Chronica médicale, 1 de junio de 1929

SOBRE LA PATOLOGÍA LITERARIA

 

En relación con la Parálisis General de Maupassant

 

por Paul Poivenel y Lucien Lagriffe

 

Nuestra intrusión en el dominio de la crítica literaria nos suele valer feroces críticas. Nosotros las ignoramos, persuadidos de que un artista que comprende la ciencia y un sabio que comprende el arte pueden entenderse a la perfección. Los médicos que respetan y tienen el amor por las formas también sufren la incomprensión de sus colegas intentando desnudar las maravillas del genio.

Los neuróticos, los delirantes, los toxicómanos, los tuberculosos, etc., tan frecuentes en el mundo de las letras, deben ser estudiados por nosotros, quienes podemos precisar – tanto como es posible, – el papel de la constitución y el de la enfermedad en la inspiración

La ciencia, es verdad, es difícil, y en particular la nuestra, de la que se dice que es un arte. Pero no basta justificarse no conociéndola, negándola. Si se prodiga en una serie de atrevidas tentativas fallidas, no por ello disminuyen ni su valor, ni sus méritos…, no más que las pérdidas de los primeros héroes de la aviación en el Atlántico no detuvieron la victoria definitiva de las alas del hombre.

La ciencia ignora el desaliento. Ella persiste. La alteración de los detalles deja indemne el método. La medicina no tiene la pretensión de explicar la inspiración, no más que una única arma no podría tener la de ganar una guerra. Aporta sus documentos. Los errores de tiro no impiden a los generales utilizar la artillería.

La patología literaria es también indispensable para la crítica de las obras, como esta otra patología histórica en la que se inspira Michelet, que desarrollaron Taine, Littré, Jacoby, Brachet, y finalmente nuestro gran Cabanès. Ella se ha hecho indispensable en la historia.

Los estudios sobre las alucinaciones colectivas, sobre las psicosis religiosas, sobre la herencia psicopática de las grandes familias reinantes, los trabajos sobre las enfermedades de los Césares romanos, sobre esta curiosa psicosis que se llama la “cesaritis”, sobre los estigmatizados por deformaciones entre los Hoehenzollern, los Romanov, los Witelbasch, las relaciones de las epidemias de envenenamientos y de brujerías, han explicado muchas cosas. ¿ Estuvo afectado Napoleón I de alguna incomodidad irritante el día de Waterloo? ¿Napoleón III experimentó violentos dolores de vesícula en Sedan?  ¿No es a las fluctuaciones de la salud a las que hay que atribuir el humor taciturno y la tiranía de un Luis XI o de un Calvino? Las dudas y contradicciones de Carlos V ¿no se explican por este estado de depresión melancólica que le hizo enclaustrarse en el monasterio de Yuste y acabar su vida en reclusión?

¿No se ha dicho, erróneamente, que tal personaje había sido envenenado, cuando en realidad murió de una úlcera de estómago o de un ataque de uremia…, como los sujetos de un pueblo de l’Aude, en donde el rumor público busca culpables cuando probamente no hay crimen?

¿Y el papel de los eunucos?  ¿Napoleón no hace gemir el mundo porque es incapaz de hacer gemir los colchones?

 

***

 

La patología literaria debe proporcionar unos servicios análogos. Cada día aporta su contribución, y llegará la hora en la que rincones que nos parecen definitivamente oscuros, se iluminarán. Hay una anatomía del valor; hay una anatomía del amor; hay una anatomía de la moral. También hay una anatomía de la inspiración.

De igual modo que uno de nosotros ha estudiado a Remy de Gourmont en este sentido, y del que ha descrito el tipo sensual cerebral, nosotros vamos a intentar la misma experiencia con Maupassant. Hemos escrito: Bajo el estigma de la P.G.; La Locura de Maupassant, ante la carencia de los críticos, cuya única educación es literaria, y estupefactos por los errores de Pierre Borel y de Georges Normandy, autores de los dos últimos libros sobre la enfermedad y la muerte de este escritor.

