LA FRANCIA DEL XIX A TRAVÉS DE LAS OBRAS DE GUY DE MAUPASSANT

José A. Gallegos Rosillo
Universidad de Málaga

          I. Introducción: ¿Por qué Guy de Maupassant?

      Se ha dicho que novelistas como Balzac son los mejores historiadores de su país y de su tiempo. Los novelistas de corte realista son los mejores retratistas de la vida cotidiana auténtica de un país. Son limitados, eso sí, porque no nos hablan de los reyes, de los tratados internacionales ni de otros muchos asuntos que conforman la vida de los países. Pero nos hablan de la gente real, de la gente del pueblo o de la ciudad: cómo viven, cómo aman, cómo hacen fortuna o se arruinan los pequeños industriales, cómo piensan los obreros, la gente del campo, los políticos. Y esa es sin duda alguna una buena manera de conocer la vida auténtica de un pueblo, de una sociedad.

      Por eso, creo que tienen razón los que consideran a Balzac el mejor historiador francés del siglo XIX. Por eso, si a uno le gusta conocer en profundidad el alma y la manera de vivir de las gentes de otras regiones, de otros países, es necesario leer a estos novelistas. Y el alma de un pueblo traspasa siglos y épocas. Por encima de los cambios históricos de un país, existe una continuidad que los hace ser ellos mismos, de la manera que el carácter de una persona permanece casi intacto a través de los años. Balzac reflejó magistralmente la sociedad francesa de la primera parte del siglo XIX. Para conocer un poco lo que fue la sociedad de la segunda mitad de ese mismo siglo es recomendable leer también, por ejemplo, a Guy de Maupassant. Nuestra charla sobre este novelista va a seguir un plan que se resume en los puntos siguientes:
      a) Algunos datos sobre la vida y la obra del escritor
      b) El caso de su fortuna literaria en Francia y en el extranjero
      c) La Francia de Guy de Maupassant
                - El marco histórico real
                - La sociedad francesa de la 2ª mitad del XIX
                        1. Los campesinos y la gente del pueblo
                        2. Los aristócratas y la clase militar
                        3. Los funcionarios
                        4. Políticos y periodistas
                        5. Los hombres de negocios
                        6. Literatos, intelectuales y artistas
                        7. Otros grupos sociales (jueces, clérigos, infancia y adolescencia)

      II. Su vida y su obra.

      Este escritor nace el mismo año en que muere Balzac (1850) y casi como él -a quien admiraba profundamente- muere, por así decir, en la flor de la vida: Balzac muere con 51 años y Maupassant con 43. Incluso en aquella época, son edades demasiado tempranas para abandonar el mundo de los vivos. Pero ambos no hacían más que llevar a la práctica el destino de uno de los personajes balzacianos, Raphaël de Valentin, de la novela La peau de chagrin (o La piel de zapa) que prefería una vida corta pero vivida intensamente a una vida larga, pero apacible y monótona. Los dos novelistas, como el personaje mencionado, llevaron una vida intensa en la que el trabajo literario consumía su existencia tanto o más que los placeres de la vida. Al final, Balzac, con sus cincuenta años, acumuló una obra casi inimaginable tanto por su nivel artístico como sobre todo por su extensión; Maupassant, con sus cuarenta años de vida útiles -y ya explicaré lo del adjetivo-, dejó también una obra muy considerable. Y más digna aún de admiración si pensamos que su vida de escritor se redujo a diez años, entre sus treinta y cuarenta. Antes de los treinta fueron los tanteos del aprendizaje y del principiante; luego, a partir de los cuarenta, su salud se vio minada por la enfermedad y por la locura que le llevaría a la muerte en 1893, tras varios intentos de suicidio. ¿Cómo llegó a esa situación de enajenación mental? No está muy claro. Hay quien lo atribuye a factores genéticos y otros lo achacan a la vida anárquica y desarreglada que llevó y durante la cual pudo contraer la enfermedad. Pero a favor de la primera teoría existe el hecho de que su hermano menor Hervé también padeció el mismo mal. Todo esto pertenece, pues, al terreno de la especulación y de la investigación, en el que no tenemos la intención de adentrarnos. Sólo nos interesa conocer los hechos reales y el hecho principal es que este escritor, en sólo diez años de producción y creación literaria, nos ha dejado una obra enorme compuesta por:
      1º - más de 300 cuentos;
      2º - seis novelas largas;
      3º - tres volúmenes de crónicas periodísticas;
      4º - un libro de versos;
      5º - tres libros de viajes;
      6º - cuatro piezas teatrales y
      7º - diversa correspondencia a amigos, amigas y familiares.

      Si recordamos, como dijimos antes, que durante esos diez años vivió intensamente la vida, hay que deducir que fueron diez años de una actividad frenética tanto en el ámbito personal como en el artístico.

      Los cuentos de Maupassant figuran entre los más representativos del género y tuvieron tanta aceptación en su tiempo y entre sus contemporáneos que, como confesaba en una carta el también novelista Joris-Karl Huysman, colega y amigo suyo, de todos los autores que entonces publicaban cuentos -en 1880- sólo Maupassant ganaba dinero con ellos. Pero no sólo ganaba dinero con los cuentos; también las novelas le produjeron pingües beneficios como lo muestra el hecho de que diese el nombre de Bel Ami al yate que pudo comprarse con las ganancias de una de ellas, precisamente la que publicó con ese nombre en 1885.

      Alternando con la publicación de los libros de cuentos y con las seis novelas, tuvo tiempo para enviar al periódico otra colaboración: la crónica periodística o comentario literario de actualidad. Es un género que aún sigue en vigor, e incluso goza de prestigio, en la prensa de hoy, tanto la nacional como la extranjera. Y así vemos cómo los grandes escritores del momento envían periódicamente sus columnas de opinión sobre los temas de actualidad a sus respectivos periódicos. Gracias a las crónicas de Maupassant sabemos, entre otras muchas cosas por ejemplo, que el escritor formó parte del reducido grupo de intelectuales que se opuso con toda decisión a la torre Eiffel, erigida con motivo de la exposición universal de 1889, primer centenario de la Revolución Francesa. Ya en 1886 protestaba contra ese proyecto, contra "ese cuerno gigantesco que se levantará en París", y se pregunta si no sería mejor emplear el dinero de ese "amasijo de hierros" en otra cosa. En 1887, vuelve a levantar la voz, o la pluma, contra ese "horrible cuerno" de M. Eiffel, "comerciante en hierro", que muestra a las claras "la mediocridad del burgués rico". Estas protestas, por lo demás bastante aisladas, quedaron ahí como prueba de que no todo fueron alabanzas a un proyecto y a una realización que, pasado el tiempo, se convirtió en el símbolo de la ciudad.

