ACTO PRIMERO
--------------------------------------------------------------------------------
La Sra. DE SALLUS, en su salón, lee al amor de la lumbre.
JACQUES DE RANDOL entra sin hacer rúido, comprueba que nadie lo ve y vivamente
la besa en los cabellos. Ella da un respingo, emite un pequeño grito y se
vuelve.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Oh ! ¡ Que imprudente es usted !
JACQUES DE RANDOL: No tema nada, nadie me ha visto.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Y los criados ?
JACQUES DE RANDOL: En el vestíbulo.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Cómo !... no lo han anunciado.
JACQUES DE RANDOL: No... simplemente me han abierto la puerta.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Pero en que están pensando ?
JACQUES DE RANDOL: Sin duda piensan que yo no soy importante.
SEÑORA DE SALLUS: No les permitiré eso. Quiero que se le anuncie. El no
hacerlo sería de mal efecto.
JACQUES DE RANDOL, riendo: Tal vez se dispongan a anunciar a
vuestro marido...
SEÑORA DE SALLUS: Jacques, esa broma está fuera de lugar.
JACQUES DE RANDOL: Lo siento. ( se sienta). ¿ Espera a alguien ?
SEÑORA DE SALLUS: Sí... probablemente. Usted sabe que yo siempre recibo cuando
estoy en casa.
JACQUES DE RANDOL: Sé que tenemos el gusto de verla cinco minutos, justo el
tiempo de preguntarle por su salud, y que luego aparece un caballero cualquiera, enamorado de
usted, por supuesto, y que espera
con impaciencia que el primer recién llegado se vaya.
SEÑORA DE SALLUS, riendo: ¿ Y qué quiere usted ? Desde el momento en que
yo no soy su esposa, es necesario que sea de ese modo.
JACQUES DE RANDOL : ¡Ah! ¡ si usted fuese mi esposa !
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Si yo fuese su esposa ?
JACQUES DE RANDOL: Yo la llevaría durante cinco o seis meses, lejos de
esta horrible ciudad, para tenerla para mí solo.
SEÑORA DE SALLUS: Se hartaría enseguida.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Ah !, claro que no.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Ah !, claro que sí.
JACQUES DE RANDOL: Sepa que es una tortura amar a una mujer como usted.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Por qué ?
JACQUES DE RANDOL: Porque se la ama de igual modo que los hambrientos
miran las viandas y las aves tras los escaparates de un restaurante.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Oh ! ¡Jacques !...
JACQUES DE RANDOL: Es cierto. Una mujer de mundo pertenece a ese mundo,
es decir a todo el mundo, excepto a aquél a quién se entrega. Éste la puede
ver, con todas las puertas abiertas, un cuarto de hora durante tres días, no
más, a causa de los criados. Excepcionalmente, con mil precauciones, mil
temores, mil estratagemas, ella se reúne con él, una o dos veces al mes, en un
apartamento amueblado. Es ella entonces quién tiene precisamente un cuarto de
hora para concederle su tiempo porque sale de casa de la Sra. X..., para ir a la
de la Sra. Z..., donde ha dicho a su cochero que la recoja. Si llueve, no
vendrá, pues es imposible desembarazarse de ese cochero. Ahora bien, ese
cochero y el lacayo, y la Sra. X..., y la Sra. Z..., y los demás, todos
aquellos que entran con ella como en un museo, un museo que nunca cierra, todos
aquellos y todas aquellas que devoran su vida, minuto tras minutos, segundo tras
segundo, a quién ella se debe como un empleado debe su tiempo al Estado, porque
ella es de mundo, todas esas personas son el cristal transparente e inefable que
la separa de mis caricias.
SEÑORA DE SALLUS: Lo veo un poco nervioso, hoy.
JACQUES DE RANDOL: No, pero estoy hambriento de estar a solas con usted. ¿
Usted está en mí, o más bien yo estoy en usted; ¡ bien! ¿ eso es lo que flota
en el aire, de verdad ? Paso mi vida tratando de encontrar los medios para
encontrarla. Sí, nuestro amor está hecho de reencuentros, de saludos, de
miradas, de roces, y nada más. Nos encontramos, por la mañana, en la avenida,
un saludo; nos encontramos en su casa o en la de una mujer cualquiera, veinte
palabras; nos encontramos en el teatro, diez palabras; cenamos algunas veces en
la misma mesa, demasiado lejos para hablar, y entonces ni incluso me atrevo a
mirarla, a causa de las demás miradas. ¿ Es eso amarse ? ¿ Es eso lo que
solamente conocemos ?
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Entonces, tal vez le gustaría dejarme ?
JACQUES DE RANDOL: Eso es imposible, desgraciadamente.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Entonces, qué ?
JACQUES DE RANDOL: No lo sé. Solamente digo que esta vida es muy enervante.
SEÑORA DE SALLUS: Es precisamente por lo presencia de muchos obstáculos por lo
que su cariño no languidece.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Oh ! Madeleine, ¿ cómo puede decir eso ?
SEÑORA DE SALLUS: Creame, si su afecto tiene visos de prolongarse, es
sobre todo porque no es libre.
JACQUES DE RANDOL: Cierto, jamás he visto a una mujer tan positiva como usted.
¿ Así que usted cree que si por casualidad yo fuese su marido, dejaría de
quererla ?
SEÑORA DE SALLUS: No de inmediato, pero pronto.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Es indignante lo que usted dice !
SEÑORA DE SALLUS: No, es la verdad. Usted lo sabe, cuando un confitero toma a sus
servicios una dependiente golosa, le dice: « Coma tantos bombones como quiera,
chiquilla. » Ella se pone morada durante ocho días, después se asquea con
solo verlos el resto de su vida.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Ah, ya ! veamos, ¿ por qué me ha... aceptado ?
