre
Maintenant.

LE COMTE, souriant
Ainsi, c'est une confession ?

LA MARQUISE
Et vous n'obtiendrez pas mon absolution
Si vous raillez encor, méchant homme insensible.

LE COMTE
C'était dans la Bretagne, à l'époque terrible
Qu'on nomme la Terreur. Partout on se battait,
Moi, j'étais Vendéen ; je servais sous Stofflet.
Or, cela, dit, ici commence mon histoire.
On venait, ce jour-là, de repasser la Loire.
Nous étions demeurés, pétés en partisans,
Quelques braves amis, quelques vieux paysans,
Et moi leur chef, en tout peut-être une centaine,
Cachés dans les buissons qui contournaient la plaine,
Protégeant la retraite et cédant peu à peu.
Nos hommes, à la fin, avaient cessé le feu ;
Et l'on se dispersait, selon notre coutume,
Quand un soldat soudain, un Bleu, qui, je le présume,
S'était, grâce aux buissons, avancé jusqu'à nous,
Sauta dans le chemin et me tira deux coups
De pistolet. J'ouvris la tête de ce drôle ;
Mais j'avais, pour ma part, deux balles dans l'épaule.
Tout mon monde était loin. En prudent général,
J'enfonçai l'éperon aux flancs de mon cheval.
Alors, à travers champs, et la tête éperdue,
Comme un fou qui s'enfuit, j'allai, bride abattue ;
Tant qu'enfin, harassé, brisé, n'en pouvant plus,
Je tombai, tout en sang, au revers d'un talus.
Mais bientôt, prés de moi, je vis une lumière
Et j'entendis des voix. C'était une chaumière
Où je heurtai, criant : « Ouvrez, au nom du roi ! »
Et puis, à bout de force et tout midi de froid,
Je m'affaissai, soudain, en travers de la porte.
Suis-je resté longtemps étendu de la sorte ?
Je ne sais ; mais, alors que je repris mes sens,
J'étais dans un bon lit bien chaud ; de braves gens,
Attendant mon réveil avec inquiétude,
S'empressaient, m'entouraient, pleins de sollicitude ;
Et je vis, au milieu de ces lourdauds Bretons,
Comme un oiseau des bois couvé par des dindons,
Une enfant de seize ans ! ah ! marquise, marquise,
Quelle tête ingénue et quelle grâce exquise !
Comme elle était jolie avec ses cheveux blonds
Sous son petit bonnet, si soyeux et si longs,
Qu'une reine pour eux eût donné sa richesse !
Puis elle avait des pieds et des mains de duchesse ;
Si bien que je doutai très fort de la vertu
De sa grosse maman ; j'aurais pour un fétu
Vendu mes droits d'auteur, à la place du père.
Dieu ! Qu'elle était jolie avec sa mine austère
Et pudique ! Et durant quatre nuits et trois jours
Elle ne quitta pas mon chevet ; et toujours
Je la voyais auprès de moi, tantôt assise,
Tantôt debout, lisant dans son livre d'église
Et priant, mais pour qui ? Pour moi, pauvre blessé ?
Ou pour un autre ? Puis, son petit pied pressé
Allait, venait, trottait lestement par la chambre ;
Et puis, de ses yeux clairs et dorés comme l'ambre,
Elle me regardait ; car elle avait un œil
Jaune comme celui de l'aigle, et plein d'orgueil ;
Et même j'éprouvai, quand je vous vis, marquise,
Pour la première fois, une grande surprise,
En retrouvant cet œil et ce regard pareil
Qu'on eût dit éclairé d'un rayon de soleil.
Elle était, sur ma foi, si fraîche et si jolie
Que, presque à mon insu, j'avais fait la folie
De me mettre à l'aimer. Mais voilà qu'un matin
J'entendis le canon gronder dans le lointain.
Mon hôte entra soudain ; tout pâle et hors d'haleine :
« Les Bleus ! les Bleus ! dit-il, ils vont cerner la plaine,
Sauvez-vous ! » Cependant j'étais bien faible encor,
Mais je me dépêchai, car le temps pressait fort.
Comme un cheval frissonne au bruit de la trompette,
La fièvre du combat me montait à la tête.
Mais elle, tout de noir vêtue, et comme en deuil,
Quelques larmes aux yeux, m'attendait sur le seuil.
Elle tint l'étrier quand je me mis en selle ;
En galant chevalier je me penchai vers elle,
Et déposai gaiement un baiser sur son front.
Elle se redressa comme sous un affront ;
Un fauve éclair jaillit de sa fière prunelle,
Et rougissant de honte : « Ah ! : Monsieur », me dit-elle.
Certes, elle n'était point ce que j'avais pensé ;
Elle avait trop grand air, et j'avais offensé
Gauchement, lourdement, la noble jeune fille
L'enfant de quelque ancienne et fidèle famille
Que de vieux serviteurs cachaient au milieu d'eux,
Quand le père, avec nous, luttait contre les Bleus.
Ah ! je fis tout d'abord contenance assez sotte ;
Mais j'étais, en ce temps, quelque peu Don Quichotte,
Et tous les vieux romans tournaient le cerveau.
Aussi, de mon cheval, descendant aussitôt
Je fléchis humblement un genou devant elle,
Et je lui dis : « Pardon, pardon, mademoiselle ;
Ce baiser, croyez-moi, car je ne mens jamais,
N'est point d'un libertin ou d'un étourdi, mais,
Si vous le voulez bien, sera de fiançailles.
Je reviendrai, si le permettent les batailles,
Chercher gage d'amour que je vous ai laissé. »
Soit ! dit-elle en-riant. Adieu ! mon fiancé.
Elle me releva ; puis de sa main mignonne
M'envoyant un baiser : « Allez, on vous pardonne,
Dit-elle, et revenez bientôt, bel inconnu ! »
Et je partis...