      Hombre amante del mar y del agua, como lo prueba la adquisición cuando le fue posible del yate Bel Ami, nos dejó también constancia de esos viajes en libros que llevan por título "Navegando", "Al sol" y "La vida errante". Nos cuenta sus vivencias y sus impresiones de las tierras que visitó, en particular de dos países del norte de África, Túnez y Argelia. Por estas impresiones, entre otras cosas, podemos hacernos una idea de la existencia y de los problemas que tenían entonces planteados los colonizadores franceses y europeos, en especial españoles, en aquellas tierras.

      Además de la obra en prosa, Maupassant publicó, ya casi el final de su vida, un libro de versos, titulado así simplemente: Versos. Se compone de varios poemas escritos, en realidad en su juventud y al comienzo de su vida como escritor, porque él, rodeado en su Normandía natal de poetas, quería también escribir versos. Sin embargo, el alto contenido erótico de algunos de estos poemas no hacía aconsejable su publicación en una época en que la censura había llevado sucesivamente a juicio y condenado libros como Las Flores del Mal de Baudelaire o la misma Madame Bovary de Flaubert, el que fue amigo y, casi más que amigo, padre espiritual de Maupassant. Sólo se atrevió a publicarlos al final de su vida, cuando las circunstancias sociales eran otras, él tenía ya ganada cierta celebridad como escritor y no sin ponerles como introducción una dura carta prefacio firmada por el maestro Flaubert.

      Tampoco pasan de ser episodios más o menos anecdóticos en su vida la publicación de sus cuatro piezas teatrales, entre las que sobresale por su extensión la que lleva por título "La hoja de rosa. Casa turca", de tema licencioso. Escrita cuando Maupassant tenía 27 años, es decir, en su época de aprendizaje, permaneció inédita en vida del autor, por razones más o menos parecidas a las de los versos, hasta que en 1946, un estudioso del autor, Pierre Borel, la llevó a la imprenta.

      III. La fortuna literaria de Guy de Maupassant

      Como dijimos anteriormente, Maupassant obtuvo en su tiempo un éxito de público y de ventas como ningún autor contemporáneo. Es decir, que triunfó plenamente en su país. Pero no solo en Francia, también fue adquiriendo rápidamente fama en muchos otros países. Por ejemplo, en 1887 ya existen traducciones de cuentos y de alguna de sus novelas al español, como lo prueba la carta de su editor Víctor Harvard, que pregunta al autor por sus compromisos de traducción para el extranjero:
      "Tenga usted la complacencia de indicarme todas las traducciones que autorizó en el extranjero, para que yo pueda maniobrar sin exponerme a error, principalmente para Alemania, Italia, Escandinavia, Inglaterra y España." (Maupassant, 1961: 47)
      Y el mismo Maupassant, en la anotación a una carta de ese mismo editor francés escribe:
      "Asunto español. Sólo en ocho veces me ha pagado Harvard la cantidad que recibió de una vez. He recibido además dos mil quinientos francos por cinco volúmenes de nouvelles comprados por el mismo librero español por su propia voluntad y sin comprometerse a nada en lo provenir." (Id.: 50)
      Pero tras la muerte del escritor se produce un extraño fenómeno: mientras que en el extranjero la fama de Maupassant como escritor no hace más que aumentar en los años siguientes, en Francia es lo contrario. La figura y la obra del escritor normando van cayendo con rapidez en el olvido, sobre todo entre las capas más cultivadas de la sociedad francesa, porque entre las capas populares nunca dejó de ser un escritor apreciado. ¿Cuáles son las causas de esa evolución tan distinta? No las encontramos expuestas con bastante claridad hasta que nos acercamos al año 1950, en que se conmemora en Francia el centenario del nacimiento del escritor. Entre el concierto de panegíricos, de celebraciones y de reivindicaciones que surgen con ocasión de esa efeméride, aparece también un artículo polémico de un periodista llamado André Wurmser, en el que se explicitan un poco los motivos más o menos confesados de ese rechazo de Maupassant en Francia: muchos franceses se sienten apenados precisamente por el éxito de ese autor en el extranjero; un autor que ha puesto como modelo de mujer francesa a una prostituta, que ha denigrado sin piedad al ejército -o, por lo menos, a ciertos militares franceses- por su comportamiento durante la guerra franco prusiana y que ha pintado con trazos más bien irónicos a gran parte de la sociedad francesa de la época. Todo esto, según algunos, ha provocado el regocijo de los extranjeros ante la mala imagen de Francia dada por el novelista. En consecuencia, se le fue haciendo una especie de boicot en la primera parte del siglo XX que, afortunadamente, ya es historia.

      Hoy las obras de Maupassant son reeditadas periódicamente y gozan de una digna edición -aunque no completa aún- en la biblioteca de La Pléiade, el panteón de la literatura francesa. En España, como decíamos antes, se comenzó a traducir muy pronto algunas de sus novelas y muchos de sus cuentos. La editorial Aguilar publicó en dos tomos las "obras completas" de Guy de Maupassant (1961), una edición que recogía gran parte de su obra, no toda, fruto de la síntesis de diversas traducciones. La edición, con una muy completa introducción, corrió a cargo de uno de sus principales traductores en España, Luis Ruiz Contreras. La versión, al proceder, como decía antes, de varios traductores, es desigual, aunque en general guarda un buen nivel literario. No obstante, son apreciables en algunas obras ciertos problemas de fidelidad, al suprimirse datos o incluso párrafos del texto original. Más recientemente, la editorial Alianza publicó en varios volúmenes de bolsillo parte de la obra narrativa de Maupassant, es decir novelas y cuentos, encargándose de la traducción Ester Benítez, quien se mantiene una mayor fidelidad al texto original. Otras colecciones de bolsillo, como Cátedra, también han incorporado a su catálogo alguna obra de nuestro autor, en especial Bel-Ami, traducida por autores diversos. También existe una 'versión castellana' de uno de los libros de viajes de Maupassant (La vida errante), que data de 1890, realizada por Olegario Slipembak (La España Editorial, Madrid).

      IV. La Francia de Guy de Maupassant

      Pero para comprender mejor la obra de este escritor, creo que antes de hablar de la Francia de Guy de Maupassant, convendría hablar breve y simplemente de la Francia de aquella época.

