PALABRAS DE AMOR


     Domingo, “Mi hermoso gallo querido: Tú no me escribes, yo no te veo y tú no vienes nunca. ¿Has dejado de quererme, acaso? ¿Por qué? ¿Qué te he hecho? ¡Dímelo, te lo suplico, mi querido amor! ¡Yo te quiero tanto, tanto y tanto! Quisiera tenerte siempre junto a mí y besarte todo el día dándote, ¡oh corazón mío, mi gato querido!, todos los nombres que se me ocurriesen. ¡Te adoro, te adoro, te adoro, oh hermoso gallo mío!. Tu pichona, Sophie.”
     “Lunes.
     “Querida mía: Tú no comprenderás absolutamente nada de lo que voy a decirte. Pero no importa. Si mi carta cae, por azar, en las manos de cualquier otra mujer, acaso le sea provechoso.
     “Si hubieses sido sorda y muda, te habría querido, sin duda, mucho, mucho tiempo. La desgracia proviene de lo que hablas; he ahí todo. Un poeta ha dicho:

     Tú no has sido otra cosa, en bien escasos días,
     que un trivial violín bajo el arco de mi amor;
     y cual viento que en el bosque toca bajos de guitarra,
     yo he cantado mi ensueño a tu vacuo corazón

     “En amor, como ves, se hace siempre cantar a los sueños; pero para que los sueños canten, es preciso no interrumpirlos. Pues bien, cuando se habla entre dos besos, se interrumpe siempre el ensueño que une a las almas, a menos de decir palabras sublimes; y las palabras sublimes no nacen en las cabecitas de las muchachas encantadoras.
     “No comprendes nada, ¿verdad? Mucho mejor. Continúo. Tú eres seguramente una de las más deliciosas, una de las más adorables mujeres que haya conocido jamás.
     “¡Acaso hay sobre la tierra unos ojos que contengan más sueños que los tuyos, más promesas desconocidas, más infinito amor? No lo creo. Y cuando tu boca sonríe con sus labios rechonchos luciendo tus maravillosos dientes, parece que va a salir de esa boca encantadora una música inefable, algo inverosímilmente delicado, tan dulce, que va a hacer sollozar.
     “Pero entonces tú me dices tranquilamente: “Mi conejo adorado.” Y me parece de repente que entro en tu cabeza, que voy a hacer funcionar a tu alma, a tu almita de mujercita encantadora y bonita per..., y eso me disgusta, ¿sabes?, me disgusta mucho. Preferiría no verte.
     “Continúas sin comprender nada en absoluto, ¿verdad? Contaba con ello.
     “¿Te acuerdas de la primera vez que viniste a mi casa? Entraste de improviso con un olor a violetas oculto en tus vestidos; nos contemplamos mucho tiempo sin decir una palabra, después nos besamos como locos, después..., después, basta el día siguiente, no hablamos nada.
     “Pero cuando nos separamos, nos temblaban las manos y los ojos se decían cosas, unas cosas..., que no se pueden expresar en ninguna lengua. Al menos, así lo creo yo. Y muy bajito, al dejarme, murmuraste: “¡Hasta pronto!” Eso es todo lo que dijiste; y no te imaginarás nunca qué lleno de ensueños me dejabas, todo lo que entreveía, todo lo que creía adivinar en tu pensamiento.
     “¿Ves, niñita mía? Para los hombres que no viven sólo su lado animal, para los hombres un poco refinados, un poco superiores, el amor es un instrumento tan complicado que la cosa más insignificante lo echa a perder. Vosotras, las mujeres, no os dais cuenta jamás de lo ridículo de ciertas cosas cuando amáis, y de lo grotesco de algunas expresiones que se os escapan.
     “¿Por qué una palabra cabal en la boca de una mujercita morena, es soberanamente falsa y cómica en la de una mujer alta y rubia? ¿Por qué el gesto zalamero de una está fuera de lugar en la otra? ¿ Por qué ciertas caricias encantadoras de aquélla son desagradables en ésta? ¿Por qué? Porque hay en todo, pero más especialmente en el amor, una perfecta armonía, una concordancia absoluta del gesto, de la voz, de la palabra, y de la expresión de la ternura con la persona que actúa, habla y se expresa; con su edad, con el grosor de su cintura, el color de sus cabellos y la fisonomía de su belleza.
     “Una mujer de treinta y cinco años, en la edad de las grandes pasiones, que conservase simplemente una insignificancia de la afectación cariñosa del amor de sus veinte años, que no comprendiese que debe expresarse de otra manera, besar de otra forma, que debe ser una Didon y no ya una Juliette, inspiraría hastío infaliblemente a nueve de cada diez amantes, aunque no se diese cuenta de las razones de su alejamiento.
     ¿Comprendes? ¡ No! (Ya lo esperaba.)
     “El día en que abriste el grifo de tus ternuras, te acabaste para mí, amiga mía.
     “Algunas veces nos besábamos durante cinco minutos, en un solo beso interminable, pasional, en uno de esos besos que hacen cerrar los ojos, como si pudiera escaparse por la mirada, como para conservarlos más enteros en el alma entenebrecida que ellos desgarran. Después, cuando separábamos los labios, me decías riendo, con una risa clara: “¡Qué bueno es, perrito mío! Entonces te hubiese pegado.
     “Pues me has dado sucesivamente todos los nombres de animales y legumbres que has encontrado sin duda en la Cocinera burguesa, el Perfecto jardinero y los Elementos de historia natural para uso de las clases inferiores. Pero eso no es nada aún.
     “La caricia de amor es brutal, bestial, y más cuando se piensa así. Musset dijo:

     ““Recuerdo todavía esos espasmos terribles, los besos profundos y los músculos ardientes, Con todo el ser absorto y apretando los dientes. Si esos momentos no son divinos, son horribles.”
     “¡O quizá grotescos! ¡ Oh mi niña mala!, ¿qué genio burlón, qué espíritu perverso te podía, pues, inspirar tus palabras... al acabar de besarnos?
     “Las he coleccionado, pero, por amor a ti, no te las repetiré.
     “Y, además, tú carecías realmente de conversación, y siempre encontrabas medio de soltar un “¡Te quiero!” exaltado en ocasiones tan singulares, que tenía que reprimir unas ganas locas de echarme a reír. Hay momentos en que esa frase “¡Te quiero!” está tan fuera de lugar que, entérate bien, es inconcebible.
     “Pero tú no me comprendes.
     “Muchas mujeres tampoco me comprenderán y me juzgarán estúpido. Me importa poco, por lo demás. Los hambrientos comen como glotones, pero los espíritus delicados se hastían y tienen a menudo, por bien poca cosa, invencibles repugnancias. Ocurre en el amor como en la cama.
     “Lo que yo no comprendo es cómo algunas mujeres que conocen tan bien la irresistible seducción de las medias de seda finas y bordadas, y el encanto exquisito de los matices, y el embrujamiento de los preciosos encajes ocultos en la profundidad de las ropas íntimas, y el perturbador sabor del lujo secreto, de los bajos finísimos, de todas las sutiles delicadezas de las elegancias femeninas, no comprenden nunca el irresistible disgusto que nos inspiran las palabras fuera de propósito o neciamente tiernas.
     “Una palabra brutal, a veces, causa maravilla, excita la carne, hace brincar de gozo el corazón. Esas palabras están permitidas en las horas de combate. ¿No es sublime la de Cambronne? Nada de lo que se dice a tiempo molesta. Pero también hay que saber callar, y evitar en ciertos momentos las frases a lo Paul de Kock “Y te beso apasionadamente, con la condición de que no digas nada, René.”