¿ Loco ?
Maupassant y el doctor tres estrellas

 (Del libro “La Maison du docteur Blanche” de Laure Murat)
por cortesía de Editions Jean-Claude Lattès para este sitio web.

 Traducción de José M. Ramos González.

           Bajo el aspecto de un viril remero de Argenteuil, bigote abundante y músculos prominentes, Guy de Maupassant ofrece la imagen misma del vigor. Este solitario, al que sus contemporáneos atribuyen un cuerpo de luchador y la sensual expresión del rostro, ama el desenfreno y el sexo a cara descubierta, las bromas picantes y los deportes violentos. El hombre es también tan robusto y gallardo como su pluma se revela acerada y pérfida, como un estilete cargado de veneno. Su carrera ha sido fulgurante. En 1880, la aparición de Boule de Suif, historia de una prostituta que se sacrifica al enemigo en plena guerra para facilitar el trayecto en diligencia de unos burgueses ingratos y mezquinos, le consagran junto a sus iguales. Apenas tiene treinta años. Flaubert está jubiloso: « El muchacho está lanzado. Llegará más lejos que nosotros.» En pocos años, el empleado del Ministerio, convertido en periodista y escritor, se destaca como un maestro en el ámbito de los naturalistas.
          A los cuarenta años, autor de seis novelas y cientos de cuentos, este orfebre de las letras con físico de marinero, tiene sin embargo el aspecto de un anciano. Su cuerpo enflaquecido, su paso lento, el desamparo de su mirada vidriosa revelan la enfermedad que lo carcome y lo vacía, reemplazando su enérgica silueta por los contornos precoces de un fantasma. Sus amigos se inquietan y se preguntan, toda vez que Maupassant no regula siempre su cabeza. Un testigo, que lo vio en 1891 con la princesa Mathilde en un almuerzo en el castillo de Saint-Gratien, refiere: 

Una desgracia planeaba en el ambiente, la angustia se apodera de todos los comensales. Maupassant se puso a hablar de maniobras navales, de prácticas de artillería, de cañones de forma incoherente, cada comentario era una aventura fantástica. [...] El almirante Duperré, que no estaba al corriente del estado de salud ya inquietante del autor de Le Horla, quiso poner las cosas en su sitio. Discutía los argumentos de Maupassant que, cada vez más desordenados, le venían a los labios. El enfermo exageraba, la princesa, acortando bruscamente el postre, se levantó finalmente para gran alivio de todos los que temblaban literalmente de emoción ante la inminente catástrofe que se avecinaba.[1] 

El drama en efecto no iba a tardar en producirse. El 15 de diciembre de 1891, Maupassant escribe desde el Midi al doctor Henri Cazalis, poeta bajo el seudónimo de Jean Lahor, al que se siente muy próximo: « Estoy absolutamente perdido. Estoy incluso agónico, tengo un reblandecimiento del cerebro, debido a los lavados que me he hecho con agua salada en las fosas nasales. Esto ha producido en el cerebro una fermentación de sal y todas las noches mis sesos se escapan por la nariz y la boca en una masa pegajosa y salada de la que lleno una cubeta entera. Así he pasado veinte noches. Es la muerte inminente y estoy loco. Mi cabeza está ida. Adiós amigo, no me volverá a ver[2]
          El 24 renuncia a cenar, como tenía previsto, con su madre que vive en una villa vecina, pero acepta ir el 1 de enero de 1892. De regreso a su casa, por la noche, sube a su habitación y toma su revolver. Apoya el cañón sobre su sien y aprieta el gatillo. Pero no se produce nada más que un pequeño chasquido. Su asistente, François Tassart, a su servicio desde 1883, había adivinado las tendencias suicidas de su señor y había retirado por precaución todas las balas. Maupassant empuña entonces un cortaplumas y con un movimiento intenta cortarse la garganta. François llega hacia las dos de la mañana y encuentra a su señor de pie que, con una herida en el cuello, todavía tiene fuerzas para decir: « Mire lo que he hecho, François. Me he cortado la garganta, es un caso de absoluta locura[3]
          El doctor Valcourt acude precipitadamente. La herida es rápidamente suturada, la tensión decae un poco; Maupassant está más tranquilo. « Cuando el médico hubo marchado, cuenta François, mi señor nos manifiesta su pesar por haber hecho “semejante cosa” y de causarnos tantas molestias. [...] Era capaz de medir todo el tamaño de su desgracia. Sus enormes ojos se fijaban en nosotros para pedirnos algunas palabras de consuelo, de esperanza, si eso fuese posible.[4] »
          El día 2, Maupassant descansa. Pero hacia las ocho de la noche, repentinamente agitado, pregunta a su asistente: « François, ¿estás preparado?. Partimos. La guerra ha sido declarada[5].» Enrolado voluntario durante 7 años en 1870, Maupassant se había salvado con su ejército derrotado. Su experiencia de la guerra y la debacle lo habían desgastado. Desde entonces, pacifista convencido, iba a proclamar la barbarie y lo absurdo de los conflictos. El delirio había hecho resurgir sus viejos odios.
          El doctor George  Daremberg, médico amigo de la familia y compañero ocasional de remo del escritor, toma entonces al enfermo en sus manos. El 4, escribe al padre de Guy, Gustave de Maupassant para comunicarle que su hijo, en estado de constante delirio, está controlado con una camisa de fuerza y debe ser internado sin más demora.[6] Un celador de la Residencia del doctor Blanche fue enviado urgentemente para acompañar al enfermo a París. El día 7, Maupassant llega a la estación de Lyon donde le esperan Ollendorff, su editor, y Henry Cazalis que lo conducen al hospital de Lamballe. Ya no debía salir nunca más.