      A/ El marco histórico

      Hace unos pocos años, cuando hablábamos del 'siglo pasado', todos sabíamos que nos referíamos al XIX. Era normal, pues estábamos en el XX, y 'el siglo pasado' se nos aparecía como algo bastante cercano: la guerra de Cuba, la pérdida de las últimas colonias, la generación del 98, etc., acontecimientos de finales del XIX, nos sonaban bastante próximos a los españoles, si no por haberlos vivido directamente, sí por haberlos estudiado en la escuela. Hoy, si hablamos del siglo pasado, ya no nos referimos al XIX, sino al XX, que sin embargo está aún como quien dice detrás de la puerta y al que aún no acostumbramos a ver, por lo menos las personas de cierta edad, como eso que se entiende por 'el siglo pasado'. Por eso ya no podemos hablar de 'siglo pasado' sino simplemente del siglo XIX, cuando queremos referirnos al siglo de los grandes novelistas 'decimonónicos', tanto franceses como españoles.
      Pues a mediados del siglo XIX, tras la Segunda República de 1848, Luis Napoleón Bonaparte proclama en 1851 el Segundo Imperio. Éste se prolonga hasta 1870, año en que cae por causa de la guerra franco-prusiana. Para Francia, es un período fecundo en el plano económico y urbanístico. La guerra franco prusiana convulsiona la vida francesa, produciéndose el corto, pero importante, estallido revolucionario de la Comuna, de corte obrero anarquista. La superación de ese episodio conduce a la proclamación de la IIIa República que se prolonga casi 70 años, hasta 1940. La 3ª República consigue sobrevivir a la I Gran Guerra, pero no a la II. Se trata cuanto menos de un hecho curioso por la semejanza que, en ciertos sentidos, como explicaré más adelante guarda la II Gran Guerra con la guerra franco prusiana que sirvió de pórtico a la mencionada 3ª República. El balance general de este período es, en su conjunto, muy positivo: Francia conoce momentos de esplendor en muchos aspectos y París se convierte en la capital del mundo con sus exposiciones, sus generaciones de artistas y por el ambiente de lujo y de dinamismo que transmite. Igualmente, a esta IIIa República se le debe sobre todo la reorganización del sistema educativo en Francia que ha estado vigente hasta nuestros días. No faltaron tampoco escándalos de todo tipo: económicos, judiciales, etc. Pero esto siempre forma parte de las sociedades opulentas y dinámicas.

      B/ La sociedad francesa de la segunda mitad del XIX

      Maupassant, como escritor y a semejanza de los escritores realistas, se convierte en un fiel reflejo de lo que ve y de lo que conoce. Sus personajes son tipos que él trató y con los que se cruzó durante su vida. Por eso, recorrer las diversas etapas de su existencia es comprender qué tipos luego van aparecer en sus obras y comenzar a conocerlos.

      En primer lugar, Maupassant vive sus primeros años de existencia y su juventud en la región de Normandía. Incluso más tarde, cuando está ya instalado en París, no deja de volver periódicamente a su tierra natal para ver a su madre. En consecuencia, su primer contacto lo establece con los campesinos normandos, tanto los hidalgos y nobles locales como los pequeños campesinos y demás gente del pueblo: carteros, alguaciles, pescadores de la costa normanda, etc. Ellos llenarán un importante espacio en su obra y son los que le van a proporcionar los mejores personajes de sus cuentos, hasta el punto de convertir a Maupassant en el mejor retratista literario de los campesinos normandos y franceses en general.

      Luego, se traslada a París para estudiar derecho y allí lo sorprende la guerra. Nueva y terrible experiencia que también va a utilizar profusamente como argumento de muchas de sus obras, entre ellas, la más conocida y que le dará el primer empujón en su fama de novelista: el largo relato titulado "Boule de Suif". Este cuento formaba parte del volumen que con el título "Le veladas de Medán" publicó un grupo de novelistas que se reunían en torno a Emilio Zola. Cada uno, incluido Zola, publicó el suyo. Pero el relato de Maupassant los eclipsó a todos. El período de la guerra, por otra parte, también le obligó a entrar en contacto con el mundo de la milicia, aunque muy a su pesar. Conoció a militares de uno y otro bando que luego aparecerán en varios de sus cuentos

      Pasada la guerra y abandonados sus estudios de derecho, consigue un empleo de funcionario en el Ministerio de la Marina. Aquí va a permanecer más de diez años, hasta que los ingresos por derechos de autor le permiten prescindir de su modesto salario de empleado del Estado y recuperar la libertad. Son años, por un lado, de aprendizaje del oficio de las letras, de la mano de maestros como Gustave Flaubert. Por otro lado, conoce a nuevos personajes y vive el mundo de los pequeños funcionarios, que también va a incorporar a su galería de retratos: jefes y subjefes de despacho, simples empleados, interinos, etc. Son compañeros suyos a los que describe con una extraña mezcla de cariño, ternura, ironía y crueldad. A continuación están los amigos de aficiones literarias y de diversiones que forman el alegre grupo de los remeros del Sena, presentes en algunos relatos del novelista.

      Sus comienzos literarios públicos, a finales de la década de los 70, concretamente a partir de1876, son esencialmente de tipo periodístico, por medio de crónicas o comentarios de actualidad que publica en diversos diarios parisienses. Esto le proporcionará la ocasión para conocer la fauna periodística y los mecanismos que rigen el mundillo cerrado de esta profesión. Nuevos tipos, pues, y nuevos argumentos que incorporar a su ya extensa galería. Es más, estos tipos y estos ambientes le permitirán acometer una obra de más aliento y no limitarse sólo al relato breve. El mundo del periodismo y sus protagonistas los vamos a ver reflejados en un extenso relato titulado Bel Ami, que va a encumbrar al autor a la cima de la profesión literaria y le va a procurar, además, cuantiosos beneficios económicos, como ya señalamos antes.

      Con la fama y el dinero vienen los viajes, vienen también las estancias en lugares de descanso y de recreo, como son los balnearios de moda y viene, sobre todo, la frecuentación de los salones literarios parisienses, donde los artistas -literatos, músicos, pintores, etc.- alternan con la sociedad adinerada y culta de la época. Este es un nuevo y último campo de observación que se abre a los ojos del novelista. El nuevo marco y sus personajes también quedan reflejados en otras novelas, en especial las tituladas "Nuestro corazón" y "Fuerte como la muerte". En la primera obra citada aparece en un salón parisiense el personaje Gastón de Lamarthe que es un trasunto exacto del propio Maupassant. Nos lo presenta así al comienzo del relato:
      "En cuanto a Lamarthe, Gaston de Lamarthe, a quien su partícula había inoculado algunas pretensiones de gentilhombre y de aristócrata, era ante todo un literato, un implacable y terrible escritor. Armado de una mirada que recogía las imágenes, las actitudes, los gestos, con una rapidez y una precisión de aparato fotográfico, y dotado de penetración y gran sentido novelesco natural como el olfato de un perro de caza, almacenaba de la mañana a la noche datos, indicios y noticias profesionales…. Alguien le había apodado 'Cuidado con los amigos'".
      Más adelante, cuando otro personaje le pregunta por qué se pasa las horas pegado a las faldas de la señora del salón, Lamarthe replica:
      "¿Por qué? ¿Por qué? Pues… porque me interesa, ¡pardiez! Y luego…luego… ¿Vais a prohibir a los médicos que entren en los hospitales para estudiar las enfermedades? ¡Esas mujeres son mi clínica!"
      Este será el último campo explorado y estas dos novelas las últimas escritas por Maupassant, pues como dijimos antes, el rápido proceso de enajenación mental que se le declara le impide continuar y le lleva fatalmente en pocos meses a la tumba.