SEÑORA DE SALLUS: No lo sé... por ser usted agradable.
JACQUES DE RANDOL: Se lo ruego. No se burle de mí.
SEÑORA DE SALLUS: Yo me he dicho: « Aquí está un pobre muchacho que parece
estar muy enamorado de mí. Yo, yo soy moralmente muy libre, habiendo dejado de gustar
completamente a mi maridos desde hace más de dos años. Ahora bien,
puesto que este hombre me ama, ¿ por qué no él ?»
JACQUES DE RANDOL: Es usted cruel.
SEÑORA DE SALLUS: Al contrario, no lo he sido. ¿ De qué se queja pues ?
JACQUES DE RANDOL: Mire, usted me exaspera con esa burla continua. Desde que yo
la amo, usted me tortura de este modo y ni sé si usted siente por mi el menor
afecto.
SEÑORA DE SALLUS: Yo he tenido, en todo caso, unas bondades con usted.
JACQUES DE RANDOL: ¡Oh! Que juego extraño el suyo. Desde el primer día,
la he notado coqueta conmigo, oscuramente coqueta, misteriosamente coqueta, como
solo usted sabe serlo, sin mostrarlo, cuando usted quiere gustar. Me ha
conquistado poco a poco con miradas, sonrisas, apretones de mano, sin
comprometerse, sin descaro, sin desenmascararse. Ha sido terriblemente tenaz y
seductora. Yo la he amado con toda mi alma, sinceramente y lealmente. Y, hoy, no
sé cuales son sus sentimientos en el fondo de su corazón, que pensamientos
tiene en lo más profundo de su mente, no lo sé, no sé nada. La miro y me
digo: « Esta mujer, que parece haberme elegido, también siempre da la impresión
de olvidarlo. ¿ Me ama ? ¿ Se ha cansado de mí ? Está haciendo una prueba,
tomando un amante para ver, para saber, para gozar, sin tener hambre ?» Hay días
en los que me pregunto si, entre todos aquellos que la aman, y que se lo dicen
sin cesar, no hay uno que comience a gustarle más.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Dios mío ! hay cosas en las que no hay que
profundizar nunca.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Oh ¡ que dura es usted. Eso significa que no me ama.
MADAME DE SALLUS: ¿ De qué se queja ? Yo no he dicho eso... además... no
creo que usted tenga nada que reprocharme.
JACQUES DE RANDOL: Perdóneme. Estoy celoso.
MADAME DE SALLUS: ¿ De quién ?
JACQUES DE RANDOL: No lo sé. Estoy celoso de todo lo que desconozco de
usted.
SEÑORA DE SALLUS: Sí. debería estarme agradecido.
JACQUES DE RANDOL: Perdón. La amo demasiado, todo me inquieta.
SEÑOLRA DE SALLUS: ¿ Todo ?
JACQUES DE RANDOL: Sí, todo.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Está celoso de mi marido ?
JACQUES DE RANDOL, estupefacto: No... ¡ Que idea !
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Pues bien ¡ Se equivoca.
JACQUES DE RANDOL: Vamos, siempre tan burlona.
SEÑORA DE SALLUS: No. Incluso quisiera hablarle, muy seriamente, y pedirle
consejo.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Referente a su marido ?
SEÑORA DE SALLUS, seria: Sí. No me río, o más bien no río más.
( Riendo.) ¿ Entonces, usted no está celoso de mi marido ? Sin embargo
es el único hombre que tiene derechos sobre mi.
JACQUES DE RANDOL: Es precisamente porque tiene derechos por lo que no estoy
celoso. El corazón de las mujeres no admite que se tengan derechos.
SEÑORA DE SALLUS: Oh, querido, el derecho es algo positivo, un título de
posesión que se pude olvidar – como mi marido lo ha hecho desde hace dos años
– pero también, del que se puede siempre ejercer en un momento dado, como
parece querer hacerlo desde hace algún tiempo.
JACQUES DE RANDOL : Dice usted que su marido...
MADAME DE SALLUS : Sí.
JACQUES DE RANDOL: Eso es imposible...
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Por qué imposible ?
JACQUES DE RANDOL: Porque su marido tiene... otras ocupaciones.
SEÑORA DE SALLUS: Parece que le gusta cambiar.
JACQUES DE RANDOL: Veamos, Madeleine, ¿ qué le ocurre a él ?
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Ve ?... ¿ se vuelve celoso de él ?
JACQUES DE RANDOL: Se lo suplico, dígame si se está burlando o si habla
en serio.
SEÑORA DE SALLUS: Hablo en serio, muy seriamente.
JACQUES DE RANDOL: ¿
Entonces qué le pasa ?
SEÑORA DE SALLUS: Usted conoce mi situación, pero no le he contado
nunca toda mi historia. Es muy sencilla. Hela aquí en veinte palabras. Me casé
a los diecinueve años, el conde Jean de Sallus se enamoró de mi después de
haberme visto en la Ópera-Cómica. Él ya conocía al notario de papá. Fue muy
gentil, durante los primeros tiempos; ¡ sí, muy amable ¡ Creo verdaderamente
que me amaba. Y yo también, yo era muy solícita con él, muy gentil. Desde
luego, nunca ha podido dirigirme la sombra de un reproche.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Lo amaba ?
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Dios mío ¡ ¡ no haga nunca esas preguntas !
JACQUES DE RANDOL: ¿ Entonces, usted lo amaba ?
SEÑORA DE SALLUS: Sí y no. Si lo amaba, era como una tonta. Pero no le
dije nunca que lo amase, pues no sé manifestarme.
JACQUES DE RANDOL: En eso tiene razón.