 Guy de Maupassant entraba en la fase de un largo proceso, cuyo origen se remonta al año 1870. Desde esta época el escritor sufría diversos males que debían ir acentuándose.  Desde 1876 tiene dolores cardíacos, luego se queja de herpes. Una gran fatiga le invade, atribuyéndosele al agotamiento. Flaubert, su guía y confidente, lo exhorta a la tranquilidad y al trabajo, dándole algunos consejos de higiene: « ¡Demasiadas putas! ¡demasiado remo! ¡demasiado ejercicio!, ¡Sí, señor! El hombre civilizado no tiene tanta necesidad de ejercicio como los médicos aconsejan. Usted ha nacido para hacer poesía, ¡Hágala! “Lo demás es vano”, comenzando por sus placeres y su salud.; métase eso en la mollera[7]» Pero los razonables consejos del maestro de Croisset no bastan; Al año siguiente Maupassant pierde todos los pelos de su cuerpo. Teme un reumatismo constitucional que atacará el estómago, el corazón, luego la piel. Prueba las curas hidroterápicas,  los baños de vapor, el yoduro de potasio, consulta médico tras médico. Sin éxito.
          Unas jaquecas horribles lo torturan, relacionadas con trastornos oculares de acomodación. A partir de 1881, solo el éter, muy de moda, alivia transitoriamente sus neuralgias. Pronto teme la degradación de su sistema nervioso. La angustia de la demencia, de la congestión cerebral, comienza a minarle. Una enfermiza sobreexcitación caracteriza su comportamiento. Se irrita con los directores de algunos periódicos, queriendo meterse en procesos judiciales imposibles. En 1820, una serie de curas en los Vosges y en Savoie no contribuyen a mejorar su estado. No puede escribir más y abandona l’Angelus. Se siente perdido. Sabe que su fin se aproxima. A partir del otoño de 1891, advierte a todos sus amigos que comienza su agonía.
          Maupassant franqueó todas las etapas de un largo calvario que debía desembocar en la parálisis general, cuya causa original no era otra que la sífilis. ¿Cuándo la había contraído? Tal vez en 1870, quizás algunos años más tarde, en 1876, fecha de sus primeras palpitaciones cardíacas que corresponderían a los primeros síntomas antes citados. En 1877, el diagnóstico es formal, como se lo anuncia a bombo y platillo a su amigo Robert Pinchon: « ¡Tengo la viruela, la auténtica! No la miserable meada caliente, no la eclesiástica cristalina, no las burguesas crestas de gallo o las leguminosas coliflores, no, no, la gran viruela, de la que murió François I... y estoy orgulloso, y desprecio por encima de todo a los burgueses. ¡Aleluya! Tengo la viruela y por consiguiente ya no tengo miedo de atraparla.[8]»
          Maupassant se sabía sifilítico entonces muy pronto, a los 26 años. Pero ningún médico de la época había establecido todavía la relación entre la infección venérea y los síntomas de la parálisis general que él tenía. La sífilis era una enfermedad de transmisión sexual, la parálisis general  una afección fatal del sistema nervioso y del encéfalo. Algunos médicos como Fournier en 1879 o Regis en 1888, habían observado la frecuencia de antecedentes venéreos en los paralíticos generales y propuesto una hipótesis de una etiología sifilítica. Pero no es hasta principios del siglo XX, cuando la Medicina comprendió que una desembocaba sistemáticamente en la otra. Después de la Primera Guerra mundial, la aparición de la penicilina aplicada a los sifilíticos debía poco a poco ir reduciendo los casos de parálisis general, cuya historia había oscurecido todo el siglo XIX[9]

Para el doctor Daremberg, quién firmó el certificado de internamiento y estampó su firma sobre el registro  de la residencia Blanche, Maupassant es presa de « locura delirante ». Después de su tentativa de suicidio, el paciente « tiene varias crisis amenazando de muerte a las personas que lo rodean y que lo cuidan », luego entra en un « estado de furia » que, « lejos de remitir, presenta desde algunos días exacerbaciones frecuentes. » El doctor Meuriot por su parte asegura que el escritor padece de « melancolía hipocondríaca » y de síntomas de « parálisis general »; advierte también que « tiene en el lado izquierdo del cuello una herida poco profunda », recuerdo de su intento de suicidio. Blanche es el último en anotar sus observaciones en el registro. Éstas contienen en algunas líneas: « alucinaciones múltiples, desigualdad e inmovilidad pupilar, temblores de la lengua, y, por momentos, dificultad en el habla: ausencia completa de los reflejos de los tendones; anomalías hipocondríacas acentuadas. Actualmente en un estado de depresión: rechazo a alimentarse que obligará con toda probabilidad a sondarle[10].» Los trastornos oculares, los temblores, la afasia son otros signos de la parálisis general. Hay pocas esperanzas.
          Pronto en los exteriores del hospital Lamballe que encierra a Maupassant, la prensa parisina, cautivada por la enfermedad, se desata. En el Gaulois del 10 de enero, Maupassant tiene ya un lugar junto a Nerval y Baudelaire entre los grandes neuróticos célebres. El 12, el Intransegeant se muestra claramente más hiriente hacia el escritor, definiéndolo como un impenitente drogadicto. En cuanto al Doctor Blanche, no es mucho más que un psiquiatra de lujo, un alienista elegante:  « ¿Para impedir a Maupassant beber éter o fumar opio, era absolutamente necesario hacer tanta publicidad al doctor Tres Estrellas.? ¿ El bienestar del escritor se resentirá de su sobriedad y no será irremediablemente destruido por el terror que dejará en su mente el pensamiento de ser residente del célebre médico de enfermedades mentales[11]
          Le Figaro del 16 se muestra más sobrio, pero audaz en la interpretación. En el prólogo de una reedición del cuento La Peur, el diario afirma sin dudar: «Maupassat ha caído victima de la intensidad de sus sensaciones. Éste ha descrito y analizado la locura mucho antes de estar afectado del terrible mal. » El mismo día, L’Echo de Paris informa: « Cuando publica Le Horla […] los médicos ya pronosticaron en esa obra su futura alienación mental.[12]»

La historia de un Maupassant volviéndose loco, por la mera fascinación hacia la locura, tenía a quién seducir. ¿En cuantas novelas (Mont-Oriol, Une vie…), relatos, cuentos, el autor de Fort comme la mort no había puesto en escena el delirio, el manicomio, la demencia, la alucinación, las ilusiones de los sentidos? Algunos títulos no dejan lugar alguno a comentarios: Fou? Un fou, Un fou?, La Folle, Lettre d’un fou… El más celebre de sus relatos, y el más emblemático a este respecto, es sin duda le Horla, historia de una misteriosa epidemia de locura llegada de Brasil bajo la forma de un personaje invisible que se apodera de sus víctimas. En el momento de su publicación en volumen, en 1887, el riesgo de una asimilación entre el estado mental del narrador y la salud del autor no había escapado incluso al mismo Maupassant: « He enviado hoy a París el manuscrito de Le Horla, diría a François; antes de ocho días comprobará usted que todos los periódicos publicarán que estoy loco. Que digan lo que quieran, pues yo estoy sano de espíritu, y sabía muy bien lo que hacía escribiendo ese relato.[13]»
          Para muchos de los allegados al escritor, no hay duda: Maupassant es un hombre perfectamente equilibrado que se interesa en particular por la literatura fantástica relacionada con las ciencias psicológicas, entonces muy de moda. Lector de Spencer y Darwin, tiene en su biblioteca el libro de Broca, Sur les rapports anatomiques du crâne et du cerveau, asi como las Leçons sur les maladies du système nerveux de Charcot. De este último, Maupassant había seguido las conferencias sobre la histeria en la Salpêtriere entre 1884 y 1886, al mismo tiempo que una muchedumbre de curiosos, mezclándose gente de mundo, estudiantes y médicos extranjeros, como Sigmund Freud, llegado de Viena[14].
          La pasión de Maupassant por el tema de la locura excedía el interés de un Zola, de un Goncourt, de un Merimée o de un Barbey d’Aurevilly, de los que numerosos personajes pierden la razón, extraviándose en tránsitos de histeria o cayendo poseídos por visiones alucinatorias. En Madame Hermet, por ejemplo, se queda pensativo ante ciertas declaraciones, denotando una visión aún romántica de la locura y los locos: « Para ello no existe lo imposible, escribe, lo inverosímil desaparece, lo mágico aparece constantemente y lo sobrenatural es familiar. Esta vieja barrera, la lógica, esta vieja muralla, la razón, esta vieja rampa de acceso de las ideas, el buen sentido, se diluyen, se caen, se difuminan ante su imaginación liberada, llevada hacia el país ilimitado de la fantasía, y que va dando saltos fabulosos sin que nadie la detenga. » Maupassant, de hecho, habría podido retomar para sí las palabras de su narrador: « Los locos me atrajeron siempre, y siempre me vuelvo hacia ellos, llamado a mi pesar por ese misterio banal de la demencia.[15]»
          Constatando la atracción de Maupassant por el universo de la alineación mental, ¿como los periodistas, una vez internado en la residencia del doctor Blanche, habrían podido resistir a la ilusión retrospectiva y a una relectura de la obra a la luz del presente drama? Este cruel golpe del azar, que precipitaba al escritor en carne y hueso en el mundo de sus fantasmas, ofrecía una conclusión demasiado tentadora para la prensa: Maupassant, en suma, había profetizado su debacle. Había tenido la premonición de su destino, que afloraría después de los años, con todas sus letras, en su literatura.