Así podemos señalar con una precisión absoluta, el papel de la sífilis en la inspiración cuando ataca al cerebro, y lo que decimos de este autor podría extrapolarse a Nietzsche, a Jules de Goncourt, a Baudelaire… y a tantos otros en el dominio de las letras, las artes… y la política.

El momento en que la enfermedad actúa sobre Guy de Maupassant  puede ser perfectamente indicado. ..Ella gesta lo que se pude llamar su segunda forma, que se puede descubrir en Yvette y cuya trágica progresión continúa en Lui, le Horla y Qui sait?

La insidiosa parálisis general ha hundido a este mauvais passant de Guy en la demencia, antes de matarlo, en esa época de la vida en la que su gran talento nos hubiese concedido la mejor de su savia; pero antes del descalabro, prendieron en ese cerebro unas llamas inesperadas; la enfermedad humanizó su inspiración, hizo brillar las estrellas de la ternura, dio sus vibraciones a la ultima parte de la obra, de algún modo ennoblecía a su víctima.

Desde luego su talento natural es independiente de la enfermedad, y ésta lo esterilizará antes de matarlo… Pero, actuando sobre ese talento preexistente, al igual que un fermento, la enfermedad le dará durante algún tiempo, con una excitación que aumenta su rapidez de producción (cinco libros en un año), un timbre particular, que le permitirá dotar a nuestra literatura de algunas obras maestras de lo fantástico.

Por otra parte, esta es una ínfima compensación. Las pocas flores magníficamente enfermizas que la enfermedad ha permito recoger a Maupassant, no nos consolarán de la certeza de que nos ha privado de una cosecha que no hubiese tenido igual si el escritor hubiese alcanzado su destino con normalidad.

 

Mediante sus modificaciones orgánicas y químicas, la enfermedad puede por tanto ser un fermento del genio.

No decimos un fermento de genio, sino un fermento del genio. Si resulta ridículo asimilar esto último a una enfermedad, lo es igualmente atribuirlo a la salud absoluta… Podemos admirar en la sucesión de las grandes obras este combate sagrado del espíritu. Saltan chispas en los choques.

La enfermedad es la irritación, la lucha; y, en la victoria, el empuje de la regeneración puede hacerse sentir en todos los dominios. Es cuando ella se extiende, cuando surge la necesidad de esconderse; la agitación se apaga, el pensamiento aumenta, la observación se eleva o templa su buril en su propia amargura.

La enfermedad agudiza las sensaciones que se fijan en nosotros como flechas, que encuentran su resonancia en su estremecimiento. Es la angustia y sus consecuencias. Son las ensoñaciones y sus asociaciones de imágenes, las alucinaciones que muerden. Sobre el teclado de la sensibilidad, más ampliado, las orquestaciones del espíritu son más ricas.

La enfermedad en fin, que nos inmoviliza, puede abrirnos de par en par la gran ventana de la imaginación; y la creación literaria es entonces un suntuoso consuelo.

Que no se nos malinterprete: el genio que, según la definición del Larousse, debe ser considerado como el más alto grado que puede alcanzar las facultades humanas, nada tiene de mórbido, y cualquier asimilación con la neurosis y a la degeneración, – lo que es el colmo, – son ridículas; pero la enfermedad actúa sobre él, lo colorea y da un timbre particular a su producción

Existe una clínica del genio que es necesaria, para conocerlo bien, y al que nosotros aportamos nuestros conocimientos especiales.

La enfermedad que con más frecuencia modifica la obra a peor, puede sin embargo modificarla para bien.

El rol de la afectividad en la creación, los instintos, todas las fuerzas oscuras del organismo, la preponderancia del automatismo sobre la razón abstracta, la aparición y persistencia de las cualidades estéticas en los alienados, la frecuencia de los trastornos hereditarios, las intoxicaciones adquiridas, infecciones graves en los escritores y artistas, todo eso debe convencernos de la legitimidad de nuestra reclamación: exigir de la crítica el reconocimiento de una patología literaria, que tendrá en la ciencia de la imaginación creadora el lugar que la patología histórica tiene en la historia.

 

 

Publicado en La Chronique médicale : revue mensuelle de médecine historique, littéraire & anecdotique, el 1 de julio de 1929

Traducción de José Manuel Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant