Chronique médical, 15 de enero de 1908

 

Guy de Maupassant[1]

Su vida.– Su obra. – Su enfermedad. – Su muerte.

 

por el Dr. André LOMBARD.

 

Si los autores que han estudiado la vida, la enfermedad y la muerte de Maupassant no tuviesen una admiración llena de respeto por el genial escritor, sería una singular ironía que entregasen a la curiosidad del público unos detalles sobre aquél que decía con una mezcla de orgullo y fanfarronería: «Nuestras obras pertenecen al público, no nosotros.»

Las memorias que publicó en su día el barón Albert Lumbroso, abrieron la vía de las indiscreciones póstumas; ellas constituyen una preciosa mina de documentos originales que vendrán a agotar todos aquellos que emprendan un estudio sobre Maupassant.

Contar la vida del hombre, es también hacer la historia de su obra, obra que se puede explicar por la obsesión que tenía por la muerte.

Para comprender bien la psicología de un escritor es necesario en ocasiones remontarse más lejos que él mismo, buscar la influencia atávica, estudiar sus ascendientes inmediatos y discernir, en la influencia que esto han tenido sobre el niño, la parte que les corresponde en la formación del escritor, el desarrollo de su inteligencia y la eclosión de su talento.

El origen de la vocación literaria de Maupassant, puede encontrarse de algún modo en una actitud familiar. De Gustave Flaubert, de Louis Bouilhet, de Alfred Le Poittevin su hermano, su madre le trasmite el amor por las letras. Mujer muy adelantada, llena de inteligencia, la Sra. Laure de Maupassant supo guiar a su hijo Guy, y despertando en él las sensaciones que hacen nacer las cosas en la naturaleza, enseñó a su espíritu a fijarse en esas realidades. De una inteligencia precoz y dotado de una gran memoria, el niño se emocionó al principio con las lecturas de Shakespeare, luego vivió en Normandía una vida activa. Tomó del país, de los lugareños, impresiones perdurables y sinceras que se fijaron y se encontrarían más tarde en sus obras. De esta estancia en el campo, no solamente fue su espíritu el que salió beneficiado, sino su salud física. Ya en esta época, el niño manifestaba su amor por la aventura, su alegría de vivir sin restricciones, su embriaguez errando al albur de su fantasía.

Pero a los 13 años, ingresó en el seminario de Yvetot, de donde pronto se le expulsaría; allí ridiculizaba no sólo a los profesores, sino a los ritos de la religión, y su espíritu ya estaba imbuido de ideas racionalistas que, cada día, se desarrollaban más. Sin embargo, en el momento de su primera comunión, parece haber sido afectado de una crisis de misticismo. A continuación fue al instituto de Rouen y allí se dedicó con más ardor aún que en el seminario, a los trabajos poéticos. Ya no es sólo su fantasía quién lo guía: está aconsejado y dirigido ahora por Louis Bouilhet, y a la muerte de éste, que sobreviene rápidamente, no queda por ello libre a su inspiración: la influencia de Flaubert, que hizo de él un novelista, sustituye la de Bouilhet, quién hubiese hecho de él un poeta.

Fue en esta época cuando empezó a manifestarse su gusto en burlarse de sus profesores, en someter a sus compañeros a bromas propias de su espíritu cáustico. Pues fue un mistificador toda su vida; ¿acaso los protagonistas de sus novelas o sus relatos no son perfectamente reconocibles, mistificación hecha a aquellos que fueron los inconscientes modelos?

En 1870 tiene 20 años. Rouen es invadido; Maupassant se enrola y entra en campaña. Luego regresa a París y, en un despacho del ministerio de la marina se encuentra completamente fuera de lugar.

Hasta 1880 es un alegre compañero: su salud es robusta, pero el más ligero malestar le preocupa. Gana entonces 1500 francos anuales. Sus distracciones son sesiones de remo, la observación de sus compañeros y las burlas a los burgueses, como hizo regresando de Chatou. A pesar de todo, la poesía y el teatro todavía le interesan.

Fue desde 1873 hasta 1888 cuando se ejerce la influencia de Flaubert, cuya disciplina es intransigente; aprende entonces el valor de la observación directa y de la documentación precisa. En casa de Flaubert, en Croisset, y los domingos en Paris, se encuentra con Daudet, Zola, Charpentier, los hermanos Goncourt; y los jueves en casa de Zola, con Paul Alexis, Léon Hennique, Henry Céard, Huysmans; en casa de Catulle Mendès conoce y frecuenta a Henri Roujon, Léon Dierx, Saint Mallarmé y Villiers de l’Isle Adam.