LA MARQUISE, tristement.
Et vous, n'êtes pas revenu ?

LE COMTE
Mon Dieu ! non. Mais pourquoi ? je ne sais trop moi-même
Je me suis dit : Est-il possible qu'elle m'aime
Cette enfant que je vis un instant ? Pour ma part
L'aimais-je ? J'hésitais. J'arriverais trop tard,
Peut-être pour trouver ma belle jeune fille
Aimant quelque autre, aimée et mère de famille ?
Et puis ce vain propos d'un fou, dit en passant,
Sans doute avait glissé sur elle, lui laissant
Un mignon souvenir, une douce pensée.
Et puis, la trouverais-je où je l'avais laissée ?
M'étais-je pas trompé ? Ne valait-il pas mieux
Garder ce souvenir lointain, frais et joyeux,
La voir toujours telle que je me l'étais peinte,
Et ne point revenir et la revoir, de crainte
De ne trouver, hélas ! Que désillusion ?
Mais il m'en est resté comme une obsession,
Une vague tristesse au cœur, et comme un doute
D'un bonheur coudoyé, mais laissé sur ma route.

LA MARQUISE, avec des sanglots dans la voix.
Elle l'aurait peut-être aimé, cet inconnu ?
Dieu seul le sait ! mais vous n'êtes point revenu.

LE COMTE
Marquise, aurais-je donc commis un si grand crime ?

LA MARQUISE
Ne me disiez-vous point, tout à l'heure : « J'estime
Que l'homme est comme un fruit que Dieu sépare en deux.
Il marche par le monde ; et, pour qu'il soit heureux,
Il faut qu'il ait trouvé, dans sa course incertaine,
L'autre moitié de lui ; mais le hasard le mène ;
Le hasard est aveugle et seul conduit ses pas ;
Aussi, presque toujours, il ne la trouve pas.
Pourtant, quand d'aventure il la rencontre, il aime.
Et vous étiez, je crois, la moitié de moi-même
Que Dieu me destinait et que je cherchais, mais
Je ne vous trouvai pas, et je n'aimai jamais.
Puis voilà qu'aujourd'hui, nos routes terminées,
Le sort unit, trop tard, nos vieilles destinées.
Trop tard, hélas, car vous n'êtes pas revenu !

LE COMTE
Marquise, vous pleurez !...

LA MARQUISE
Ce n'est rien, j'ai connu
La pauvre fille dont vous parliez tout à l'heure ;
Ce récit m'attrista ; voilà pourquoi je pleure.
Ce n'est rien.

LE COMTE
L'enfant qui jadis reçut ma foi,
Marquise, c'était vous !

LA MARQUISE
Eh bien ! oui, c'était moi...
Le comte se met à genoux et lui baise la main. Il est très ému.

LA MARQUISE
Allons, n'y pensons plus ; il est un temps aux roses.
Notre vieux front pâli n'est plus fait pour ces choses.
Rirait bien qui pourrait nous voir en ce moment !
Relevez-vous ; et pour finir ce vieux roman,
Souvenir du passé qui n'est plus de notre âge,
Tenez, comte, je vais vous rendre votre gage ;
Je ne suis plus fillette et j'ai le droit d'oser.
Elle l'embrasse sur le front. Puis, avec un sourire triste.

Mais il a bien vieilli, votre pauvre baiser.

 

Traducción de José M. Ramos para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant