SEGUNDO ACTO
--------------------------------------------------------------------------------
La Señora DE SALLUS se encuentra sola en su salón, como en el primer acto. Escribe, luego levanta los ojos hacia el reloj de péndulo.
UN CRIADO, anunciando : ¡ El Señor Jacques de
Randol !
JACQUES DE RANDOL, después de haberle besado la mano :
¿ Está usted bien, señora ?
SEÑORA DE SALLUS : Bastante bien, gracias.
El criado sale.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Qué sucede ? Su carta me ha alarmado. He
creído que ha ocurrido un accidente y me he apresurado.
SEÑORA DE SALLUS : Es necesario, amigo mío, tomar una gran decisión
ya que el momento es muy grave para nosotros.
JACQUES DE RANDOL : Explíquese.
SEÑORA DE SALLUS : Desde hace dos días, estoy padeciendo todas las
angustias que puede aguantar el corazón de una mujer.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Qué es lo que ocurre ?
SEÑORA DE SALLUS : Se lo voy a decir, y me voy a esforzar por hacerlo
con calma para que usted no me crea loca. Ya no puedo vivir así... y lo he
llamado...
JACQUES DE RANDOL : Usted sabe que soy suyo. Dígame lo que debo hacer.
SEÑORA DE SALLUS : Ya no puedo vivir más con él. Es imposible. Me
tortura.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Su marido ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí, mi marido.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Qué ha hecho ?
SEÑORA DE SALLUS : Hay que remontarse a cuando usted se marchó, el
otro día. Cuando nos quedamos solos, al principio, me hizo una escena de celos
respecto de usted.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Celoso de mí ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí, una escena demostrando incluso que nos espiaba
un poco.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Cómo ?
SEÑORA DE SALLUS : Había interrogado a un criado.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Nada más?
SEÑORA DE SALLUS : No. Además eso no tiene importancia, y él os
aprecia mucho en realidad. Luego, me ha declarado su amor. Yo, yo tal vez he
sido demasiado insolente... demasiado desdeñosa, no sé exactamente. Me
encontraba en una situación tan grave, tan penosa, tan dificil, que me he
atrevido a todo para evitarlo.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Qué ha hecho usted ?
SEÑORA DE SALLUS : He tratado de ofenderlo de modo que se alejase de
mí para siempre.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Y no ha tenido éxito, no es así ?
SEÑORA DE SALLUS : No.
JACQUES DE RANDOL : Esos medios nunca resultan, al contrario; eso
aproxima.
SEÑORA DE SALLUS : Al día siguiente, durante el almuerzo, tenía un
aspecto malévolo, excitado, imprevisible. Luego, en el momento de levantarse de
la mesa, me ha dicho: « Nunca olvidaré vuestra actitud de ayer, y no os
dejaré olvidarla. Queréis guerra, habrá guerra. Pero os advierto que os
domaré, pues yo soy el amo. » Yo le he respondido: « Sea. Pero si me lleváis
al límite, tened cuidado... No se juega con las mujeres... »
JACQUES DE RANDOL : Sobre todo no es necesario jugar a eso con su
esposa... ¿ Y que le respondió él ?
SEÑORA DE SALLUS : No ha respondido, me ha maltratado.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Cómo ? ¿ La ha golpeado ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí y no. Me ha maltratado, asediado, asesinado.
Tengo moratones a lo largo de los brazos. Pero no me ha golpeado.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Entonces, qué ha hecho ?
SEÑORA DE SALLUS : Me abrazaba, tratando de dominar mi resistencia.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Eso es todo ?...
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Cómo, eso es todo ?... ¿ No lo encuentra usted
suficiente ?
JACQUES DE RANDOL : Usted no me comprende: yo quería saber si le ha
pegado.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Eh ! ¡ no ! ¡ eso no es lo que temo
de él ! Felizmente he podido tocar a tiempo el timbre.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Usted lo ha hecho sonar ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí.
JACQUES DE RANDOL :¡ Oh ! ¡ por ejemplo !... ¿ Y cuando
el criado ha llegado, usted le ha rogado que acompañase a su marido ?
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Encuentra usted esto divertido ?
JACQUES DE RANDOL : No, mi querida amiga, esto es lamentable, pero no
puedo impedir juzgar la situación original. Perdóneme... ¿ Y después ?
SEÑORA DE SALLUS : He pedido mi coche. Inmediatamente después de la
marcha de Joseph, él me ha dicho, con ese aire arrogante que usted ya sabe:
«¡ Hoy o mañana, no importa !... »
JACQUES DE RANDOL : ¿ Y ?...