SEÑORA DE SALLUS: Sí, es posible que lo haya amado algún tiempo,
inocentemente, como una tímida jovencita, temblorosa, torpe, inquieta, siempre
temerosa por esa vileza, el amor de un hombre, por esa vileza, que también es
tan dulce algunas veces. Usted lo conoce. Es un dandi, un dandi de club - los
peores de los guapos. Aquellos que en el fondo, nunca tienen un afecto duradero
más que por las muchachas que son las auténticas féminas de los clubs
masculinos. Están acostumbrados a chismorreos pícaros y caricias depravadas.
Les hace falta el desnudo y lo obsceno, de palabra y cuerpo, para atraerlos y
retenerlos... A menos que... a menos que los hombres, verdaderamente, sean
incapaces de amar durante mucho tiempo a la misma mujer. En fin, pronto sentí
que se volvía indiferente, que me besaba... con descuido, que me miraba... sin
atención, que no se cuidaba ante mí... para mí, en sus formas, sus gestos, en
sus discursos. Se echaba en los sillones con brusquedad, leía el periódico tan
pronto llegaba, se encogía de hombros y exclamaba: « Nada es digno de
atención », cuando no estaba contento. Un día por fin, bostezó estirando sus brazos.
Ese día comprendí que no me amaba; tuve en gran disgusto, pero sufrí tanto
que no supe ser coqueta como era necesario para reconquistarlo. Pronto supe que
tenía una amante, una mujer de mundo, además. A partir de ese momento hemos
vivido como dos vecinos, tras una tormentosa explicación.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Cómo ? ¿ Una explicación ?
SEÑORA DE SALLUS: Sí.
JACQUES DE RANDOL: Referente a... su amante.
SEÑORA DE SALLUS: Sí y no... Eso es difícil de precisar... Él se
creía obligado... para no despertar mis sospechas, sin duda... a simular de vez
en cuando... raramente... una cierta ternura, muy fría por otra parte, hacia
sus legítima mujer... que tenía ciertos derechos a dicha ternura... Y bien...
yo le indiqué que podría abstenerse en el futuro de esas manifestaciones de
diplomacia.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Cómo le dijo usted eso ?
SEÑORA DE SALLUS: No lo recuerdo.
JACQUES DE RANDOL: Debió ser muy divertido.
SEÑORA DE SALLUS: No... al principio pareció muy sorprendido. Luego le
solté una frase salida del corazón, bien preparada, donde lo invitaba a llevar
a otro lado sus intermitentes fantasías. Él comprendió, me saludó muy
educadamente, y partió... para siempre.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Nunca regresó ?
SEÑORA DE SALLUS: Nunca.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Nunca trató de hablarle de su afecto ?
SEÑORA DE SALLUS: ¡ No... nunca !
JACQUES DE RANDOL: ¿ Lo ha lamentado usted ?
SEÑORA DE SALLUS: Poco importa. Lo que importa, por ejemplo, es que ha
tenido innumerables amantes, a las que mantenía, de las que hacía alarde, las
paseaba. Eso al principio me irritó, disgustó, humilló; luego yo tomé mi
decisión; luego, más tarde, dos años más tarde... tomé un amante...
usted... Jacques.
JACQUES DE RANDOL, besándole la mano: Y yo, la amo con
toda mi alma, Madeleine.
SEÑORA DE SALLUS: Todo esto no es limpio.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Qué ?... ¿ todo esto ?...
SEÑORA DE SALLUS: La vida... mi marido... sus amantes... Yo... y
usted.
JACQUES DE RANDOL: He aquí lo que prueba, más que cualquier otra cosa,
que usted no me ama.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Por qué ?
JACQUES DE RANDOL: Usted se atreve a decir del amor: « ¡ Eso no es
limpio !» ¡ Si usted amase, sería divino ! Pero una mujer enamorada trataría
de criminal e innoble aquél que afirmara semejante cosa. ¡ Sucio, el amor !
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Es posible ! Todo depende de como se mire: yo veo
demasiado.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Que ve usted ?
SEÑORA DE SALLUS: Veo demasiado bien, demasiado lejos, demasiado claro.
JACQUES DE RANDOL: Usted no me ama.
SEÑORA DE SALLUS: Si yo no lo amase... un poco... no tendría ninguna
excusa para haberme entregado a usted.
JACQUES DE RANDOL: Un poco... Precisamente lo que le hace falta para
disculparse.
SEÑORA DE SALLUS: Yo no me disculpo: yo me acuso.
JACQUES DE RANDOL: Asi pues, si usted me ama... un poco... entonces...
usted no me ama más.
SEÑORA DE SALLUS: No razonemos demasiado.
JACQUES DE RANDOL: Usted no hace otra cosa que eso.
SEÑORA DE SALLUS: No; pero juzgo las cosas consumadas. Uno no tiene
nunca ideas justas y opiniones sanas excepto sobre lo que ya ha pasado.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Y usted lamenta ?...
SEÑORA DE SALLUS: Tal vez.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Entonces, mañana ?
SEÑORA DE SALLUS: No lo sé.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Acaso no es importante haber hecho un amigo que lo
es hacia usted en cuerpo y alma ?
SEÑORA DE SALLUS: Hoy.
JACQUES DE RANDOL: Y mañana.
SEÑORA DE SALLUS: Sí, el mañana después de la noche, pero no el
mañana después de un año.
JACQUES DE RANDOL: Usted lo verá... ¿ Entonces, su marido ?...
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Le preocupa ?
JACQUES DE RANDOL: ¡ Caramba !
SEÑORA DE SALLUS: Mi marido se ha vuelto a enamorar de mi.
JACQUES DE RANDOL: ¡ No es posible !