 Ante la sucesión de artículos más o menos fantasiosos y desafortunados sobre la suerte y el estado de Maupassant, sus amigos temen por su reputación. L’Écho de Paris se sobrepasa el 13 de enero. Maupassant no es más que un toxicómano del que se habla en imperfecto: « El autor de Notre coeur mezclaba de éter la tinta donde se han disuelto sus sesos. Algunas gotas de este filtro, vertidas a diario en su sangre, era lo único que hacía falta para hacer estallar como una nuez demasiado madura la cabeza más sólida, y transmutar un maravilloso obrero del arte en un inválido, un demente, un loco[16]  » Para frenar el escándalo que aumenta, Henri Cazalis, bajo la presión de Louis Ganderax, critico en la Revue des Deux-Mondes, hace pasar un comunicado a la prensa, diciendo que Maupassant está mucho mejor y lee los periódicos – lo que  probablemente es falso. El Doctor Blanche, por su parte, va a esforzarse para garantizar la tranquilidad del paciente, rechazando a los reporteros que se agolpan a las puertas del hospital prohibiendo cualquier visita.
          Según François Tassart, que no deja a Maupassant ni un instante, Émile[17] habría examinado al paciente tres días después de su instalación en el hotel de Lamballe. El asistentes refiere: « El Doctor Blanche se presenta a las once de la mañana. El señor de Maupassant comenzaba a almorzar. Luego de haberle dado los buenos días y estrechado la mano, el célebre alienista se sienta y asiste a la comida. Habla de diferentes cosas, planteándole de improviso unas cuestiones. Mi señor respondió a todo de manera oportuna. Hay que decir que conocía ya al señor Blanche y que lo estimaba mucho. Saliendo, el doctor me dijo: “Su señor hace todo lo que usted le pide, eso está bien. Ha respondido con precisión a mis cuestiones, ¡no está perdida toda esperanza!... Aguardemos[18]…”»
          ¿Émile tiene todavía esperanzas sobre el desenlace de la enfermedad? El certificado del 15, hoy inédito, no es sin embargo optimista. Firmando por el Doctor Meuriot, allí se lee que Maupassant sufre de « delirio semi-hipocondríaco y semi-orgulloso ». «dice que Dios ha proclamado desde lo alto de la Torre Eiffel que él es el hijo de Dios y de Jesucristo, acusa a su asistente de haberle robado 70000 francos, luego 4 millones, luego seis millones. Habla con los difuntos, pues según él no están muertos. Mantiene conversaciones con Flaubert, con su hermano que se lamenta de estar en una tumba muy estrecha. Dice ver a distancia paisajes de Suecia, de Rusia, de África, etc. Pretende también hablar a distancia con su madre y sus amigos, haciéndose responsable de la autoría de un artículo del Figaro que ha sido la causa de una nueva guerra con Alemania que ha costado 400 millones a Francia, se dice perseguido por el populacho de Paris que quiere matarlo por haber quemado su casa, y a causa del olor a sal que él cree emanar, se considera la víctima de sus enemigos que le han enviado, mediante un método nuevo al que llama la medicina viajera, la sífilis y el cólera, cree que está agónico, que sus alimentos pasan por sus pulmones y tiene dificultades para alimentarse.[19]»
          En el desorden de su delirio, se encuentran todas las obsesiones de Maupassant: la torre Eiffel[20] a la que odiaba – y que tenía, para su desgracia, a la vista tras los jardines del hospital de Lamballe… -, la guerra de 1870, la sal a la que culpa de reblandecer su cerebro, la visión a distancia y los fenómenos telepáticos… El escritor cita sobre todo a tres personas vitales en su entorno próximo: Flaubert, su madre y su hermano Hervé.
          Gustave Flaubert, el padre espiritual, muerto en 1880, había sido el confidente y el guía de Maupassant, su maestro en literatura y su protector. Éste le había abierto las puertas del arte y le había encontrado sus empleos en la administración, le había aconsejado y alentado a lo largo de toda su vida. Los dos hombres se habían reencontrado en 1867 – Maupassant tenía diecisite años. Flaubert había aceptado ocuparse del aprendiz de poeta por fidelidad a su familia materna: El autor de Madame Bovary conocía desde hacía mucho tiempo a la madre de Guy, Laure de Maupassant, de soltera Le Poittevin, y había sido sobre todo el mejor amigo de su hermano desaparecido, el escritor Alfred Le Poittevin. En 1873, él confesaba: « Tu ya me habías advertido, mi querida Laure, pues tras un mes quiero escribirte para hacerte una declaración de ternura respecto a tu hijo. No podrías creer lo encantador que lo encuentro, inteligente, buen muchacho, sensible y espiritual, en resumen (para emplear una palabra de moda) ¡simpático! A pesar de la diferencia de nuestras edades, lo miro como “un amigo”, y luego, ¡me recuerda tanto a mi pobre Alfred! ¡Incluso a veces me sorprendo, sobre todo cuando baja la cabeza recitando sus poemas! ¡Qué gran hombre era! Permanece en mis recuerdos, por encima de toda comparación[21].» Las familias estaban unidas, Gustave cuidaba de Guy como de su hijo: no hacía falta más para correr el rumor y, aquí y allá, se cotilleaba que Flaubert era el verdadero padre de Maupassant. Pero en la fecha de la concepción del niño, Flaubert estaba en camino de Egipto… la filiación permanece a priori más simbólica que biológica. El internamiento de Maupassant debía sin embargo encender la polémica: Flaubert era epiléptico, Maupassant zozobraba en la locura; la herencia mórbida acreditaba un poco más la tesis de la filiación.
          Desde un punto de vista hereditario, el patrimonio genético de la madre de Guy permite formular unas hipótesis más rigurosas sobre las eventuales fábulas constitucionales de su hijo. Laure de Maupassant, bella mujer cultivada, autoritaria y distante, sufría un oscuro mal que le provocaba unas crisis de abatimiento, viéndose obligada a guardar cama y permanecer con todos los postigos cerrados. « La señora de Maupassant ha llegado a tal paroxismo de ira que al menor incidente, tiene unos ataques terribles que le producen un daño enorme, nos cuenta su marido Gustave de Maupassant. Su cabeza desvaría y se vuelve inaccesible […] Ha tomado dos frascos de laudano. Se corrió a buscar al médico que la hizo vomitar y el exceso de veneno la salvó. Cuando volvió en sí, su furor no conoció límites. […] Se la dejó sola unos minutos. Aprovechó para estrangularse con sus cabellos. Fue necesario cortárselos para salvarla[22].» Flaubert  de un « empobrecimiento de la sangre » en esta « enferma de los nervios », el profesor Potain había diagnosticado un « reumatismo nervioso »[23] pudiendo desembocar en la parálisis. Podría estar en realidad afectada de la enfemedad de Basdow, hipertiroidismo acompañado de trastornos del humor, llamado también bocio exoftálmico. Para numerosos médicos que han dedicado su tesis doctoral al mal de Maupassant, la fragilidad nerviosa de la madre habría podido favorecer la enfermedad adquirida del escritor[24], como ella habría desempeñado un papel en la decadencia de Hervé, el hermano menor y único de Guy, muerto loco en 1889.
          Se sabe poco sobre la enfermedad de Hervé, indolente suboficial de caballería reconvertido en horticultor, marido y padre de una niña. Oficialmente sería una insolación lo que provocaría un primer acceso de locura en el verano de 1887. Su madre le envía entonces a París, toma consejo de Guy quién se dirige enseguida al doctor Blanche, como nos muestra esta nota enviada a su padre: 

Cuando recibas esta carta, puedes tomar un coche y esperar en Ville-Evrard. Mostrarás al Director de la Residencia de salud esta carta del doctor Blanche, diciendole que espero llevarle a mi hermano el miércoles por la mañana. El doctor Blanche me ha dicho que los precios rondaban los 250 francos por mes para la segunda clase. Pregunta si esta información es correcta, y di al director que me veo obligado a conformarme con la segunda clase, mi hermano, su mujer y su hija se encuentran completamente a mi cargo. […] He llevado ayer a Hervé a un manicomio de Montpellier lleno de locos sórdidos y horribles. Iré a recogerlo mañana… La cabeza de Hervé se extravía completamente con respecto a cualquier cuestión. Ayer, se puso a serrar madera en mitad de la cena; y no se detuvo hasta que quedó rendido de fatiga – mi madre lo ignoró.[25]

Después de Montpellier y Ville-Evrard, Hervé será admitido en el hospital psiquiatrico de Lyon-Bron, en unas condiciones rocambolescas. Guy habría almorzado de entrada con su hermano, luego habría pretextado querer ir a visitar una propiedad en la región para comprar. El huésped – un médico – les habría acogido y habría invitado a Hervé a admirar la vista: « Aproxímese a la ventana. Mire que horizonte tan hermoso tendrá, le dijo. Hervé se acerca sin desconfianza, mientras el médico hace señas a Guy para que retroceda hacia la salida. Y cuando el enfermo se vuelve y quiere seguirle, dos atléticos enfermeros hacen irrupción. Pero no pueden impedirle pasar el brazo hacia el umbral de la puerta y gritar: -¡Ah! ¡Guy…Miserable! ¡Tu me encierras! ¡Eres tu el que está loco, me entiendes!¡Eres tu el loco de la familia[26].» Hervé moriría tres meses más tarde de parálisis general debido a la sífilis. Sus últimas palabras serían para su hermano: «¡Mi Guy!¡Mi Guy!» habría murmurado antes de apagarse.
          Para Laure de Maupassant, no era cuestión de admitir el menor signo de locura en su familia, ni incluso de considerar un mal hereditario. Respecto de Guy, se ocupará de atajar cualquier rumor afirmando: « Su padre, tiene reumatismo de las articulaciones. […] Yo, soy una enferma cardiaca. […] Su hermano, del que se dice que falleció loco, murió de una insolación[27]» Si no se le puede probar la transmisión de un mal congénito – Guy y Hervé han atrapado la sífilis -, a lo más se puede suponer en Laure y en sus hijos un terreno nervioso favorable al desarrollo de ciertas afecciones, una sensibilidad incrementada y una complexión predisponiendo los pacientes a vivos sufrimientos.