SEÑORA DE SALLUS : Eso es casi todo.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Casi ?...
SEÑORA DE SALLUS : Sí, pues yo me he parapetado en mi casa hasta el
momento, desde que lo he oído regresar.
JACQUES DE RANDOL : ¿ No lo ha vuelto a ver ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí, varias veces... pero algunos instantes, cada
vez, solamente.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Y que le ha dicho ?
SEÑORA DE SALLUS : Casi nada. Se ríe con sarcasmo o pregunta con
insolencia: « ¿ Estáis menos arisca hoy ? » En fin, ayer noche, en la mesa,
ha traído un libro que se ha puesto a leer antes de cenar. Como yo no quería
paracer irritada o ansiosas, he dicho: « Decididamente tenéis conmigo unas
costumbres de exquisita educación. » Él sonrío « ¿ Cuáles ? » - «
Elegís, para leer, los instantes en los que estamos juntos. »
Respondió: « Dios mío, es vuestra culpa, puesto que no me
permitís otra cosa. Este pequeño libro además es muy interesante: se titula
¡ el Código ! ¿ Queréis permitirme que os lea algunos artículos que sin
duda os gustarán ? » Entonces me ha leido la ley, todo lo concerniente al
matrimonio, a los deberes de la mujer y los derechos del marido; luego me ha
mirado, fijamente, preguntándome: « ¿ Habéis comprendido ? » Yo le
respondí con el mismo tono: « Sí, demasiado: ¡ acabo de comprender por fin
con que tipo de hombre me he casado ! » Luego salí, y no le he vuelto a ver.
JACQUES DE RANDOL : ¿ No lo ha visto hoy ?
SEÑORA DE SALLUS : No : él ha almorzado fuera. Entonces yo he
pensado, y estoy decidida a no encontrarme más frente a él.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Está usted segura de que no hay en su
arrogancia una excesiva cólera, vanidad herida por la actitud de usted, mucho
de bravatas y de despecho ? Tal vez sea muy gentil a partir de ahora. Él ha
pasado la velada de ayer en la Ópera. La Santelli ha tenido un gran éxito en
Mahomet, y creo que ella lo ha invitado a cenar. Ahora bien, si la cena ha sido
de su gusto, tal vez se presente de un humor encantador.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Oh ! ¡ que irritante es usted !...
Comprenda pues que yo estoy a merced de ese hombre, que le pertenezco, más que
su criado e incluso que su perro, pues tiene sobre mi unos derechos inmundos. El
Código, vuestro código de salvajes, me arroja a él sin defensa, sin
posibilidad de rebelarme: ¡ salvo matarme, puede hacerme de todo !... ¿
Comprende usted eso ? ¿ comprende usted el horror de ese derecho ?... ¡ Salvo
matarme, puede hacerme de todo !... Y tiene la fuerza, la fuerza y la policía
para exigir todo !... ¡ y yo, yo no tengo ni un solo medio de escaparme a ese
hombre al que desprecio y odio ! ¡ Sí, esa es vuestra ley !... Él me ha
tomado, esposado, luego abandonado. Yo, yo tengo el derecho moral, el derecho
absoluto de odiarlo. ¡ Pues bien ! a pesar de este legítimo odio, a pesar del
disgusto, el horror que debe inspirarme en el presente ese marido que me ha
despreciado, engañado, que ha corrido, bajo mis ojos, de muchacha en muchacha,
puede a sus anchas exisgir de mi un odioso, un infame abandonol... No tengo el
derecho de esconderme, pues no tengo derecho a tener una llave que cierre mi
puerta. ¡ Todo es suyo: la llave, la puerta y la mujer !... ¡ Pero eso es
monstruoso ! No poder ser dueña de si mismoa, no tener la sagrada libertad de
preservar su carne de semejantes máculas; ¿ no es acaso esta la más
abominable ley que se haya establecido ?
JACQUES DE RANDOL : ¡ Oh ! comprendo perfectamente lo que usted
debe sufrir, pero no le veo solución. Ningún juez puede protegerla; ningún
texto legar puede garantizarle nada.
SEÑORA DE SALLUS : Lo sé perfectamente. Pero cuando no se tiene ni
padre ni madre, cuando la policía está contra usted y cuando una no acepta las
degradantes transacciones a las que se acomodan la mayoría de las mujeres,
siempre hay un medio.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Cuál ?
SEÑORA DE SALLUS : Abandonar la casa.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Quiere usted ?...