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Es usted un insolente ! ¿ Por qué no ? querido.
JACQUES DE RANDOL: Uno se enamora de una mujer, antes de esposarla, no se
vuelve a enamorar de su esposa.
SEÑORA DE SALLUS: Tal vez había sido así hasta el momento.
JACQUES DE RANDOL: Imposible que él la haya conocido sin haberla amado a
su manera... corto e insolente.
SEÑORA DE SALLUS: Poco importa. Él se dispone o redispone a amarme.
JACQUES DE RANDOL: La verdad, no entiendo nada. Cuénteme.
SEÑORA DE SALLUS: No hay nada que contar: me hace declaraciones y me
abraza, y me amenaza con... con... su autoridad. En fin, estoy inquieta, muy
atormentada.
JACQUES DE RANDOL: Madeleine... usted me tortura.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Bien ! ¿ Y yo, acaso cree usted que yo no sufro ?
Yo ya no soy una esposa fiel puesto que le pertenezco a usted; pero soy y
seguiré siendo un corazón recto. Usted o él. Jamás usted y él. Eso es
lo que es para mí una infamia, una gran infamia de mujeres culpables; esa
compartición que las hace innobles. Se puede caer, porque... porque hay baches
a lo largo de los caminos y no siempre es fácil seguir el camino recto; pero,
si se cae, no hay razón para revolcarse en el lodo.
JACQUES DE RANDOL, tomándole y besándole las manos: La adoro.
SEÑORA DE SALLUS, sencillamente: Yo también, yo lo amo mucho,
Jacques, y por eso tengo miedo.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Por fin !... gracias... Veamos, dígame, desde
cuanto tiempo hace que él ha tenido... esa recaida ?
SEÑORA DE SALLUS : Desde hace quince días o tres semanas.
JACQUES DE RANDOL: ¿ No más ?
SEÑORA DE SALLUS. No más.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Pues bien ! su marido está sencillamente... viudo.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Qué dice usted ?
JACQUES DE RANDOL: Digo que su marido está disponible y que procura
ocupar con su esposa sus ocios pasajeros.
SEÑORA DE SALLUS: Yo, le digo que está enamorado de mí.
JACQUES DE RANDOL: Sí... sí... Sí y no... Está enamorado de usted...
y también de otra... Veamos... ¿ Está de mal humor, verdad ?
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Oh, sí ! de un humor execrable.
JACQUES DE RANDOL: Aquí tenemos pues un hombre enamorado de usted y que
manifiesta este renacimiento de cariño mediante un carácter insoportable... ¿
pues él es insoportable, verdad ?
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Oh !, sí, insoportable.
JACQUES DE RANDOL: Si fuese insistente con dulzura, usted no tendría
miedo. Usted diría: « Tengo tiempo », y luego él le inspiraría un poco de
compasión, pues siempre se tiene piedad por el hombre que os ama, aunque sea su
marido.
SEÑORA DE SALLUS: Es cierto.
JACQUES DE RANDOL: ¿ Está nervioso, preocupado, sombrío ?
SEÑORA DE SALLUS: Sí... sí...
JACQUES DE RANDOL: ¿ Y brusco con usted... por no decir brutal ? ¿
Invoca un derecho y no le dirige un ruego ?
SEÑORA DE SALLUS: Asi es...
JACQUES DE RANDOL: Querida, en este momento, es usted una distracción.
SEÑORA DE SALLUS: No... no...
JACQUES DE RANDOL: Mi querida amiga, la última amante de su marido era
la Sra. de Bardane a la que ha dejado, de un modo muy mezquino, hace dos meses,
para cortejar a la Santelli.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ La cantante ?
JACQUES DE RANDOL: Sí. Una caprichosa, muy hábil, una estratega, muy
venal, lo que no es extraño en el teatro..., además...
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Por eso él va sin cesar a la Ópera !
JACQUES DE RANDOL, riendo: No lo dude.
SEÑORA DE SALLUS, pensando: No... no, usted se equivoca.
JACQUES DE RANDOL: La Santelli se le resiste y lo confunde. Entonces,
teniendo el corazón lleno de pasión, sin poder despacharla, él le ofrece a
usted una parte.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Querido, usted sueña !... Si estuviese enamorado
de la Santelli, no me diría que me ama... Si estuviese perdidamente preocupado
de esa comediante, no me haría la corte, a mí. Si la escoltase violentamente,
en fin, no me desearía a mí al mismo tiempo.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Ah ! ¡ Que poco conoce usted a algunos hombres !
Los de la raza de su marido, cuando una mujer les ha vertido en su corazón ese
veneno, el amor, que no es para ellos más que deseo brutal, cuando esa mujer
les escapa o se les resiste, se convierten en perros rabiosos. Van hacia ellas
como locos, como poseídos, los brazos abiertos, los labios tendidos. Es
necesario que amen no importa qué, como el perro abre la boca y muerde no
importa a quién, no importa a qué. La Santelli ha liberado a la bestia y usted
se encuentra al alcance de sus dientes, tenga cuidado. ¿ Amor ? no; Es
rabia.
SEÑORA DE SALLUS: Es usted injusto con él. Los celos lo hacen malvado.
JACQUES DE RANDOL: No me equivoco, puede estar segura.
SEÑORA DE SALLUS: Sí, se equivoca. Mi marido, antaño, me ha olvidado,
abandonado, encontrándome ingenua, sin duda. Ahora, me encuentra mejor y
regresa a mi. Nada más sencillo. Tanto peor para él, además, pues considera
que, a diferencia suya, yo tendría que ser una
mujer honesta toda mi vida.
JACQUES DE RANDOL: ¡ Madeleine !
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Qué ?