En 1878, se traslada del ministerio de la marina al de la instrucción pública, y comienza a colaborar en los periódicos. Su apellido es conocido por el público, y el proceso de Etampes, del que fue absuelto, le publicita más todavía. Este periodo de su vida fue fecundo; aprendió el oficio de escritor y su talento personal se despertó, fruto de una labor vigorosa y sincera.

Hacia 1889, Maupassant dio muestras de su inquietud viéndose agotar su filón: en Fort comme la Mort, se queja dolorosamente de que su «investigación se ha vuelto impotente y estéril». A partir de ese momento, no produce ya con la misma regularidad ni la misma abundancia. Desde 1880 a 1890, publica seis novelas, dieciséis volúmenes de relatos, tres libros de impresiones de viajes y numerosos artículos de periódicos que no han sido reimpresos en sus obras completas. Pero, al mismo tiempo que amaba el trabajo, también amaba la vida y deseaba ardientemente todas las satisfacciones, todos los goces; los deseaba con la fogosidad de su temperamento, y como si el presentimiento de su prematuro fin le obligase ha apresurar la consumación de sus placeres. Era para realizar este objetivo por lo que trataba de ganar dinero; pero no se debe olvidar que ayudaba a su madre a vivir y que entregaba una pensión a su sobrina. También mantenía con su editor Havard una contabilidad muy rigurosa.

Sus necesidades de dinero se volvieron acuciantes desde 1895. En octubre de 1891, La Maison Tellier llegó a faltar en los almacenes de la editorial Havard; Maupassant instó a ésta a poner en circulación una edición en veinticuatro horas; al mismo tiempo tuvo desavenencias con le Figaro y entabló un litigio con un periódico de New York.

Desde 1888, hay manuscritos del autor con tachaduras, sobrecargas de escritura; el estilo a veces es penoso. Sufría también de una inquietud nerviosa, y los ridículos de los demás, buscándoles y denunciándoles con un placer malsano.

Normandía es en esta época la región que le gusta: hace edificar el bonito chalet de «La Guillette», en Étretat, que le hacía recordar la villa de los «Verguies», donde pasó sus primeros años; muy cerca de «la Bicoque», propiedad de la Sra. Lecomte du Nouy de la que él decía, apreciando sus agradables relaciones, que tenía «el talento de la amistad»[2]

Allí se dedica con pasión a la caza, y las historias de caza en el paisaje normando constituyen a menudo el fondo de sus relatos.

Poco a poco va cada vez menos; el Midi le atrae, su madre se ha instalado desde hacía varios años en Niza; su padre reside en Sainte-Maxime-sur-Mer; va frecuentemente a Cannes, luego tanto a Cannes, como a Antibes donde amarra el Bel-Ami.

Sentía la necesidad de satisfacer su inquietud mórbida, su gusto por los viajes, que revelaban su necesidad de movimiento y su de deseo de estar solo.

Desde 1881, «la eterna miseria de todo» le abruma, y, en  Bel-Ami, en el Horla, en Sur l’eau, se siente la obsesión de la soledad y la fiebre de la acción. Sin embargo todo es sufrimiento para su espíritu enfermizo: la carencia de confort en ferrocarril y en los hoteles; «las largas cenas en las mesas de los anfitriones», y «las cenas en la pequeña mesa del restaurante»; los «turistas curiosos o grotescos». También prefiere los cruceros libres, los simples paseos que procuran «esta constante tensión del interés, este goce para la vista, esta vigilia sin fin del pensamiento». De este modo visita Córcega (1880), Argelia (1881), recorre a pie la Bretaña (1882), viaja a Italia y a Sicilia (1885), pero ya da en este último viaje síntomas de alteraciones nerviosas. En 1886, es invitado al castillo de Wadesden por el baron F. de Rothschild, que le hace apreciar el encanto de la vida inglesa en la campiña; pero rechaza ver Londres, tan sólo quiso visitar Oxford, de la que quedó muy decepcionado. En alguna temporada, en 1885, iba a realizar alguna estancia en el balneario de Chatel Guyon; Auvernia le había gustado y así lo dejaría reflejado en Mont-Oriol.

A Maupassant no le gustaba la gente de alta alcurnia, y convertido en un hombre de moda, permaneció independiente, altivo, de una cortesía fría y a veces desdeñosa. Vio a esa sociedad como un observador independiente; conoció y despreció la mundanía cerebral, a las «marisabidillas de novelas», a las chifladas. Su amor lo reservó para la vida sensual, y su afecto para las amistades literarias: la Sra. Adam, la Sra. Yung, Alexandre Dumas hijo, Paul Bourget, G. de Porto-Riche, Edouard Rod, Paul Hervieu, Léopold Lacour; y, más tarde, Taine, con quién tuvo hacia 1890 unas relaciones continuas en Aix-les-Bains, estando Taine residiendo a orillas del lago de Annecy.