SEÑORA DE SALLUS : Escaparme.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Sola ?
SEÑORA DE SALLUS : No, con usted.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Conmigo ! ¿ Lo ha pensado bien ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí. Tanto mejor. El escándalo impedirá que me
siga acosando. Yo soy valiente. Él me fuerza al deshonor, pues bien, será
completo, explosivo, ¡ tanto peor para él, tanto peor para mi !
JACQUES DE RANDOL : ¡ Oh ! tenga cuidado, está usted en uno de
esos minutos de exaltación donde se cometen locuras irreparables.
SEÑORA DE SALLUS : Prefiero con mucho cometer una locura, y perderme,
puesto que a eso se le llama perderse, que exponerme a esta diaria lucha infame
en la que estoy amenazada.
JACQUES DE RANDOL : Madeleine, escúcheme. Está usted en una
situación terrible, no se arroje a una situación desesperada. Tenga
calma.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Y qué me aconseja usted ?...
JACQUES DE RANDOL : No lo sé... vamos a ver. Pero yo no puedo
aconsejarle un escándalo que os situaría fuera de las leyes de la
sociedad.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Ah ! sí, esa otra ley que permite tener
amantes con pudor, sin ofender los buenos modales.
JACQUES DE RANDOL : No se trata de eso, sino de evitar cometer errores
por su parte, en su disputa con su marido. ¿ Está realmente decidida a
abandonarlo ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Bien decidida ?
SEÑORA DE SALLUS : Sí.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Completamente ?
SEÑORA DE SALLUS : Completamente.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Pues bien ! sea estratega, hábil.
Salveguarde su reputación, su nombre, no haga ni ruido ni escándalo, espere
una ocasión...
SEÑORA DE SALLUS : Y sea encantadora cuando él regrese, dispuesta a
ceder a sus fantasías...
JACQUES DE RANDOL : ¡ Oh ! Madeleine. Le hablo como amigo...
SEÑORA DE SALLUS : Amigo prudente...
JACQUES DE RANDOL : Como amigo que la ama demasiado para aconsejarle
que cometa una tontería.
SEÑORA DE SALLUS : Y justo lo suficiente para aconsejarme una
cobardía.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Yo, jamás ! Mi más ardiente deseo es vivir
cerca de usted. Obtener su divorcio, y entonces, si usted quiere, nos
casaríamos.
SEÑORA DE SALLUS : Sí, dentro de dos años. Tiene usted el amor
paciente.
JACQUES DE RANDOL : Pero, si yo os llevo, él la recogerá mañana, en
mi casa, la hará condenar en prisión y será entonces imposible que se
convierta nunca en mi esposa.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ No puedo huir más que a su casa ? ¿ y
ocultarse de tal modo que él no nos encuentre ?
JACQUES DE RANDOL : Sí, puede ocultarse; pero entonces tendrá que
vivir escondida hasta su muerte, bajo un nombre falso, en el extranjero, o en lo
más profundo de un pueblo. ¡ Eso es el presidio del amor ! En tres meses,
usted me odiaría. No puedo permitir que cometa esa locura.
SEÑORA DE SALLUS : Creía que usted me amaba bastante como para
realizarla conmigo. Me he equivocado, ¡ Adiós !
JACQUES DE RANDOL : Madeleine. Escuche...
SEÑORA DE SALLUS : Jacques, O me toma o me pierde. Responda.
JACQUES DE RANDOL : Madeleine, se lo suplico.
SEÑORA DE SALLUS : Es suficiente... ¡ Adiós !
Ella se levanta y se dirige a la puerta.
JACQUES DE RANDOL : Se lo suplico, escúcheme.
SEÑORA DE SALLUS : No... no... no... ¡ Adiós !
Él la toma por los brazos, ella se debate exasperada.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Déjeme ! ¡ Déjeme ! Déjeme partir o llamo.
JACQUES DE RANDOL : Llame, pero escúcheme. No quiero que usted pueda
reprocharme un día el acto de demencia en el que está pensando. No quiero que
me odie; que, ligada a mí por esta huida, lleve en usted el punzante lamento de
lo que yo habría debido hacer...
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Suélteme... Me da usted pena... Suélteme !
JACQUES DE RANDOL : ¿ Lo quiere usted ? ¡ Pues bien !
huyamos.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Oh ! no ! Ahora no. Ya lo conozco. Es
demasiado tarde. ¡ Suélteme ya !