JACQUES DE RANDOL: ¿ Deja de ser una mujer honesta cuando, rechazada por
el hombre que se hace cargo de su existencia, de su felicidad, de su cariño y
de sus sueños, una no se resigna, siendo joven, bella y llena de esperanza, al
eterno aislamiento, al eterno abandono ?
SEÑORA DE SALLUS: Ya le he dicho que hay cosas en las que no se debe
pensar demasiado. Esta es una de ellas. ( Se oyen dos timbrazos ). Es mi
marido. Trate de ser agradable. Está muy sombrío en este momento.
JACQUES DE RANDOL, levantándose: Prefiero irme. No me cae bien su
marido, por muchas razones. Y además, me resulta lamentable estar simpático
hacia alguien a quién desprecio un poco, y que tendría el derecho de
despreciarme mucho, puesto que yo le estrecho la mano.
SEÑORA DE SALLUS: Ya le dije que todo esto no es muy limpio.
--------------------------------------------------------------------------------
ESCENA II
LOS MISMOS, SEÑOR DE SALLUS
El SEÑOR DE SALLUS entra, con aspecto desapacible.
Mira un instante a su esposa y a Jacques de Randol que se está despidiendo de
ella, luego se adelanta.
JACQUES DE RANDOL: Buenos días, Sallus.
SEÑOR DE SALLUS: Buenos días, Randol. ¿ Soy yo quién lo hace huir ?
JACQUES DE RANDOL: No, es la hora. Tengo una cita en el círculo a
medianoche, y son las doce menos diez. ( Se estrechan la mano. )
¿ Lo veré en el estreno de Mahomet ?
SEÑOR DE SALLUS: Sí, sin duda.
JACQUES DE RANDOL: Se dice que será un gran éxito.
SEÑOR DE SALLUS: Sí, sin duda.
JACQUES DE RANDOL, estrechándole de nuevo la mano: Hasta pronto.
SEÑOR DE SALLUS: Hasta pronto.
JACQUES DE RANDOL: Adíos, SEÑORA.
SEÑORA DE SALLUS: Adiós, señor.
--------------------------------------------------------------------------------
ESCÈNA III
SEÑOR. DE SALLUS, SEÑORA DE SALLUS
SEÑOR DE SALLUS, dejándose caer en un sillón: ¿ Hace mucho
que está aquí el Señor Jacques de Randol ?
SEÑORA DE SALLUS: No... hace una media hora, más o menos.
SEÑOR DE SALLUS: Una media hora, más una hora, eso hace una hora y
media. El tiempo os parece corto con él.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Cómo, una hora y media ?
SEÑOR DE SALLUS: Sí. Como he visto ante la puerta un coche, he
preguntado al lacayo: « ¿ Quién está aquí ? » y me ha respondido: « El
señor de Randol » - « ¿ Hace mucho que ha llegado ? » - « A las diez,
señor. » Y admitiendo que ese hombre se haya equivocado en un cuarto de hora a
vuestro favor, eso hace una hora cuarenta, como mínimo.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Ah, eso ! ¿ Qué es lo que os pasa ? ¿ Acaso no
tengo ahora ya el derecho de recibir a quién bien me parezca ?
SEÑOR DE SALLUS: ¡ Oh !, querida, no os presiono en nada, en nada, en
nada. Únicamente me sorprende que pudieseis confundir una media hora con una
hora y media.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Queréis tener una escena ? Si buscáis una
disputa, decídmelo. Sabré bien que responderos. Si simplemente estáis de mal
humor, iros a acostar, y dormid si podéis.
SEÑOR DE SALLUS: Yo no busco una discusión, ni estoy de mal humor.
Solamente constato que el tiempo os parece muy corto, cuando lo pasáis con el
Señor Jacques de Randol.
SEÑORA DE SALLUS: Sí, muy corto, mucho más corto que con vos.
SEÑOR DE SALLUS: Es un hombre encantador y comprendo que os guste. Vos parecéis
gustarle también mucho, dado que viene casi todos los días.
SEÑORA DE SALLUS: Ese tipo de hostilidad no me va, querido, y os ruego
que os expreséis y expliquéis claramente. ¿ Así pues, me estáis haciendo
una escena de celos ?
SEÑOR DE SALLUS: ¡ Dios me libre ! Tengo demasiada confianza y respeto
por vos, para dirigiros cualquier tipo de reproche. Y sé que que tenéis
bastante tacto para no dar nunca lugar a la calumnia... o al chismorreo.
SEÑORA DE SALLUS: No juguemos con las palabras. ¿ Consideráis que el
Señor de Randol viene demasiado a menudo a esta casa... a vuestra casa?
SEÑOR DE SALLUS: Yo no puedo encontrar nada malo en lo que hacéis.
SEÑORA DE SALLUS: En efecto, no tenéis derecho. Y dado que me habláis
en ese tono, arreglemos esta cuestión de una vez por todas, pues no me gustan los
subentendidos.