       Como vemos, el novelista recorrió en su vida y reflejó en su obra casi todos los estratos de la sociedad francesa de la época. Vamos a acercarnos un poco más a cada uno de estos grupos sociales:

      a) Los campesinos y la gente del pueblo.

      Según lo historiadores, hacia 1870 la población campesina en Francia representaba un 78 % de la población total. Maupassant no es un sociólogo y el porcentaje de campesinos en sus cuentos no guarda esa proporción con respecto al total de sus personajes de ficción, aunque su número es muy estimable. Casi todos son normandos, cosa normal dado el origen del novelista. La descripción de este grupo social por Maupassant aparece tan real que muchos sociólogos e historiadores se han inspirado en los testimonios recogidos en estos relatos. Primeramente, el novelista describe a grandes pinceladas y con amor la tierra normanda, sus campos bien cultivados de colza, de trigo o de avena; las extensiones de manzanos que luego darán la sidra y el ganado, es especial las vacas, que pastan tranquilamente en los ubérrimos prados de a campiña normanda. Luego están los tipos y los ambientes, bastante variados dentro de la relativa uniformidad que les presta el hecho de pertenecer casi todos, como hemos dicho, a una región. Dentro de los campesinos, es posible distinguir con claridad varios subgrupos bien diferenciados:

      Vemos, en primer lugar, a los hidalgos campesinos, descendientes de los antiguos invasores de origen germánico, los normandos. Suelen ser altos, fornidos, de risa franca y amigos de las francachelas; moran en viejos caserones o castillos, con algunos criados y encuentran en la caza una de sus ocupaciones favoritas, aunque se puede percibir en ellos un aire de decadencia; luego aparecen otros que son ricos propietarios de amplias granjas agrícolas; son dinámicos y emprendedores, con su corte de criados y representan un poco la nueva agricultura, pues los vemos incorporar ya alguna maquinaria para sus trabajos de recolección. En tercer lugar, tenemos, la amplia representación del campesinado autóctono, de escasos recursos y de vida difícil. Dentro del campesinado, estos son los personajes más característicos. Por último, vemos aparecer une serie de personajes a sueldo, es decir, los jornaleros del campo.

      Como decimos, el grupo más representativo es el de esa gente de pueblo que trabaja duramente la tierra la ir sacando adelante una familia. Dentro de este contexto y, refiriéndonos a este grupo, la visión que Maupassant nos transmite del campesino normando posee unas tonalidades grisáceas, tirando a negras, que nos hacen pensar en las pinturas de un gran caricaturista de esta misma época: Honoré Daumier. Los campesinos de Maupassant son, en general, seres deformes tanto en lo físico -el escritor busca siempre un rasgo diferenciador para cada personaje y este rasgo suele ser un defecto físico (jorobado, larguirucho, flaco, gordo, sucio, tartamudo, etc.)- como en lo moral, prefigurado por el físico. Moralmente nos los presenta como seres primarios y fieles, a veces crueles con los animales; también desconfiados, envidiosos, hipócritas, cobardes, avaros, rencorosos y ahorradores hasta el extremo de recoger del suelo un trozo de cuerda porque podría serle útil o no desaprovechar las migajas de pan que se caen de la mesa. Como traje de calle o de fiesta, casi todos utilizan una prenda de vestir muy semejante, que les presta un aspecto de grupo social diferenciado: una amplia blusa azul, a la que se unen los zuecos y la gorra. Las mujeres con un gorro o especie de cofia blanca. Aunque hay muchos tipos individuales, con sus nombres propios y definitorios, en ciertos momentos el autor describe a los labriegos en conjunto. Para no alargarnos demasiado, nos fijamos en estas descripciones; por ejemplo, ésta del cuento titulado "La cuerda" (II, 546):
      "Era día de mercado; los campesinos y sus mujeres se dirigían a Goderville por todos los caminos que conducen al pueblo. Los varones caminaban con paso tranquilo, echando el cuerpo hacia delante cada vez que movían sus largas piernas torcidas, deformadas por los rudos trabajos; por la presión sobre la mancera, que levanta el hombro izquierdo y desvía el talle; por la siega del trigo, que fuerza a separar las rodillas para mejor afirmarse en tierra; en una palabra: por todas las tareas lentas y fatigosas del campo. Sus blusas azules, tiesas, brillantes, como barnizadas, adornadas con un pequeño dibujo blanco en el cuello y en los puños, se ahuecaban alrededor de su torso huesudo y parecían globos, a punto de elevarse, de los que salía una cabeza, dos manos y dos pies."
      ……………
      Las mujeres… "caminaban con paso más menudo y vivaracho que los hombres; eran de busto delgado, erguido, envuelto en un mantoncillo raquítico, sujeto a su pecho plano, y llevaban la cabeza ceñida con una tela blanca, pegada a los cabellos y coronada con un gorrito."
      O la del cuento titulado "El viejo" (II,1002), donde una campesina se nos describe así cuando sale de su casa:
      "Su cuerpo anguloso y flaco, sin pecho ni caderas, dibujábase oprimido por un estrecho jubón de lana. Una falda gris muy corta le dejaba casi por completo descubiertas las pantorrillas, a las que se ajustaban medias azules; también tenía los pies metidos en almadreñas llenas de paja. Una cofia, de un blanco amarillento y sucio, cubría en parte su pelo pegajoso y lacio, y su rostro cetrino, descarnado, con las facciones irregulares y la boca sin dientes, mostraba la fisonomía bestial y estúpida que ofrecen con frecuencia los rostros de las campesinas."