JACQUES DE RANDOL : He hecho lo que debía hacer. He dicho lo que
debía decir. Ya no soy responsable hacia usted, ya no tendrá derecho a
dirigirme reproches. Huyamos.
SEÑORA DE SALLUS : No. Demasiado tarde. No acepto los sacrificios.
JACQUES DE RANDOL : No se trata de un sacrificio. Huir con usted es mi
más ardiente deseo.
SEÑORA DE SALLUS, estupefacta : ¡ Está usted
loco !
JACQUES DE RANDOL : ¿ Por qué, loco ? ¿ Acaso no es natural, dado
que la amo ?
SEÑORA DE SALLUS : Expliquese.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Que quiere que le explique ? La amo, no tengo
nada más que decir. Huyamos.
SEÑORA DE SALLUS : Estaba usted hace un momento demasiado circunspecto
para volverse de pronto tan atrevido.
JACQUES DE RANDOL : Usted no lo entiende. Escúcheme. Cuando he sentido
que la amaba, he tomado con respecto a mi y a usted, un compromiso sagrado. El
hombre que se convierte en el amante de una mujer como usted, casada y
abandonada, esclava de hecho y moralmente libre, crea entre ella y él un lazo
que solo ella puede desatar. Esta mujer arriesga todo. Y es precisamente porque
ella lo sabe, por lo que da todo, su corazón, su cuerpo, su alma, su honor, su
vida, porque ha previsto todas las miserias, todos los peligros, todas las
catástrofes, porque ella se decide a un acto atrevido, un acto intrépido,
porque está preparada, decidida a luchar contra todo: su marido que puede
matarla el mundo que puede rechazarla, es por eso por lo que es hermosa en
su infidelidad conyugal; es por eso que su amante, tomándola, debe también
haber previsto todo, y preferirla a todo, ocurra lo que ocurra. No tengo nada
más que decir. He hablado de entrada como un hombre sabio que debía
advertirla, no queda más en mí que un hombre, el que la ama. Ordene.
SEÑORA DE SALLUS : Eso es muy bonito. ¿ Pero, es cierto ?
JACQUES DE RANDOL : ¡ Es cierto !
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Desea usted huir conmigo ?
JACQUES DE RANDOL : Sí.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Desde el fondo de su corazón ?
JACQUES DE RANDOL : Desde el fondo del corazón.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Hoy ?
JACQUES DE RANDOL : Cuando usted quiera.
SEÑORA DE SALLUS : Son las ocho menos cuarto. Mi marido va a regresar.
Cenamos a las ocho. Estaré lista a las nueve y media o a las diez.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Donde debo esperarla ?
SEÑORA DE SALLUS : En el final de la calle, en un cupé. ( Se
oye el timbre ). Aquí está. Esta es la última vez... por fortuna.
LOS MISMOS, SEÑOR DE SALLUS
SEÑOR DE SALLUS, à Jacques de Randol qui s'est levé pour
partir : ¡ Y bien ! ¿ qué ? ¿ Ya os vais ? ¿ Basta
que yo me muestre para haceros huir ?
JACQUES DE RANDOL : No, mi querido Sallus, vos no me hacéis huir, pero
ya me iba.
SEÑOR DE SALLUS : Eso es precisamente lo que digo. Marchais en el
justo momento en el que llego. Comprendo que el marido tenga menos poder de
seducción que la esposa, pero al menos déjadme creer que no os disgusto
demasiado.
Se ríe.
JACQUES DE RANDOL : Al contrario, me agradáis mucho, y si tuvieseis la
buena costumbre de entrar en vuestra casa sin llamar, no me encontrarías nunca
dispuesto a partir cuando regresaseis.
SEÑOR DE SALLUS : Sin embargo... es natural llamar a las puertas.
JACQUES DE RANDOL : Sí, pero un timbrazo hace que siempre me levante,
y, regresando a vuestra casa, podríais evitar anunciaros como los demás.
SEÑOR DE SALLUS : No lo comprendo muy bien.
JACQUES DE RANDOL : Es muy sencillo. Cuando yo voy a visitar a las
personas que me agradan como la Señora de Sallus, o como usted, no deseo en
absoluto encontrarme con ellos a todo Paris que pasa sus tardes esparciendo
flores de espíritu de salón en salón. Yo conozco esas flores y esas semillas.
Basta la entrada de una de esas damas o de uno de esos hombres para estropearme
todo el placer que he tenido encontrando sola a la mujer a la que ido a visitar.