 Según Georges Normandy, autor de La fin de Guy de Maupassant (1927), los primeros meses de internamiento del escritor en la clínica Blanche habrían visto aflorar los delirios más variados. Maupassant dice haber visto unos insectos « que arrojan morfina a grandes distancias »[28], afirma que los muertos  hablan y que su casa es la más hermosa de todo París. Se asusta de lo que se quiere hacerle probar: « El vino blanco es de barniz; el Saint-Julien es de agua salada. Entonces ¿qué beber? » Durante el día pasa la mayor parte del tiempo contra el muro escuchando las respuestas que parecen hacerle.
          El dinero y la religión cristalizan la mayoría de sus angustias. Justifica a su hermano por colocar su fortuna en Panamá, asegura que su pensión en Passy está pagada por los Rothschild, sostiene que se le ha robado el dinero destinado a su viaje al cielo y reclama un sacerdote para confesarse: « Si no me confieso, dice, iré al infierno. François ha escrito a Dios una carta para acusarme de haber enculado a una gallina, una cabra, etc.[29]». El delirio del enfermo se duplica con la imaginación fantástica del escritor y su obsesión por la muerte. Recuérdese por ejemplo su relato L’Endormeuse, donde el narrador soñaba con un establecimiento que acogería los candidatos al suicidio y los instalaría en unos divanes, en el corazón de una magnífica galería fumigándolos con un gas perfumado y mortal. En Passy, Maupassant se preocupa siempre de los muertos y declara « haber escrito al Papa Léon XIII para aconsejarle la construcción de tumbas lujosas donde el agua alternativamente fría y caliente lavaría y conservaría los cuerpos. Una pequeña ventana instalada en lo alto de los mausoleos permitiría conversar con los difuntos[30]».
          La obra está siempre presente en el espíritu del novelista. Algunas semanas antes de entrar en la clínica, escribía a uno de sus médicos: « Con el cerebro usado y vivo aún, no puedo escribir. Ya no veo más. Es el desastre de mi vida…[31]» Había debido abandonar su novela l’Angelus, cuyas últimas páginas se terminaban con una meditación imprecatoria contra Dios de una extraña violencia[32]. La revuelta espiritual de Maupassant iba a perseguirle al hospital de Lamballe. Allí acusa al diablo de haberle robado su manuscrito, llama a Dios « estúpido anciano », indica a unos bomberos imaginarios « las bombas que están bajo el monasterio y bajo la ciudadela », cree tomar el tren para el purgatorio y declara en febrero: « Todos los católicos tienen unos estómagos artificiales[33]» Es en esta época cuando dice poseer « 1200 huevos guardados en la bodega del Doctor Meuriot », presentando una anorexia casi total. El 11 de febrero, se niega a comer categóricamente. Pero cuando Meuriot llega, come no sin increparle: «- ¡Tu eres un infame muñeco[34]! » El 18, los médicos se ven obligados a alimentarle mediante una sonda esofágica.
          Cada semana, el caso de Maupassant se agrava. Su delirio de persecución llega incluso a tocar a François al que acusa de complicidad con los editores para expoliarle: « Pero afortunadamente, se tranquiliza, la policía está al tanto. Ella se alía con los autores contra los editores[35].» En el mes de marzo, habla de viajes en globo, de locomotoras, de New York donde habría nacido el primer Maupassant. El Doctor Meuriot anota en el registro: « alucinaciones continuas, se niega a orinar, diciendo que su orina está hecha de diamantes[36]». Cree también tener « una bola de cólera en el vientre » y espera ser operado a fin de retirarle esa enorme bola de metal instalada en sus entrañas. Su estado mental ruinoso se acompaña de un comportamiento cada vez más violento. Durante un acceso de ira, habría lanzado una bola de billar a la cabeza de otro enfermo. En su verborrea inagotable, lanza invectivas a todo el mundo comenzando por el doctor Blanche: «El Director pederasta de la casa me ha destruido el cerebro con su sonda urinaria[37]
         En el mes de abril se produciría un momento crucial en la evolución de la enfermedad. Una noche, Maupassant, acusando a François de haberle sustituido « y de haber hablado mal de él en el cielo », le despide con una frase: « Le ruego que se retire, no quiero verlo más. » El asistente, que informará de la escena al Doctor Blanche, refiere: « Al respecto, los rasgos del médico se contraen,  volviéndose duros; el ceño fruncido, pronuncia: - ¡Tanto peor! Es lo que me temía. Descendió muy rápido la escalera, y me parece que estaría mejor en la rampa de madera sobre la que se apoyaba siempre[38] .» Las informaciones proporcionadas por el registro, remiten a veces a un dossier medico hoy desaparecido, volviéndose sumarias: «Abril: excitación por momentos, palabra trabada, alucinaciones. Mayo: el mismo estado, está ido, alucinado. Junio: las mismas alucinaciones, habla solo, a veces violento[39]
          En algunos meses, la parálisis general ha hecho inmensos progresos. Laure de Maupassant, que no irá nunca a visitar a su hijo, recibe noticias por el Doctor Blanche. ¿Ella duda de la sinceridad del médico, incluso de su competencia? Cinco meses después de la entrada de Guy en la casa de salud,  solicita la opinión de otro médico: Jean Martin Charcot. Este dejará su informe, sobre un papel con el membrete de la clinica Blanche: « A instancias de su madre, acabo de examinar al señor Guy de Maupassant. El estado físico no deja nada que desear. Por desgracia no esta igual en lo relativo a su estado mental. El delirio es incesante, acosado por alucinaciones de todo tipo. Resulta una absoluta necesidad, en el momento presente, mantener al enfermo en las condiciones de instalación y tratamiento en las que se encuentra. No sería cuestión, sin peligro, de hacerle vivir, actualmente, en otra parte que no fuese una residencia de salud especial. No veo en este momento nada que cambiar o añadir al tratamiento seguido[40]
          Esta última frase recomendando precaución por parte de un muy grande nombre de la medicina, titular de la cátedra de las enfermedades nerviosas, merece ser tomado en consideración, toda vez que Blanche y Charcot no se apreciaban demasiado. El primero era un alienista médico de familia, el segundo un neurólogo muy experimentado. El caso de Guy de Maupassant, en 1892, sobrepasa en realidad la competencia del uno y del otro y del saber de la época: la medicina no podía hacer nada más por él que proporcionarle un final de su vida decente. Es a esto a lo que el Doctor Blanche está dedicado.
          Émile no está solo en esta misión. El doctor Meuriot ve todos los días al enfermo. Su asistente, el Doctor Franklin Grout, gran aficionado a la música, «delgado y huesudo, muy zalamero», una mirada « muy dulce »[41], está también particularmente atento al caso de Maupassant. El joven médico, testigo capital de los últimos meses del escritor, corteja en esa época con asiduidad a la sobrina de Flaubert, Carolina Commanville, con la que se casará algunos años más tarde, en 1990. Es a ella a quién confía en marzo que Maupassant pasa su tiempo hablando con la pared que tiene enfrente a él.
          Celadores y enfermeros se señalan también por su devoción, como Léon Bispalié, a quién Maupassant habría dicho luego de haber plantado una rama en la tierra: «Plantemos esto aquí; encontraremos el año que viene pequeños Maupassant[42].» Baron « celador amable, bondadoso y perfecto en su oficio, había conquistado las simpatías del enfermo[43]». Es a él al que Maupassant en ocasiones pedía: « Para estar más seguro de mi sensatez, póngame la chaqueta, y me acuesto[44]. » « Durante mi larga carrera en esa casa, reconocerá Baron, no he visto nunca un enfermo semejante. Estando o no alucinado, siempre razonará. Si una loca idea le pasa por la cabeza, se le pide rechazarla, el conviene que se tiene razón y hace esfuerzos por conseguirlo[45] .» El doctor Franklin Grout había sido también testigo de esos brotes de lucidez y de resignación en el escritor, que había advertido un día Albert Cahen d’Anvers viniendo a hacerle una visita: « Vayase amigo mío, dentro de un instante ya no seré yo mismo[46]
          El verano de 1892 se desarrolla sin la menor evolución: «Julio: estado estacionario. Agosto: alucinado, momentos de agitación frecuentes, de corta duración », señala el registro. El Doctor Blanche, que se toma algunas libertades con el secreto profesional, confía su pesimismo en torno a él, como lo refiere Edmond de Goncourt con fecha 17 de agosto de 1892 en su Journal:

 En el ferrocarril para Saint-Gratien, en el momento en el que los periódicos anuncian una mejoría del estado de Maupassant, Yriarte[47] me hace partícipe de una charla que acaba de tener con el doctor Blanche. Maupassant dialogaría toda la jornada con personajes imaginarios, y únicamente banqueros, corredores de Bolsa,  hombres ricos, y se oiría de repente salir de su boca: - Tú, ¿acaso te burlas de mí? ¿Y los doce millones que debías traerme hoy? El Doctor Blanche añade: - No me reconocía: me llama Doctor, pero para él yo soy el doctor no importa quién, ¡ya no soy más el doctor Blanche! Y hacía un triste retrato de su aspecto, diciendo que en el presente, tiene la fisonomía de un auténtico loco, con la mirada perdida y la boca sin flexibilidad[48].