Tenéis, parece, la memoria corta. Pero trataré de ir en vuestra ayuda. Sed
franco. Hoy no pensáis, como consecuencia de no sé que circunstancias, como
pensabais hace dos años. Recordad bien lo que sucedió. Como os habíais
visiblemente despreocupado de mi, me volví inquieta, luego supe, se me dijo,
pude ver, que
amabais a la Sra. de Serviéres... Os confié mis sospechas... mi dolor... estaba
celosa ! ¿ Qué me respondisteis ? Lo que todos los hombres responden cuando no
aman ya a una mujer que les hace reproches. Al principio encogisteis los
hombros, sonreísteis, con impaciencia, murmurasteis que estaba loca, luego me expusisteis,
con todo el ingenio posible, lo reconozco, los grandes principios del amor libre
adoptados por todo marido que engaña y sin embargo está seguro de no ser
engañado. Me distéis a entender que el matrimonio no es una cadena, sino una asociación
interesada, un lazo social, más que un lazo moral; que no obliga a los esposos
a no tener otros afectos o amistades, siempre que no haya escándalo. ¡ Oh ! no
reconocisteis que teníais una amante, pero estabais buscando circunstancias
atenuantes. Os mostrasteis muy irónico hacia las mujeres, esas pobres tontas
que no permiten a sus maridos ser galantees, siendo la galantería una de las
leyes de la sociedad elegante a la cual vos pertenecéis. Os habéis reído
mucho de la figura del hombre que no se atreve a hacer un cumplido a una mujer,
ante la suya, y reído todavía más de la esposa sombría que sigue a su marido
con la mirada por todos los rincones, y se imagina, desde el momento en el que
él desaparece en el salón vecino, que cae en las rodillas de una rival. Todo
eso era espiritual, divertido, desolador, envuelto en cumplidos y sazonado de
crudeza, dulce y amargo haciendo salir del corazón todo amor por el hombre
delicado, falso y bien educado que podía hablar de ese modo.
He comprendido, he llorado, he sufrido. Os he cerrado mi puerta. Vos no habéis
reclamado, me habéis juzgado inteligente más de lo que habríais creído y
hemos vivido completamente separados. Hace dos años que esto dura, dos largos
años que, sin embargo, no os han parecido más de seis meses. Vamos a las
reuniones sociales juntos, nos ven juntos, luego regresamos cada uno a su casa.
La situación ha sido establecida así por vos, por vuestra culpa, como
consecuencia de vuestra primera infidelidad, que ha estado seguida de muchas
otras. No he dicho nada, me he resignado, os he expulsado de mi corazón. Ahora
se acabó, ¿ qué es lo que queréis ?
SEÑOR DE SALLUS: Querida, no pido nada. No quiero responder al agresivo
discurso que acabáis de dirigirme. Tan solo quería daros un consejo, de amigo,
acerca de un posible peligro que podría correr vuestra reputación. Sois bella,
muy vista, muy deseable. Pronto se supone una aventura...
SEÑORA DE SALLUS: Perdón. Si hablamos de aventura, solicito que hagamos
balance entre nosotros.
SEÑOR DE SALLUS: Veamos, no bromee, se lo ruego. Os hablo como amigo, un
amigo serio. En cuanto a todo lo que acabáis de decirme, es excesivamente
exagerado.
SEÑORA DE SALLUS: No del todo. Vos habéis hecho alarde de todos
vuestros líos, lo que equivalía a concederme la autorización de imitaros. ¡
Pues bien ! querido, yo busco...
SEÑOR DE SALLUS: Permitid...
SEÑORA DE SALLUS: Dejadme hablar. Soy bella, decís, soy joven, y condenada
por vos a vivir, a envejecer, como una viuda. Querido, miradme ( se levanta
) ¿ Es justo que me resigne al papel de Ariadna abandonada mientras su marido
corre de mujer en mujer, y de jovencita en jovencita ? ( Animándose ) ¡
Una mujer honesta ! Os oigo decir. ¿ Una mujer honesta debe sacrificar toda su
vida, toda su alegría, toda su ternura, todo eso para lo que nosotras hemos
nacido ? Miradme pues. ¿ Acaso estoy hecha para el claustro ? Dado que me he
casado con un hombre, no estaba destinada al claustro, ¿ verdad ? Ese hombre,
que me ha tomado, me rechaza y corre a otras... ¡ y cuales ! Yo no soy de
aquellas que comparten. Tanto peor para vos, tanto peor para vos. Soy libre. No
tenéis derecho a darme ningún consejo. ¡ Soy libre !
SEÑOR DE SALLUS: Querida, tranquilizaos. Me confundís
completamente. Yo nunca he tenido una sospecha. Tengo por vos una profunda
estima y una más profunda amistad; una amistad que aumenta cada día. No puedo
revertir ese pasado que me reprocháis tan cruelmente. Quizás yo soy un poco
demasiado.... ¿ cómo lo diría ?
SEÑORA DE SALLUS: Decid Regencia. Conozco ese alegato para disculpar
todas las debilidades y todas las locuras. ¡ Ah, sí ! ¡ El siglo XVIII ! ¡
el siglo elegante ! ¡ Cuanta gracia, que deliciosa fantasía, cuantos adorables
caprichos ! Siempre la misma canción, querido.
SEÑOR DE SALLUS: No, vos seguís confundiéndome. Yo soy, era sobre
todo, demasiado... demasiado parisino, demasiado acostumbrado a la vida nocturna
y casándome, habituado a los bastidores, al círculo, a mil cosas... ,no pude
romper con todo de inmediato... se necesita tiempo. Y luego, el matrimonio nos
cambia tanto, demasiado aprisa. Hay que ir acostumbrándose... poco a poco...Vos
me habéis dejado sin recursos cuando me hacían falta.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Y venís quizás a proponerme una nueva prueba ?
SEÑOR DE SALLUS: ¡ Oh ! Cuando gustéis. En verdad, cuando uno se casa
tras haber vivido como yo, no puede impedir mirar de entrada un poco a su esposa
como una nueva amante, una amante honesta... no es hasta más tarde cuando se
comprende bien, como se distingue bien, y que uno se lo replantea.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Pues bien ! querido, es demasiado tarde. Como os he
dicho, busco por mi lado. He tenido tres años para decidirme. Confesaréis que
es mucho tiempo. Necesito alguien de bien, alguien mejor que vos... Es un
cumplido que os hago y que vos no tenéis aspecto de reconocer.