      Las casas de estos campesinos normados son lugares más bien oscuros, húmedos y carentes de comodidades, donde, además, las ratas se pasean de día y de noche.
     Como se ve, estamos ante descripciones realistas, nada complacientes, y que muestran al novelista preocupado, no por halagar o enaltecer una determinada clase social; tampoco por hacer cualquier tipo de denuncia social, sino por reflejar la realidad tal como él la ve. El objetivo del escritor es puramente literario, aunque se observa una especie de complacencia en el rasgo fuerte y vivo, capaz de sorprender y atraer al lector de su tiempo, en especial el lector urbano, el lector parisino.

      A pesar de esa visión en contrafuerte de los campesinos normandos que el novelista nos trasmite, hay que señalar también que, en tiempos difíciles, saben comportarse y estar a la altura de las circunstancias, tanto los campesinos como las campesinas. Por ejemplo, cuando la ocupación prusiana, deben alojar en sus casa a los soldados ocupantes. Entonces, si no el sentimiento patriótico del que apenas dan muestras, según el novelista, pero sí la sed de venganza por algún hijo o familiar muerto en combate o la rabia por tener que alimentar inútilmente una boca, la del invasor que se aloja obligatoriamente en la casa, convierten a estos campesinos normandos en héroes, a pesar de su natural cobardía. Por ejemplo, uno de estos héroes a pesar suyo, el llamado tío Milón, declara ante un coronel prusiano que le juzga:
      "-Regresaba yo a la granja una noche, a eso de las diez, al día siguiente de llegar ustedes aquí. Usted y sus soldados me habían arrebatado por valor de cincuenta escudos de forraje y, además, una vaca y dos terneros. Y me dije: 'tantas cuentas veces me quiten veinte escudos, otras tantas me los he de cobrar con creces.'" (El viejo Milon, II, 1073).

      Todo esto, además, con el agravante del colaboracionismo con el ocupante de las propias autoridades locales francesas. Estas escenas de la ocupación prusiana nos recuerdan otras parecidas de la IIª Guerra Mundial, alguna de las cuales ha quedado plasmada en libros como "El silencio del mar" del novelista Vercors.

      Otro aspecto destacable es el cierto nivel cultural que observamos entre los campesinos en esta época, como lo muestra el hecho de que algunos reciben a domicilio el periódico local (El crimen del tío Bonifacio). En este sentido, la rápida generalización de las comunicaciones ferroviarias, que se produjo durante el período del Segundo Imperio y en los años siguientes, es un factor decisivo para esa difusión de la información.

      b) Los aristócratas y la clase militar

      En primer lugar diremos que presentamos unidos a estos dos grupos en un solo apartado por la proximidad y las similitudes que presentan ambos en muchos aspectos en la narrativa de Maupassant: bastantes nobles son a vez militares o al revés; y la actitud del novelista ante estos dos grupos es también muy semejante al presentar ciertas contradicciones. Como casi todos los franceses, Maupassant se declara hombre del pueblo y pertenece a la pequeña burguesía, pero tanto su familia como hasta él mismo conservan ciertas veleidades nobiliarias: una partícula -de- no muy bien probada y la fama de su nacimiento en un castillo nobiliario, adonde fue su madre expresamente a dar a luz. Él distinguirá luego entre nobleza y aristocracia. La nobleza es la aristocracia de sangre, es decir una clase social elitista que no goza de las simpatías del escritor; luego está la verdadera aristocracia, que es la del espíritu o de la inteligencia, el verdadero motor de una sociedad y en la que él se incluye plenamente y con todas sus consecuencias.

      Por otro lado, hay que señalar que Maupassant era un declarado pacifista, por lo que su concepto de todo lo relacionado con el tema militar no podría ser más negativo. Pero se queja amargamente de la invasión de Francia por los prusianos, de la poca resistencia que se fue capaz de oponer y de haber roto con una gloriosa tradición de triunfos bélicos. Los grandes resistentes ahora eran las gentes del pueblo, en especial los campesinos y las mujeres despreciadas por los bien pensantes, es decir, las putas; aunque, como es natural, cada uno a su manera. A ellos nos los muestra como los verdaderos resistentes, aunque luego eran otros, los militares, los que se lleven las condecoraciones. Los demás, sobre todo la burguesía grande o pequeña, que temían perder algo o mucho, optaron en mayor o menor medida por algún tipo de colaboración con el invasor.

      Si Maupassant entró en contacto con los militares ya en su juventud, con ocasión de la guerra en la que tuvo que intervenir, no ocurrió lo mismo con la clase aristocrática o nobiliaria. El escritor entró verdaderamente en contacto con la nobleza al encumbrarse en su carrera literaria y ser acogido en los numerosos salones de la época, es decir, cuando ya poseía una obra considerable tras de sí. Por eso en sus cuentos aparecen pocos nobles y los que aparecen suelen ser nobles provincianos o hidalgos que cultivan sus tierras. Cuando Maupassant empieza a frecuentar los salones parisienses, comienzan a parecer en tromba los personajes nobiliarios en sus obras, hasta el punto de convertirse en mayoría en algunas de ellas, en concreto, las dos últimas que publicó, tituladas "Fuerte como la muerte" (1889) y "Nuestro corazón" (1890). Con lo que la proporción de personajes nobiliarios en la narrativa de nuestro autor termina por convertirse en un elemento a tener en cuenta. Al mismo tiempo, evidencia el papel preponderante que, en ciertos aspectos de la vida social de aquella época, poseía esta clase. Los aristócratas de Maupassant conforman un grupo social armónico entre ellos y perfectamente adaptado a las nuevas circunstancias, aunque se nota que muchos de ellos viven aún en muchos aspectos bajo los efectos de la Revolución, en especial en lo referente a la fortuna. Es decir, se trata en general de una nobleza arruinada que debe abdicar de su orgullo y de otros muchos de sus principios y pactar matrimonios de conveniencia con burgueses adinerados, en especial con banqueros judíos. Maupassant no deja nunca de revelar la fortuna -o la no fortuna- de que dispone cada una de las familias nobiliarias que aparecen en sus relatos. Por su parte, las damas de la nobleza -o de la alta burguesía-, algunas con su libertad adquirida por separación o por viudedad, abren habitualmente sus salones a toda una corte de admiradores, en especial hombres de la política, literatos y artistas que se disputan los favores de la señora y aprovechan la ocasión para sus conversaciones de café. Si se les reprocha a estos intelectuales el trato continuado con la nobleza, se justifican diciendo que ellos asisten a esos salones como el médico que va a observar al enfermo. Maupassant llega incluso a afirmar en una de sus crónicas periodísticas que introducir un novelista en un salón de la buena sociedad es como criar ratas en un almacén de harinas.