 Excepto los más allegados, no hay muchos más que se interesen todavía por la suerte del escritor. Tres días más tarde, L’Illustration publicaba: « se habla ya de Maupassant como de un ancestro.» El público, cautivado por el escándalo de Panamá y los atentados del anarquista Ravachol, ha olvidado al novelista.
          El otoño transcurre dulcemente. Las nieblas de octubre cubren las orillas del Sena y los pacientes, cuya principal distracción es el paseo, se recogen en el interior. « El señor de Maupassant pasa su tiempo en el salón y juega al billar[49].» Se llega a finales de año sin sorpresas: «7 de noviembre: come dificultosamente. 8 de noviembre: quiere desnudarse siempre, alucinaciones. 9 de noviembre: idéntico estado. En diciembre no hay cambios, alucinado, sigue dificultando la ingestión de comida[50]». Hasta esta simple mención indicando que Maupassant ha llegado al estadio final y declarado de la enfermedad: « Enero de 1893. Parálisis general. » Edmond de Goncourt lo confirma indirectamente en su Journal el 30 de enero con esta terrible frase: « El doctor Blanche, que ha hecho esta noche una visita a la Princesa, acaba de charlar con nosotros, en un rincón, de Maupassant y nos ha dejado entender que está a punto de animalizarse[51]
          En esta época, Edmond de Goncourt se encuentra regularmente con el doctor Blanche quién, hecho bastante raro para ser subrayado, es uno de los extraños personajes del Journal en salir indemne de toda crítica. Ni Jacques, ni Félicie, « la insoportable mujer del hombre a quién todo el mundo quiere[52].», no tuvieron ese priviliegio. Cuando Edmond no ve al alienista, tiene noticias por Pauline Zeller que va a visitar a su hermano Berthold Zeller[53], historiador y maestro de conferencias en la Sorbona internado al mismo tiempo que Maupassant en el hospital de Lamballe. Es a ella a quién el doctor Blanche habría confiado: « No voy a ver al señor de Goncourt, porque, si se ve mi coche en su puerta, ¡piense usted en todas las suposiciones que se harían[54]!» Estos escrúpulos, que honran al médico, no los tiene siempre con todos los pacientes internados: Émile, manifiestamente, resiste mal su deber de reserva ante la curiosidad de un público mundano, ávido de conocer la degradación de un hombre célebre y su hundimiento en la locura. Que se trate de Halévy o de Maupassant, el Doctor Blanche, leyendo el Journal de los Goncourt, habría hecho algunos quiebros a la deontología…

 En el mes de marzo, mientras que se le descubre en la Comédie-Française gracias a Dumas hijo La Paix du menaje,  la última pieza de Maupassant, unas convulsiones epilépticas atacan sus músculos faciales, los brazos y las piernas, sobre todo al lado izquierdo. La crisis, que duró desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde, se reproducirá a partir de ahora cada mes. Como único remedio, se le administraron inyecciones de ergotina Yvon, resina obtenida del centeno utilizado como calmante.
          En mayo, Maupassant no se tiene en pie. No reconoce a la mayoría de los amigos raramente autorizados a visitarle. Algunos, como el compositor y pintor Albert Cahen d’Anvers, el editor Ollendorff o Henri Fourquier, cronista en el Fígaro, iban a visitarle regularmente. Otros, como el conde Joseph Primoli, sobrino de la princesa Matilde, han renunciado a visitarlo en Passy. El Doctor Blanche, que le advertía regularmente del estado de salud del escritor, se lo había desaconsejado. Primoli argumentaba: « ¡Si no me reconoce […] que tristeza para mi; si me reconoce, qué humillación para él[55]!» Otra razón habría retenido al conde: Blanche había asistido en 1884, sin resultado, a su madre, la princesa Charlotte Bonaparte, sobrina de Napoleón. La locura le habría inspirado desde esa época un horror secreto[56].
          Por orden de Laure de Maupassant, ninguna mujer había sido autorizada a penetrar en el recinto del hospital de Lamballe. Maupassant temía más que otra cosa sucumbir a la locura y había hecho prometer a una mujer que le proporcionase veneno si llegaba a internarse en una casa de salud. Poco tiempo antes de su internamiento, había confiado al Doctor Fermy: « Entre la locura y la muerte, no hay que dudar, mi elección está hecha. » Habiendo fracasado su intento de suicidio, su madre tenía todas los motivos para temer que esta misteriosa mujer respetase su promesa. Una excepción sin embargo, se lo permitía a Hermine Lecomte de Noüy, amiga muy querida y confidente del escritor. El 4 de mayo de 1893, autorizada a verle detrás de un cristal, dejará este relato de su visita: « Estaba sentado en el patio del manicomio, bajo el cielo azul, pero qué pálido, envejecido, debilitado; ¡una sombra! Yo distinguía sus rasgos marchitos, sus ojos enrojecidos y apagados, los músculos flácidos de sus mandíbulas, le producían una especie de mofletes. Sus hombros estaban encorvados, y, con su mano flaca y pálida, se acariciaba inconscientemente el mentón[57]
          Maupassant no era más que el fantasma de sí mismo. El Doctor Blanche, por tanto, se dedicaba a relativizar la situación y a tranquilizar constantemente a los allegados. Dos cartas recientemente descubiertas aclaran la situación del enfermo y dan una justa idea de la afectuosa discreción del médico cuando se dirigía a la familia de sus pacientes: « Su querido hijo ha pasado una buena semana, escribe a Laure el 2 de junio de 1893; está tranquilo y de buen humor. Charla animadamente, y guarda numerosos recuerdos en los que se recrea. Encuentra entonces toda su lucidez. Tiene mucho apetito en este momento, y solicita las comidas. Pide incluso algunos manjares que le gustan. Así ayer, dijo que desearía que se le sirviese puré de lentejas, y lo tendrá hoy aunque no sea la estación. / Solo sus piernas están débiles, pero no sufre[58].» Obviamente esto está muy lejos de la caricatura del loco alucinado. Tres semanas más tarde, Blanche se aplica a emplear el mismo tono optimista: « Se sostiene mejor. Su querido hijo está tranquilo; tiene el rostro habitualmente sonriente; no sufre en absoluto; escucha lo que se le dice y responde, sin parecer demasiado molesto al interrumpir sus propios pensamientos a los que vuelve además con agrado; pasa las noches más tranquilo, duerme mejor; come con muy buen apetito y ve llegar su comida con placer. Cada día da unos paseos por el gran corredor[59]
          El 28 de junio, una nueva crisis lo azota a las diez de la noche. La violencia de las convulsiones es tal que cae un un coma que dura hasta el 2 de julio. Las inyecciones de ergotina no son efectivas, sin contar con que Maupassant habría sufrido esos días de « priapismos»[60]. El 6 de julio de 1893, el Doctor Blanche toma la pluma para escribir en el registro: « Persisten las convulsiones. Fallecido a las doce menos cuarto de la mañana después de unas convulsiones en el curso de una parálisis general[61]. » Guy de Maupassant « se apagó como una lámpara a la que le falta el aceite », murmurando estas últimas palabras: «¡Las tinieblas, oh! Las tinieblas ». Habría cumplido cuarenta y tres años el mes siguiente.
          Las exequias de Maupassant, inhumado en el cementerio Montparnasse después de una misa en Saint-Pierre de Cahillot, tuvieron lugar el 8 de julio. Zola, Ollendorff, Jacob, su abogado, y Louis Fanton d’Andon, hermano de la viuda de Hervé sujetan las cuerdas de la polea. Su madre, en Nice, se hace representar por Marie May, su dama de compañía.
          Laure de Maupassant habrá sido la gran ausente de esos dieciocho meses de agonía. Aunque toma las decisiones importantes (es ella quien prohíbe o autoriza las visitas, pide consulta a Charcot, se escribe con Blanche), está lejos, distante, inaccesible a su hijo, en una palabra, intocable. Muy pronto separada de su marido, había sido la educadora y la confidente de Guy y debía permanecer como su interlocutora privilegiada. Es ella quién le orienta hacia Flaubert y le alienta a escribir, sin perder jamás el pertinente sentido crítico. Maupassant que, siendo niño, había tomado partido contra un padre voluble e inconsecuente, le prodigaba un afecto sincero mezclado con una secreta admiración. Él tenía también la frialdad de la que ella era capaz, si se creen las profecías contenidas en Madame Hermet, historia de una mujer que se niega, a pesar de las recomendaciones de los médicos, a ver a su hijo morir de sífilis. A la muerte del niño, Madame Hermet se vuelve loca. Se la debe encerrar. Este no será el caso de Laure, fallecida en su domicilio en 1904, a los ochenta y tres años.
          Desaparecido Maupassant, el Doctor Blanche es acribillado a peticiones. Se quiere ver la habitación del enfermo en el hotel de Lamballe – la nº 15, afirma el periodista Alberto Lumbroso, decorada con vistas de Florencia -, donde, los últimos tiempos, se habría visto al escritor en el suelo, caminando a cuatro patas, lamiendo los muros. Se pelean por recuperar su pluma – según algunas fuentes, el doctor Franklin Grout la habría enviado a un coleccionista americano, Meuriot confiado a una admiradora anónima: en ambos casos, el fetiche se perdería. Se busca un último autógrafo, se suplica a los médicos que narren alguna última confidencia sobre el fin del escritor.
          Muy rápido, los aficionados a las descripciones médico-psicológicas y los estudiantes de medicina iban a ocuparse de este sujeto « ideal », que había experimentado la locura antes de padecerla y de morir. Por la droga, aliviando sus dolores o buscando placer en paraísos artificiales, por los fenómenos de introspección (alucinación por la que se ve a si mismo), Maupassant había forzado las puertas de un mundo desconocido, en los confines del sueño y del delirio. « Una vez de dos, entrando en mi casa, confesaba a Paul Bourget, veo a mi doble. Abro mi puerta y me veo sentado sobre mi sillón. Se que es una alucinación en el mismo instante que la tengo.¿Es curioso? Y, si no tuviese dos dedos de frente, ¡tendría miedo[62]!» El doble, el otro en sí, o fuera de sí: estos temas son recurrentes en toda la vida y obra de Maupassant, cuya singularidad es ser a la vez victima de quiméricas apariciones y de provocarlas en una exploración continua de los trastornos de la percepción y de la identidad. « ¿Sabe usted que fijando durante tiempo mis ojos sobre mi propia imagen reflejada en un espejo, decía él aún, creo a veces perder la noción de mi mismo? En esos momentos todo se nubla en mi espíritu y encuentro extraño ver esa cabeza que no reconozco. Entonces me parece curioso ser lo que soy, es decir alguien. Y siento que si este estado durase un minuto más, me volvería completamente loco. Mi cerebro se vaciaría poco a poco de pensamientos[63].» Es a esta debacle a la que lo conducirá finalmente la sífilis, germen negro de su literatura y ruina de su vida de hombre.