Ahora bien, cuando me he dejado pillar sentado, estoy perdido; no sé irme, me
dejo ir en el engranaje de la conversación corriente; y como conozco todas las
preguntas y respuestas, mejor que las del catecismo, no puedo parar: hace falta
que vaya hasta el límite, hasta la última consideración sobre la obra, libro,
divordio, matrimonio, o la esquela del día. ¿ Comprende ahora por qué me
levanto bruscamente con todo sonido de un timbre ?
SEÑOR DE SALLUS, riendo : Es muy cierto, lo que
usted dice. Nuestras casas son inhabitables desde las cuatro a las siete.
Nuestras esposas no tienen derecho a quejarse si las abandonamos por el
círculo.
SEÑORA DE SALLUS : Sin embargo yo no puedo recibir a esas señoritas
del ballet, o a esas damas del canto y la comedia, y a todos los pintores,
poetas, músicos y demás artistuchos, para teneros cerca de mí.
SEÑOR DE SALLUS : No os pido tanto. Algunos hombres de espíritu y
algunas hermosas mujeres y nada de multitudes.
SEÑORA DE SALLUS : Eso es imposible. No se puede cerrar la puerta.
JACQUES DE RANDOL : No, en efecto, no se puede encauzar esa hilera de
bobos a través de los salones.
SEÑOR DE SALLUS : ¿ Por qué ?
SEÑORA DE SALLUS : Porque hoy es así.
SEÑOR DE SALLUS : ¡ Qué lástima ! Me gustaría mucho una intimidad
restringida y elegida.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Vos ?
SEÑOR DE SALLUS : ¡Sí ! ¡ yo !
SEÑORA DE SALLUS, riendo : ¡ Ah !¡ ah !¡
ah ! ¡ Bonita intimidad la que me haríais ! ¡ Ah ! ¡ Las encantadores
mujeres y los hombres como tienen que ser ! ¡ Entonces sería yo quién
abandonaría la casa !
SEÑOR DE SALLUS : Mi querida amiga, solamente pediría tres o cuatro
mujeres como vos.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Cómo dice ?
SEÑOR DE SALLUS : Tres o cuatro mujeres como vos.
SEÑORA DE SALLUS : Si necesitáis cuatro, comprendo que hayáis
encontrado la casa vacía.
SEÑOR DE SALLUS : Sabéis muy bien lo que quiero decir, y no tengo
necesidad de explicarme más. Me gasta que estéis sola para que me guste más
que cualquier otra cosa.
SEÑORA DE SALLUS : No os reconozco. ¡ Pero estáis enfermo, muy
enfermo ! ¡ Tal vez os vayáis a morir !
SEÑOR DE SALLUS : Burlaos todo lo que queráis, no me importará.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Y eso va a durar ?
SEÑOR DE SALLUS : Siempre.
SEÑORA DE SALLUS : A menudo hombre cambiante.
SEÑOR DE SALLUS : Mi querido Randol, ¿ queréis concederme el placer
de cenar con nosotros ? Vos me distraeréis de los epigramas que mi esposa
parece haber afilado para mi.
JACQUES DE RANDOL : Mil veces gracias, sois muy amable, pero no estoy
lilbre.
SEÑOR DE SALLUS : Se lo ruego, libérese.
JACQUES DE RANDOL : En serio, no puedo.
SEÑOR DE SALLUS : ¿ Cena usted en la ciudad ?
JACQUES DE RANDOL : Sí... Es decir, non... Tengo una cita a las nueve.
SEÑOR DE SALLUS : ¿ Muy importante ?
JACQUES DE RANDOL : Muy importante.
SEÑOR DE SALLUS : ¿ Una mujer ?
JACQUES DE RANDOL : ¡ Querido !...
SEÑOR DE SALLUS : Sed discreto... Pero eso no os impide cenar con
nosotros.
JACQUES DE RANDOL : Gracias, no puedo.
SEÑOR DE SALLUS : Marcharéis cuando lo deseéis.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Y mi traje ?
SEÑOR DE SALLUS : Lo envío a buscar.
JACQUES DE RANDOL : No...en serio... gracias.
SEÑOR DE SALLUS, a su espo : Querida, detened a Randol.
SEÑORA DE SALLUS : Querido, os confieso que no tengo mucho interés.
SEÑOR DE SALLUS : Esta noche estáis encantadora para todo el mundo.
¿ Por qué ?
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Dios mío ! No tengo que retener a mis amigos
para daros gusto y para reteneros en casa. Traed a los vuestros.
SEÑOR DE SALLUS : Me quedaré de todos modos, y me tendréis entonces
cara a cara.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Vamos, pues ?
SEÑOR DE SALLUS : Claro.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Toda la velada ?
SEÑOR DE SALLUS : Toda la velada.
SEÑORA DE SALLUS, irónica : ¡ Dios mío, que
miedo me dais ! ¿ Y a que se debe el honor ?
SEÑOR DE SALLUS : Para tener el placer de estar cerca de vos.
SEÑORA DE SALLUS : Veo que está en excelentes disposiciones.
SEÑOR DE SALLUS : Entonces ruegue a Randol que se quede.
SEÑORA DE SALLUS : El señor de Randol hará lo que le plazca. Él
sabe perfectamente que siempre me resulta agradable verle. ( Ella se
levanta y tras haber reflexionado. ) Cene con nosotros, señor de Randol.
Podrá irse enseguida.
JACQUES DE RANDOL : Con mucho gusto, señora.
SEÑORA DE SALLUS : Discúlpenme un minuto. Son las ocho. Se va a
servir la cena.
Ella sale.
SEÑOR DE SALLUS, JACQUES DE RANDOL
SEÑOR DE SALLUS : Querido, me hariais un gran servicio pasando
la velada aquí.
JACQUES DE RANDOL : Le aseguro que no puedo.
SEÑOR DE SALLUS : ¿ Es completamente, completamente imposible ?
JACQUES DE RANDOL : Completamente.
SEÑOR DE SALLUS : Eso me contraría.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Et por qué ?
SEÑOR DE SALLUS : ¡ Oh ! por razones íntimas. Porque...
necesito hacer las paces con mi mujer.
JACQUES DE RANDOL : ¿ La paz ? ¿ Están ustedes mal juntos ?
SEÑOR DE SALLUS : No muy bien, como habéis podido comprobar.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Por vuestra culpa o por la suya ?
SEÑOR DE SALLUS : Por la mía.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Diablos !
SEÑOR DE SALLUS : Sí, tenía unos problemas ajenos al matrimonio, unos problemas
serios, y eso me ponía de mal humor, de modo que he sido guasón y agresivo
hacia ella.
JACQUES DE RANDOL : Pero no veo demasiado en lo que puede contribuir un
tercero a una paz de esta naturaleza.
SEÑOR DE SALLUS : Vos me dais la oportunidad de hacerla comprender
delicadamente, evitando toda explicación, sin altercados ni ofensas, que mis
intenciones han cambiado.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Entonces, tenéis intenciones.. de
reconciliación ?
SEÑOR DE SALLUS : No... no... al contrario.
JACQUES DE RANDOL : Perdón... no lo entiendo.
SEÑOR DE SALLUS : Deseo restablecer y mantener un statu quo de
neutralidad pacífica. Una especie de paz platónica ( Riendo ).
Pero estoy entrando en detalles que no os interesan.
JACQUES DE RANDOL : Perdón aún. En el momento que he de representar un
papel en este asunto, deseo saber con precisión de cual se trata.
SEÑOR DE SALLUS : ¡ Oh ! Un papel de conciliador.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Así que queréis la paz con tratados y
libertades para usted ?
SEÑOR DE SALLUS : Exacto.
JACQUES DE RANDOL : Lo que quiere decir que tras los problemas de los
que me hablabais hace unos instantes, y que han acabado, deseáis estar
tranquilo en vuestra casa para gozar de la felicidad que habéis conquistado
fuera.
SEÑOR DE SALLUS : En fin, querido, la situación esta tensa entre mi
esposa y yo, muy tensa, y prefiero no encontrarme sola con ella de entrada,
porque mi actitud sería desairada.
JACQUES DE RANDOL : Querido, en ese caso me quedo.
SEÑOR DE SALLUS : ¿ Toda la velada ?
JACQUES DE RANDOL : Toda la velada.
SEÑOR DE SALLUS : Gracias, sois un amigo. Lo sabré reconocer llegada
la ocasión.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Oh ! ¡ querido ! (Un silence.)
¿ Estuvisteis ayer en la Ópera ?
SEÑOR DE SALLUS : Por supuesto.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Ha ido todo bien ?
SEÑOR DE SALLUS : Admirablemente.
JACQUES DE RANDOL : ¿ La Santelli ha tenido un gran éxito personal ?
SEÑOR DE SALLUS : No un éxito, un triunfo. La han llamado a saludar
seis veces.
JACQUES DE RANDOL : Realmente es muy buena.