      Los militares profesionales franceses, que no fueron capaces de detener la invasión y defender su país, son descritos como personas orgullosas, vanidosas, fanfarronas y cobardes. Se pavonean llenos de colorines y de colgajos ante sus conciudadanos, pero huyen en desbandada frente el enemigo. Los militares prusianos son también orgullosos y vanidosos, pero, además, tiránicos, por encontrarse en territorio conquistado. Por ejemplo, las descripciones de dos oficiales, uno francés y otro prusiano, se parecen bastante. Ésta es la del oficial francés:
      "Cuando el capitán Epivent pasaba por la calle, todas las mujeres volvían la cabeza para verlo. Ofrecía el verdadero prototipo del gallardo oficial de húsares. Por eso se pavoneaba y estiraba, siempre orgulloso y preocupado por sus movimientos, por sus formas, por sus bigotes…. La cintura era delgada, como si llevase corsé, mientras el abultado pecho, masculino, ancho y saliente, denotaba fuerza y vigor; las piernas, de admirable corrección, como las de un gimnasta o de un bailarín, dibujaban su perfecta musculatura en todos los movimientos a través del pantalón rojo y ajustado." (La cama nº 29, II, 42).
      Y ésta la del prusiano:
      "Junto al mayoral, recibiendo también el chorro de luz aparecía un oficial prusiano, joven, excesivamente delgado y rubio, con el uniforme ajustado como un corsé, ladeada la gorra de plato, que le daba el aspecto de un recadero de fonda inglesa. Muy largas y tiesas las guías del bigote -que disminuían indefinidamente hasta rematar en un solo pelo rubio, tan delgado que no era fácil ver dónde terminaba-, parecían tener las mejillas tirantes con su peso, violentando también las cisuras de la boca." (Boule de Suif, II, 19)
     Los militares prusianos tienen otra nota característica y es que cuando pretenden hablar en francés, lo hacen con acento característico prusiano.

      c) Los funcionarios

      Con ellos entramos ya en el amplio grupo de personajes pertenecientes a la burguesía urbana, la más representada, con mucha diferencia, en la narrativa de Maupassant. El subgrupo de los funcionarios forma con los campesinos el conjunto de personajes más característico de los cuentos de Maupassant: no en vano fue él mismo uno de ellos durante diez años y los conocía muy bien.

      Maupassant describe a los empleados de los ministerios o funcionarios como hombres, en general, fanáticos del poder; del poder estatal del que dependen sus raquíticos sueldos, no del poder inmediato de los jefecillos de negociado, a los que odian. Son tan forofos del poder establecido que alguno como el llamado Patissot (Los domingos de un burgués de París) llegan a imitar la apariencia física del emperador Luis Napoleón III. Sin embargo, podemos decir que la vida de "esta inmensa colmena de burócratas" como llama el escritor al ministerio donde él mismo trabaja y a la nube de funcionarios que se arremolinan a la entrada, sobre todo la del pequeño funcionario de entonces no era fácil: su sueldo reducido le obligaba a un dificilísimo equilibrio diario. Cuando la mujer de dicho funcionario pretendía salirse del presupuesto normal, entonces venían los problemas domésticos de todo tipo: bien por el asedio de los acreedores o bien por los reproches de la mujer al conformismo del pequeño funcionario incapaz de salir de su miseria. El novelista los compadece unas veces, incluso más que a los campesinos; y otras veces los fustiga por su espíritu pacato, limitado, sin ambiciones. El funcionario, según Maupassant entra cada día en el ministerio con la mentalidad del reo que entra en prisión. Su horizonte es, pues, muy estrecho y su vida se reduce, en primer lugar, a los pequeños incidentes del trabajo (bromas a los más débiles, las envidias por los ascensos o por las gratificaciones, las faltas de asistencia por diversos motivos, etc.) y, en segundo lugar, las pequeñas intrigas domésticas o de la vida fuera de la oficina (empleo del domingo festivo, el casamiento de una hija, las disputas familiares por la posesión de los bienes del o de la difunta, la consecución de una herencia, etc.). En este último sentido, cuando se trata de conseguir una herencia, los principios morales ceden el paso a la realidad práctica y así el marido estéril consiente que otro lo saque de apuros cuando la herencia está condicionada al nacimiento de un hijo.

      A pesar de la penuria económica en que se mueven habitualmente esos personajes, vemos que no se privan de criada y otra cosa más curiosa: el sistema de seguros ya funcionaba en Francia en esta época y así la señora Oreille (Oreja), esposa de probo funcionario a quien sus colegas queman con cigarrillos el paraguas de seda nuevo, consigue hacerse rembolsar la reparación de tan preciado útil, merced al seguro contra incendios que tienen suscrito.

      Veamos, como simple muestra, la descripción que nos hace el novelista de uno de ellos, en este caso, uno importante, pues es el jefe de la oficina:
      "El señor Torchebeuf escribía; estaba sentado a una gran mesa llena de papelotes y era un hombre pequeñito, con una cabezota que parecía estar colocada encima de la carpeta. Al ver que era su empleado favorito, dijo:
      -- Buenos días, Lesable; ¿sigue usted bien?
      El joven contestó:
      -- Buenos días querido patrón; yo sigo bien ¿y usted?
     El jefe dejó de escribir e hizo girar el sillón. Su cuerpo menudo, frágil, seco, ceñido en una levita negra de corte muy serio, parecía completamente fuera de proporción con aquel voluminoso sitial con respaldo de cuero. Una roseta de oficial de la Legión de Honor, enorme, deslumbrante, mil veces demasiado grande para quien la llevaba, lucía como un carbón al rojo en su angosto pecho, aplastado bajo el cráneo de gran tamaño como si su persona se hubiese desarrollado al estilo de los hongos, en forma de cúpula semiesférica." (II, 500-1)

      d) Políticos y periodistas

      Forman otras dos clases dentro de la fauna urbana y burguesa. Ambos grupos están muy interrelacionados ya en aquella época y de ello queda constancia explícita en una de las mejores novelas de Maupassant que ya hemos citado: Bel-Ami. Para esta ocasión abandonamos, pues, el mundo de los cuentos. El protagonista de la obra, llamado primero Georges Duroy y apodado más tarde Bel Ami, es un arribista que sólo posee una apuesta figura cuando, aún con pocos años, deja el ejército y pretende abrirse camino en la vida. El azar lo introduce en la profesión periodística y en ella consigue labrarse un brillante porvenir, escalando posiciones gracias a la ayuda de las mujeres: unas inteligentes y otras bien situadas. Por lo que se ve, aquella época, como otras parecidas, fue capaz de producir este tipo de profesionales dentro del periodismo. Maupassant nos muestra su itinerario, pero se guarda bien de generalizar y de hacernos creer que Bel Ami es el prototipo de periodista: los hay de todas las categorías y caracteres. Pero no hay duda de que el tipo de periodista audaz y sin escrúpulos, dispuesto a sacar lecciones y obtener beneficios de cada situación, es el que se impone en todas las redacciones. Los más modestos, los más escrupulosos se quedan en segundo plano.