 © Editions Jean-Claude Lattès, 2001

 NOTAS


[1] Relato de Maurice d’Ocagne, citado por Amédée  Augustyn-Thierry en  La Princesse Matilde, Notre Dame des Arts, Paris, Albin Michel, 1950. pag. 300
[2]
Guy de Maupassant, Correspóndanse, tomo III, edición establecida por Jacques Suflé, Ginebra, 1973.
[3]
François Tassart, Souvenirs sur Guy de Maupassant, Plon, 1911. pag 296.
[4]
François Tassart, Souvenirs sur Guy de Maupassant, Plon, 1911. pag 296.
[5]
Ibid. pag 298
[6]
«Querido Señor, / Estando el pobre Guy delirando constantemente, nos hemos visto obligados a ponerle la camisa de fuerza. Un guardián ha llegado de París.  Pertenece a la Residencia del Dr. Blanche. Es necesario que vaya con ese guardían para París a esa residencia. Le ruego que escriba en papel oficial una petición de internamiento conforme al escrito que se adjunta, y firmarlo. Nosotros redactaremos el certificado médico, el doctor de Valcourt y yo.» Carta citada por Jacques Bienvenu en Maupassant inédit, iconographie et documents,  Edisud, 1993, pag. 91
[7]
Gustave Flaubert-Guy de Maupassant, Correspóndance, Flammarion, 1993, pag. 142. Carta del 15 de agosto de 1878
[8]
Citado en Maupassant, Oeuvres, tomo I, Robert Laffont, «Libros», 1991, pag. 6
[9]
Sobre la etiología de la parálisis general, ver la Nouvelle Histoire de la Psychiatrie, bajo la dirección de Jacques Postel y Claude Quétel, pag. 203-214
[10]
Inédito. R.M.B. IX, folio 75
[11]
Citado por Alain-Claude Gicquel, Maupassant tel un meteore. Le Castor Astral. 1993, p. 242
[12]
Ibid., pag 243
[13]
Citado en las Oeuvres de Maupassant, op. cit. pag. 153
[14]
Cuando el padre del psicoanálisis acude a la Salpêltrière, Maupassant ya ha denunciado, con perspicacia, el empleo abusivo de la palabra histeria: « Todos los grandes hombres lo fueron. Napoleón I (no el otro) , Marat, Robespierre, Danton, lo fueron. Se oye muchas veces decir de la señora Sarah Bernardt: “Es una histérica”. Los médicos nos enseñan también que el talento es una especie de histeria, y que proviene de una lesión cerebral. El genio por consiguiente debe provenir de dos lesiones vecinas, es la histeria duplicada. La Comuna no fue otra cosa que una crisis de histeria en París. Estamos bien informados. Como señala Elisabeth Roudinesco, burlándose: «de los médicos adeptos de la herencia degenerativa» y describiendo «la histeria como una enfermedad falsamente hereditaria y “metafóricamente” contagiosa», Maupassant era un anticipado: « En efecto, si todo el mundo está histérico, de Napoleón a la ciudad de París, entonces la histeria no es una “enfermedad” en el sentido clásico, sino una neurosis pudiendo esperar no importa qué. Maupassant anticipa de este modo, contra los alienistas, las teorías de Fredu. » Elisabeth Roudinesco, Histoire de la psychanalyse en France, I, 1885-1939. Fayard 1998, páginas 76-77.
[15]
Maupassant, Oeuvres, op. cit.  I pag. 992-993
[16]
Citado por Armand Lanoux en Maupassant, le Bel-Ami, Fayard 1967, p. 402
[17]
Émile Blanche. (Nota del T.)
[18]
François Tassart, op. cit. pag. 301
[19]
Inédito. R.M.B., IX, f 75-76
[20]
El 14 de febrero de 1887, Maupassant había firmado con François Coppée, Alexandre Dumas hijo, Charles Garnier, Charles Gounod, Leconte de Lisle, Sully Prudhomme, entre otros, « la protesta de los artistas », en Le Temps, contra la presencia de la torre Eiffel, acabada en 1889. Maupassant decía incluso que la torre Eiffel era el mejor sitio para almorzar en París pues era el único lugar desde donde no se veía...
[21]
Flaubert, Correspóndance, IV, edición presentada, corregida y anotada por Jean Bruneau, Gallimard, «Biblioteca de la Pléyade», 1997. Carta fechada el 23 de febrero de 1873
[22]
Ibid. Carta a la princesa Matilde, fechada el 30 de octubre de 1878.
[23]
Ver Maupassant, Oeuvres, op. cit. I pag. 65
[24]
Entre los  numerosos estudios al respecto, destacamos: Dr. Maurice Pillet, Le Mal de Maupassant, Maloine, 1911. Jean Maurienne (seudónimo del doctor René Fodéré), Maupassant est-il mort fou?, Librería Gund, 1947. Joseph Gabel, Génie et folie chez Maupassant, tesis para el doctorado de medicina, 1940. Paul Voivenel y Louis Lagriffe, Sous le signe de la P.G., La folie de Guy de Maupassant, La Renaissance du Livre, 1934.