SEÑOR DE SALLUS: Madeleine, esta broma está fuera de lugar.
SEÑORA DE SALLUS: Oh no, pues supongo que todas vuestras amantes eran
mejores que yo, puesto que las habéis preferido a mi.
SEÑOR DE SALLUS: Veamos, ¿ En que disposición de espíritu estáis ?
SEÑORA DE SALLUS: Yo estoy como siempre. Sois vos quién habéis
cambiado, querido.
SEÑOR DE SALLUS: Es cierto, he cambiado.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Y eso que quiere decir ?
SEÑOR DE SALLUS: Que era un imbecil.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Y que ?...
SEÑOR DE SALLUS: Que me he vuelto razonable.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Y que ?...
SEÑOR DE SALLUS: Que estoy enamorado de mi esposa.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Estáis pues en ayunas ?
SEÑOR DE SALLUS: ¿ Cómo ?
SEÑORA DE SALLUS: Digo que estáis en ayunas.
SEÑOR DE SALLUS: ¿ Cómo es eso ?
SEÑORA DE SALLUS: Cuando se está en ayunas se tiene hambre, y cuando se
tiene hambre, uno se decide a comer cosas que no gustarían en otro momento. Yo
soy el plato, olvidado en los días de abundancia, al que volvéis en los días
de hambre. Gracias.
SEÑOR DE SALLUS: Jamás os he visto de ese modo. Me entristecéis tanto
que me sorprende.
SEÑORA DE SALLUS: Tanto peor para ambos. Si yo os sorprendo, vos me subleváis.
Sabed que no estoy hecha para ese rol de intermediaria.
SEÑOR DE SALLUS, se aproxima, le toma la mano y la besa un buen
rato: Madeleine, os juro que me he vuelto a enamorar de vos, muy fuerte,
en serio, por completo.
SEÑORA DE SALLUS: Puede que estéis convencido. ¿ Cuál es entonces la
mujer que no quiere nada de vos, en este momento ?
SEÑOR DE SALLUS: Madeleine, os juro...
SEÑORA DE SALLUS: No jure. Estoy segura que venís de romper con una
amante. Necesitáis otra, y no la encontráis. Entonces os dirigís a mí.
Después de tres años, me habéis olvidado de tal modo que os doy la impresión
de algo nuevo. No es a vuestra esposa a quién volvéis, sino a una mujer con la
que habéis roto y con la que deseáis continuar. Eso no es, en el fondo, más
que un juego libertino.
SEÑOR DE SALLUS: Yo no me planteo si sois mi mujer o una mujer: vos sois
la que amo, la que ha prendido en mi corazón. Vos sois con la que sueño,
aquella cuya imagen me persigue por todas partes, cuyo deseo me acosa. Si se da
la circunstancia que vos sois mi esposa, ¡ tanto mejor o tanto peor ! no lo
sé, ¿ qué importa ?
SEÑORA DE SALLUS: Ciertamente es un bonito papel el que me ofrecéis.
Tras la señorita Zozo, la señorita Lili, la señorita Tata, ¿ me ofrecéis
seriamente, a la Señora de Sallus, tomar la sucesión vacante y convertirse en
la amante de su marido por algún tiempo ?
SEÑOR DE SALLUS: Para siempre.
SEÑORA DE SALLUS: Perdón. Para siempre, volvería a ser vuestra esposa,
y eso no es de lo que se trata, puesto que yo he dejado de serlo. La distinción
es sutil, pero real. Y además la idea de hacer de mi vuestra amante legítima
os enciende mucho más que la idea de retomar a vuestra compañera obligatoria.
SEÑOR DE SALLUS, riendo: ¡ Bien ! ¿ Por qué una mujer no
podría convertirse en la amante de su marido ? Yo admito perfectamente vuestro
punto de vista. Vos sois libre, absolutamente libre, por mi culpa. En cuanto a
mi, estoy enamorado de vos y os digo: « Madaleine, dado que vuestro corazón
está vacío, tenga piedad de mi. Os amo. »
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Solicitáis la preferencia, a título de esposo ?
SEÑOR DE SALLUS: Sí.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Reconocéis que soy libre ?
SEÑOR DE SALLUS: Sí.
SEÑORA DE SALLUS: ¿He entendido bien ? ¿ Vuestra amante ?
SEÑOR DE SALLUS: Sí.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Pues bien !... iba a comprometerme por otro
lado, pero puesto que vos me pedís la preferencia, yo os la concederé, a igual
precio.
SEÑOR DE SALLUS: No comprendo.
SEÑORA DE SALLUS: Me explico. ¿ Estoy tan bien como vuestras conquistas ?
Sea franco.
SEÑOR DE SALLUS: Mil veces mejor.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ En serio ?
SEÑOR DE SALLUS: En serio.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Mejor que la mejor ?
SEÑOR DE SALLUS: Mil veces.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Pues bien ! ¿ Dígame cuanto os ha costado la mejor
durante tres meses ?
SEÑOR DE SALLUS: No entiendo.
SEÑORA DE SALLUS: Os digo: ¿ cuánto os ha costado, en tres meses, la más
encantadora de vuestras amantes, en dinero, joyas, cenas, teatro, etc., etc., en
fin, mantenimiento completo ?
SEÑOR DE SALLUS: Y yo que sé.
SEÑORA DE SALLUS: Vos debéis saberlo. Veamos, hagamos cuentas. ¿ Dais una
suma redonda, o pagáis a los proveedores por separado ? ¡ Oh ! no sois hombre
de entrar en detalles, dad una suma redonda.
SEÑOR DE SALLUS: Madeleine, esto es intolerable.