      Por otro lado, Francia vive ya en estos años un régimen democrático bastante bien asentado, donde la opinión pública es el elemento esencial a la hora de unas elecciones. Por eso los políticos de turno tienen que cultivar con mucho cuidado sus relaciones con la prensa y con los periodistas. Un artículo favorable puede hacerle mucho bien a un político; y otro desfavorable puede cortar su carrera. En la novela de Maupassant vemos aparecer políticos muy encumbrados, amigos de Georges Duroy, como uno llamado Laroche-Mathieu, que llega a ser ministro durante una legislatura. Pero la amistad de un momento se transforma fácilmente en enemistad profunda: todo depende de estrategia y de las circunstancias. Cuando intervienen las intrigas amorosas o, sobre todo, cuando conviene a la estrategia de alguno de los personajes, como en este caso la del periodista-protagonista de la novela, la amistad de ayer se transmuta hoy en antipatía. El ministro se ve sorprendido por la policía en flagrante delito de adulterio con la mujer del periodista, en un momento en que los legisladores de la 3ª República habían tipificado perfectamente este tipo de delitos. El golpe le vale al periodista derribar a un ministro y conseguir la anulación de su matrimonio, para poder seguir subiendo en la escala social con otro casamiento más ventajoso.

      No podemos abandonar este apartado de los periodistas sin mencionar a otro personaje de esa misma novela, Bel Ami. Es un personaje interesantísimo de mujer periodista llamada Madeleine, Madeleine Forestier o Duroy, por sus sucesivos matrimonios. Es un tipo de mujer emprendedora, inteligente y liberada, pero que no puede ejercer su afición o profesión por las limitaciones de la época: las mujeres periodistas no estaban aún bien vistas y su firma no podía aparecer en los periódicos. Precisamente en esta época está ya abierto el debate sobre los derechos de la mujer en la vida pública y, sobre todo, su derecho al voto, como nos lo cuenta el mismo Maupassant en un breve relato titulado "Sesión pública", en el que una "Asociación General Internacional para la Reivindicación de los Derechos de la Mujer" celebra un mitin tumultuoso. Madeleine Forestier es una mujer bella además de inteligente. Entonces, ella actúa en la sombra y se sirve de sus sucesivos maridos para publicar e influir en la opinión pública. Lo que escribe su primer marido y lo que escribe Georges Duroy se lo deben en realidad a la mujer que está detrás de ellos. El caso de esta mujer no es único en Maupassant y se corresponde por completo con la realidad, según nos cuenta el escritor en una de sus crónicas. Muchos políticos y hombres influyentes de la época tenían su egeria, su mujer inspiradora que, en la sombra, les dictaban lo que tenían que decir en la tribuna de oradores, o lo que hacer, llegado el caso. Los nombres de estas directoras intelectuales son de sobra conocidos: Juliette Adam, Léonie Léon, Anne de Noailles, etc. etc. Los consejos de la inspiradora no siempre fueron acertados y esto, unido al acceso de la mujer a la vida pública, acabó con la figura de las egerias. Fue un signo de la época que el novelista recoge muy bien en sus relatos y en sus comentarios de actualidad.

      e) Los hombres de negocios

      He aquí otra especie de aparición relativamente reciente. Es un producto típico de la sociedad capitalista y liberal que surge también con el Segundo Imperio. Hay una fiebre inversora y especuladora que es nueva en Francia y Maupassant es capaz de verla y de reflejarla con fidelidad en sus relatos. Esta clase adinerada y emprendedora está compuesta en una gran parte por judíos que buscan un poder económico por un lado, con sus inversiones incesantes y por otro están atentos al encumbramiento social mediante uniones más o menos de conveniencia con damas pertenecientes a la antigua nobleza; ésa que tras la Revolución, quedó muy disminuida desde el punto de vista económico. Ejemplos típicos de este tipo de personajes son: el banquero Walter de Bel Ami, director y propietario de un periódico influyente, La Vie Française, capaz de derribar y de nombrar ministros y gobiernos; el también banquero judío William Andermatt, de la novela Mont-Oriol, especialista en construir grandes complejos hoteleros modernos en ciudades balneario y modernizar unas instalaciones que antes vegetaban en la rutina. Eso le permite valorizar constantemente nuevos terrenos hasta entonces inexplotados y acometer toda una serie de transformaciones, muchas veces con el habitual acompañamiento de intrigas, engaños, sobornos, etc.

      También vemos aparecer en los tiempos difíciles de la guerra a los ricos y no tan ricos comerciantes que no dudan en escapar al extranjero, llevando consigo sus recursos para ponerlos en lugar seguro. En este caso, como en otros, el patriotismo corre a cargo de personas más sencillas y humildes que no pueden escapar.

      f) Literatos, intelectuales y artistas

      Forman un grupo de personajes no muy numeroso, pero de gran importancia, porque el autor se considera uno de ellos. Podemos, además, distinguir dos fases en la presentación de este grupo. La primera fase es la de los comienzos literarios de los personajes. Son jóvenes un poco calaveras, algunos, como le ocurre al mismo Maupassant, con un trabajo de supervivencia mientras esperan triunfar en el camino de las letras. Los días libres se divierten ruidosamente en compañía de la chicas fáciles, remando en el Sena y bebiendo en los chiringuitos al borde del río. Algún cuadro impresionista de la época, como "Le Moulin de la Galette" de Renoir nos ha dejado estampas equivalentes a las narraciones de Maupassant en su cuento "Mosquita".

      La segunda fase es la de los intelectuales y artistas instalados. Sus ocupaciones, fuera de su trabajo, es llevar una vida social activa, frecuentando los diversos salones parisienses que les abren cada noche. En estas reuniones se comentan los hechos de actualidad y eso les sirve a ellos de materia para sus crónicas y sus narraciones. Cada salón se precia de contar con su número correspondiente de intelectuales y artistas, que son como las atracciones de feria. Estos personajes desprecian a la sociedad nobiliaria porque, a su vez, se sienten despreciados por ella. Pero, al mismo tiempo, todos se necesitan mutuamente, aunque cada uno por motivaciones distintas. Ya citamos anteriormente las palabras de uno de estos novelistas asiduos de los salones, Gaston de Lamarthe.