SEÑOR DE SALLUS : ¡ Admirable ! nunca ha cantado mejor. En el
primer acto, dio su gran monólogo: « Oh, principe de los creyentes, escucha mi
ruego ! » que ha hecho levantarse a toda la orquesta. Y en el tercero, después
de su frase: «Claro paraiso de belleza », no había visto nunca semejante
entusiasmo.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Estaba contenta ?
SEÑOR DE SALLUS : Radiante, loca.
JACQUES DE RANDOL : ¿ La conocéis mucho ?
SEÑOR DE SALLUS : Sí, desde hace tiempo. Incluso he cenado con ella y
con unos amigos, esta noche, tras la representación. JACQUES DE RANDOL :
¿ Eráis muchos ?
SEÑOR DE SALLUS : No, una decena. Ella ha estado deliciosa.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Es agradable en la intimidad ?
SEÑOR DE SALLUS : Exquisita. Y además, es una mujer. No sé si
pensáis como yo, pero considero que casi no hay mujeres.
JACQUES DE RANDOL, riendo : Pues yo conozco
unas cuantas.
SEÑOR DE SALLUS : Sí, conocéis a unas mujeres que tienen el aspecto
de mujer, pero que no lo son.
JACQUES DE RANDOL : Definid eso.
SEÑOR DE SALLUS : Dios mío, nuestras mujeres, nuestras mujeres de
mundo, en muy raras excepciones son objetos de representación; bellas y
distinguidas, no tienen el encanto más que en sus salones. Su verdadero papel
consiste en hacer admirar su gracia exterior, ficticia y superficial.
JACQUES DE RANDOL : Sin embargo, se las ama.
SEÑOR DE SALLUS : Raramente.
JACQUES DE RANDOL : Discrepo
SEÑOR DE SALLUS : Sólo los idealistas las aman; pero los verdaderos hombres,
los apasionados, positivos y cariñosos, no aman a la mujer de mundo de hoy, que
es incapaz de sentir amor. Además, querido, mirad alrededor de vos. Conocéis
relaciones pues todo se sabe; ¿ Podéis citarme un solo amor, un amor caótico,
como los de antaño, inspirado por una mujer de nuestro entorno ? ¿ No, verdad
? Ahora enorgullece tener una amante, sí; enorgullece pero sin satisfacción, y
al fin aburren. Mire, por el
contrario, a las mujeres de teatro, no hay una que no tenga al menos cinco o
seis pasiones en su activo, actos de locura, ruinas, duelos, suicidios. Se las
ama, porque saben hacerse amar y es que además son enamoradas, son mujeres.
Sí, han salvaguardado la ciencia de conquistar al hombre, la seducción de la
sonrisa, una forma de atraer, de tomar, de envolver nuestro corazón, de
hechizar con la mirada, incluso sin ser hermosas propiamente hablando. Una
capacidad de invasión que no se encuentra nunca en nuestras mujeres.
JACQUES DE RANDOL : ¿ Y la Santelli es una seductora de ese tipo ?
SEÑOR DE SALLUS : La primera de todas, tal vez. ¡ Ah ! ¡ la muy
pícara, ella se sabe hacer desear !
JACQUES DE RANDOL : ¿ Solo eso ?
SEÑOR DE SALLUS : Una mujer no se toma la molestia de hacerse desear
cuando no tiene otra intención.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Diablos ! Vais a hacerme creer que que habéis
tenido dos estrenos en la misma velada.
SEÑOR DE SALLUS : ¡ No, querido, no suponga semejantes cosas !
JACQUES DE RANDOL : Dios mío, tenéis un aspecto tan satisfecho, tan
triunfante, tan deseoso de tranquilidad en su casa. Si me he equivocado, lo
lamento... por vos.
SEÑOR DE SALLUS : Admitamos que os habéis equivocado, y...
LOS MISMOS, LA SEÑORA DE SALLUS
SEÑOR DE SALLUS, muy alegre : ¡ Bien ! querida,
él queda... él queda... soy yo quién lo ha conseguido.
SEÑORA DE SALLUS : Mi enhorabuena... ¿ Y cómo habéis hecho ese
milagro ?
SEÑOR DE SALLUS : Muy fácilmente. Charlando.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Y de qué habéis hablado ?
JACQUES DE RANDOL : De la felicidad que experimenta un hombre
cuando hay tranquilidad en su casa.
SEÑORA DE SALLUS : Me gusta poco esa felicidad, a mí, que adoro
viajar.