SEÑORA DE SALLUS: Seguidme bien. Cuando vos habéis comenzado a olvidarme,
habéis suprimido tres caballos en vuestras cuadras: uno de los mejores y dos de
los vuestros; más un cochero y un lacayo. Era necesario economizar
interiormente para pagar los nuevos servicios exteriores.
SEÑOR DE SALLUS: Eso no es cierto.
SEÑORA DE SALLUS: Sí, sí. Tengo los datos; no lo neguéis, yo os
confundiría. Cesasteis igualmente de regalarme joyas, puesto que teníais otras
orejas, otros dedos, otras muñecas y otros pechos que embellecer. Habéis
suprimido uno de nuestros dos días de ópera, y olvido muchas pequeñas cosas
menos importantes. Todo eso, según mis cuentas, suponen aproximadamente cinco
mil francos al mes. ¿ Os parece justo ?
SEÑOR DE SALLUS: Estáis loca.
SEÑORA DE SALLUS: No, no. Confesad. ¿ Aquella de vuestras amantes que más
cara os haya costado llegaba a cinco mil francos al mes ?
SEÑOR DE SALLUS: Estáis loca.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Si os lo tomáis así, buenas noches !
Ella se dispone a salir. Él la detiene.
SEÑOR DE SALLUS: Vamos, dejaos de bromas ya.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Cinco mil francos ! Dígame si ella os costaba cinco
mil francos.
SEÑOR DE SALLUS: Sí, más o menos.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Pues bien ! amigo mío, deme enseguida cinco mil
francos, y yo os firmo un contrato por un mes.
SEÑOR DE SALLUS: ¡ Pero habéis perdido la cabeza !
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Adiós ! ¡ Buenas noches !
SEÑOR DE SALLUS: ¡ Que chiflada ! Veamos, Madeleine, esperad, vamos a
hablar seriamente.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ De qué ?
SEÑOR DE SALLUS: De... de... de mi amor por vos.
SEÑORA DE SALLUS: Pero vuestro amor no es serio del todo.
SEÑOR DE SALLUS: Os juro que sí.
SEÑORA DE SALLUS: ¡ Bromista ! Queréis darme sed a fuerza de hacerme
hablar.
Ella va al plató llevando la tetera y los siropes y se echa un vaso de agua
clara. En el momento en el que va a beber, su marido se aproxima sin ruido y la
besa en el cuello. Ella se vuelve bruscamente y le arroja su vaso de agua en
pleno rostro.
SEÑOR DE SALLUS: ¡ Ah ! ¡ Eso es estúpido !
SEÑORA DE SALLUS: Es posible. Pero lo que habéis hecho, o habéis
intentado hacer, era ridículo.
SEÑOR DE SALLUS: Veamos, Madeleine.
SEÑORA DE SALLUS: Cinco mil francos.
SEÑOR DE SALLUS: Pero eso sería idiota.
SEÑORA DE SALLUS: ¿ Por qué ?
SEÑOR DE SALLUS: ¿ Cómo que por qué ? Un marido, pagar a su mujer, su
legítima esposa ! Yo tengo el derecho...
SEÑORA DE SALLUS: No. Vos tenéis la fuerza... y yo, yo tendría... mi
venganza.
SEÑOR DE SALLUS: Madeleine...
SEÑORA DE SALLUS: Cinco mil francos.
SEÑOR DE SALLUS: Yo sería deplorablemente ridículo si diese dinero a mi
esposa; ridículo e imbelcil.
SEÑORA DE SALLUS: Es más estúpido cuando se tiene una mujer, una mujer
como yo, ir a pagar putas.
SEÑOR DE SALLUS: Lo confieso. Sin embargo yo os he esposado, y no
precisamente para arruinarme con vos.
SEÑORA DE SALLUS: Permitidme. Cuando gastáis dinero, vuestro dinero que,
en consecuencia, es también mi dinero c, con una puta, estáis cometiendo una
acción más que dudosa: vos me arruináis, a mí, al mismo tiempo que lo
hacéis con vos, puesto que habéis empleado esa palabra. He tenido la
delicadeza de no pediros más que la putilla en cuestión. Ahora bien, los cinco
mil francos que vais a darme quedarán en vuestra casa, en vuestro patrimonio.
Es una gran ahorro el que hacéis. Y además, yo os conozco, nunca os amarán
tan completamente como la que es recta y legítima; ahora bien, pagando caro,
muy caro, pues yo os pediré tal vez un aumento, encontrareis nuestra...
relación mucho más sabrosa... Ahora, señor, buenas noches, me voy a acostar.
SEÑOR DE SALLUS, con aire insolente: ¿ Queréis un cheque o
billetes de banco ?
SEÑOR DE SALLUS, con altivez: Prefiero los billetes de banco.
SEÑOR DE SALLUS, abriendo su cartera: No tengo más que tres. Voy
a completar con un talón.
Lo firma, luego le entrega todo a su esposa.
SEÑORA DE SALLUS, lo toma, mira a su marido con
desdén, luego dice con voz dura: Desde luego sois el hombre que yo
pensaba. Tras haber pagado a unas putas, consentís pagarme como a ellas, de
inmediato, sin rebelarse. Habéis encontrado que era cara, habéis temido ser
grotesco. Pero no os habéis dado cuenta de que me estaba vendiendo, yo,
vuestra esposa. Me deseáis un poco para cambiarme por vuestras pordioseras,
cuando me he envilecido convirtiéndome en una de ellas; vos no me habéis
rechazado, pero si deseado, tanto como a ellas, incluso más, puesto que yo me
hacía más de rogar. Os habéis equivocado, querido, no es así como habríais
podido conquistarme ¡ Adiós !
Le arroja su dinero a la cara y sale.
--------------------------------------------------------------------------------