      Estos son los grupos más importantes de personajes y los que quizás desempeñan un papel más relevante en la sociedad de la época. Pero no son los únicos. Terminaremos citando brevemente otros grupos que terminando completando la sociedad francesa de finales del XIX.

      g) Otros grupos sociales (clérigos, jueces, niños y adolescentes, etc.)

      En primer lugar, está el grupo de los clérigos, muy importante tanto por su número en los relatos y en las novelas como por la influencia real que ejercen en la sociedad de entonces, sobre todo en la rural. Maupassant estuvo de alumno interno en un colegio dirigido por clérigos y no guarda buen recuerdo de esta etapa, aunque en sus cuentos apenas aparecen testimonios de esta experiencia. Sí aparecen muchas otras figuras de clérigos en los cuentos y en alguna novela como "Una vida" su primera novela larga (1883). Aquí aparecen las dos figuras que representan para el autor el más y el menos de la condición eclesiástica. Son dos figuras contrapuestas de clérigos: la primera, que cuenta con las simpatías del narrador es la del clérigo bondadoso, bonachón, cercano al pueblo y a sus problemas; la segunda es la del clérigo enjuto de carnes, doctrinalmente fanático e inmisericorde con las flaquezas humanas.

     Este mismo aspecto lo critica severamente en otro grupo de profesionales que ha hecho de juzgar y condenar a los demás su ocupación, es decir, los jueces. Maupassant los pinta como personas de doble moral; una la que aplican a los demás y otra la que se aplican a sí mismos en el secreto de sus vidas.

      En contraposición a este grupo de la doble moral, podríamos nombrar otro muy significativo en la obra de Maupassant, sobre todo en los relatos breves, aunque cuenta con pocos personajes. Nos referimos a las llamadas mujeres de vida alegre o más corrientemente, las putas. Hay sobre todo una que da nombre y es la protagonista de su más célebre cuento: Boule de suif o Bola de sebo; mote que refleja la apariencia física de esa mujer. Pero existen otras pocas más, en concreto la Irma del cuento titulado "La cama 29" y la Raquel del titulado "Mlle. Fifí", que además era judía. En estos tres seres marginales coloca Maupassant muchos valores humanos, como la autenticidad, el coraje, la solidaridad, el patriotismo y el sentido común que no resplandecen en casi ninguno de los demás grupos que tanto desprecian a esas mujeres. No es, pues, de extrañar que uno de los reproches que, precisamente, se le hicieran a Maupassant en su propio país en los años mil novecientos cincuenta, fuera el que había hecho que en el extranjero se considerase que estas mujeres eran el prototipo de la mujer francesa. Veamos los reproches que, desde el lecho de muerte, dirige Irma al capitán Epivent:
      "--… Si alguno de los dos puede reprochar algo al otro, no eres tú; no eres tú. Yo sí…
      Él interrumpió violentamente:
      --Nada te reprocho; pero no puedo seguir visitándote, porque tu comportamiento con los prusianos ha sido una vergüenza para toda la ciudad.
      Sacando fuerzas de flaqueza, Irma se incorporó.
      --¿Mi comportamiento con los prusianos? ¿No te dije que me violaron, que no me curé para vengarme? No me curé para pudrirlos a todos. Si yo hubiera querido curarme no era difícil; pero más que mi salud me interesaba mi venganza; quise pudrirlos, matarlos, y hE matado a muchos…
      El capitán seguía en pié, y dijo:
      --Bien, sí…; pero no deja de ser vergonzoso.
      Ella, sofocada y furiosa, repuso:
      --¿Vergonzoso morir para exterminar a los enemigos? Dime… No hablabas como ahora cuando me conociste… ¡Ah! ¡Vergonzoso! Y te dieron una condecoración… ¡Yo la gané más que tú; hice más víctimas que tú; he matado más prusianos que tú!"

      Y así podríamos continuar con otros grupos de personajes que conforman cualquier sociedad y la francesa del XIX también: niños, adolescentes. Pero vamos a terminar volviendo a lo que apuntábamos al principio.

      V. CONCLUSIÓN

      Tras este breve recorrido por algunos de los personajes de Maupassant, creo que queda de manifiesto lo que dijimos al principio: se trata de una enorme galería de personajes que reflejan con una exactitud pasmosa la situación de la sociedad francesa de los años 1880. Las dotes de fino observador de la realidad que poseía el autor le permiten recoger con unas pocas pinceladas el alma y el aspecto externo de cada uno de sus personajes. Por eso se ha convertido en una fuente fidedigna de lo que fue aquella sociedad. Todo ello sin hablar casi nada de los valores literarios incuestionables que, además, la obra encierra.

      VI.- BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL

      Ediciones en francés:

       MAUPASSANT, Guy de (1974-1979) : Contes et nouvelles, I et II, Gallimard, Paris (La Pléiade). Édition de Louis Forestier. Préface d'Armand Lanoux

      MAUPASSANT, Guy de (1975) : Romans, Texte définitif établi et augmenté de notices introductives par A. M. Schmidt, Albin Michel, Paris

      MAUPASSANT, Guy de (1980) : Chroniques, Préface d Hubert Juin, Paris, 3 vol., Coll. 10/18.

      Traducciones:

      MAPASSANT, Guy de (1961): Obras completas, ordenación, traducción y prólogo por Luis Ruiz Contreras, 2 tomos, Aguilar, Madrid. (3ª edición).

      Sobre Maupassant:
      BLANCQUART, Marie-Claire (1976): Maupassant conteur fantastique, Minard, Paris.
      CHESSEX, Jacques (1981): Maupassant et les autres, Ramsay, Paris.
      COBOS CASTRO, E. - BRAVO BARNES, Damián (1983): "Mont-Oriol" de Guy de Maupassant, Servicio de Publicaciones de la Univ. de Córdoba, Córdoba.
      GALLEGOS ROSILLO, José Antonio (1987): Los personajes de Maupassant. Estudio sobre los personajes masculinos en la obra narrativa de Guy de Maupassant, Tesis Doctoral, Univ. de Málaga (microfichas).
      LANOUX, Armand (1979) : Maupassant le Bel-Ami, Grasset, Paris
      MORAND, Paul (1998): Vie de Guy de Maupassant, Pygmalion, Paris.
      TASSART, François (1962) : Nouveaux souvenirs intimes sur Guy de Maupassant, Nizet, Paris.
      TROYAT, Henri (1989) : Maupassant, Flammarion, Paris.
      URDIALES, Millán (1993): La Francia decimonónica a través de los cuentos de Guy de Maupassant, Editorial PPU S.A., 1ª edición. Barcelona, 448 páginas
      http://www.iesxunqueira1.com/maupassant/

Reproducido con autorización del autor