[25]
Citado por Alain-Claude Gácquel, op. cit.. Maupassant se cruzaba a veces con el doctor Blanche en la residencia de la princesa Mathilde. Conocía también a su hijo Jacques por formar parte como él, del club de los Macabeos, círculo de admiradores de la condesa Potocka, atractiva y célebre mujer de mundo. Jacques, por otra parte, le había sido presentado para ilustrar un relato de Maupassant, pero este último se había negado, declarando: « es tan impropio de mi como pueda imaginarse. » Inédito. B.I.F., MS 7037. Carta de 7 de agosto de 1891.
[26]
Relato de Maurice de Waleffe, citado por Georges Normandy, La Fin de Guy de Maupassant, 1927, pag. 105-106
[27]
Citado en Maupassant, Oeuvres, op. cit., I, p. 6
[28]
Georges Normandy, op. cit., p. 171. El autor, que ha escrito el libro más completo sobre los últimos meses de la vida de Maupassant, había consultado unas « notas » tomadas por el doctor Blanche y el doctor Meuriot, en casa del conde Primoli, pero no parecía haber tenido conocimiento de los registros.
[29]
Ibid. pag. 209
[30]
Ibid. pag. 194
[31]
Guy de Maupassant. Correspondance, tomo III, edición establecida por Jacques Suffel, Genève, 1973.
[32]
Nos remitimos especialmente a este pasaje: «Eterno asesino que parece no disfrutar más que con crear para
soborear insaciablemente su osbstinada pasión por matar de nuevo, de recomenzar sus exterminios a medida que crea a los seres. Eterno creador de cadáveres y proveedor de cementerios, que se divierte en sembrar la simiente y a esparcir gérmenes de vida para satisfacer sin cesar su necesidad insaciable de destrucción. Asesino hambriento de muerte, emboscado en el Espacio para crear seres y destruirlos, mutilarlos, imponerles todos los sufrimientos, golpeándolos con todas las enfermedades, como un infatigable destructor que continúa sin cesar su horrible trabajo.»

[33]
]Georges Normandy, op. cit,, pag 212
[34
Ibid. pag. 215
[35]
Ibid. pag. 217-218
[36]
Inédito. R.M.B, IX, f. 76
[37]
Georges Normandy, op. cit. pag. 220
[38]
François Tassart, op. cit., pag. 301-302
[39]
Inédito. R.M.B, IX, f. 76
[40]
Carta fechada el 30 de junio de 1892, citada por Jacques Bienvenu, op. cit., pag. 96-98
[41]
Albert Lumbroso, Souvenirs sur Maupassant, Sa dernière maladie, Sa mort. Roma, Bocca hermanos editores, 1905, pag. 84
[42]
Ibid. pag. 96
[43]
François Tassart, op. cit., pag. 303
[44]
Citado por Pierre Borel y Léon Fontaine, alias «Petit Bleu». Le Destin tragique de Guy de Maupassant, ediciones de France, 1927
[45]
Ibid
[46]
Ibid
[47]
Charles Yriarte, redactor jefe del Monde illustré, crítico de arte y escritor.
[48]
Goncourt, Journal, III, op. cit., p. 744, en el miércole, 17 de agosto de 1892.
[49]
François Tassart, op. cit., pag. 303
[50]
Inédito. R.M.B, IX, f. 76
[51]
Goncourt, Journal, III, op. cit., p. 791, en el 30 de enero de 1893.
[52]
Ibid., p. 648, en la fecha del 18 de diciembre de 1891.
[53]
Berthold Zeller, nacido en 1848, es ingresado el 5 de septiembre de 1892 en el hospital de Lamballe por « depresión propensa al suicidio», luego de una violenta crisis - él creía que se había ordenado a un peluquero para cortarle la garganta y acusarle luego de que se había suicidado. Según el certificado de su médico, el paciente habría perdido veinte kilos en tres meses y sería víctima de un «hundimiento intelectual». Se le aplica la sonda. Su delirio de persecución no cesará. Saldrá no curado el 6 de dicimebre de 1892 para ser transferido a Vanves el 9. Saldrá de este último asilo, sin mejoría, el 6 de julio de 1894. Inédito. R.M.B., IX
[54]
Goncourt, Journal, III, op. cit., p. 804, en el 16 de marzo de 1893.
[55]
Joseph Napoleon Primoli, Pages inédites, seleccionadas, presentadas y anotadas por Marcello Spaziani, Roma. Ediciones de historia y literatura, 1959, pag. 66
[56]
Ver Joanna Richardson, Portrait of a Bonaparte: the life and times of Joseph Napoléon Primoli, Londres, Quartet Book, 1987 y Antonello Pietromarchi, Un Romain chez les Bonaparte, Le comte Joseph Napoléon Primoli, 1815-1927, Fundación Napoléon, 1994. Después de la muerte de su marido y de su segundo hijo, Charlotte habría estado sumida, durante unos años, en una especie de catatonismo. Joseph llevaría a su madre a la residencia del doctor Blanche para atenderla, entre el 10 de junio y el 29 de noviembre de 1884, aunque la paciente no figura en los registros de la clínica.
[57]
Citado en Maupassant, Contes et nouvelles, II, edición establecida por Louis Forestier, Gallimard, «Bibliothèque de la Pléiade », pag. XXVII.
[58]
Jacques Bienvenu, op. cit., pag. 100
[59]
Ibid. Carta de fecha 25 de junio de 1893.
[60]
Inédito. R.M.B., IX, f 76
[61]
Ibid. El acta de defunción, levantada al día siguiente, indicará que Maupassant murió a las nueve de la mañana.
[62]
Según palabras del asistente doméstico Joseph Giraud, recogidas por Albert Lumbroso, op.cit. pag. 96
[63]
Citado por Albert-Marie Schmidt, Maupassant, « Écrivains de toujours », 1962, pag. 136.