JACQUES DE RANDOL : ¡ Dios mío ! Hay tiempo para todo. Los viajes a
veces son intempestivos.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Y vuestra cita, tan importante, a las nueve ? ¿
Ha renunciado a ella, señor de Randol ?
JACQUES DE RANDOL : Sí, señora.
SEÑORA DE SALLUS : Es usted una veleta.
JACQUES DE RANDOL : ¡ No ! ¡ no ! soy oportunista.
SEÑOR DE SALLUS : Permitidme que escriba una nota.
Se va a sentar en su escritorio, al otro extremo del salón.
SEÑORA DE SALLUS, a Jacques de Randol : ¿ Qué ha
pasado ?
JACQUES DE RANDOL : Nada, todo va bien.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Cuando nos vamos, entonces ?
JACQUES DE RANDOL : No nos vamos.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Está loco ? ¿ Por qué ?
JACQUES DE RANDOL : No me pregunte.
SEÑORA DE SALLUS : Estoy segura de que nos tiende una trampa.
JACQUES DE RANDOL : No. Está tranquilo, muy contento, sin ninguna
sospecha.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Entonces, qué ?
JACQUES DE RANDOL : Tenga calma. Está feliz.
SEÑORA DE SALLUS : Eso no es cierto.
JACQUES DE RANDOL : Sí. Ha expandido su alegría en mi seno.
SEÑORA DE SALLUS : Es un truco. Quiere espiarnos.
JACQUES DE RANDOL : No. Está confiado y pacífico, no tiene miedo más
que de usted.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ De mí ?
JACQUES DE RANDOL : Sí, del mismo modo que usted tenía miedo de él
hace un momento.
SEÑORA DE SALLUS : Usted ha perdido la cabeza. ¡ Dios mío ! ¡ qué
voluble es usted !
JACQUES DE RANDOL : Mire, le apostaría que será él quién salga esta noche.
SEÑORA DE SALLUS : En ese caso, marchemos enseguida.
JACQUES DE RANDOL : No. Le digo que no hay nada que temer.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Oh ! Acabará por exasperarme con su
ceguera.
SEÑOR DE SALLUS, de lejos : Querida, tengo una buena
noticia que anunciaros. He podido realquilar cada semana vuestro palco en la
Ópera.
SEÑORA DE SALLUS : Sois ciertamente demasiado amable de darme la
oportunidad de aplaudir con frecuencia a la Señora Santelli.
SEÑOR DE SALLUS, de lejos : Tiene mucho talento.
JACQUES DE RANDOL : Y se dice que es encantadora.
SEÑORA DE SALLUS, nerviosa : No hay como
ese tipo de mujeres para gustar a los hombres.
JACQUES DE RANDOL : Es usted injusta.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Oh ! mi querido señor, no hay nadie como
ellas para que se cometan locuras. Y una locura, comprenda usted, es la única medida
del amor verdadero.
SEÑOR DE SALLUS, de lejos : Perdón, mi querida
amiga, uno no se casa con ellas; y esa es la única locura que se puede hacer con una
mujer.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Vaya un favor ! Pero os sometéis a todos sus
caprichos.
JACQUES DE RANDOL : Como no tienen nada que perder, nada tienen que
guardar.
SEÑORA DE SALLUS : ¡ Ah ! ¡ que tristes seres son los hombres !
Se casan con una jovencita porque es decente - y se la abandona al día
siguiente - y se aferran a una mujer que no es joven, únicamente porque ella no
es decente y porque todos los hombres conocidos y ricos han pasado por sus
brazos. Y cuantos más haya tenido, con cuantos más se haya acostado, cuanto
más cara sea, más se la respeta, con ese particular respeto parisino que no
distingue otra cosa que el grado de renombre, debido únicamente al escándalo
que se produce, venga de donde venga. ¡ Ah ! que inocentes sois, caballeros.
SEÑOR DE SALLUS, sonriendo de lejos : ¡ Tened cuidado !
Se podría pensar que estáis celosa.
SEÑORA DE SALLUS : ¿ Yo ? ¿ Por quién me toma ?
UN CRIADO anunciando : ¡ La
señora condesa está servida !
Entrega una carta a Sallus.
SEÑORA DE SALLUS, a Jacques de Randol : Vuestro
brazo, caballero.
JACQUES DE RANDOL, muy bajo : ¡ La amo !
SEÑORA DE SALLUS : ¡ No mucho !
JACQUES DE RANDOL : ¡ Con toda mi alma !
SEÑOR DE SALLUS, que lee su carta : ¡ Vaya,
hombre ! Voy a tener que salir esta noche.