Sus relaciones con Edmond de Goncourt nunca dejaron de ser tormentosas. Goncourt era a sus ojos, «un aristócrata que hace juguetes con la literatura», y éste le consideraba «un muy notable escritorcillo, un encantador contador de cuentos, pero un estilista, un gran escritor, no, no.»

En su corazón sólo albergaba amor por las letras; el desprecio que mantuvo hacia los salones oficiales, la aversión que tuvo por los indispensables halagos y las intrigas que no supo en absoluto cultivar, le alejaron de los honores que hubiese podido solicitar como Zola, a los que prefirió despreciar como Flaubert y A. Daudet. También justificó sus palabras: «Tres cosas deshonran a un escritor: la Revue des Deux Mondes, la condecoración de la Legión de honor y la Academia francesa.»

 

***

Habiendo resumido lo que sabemos de la vida de Maupassant, ¿es posible ahora relacionar las causas de su enfermedad, establecer su génesis, seguir su evolución y hacer el diagnóstico?

Si creemos a la madre de Guy, no habría en su familia ningún antecedente de enfermedad nerviosa, pero a los enfermos les gusta engañar, y no hay como un médico para ver una relación entre ciertos fenómenos mórbidos de apariencia disparatada.

Hacia 1887, la Sra. de Maupassant estuvo afectada de una enfermedad nerviosa: se le dijo que se trataba de la tenia, y su hijo le escribía que la tenia «adopta las formas de todas las enfermedades y especialmente las del estómago y del corazón.» Sin duda entre los neurópatas, se comienza a veces por negar la enfermedad para curarla, pero también tenemos una carta de Gustave de Maupassant, el padre de Guy, del 25 de marzo de 1872, quién informa, evidentemente sin benevolencia, de unos hechos de tal naturaleza, que hacen dudar de un perfecto equilibrio del sistema nervioso de la Sra. de Maupassant; se produce una tentativa de suicidio. Leemos incluso que su nieta Simone, hija de Hervé, tiene «a su vez una crisis abominable».

Por otra parte, Hervé, hermano de Guy, era un enfermo nervioso, y murió de parálisis general, a consecuencia, según su madre, de una insolación.

Hay pues antecedentes hereditarios, de los que es bueno tener presentes.

Recordemos también la crisis mística en la que Guy se sumió en el momento de su primera comunión.

Su estado nervioso siempre fue objeto de preocupación de sus amigos. Desde 1878, se queja a Flaubert de su salud; en realidad, se trata solamente de una gran fatiga, de un cansancio general; pero pronto es abatido y, si conserva las apariencias del «robusto burgués campesino», en más bien «el toro triste», y el alegre compañero que parece dejarse fácilmente llevar por el desánimo y la desilusión. Fue en ese momento en el que Flaubert le aconsejó que viese al Dr. Pouchet.

Es cierto que, desde su llegada a Paris, lleva una vida muy estresante; abusa de su fuerza física: el remo y las mujeres por una parte, su producción intelectual por añadidura, desgastaron su cuerpo y su cerebro. Y cuando, convertido en hombre célebre, renunció al remo, su fecundidad literaria fue más considerable. No renunció a los ejercicios físicos y, hacia finales de su vida, usó drogas excitantes: éter, haschisch, etc… Desde 1891, según opinión del Dr. Glatz que le trató en Champel, era un candidato «a la parálisis general».

Hay, sin duda, unas parálisis generales – seguramente raras – que no se pueden vincular a una sífilis anterior. Nadie se preocupó del origen específico de la enfermedad de su hermano Hervé; una investigación sobre este punto no hubiese carecido de interés sin embargo. Según el Sr. Alberto Lumbroso, dos médicos habrían recibido de Maupassant la confidencia de que Hervé habría contraído la sífilis. No tenemos al respecto una prueba decisiva.

El principio brusco de la locura de Maupassant es, a nuestro parecer, la piadosa mentira de una madre que no quiere reconocer una influencia hereditaria.

Desde 1878, comienza a padecer de los ojos; Flaubert se alarma y le escribe para que se haga examinar por su «médico, Fortín, simple oficial de salud», al que «considera muy competente», y espera de Pouchet explicaciones sobre su enfermedad (1880).

La afección no mejora y, en 1885, los trastornos visuales son tales que Maupassant debe prohibirse todo trabajo; en 1886 tiene la vista muy cansada. Pero, desde 1882 o 1883, el diagnóstico de parálisis general no era dudoso, así como se desprende de una carta del Dr. E. Landolt: «Ese mal, en apariencia insignificante (dilatación de una pupila), me hizo prever sin embargo, a causa de los trastornos funcionales que lo acompañaban, el lamentable final que esperaba fatalmente (diez años más arde) al joven y antaño tan vigoroso y gallardo escritor.» Edmond de Goncourt, escribe también en su Journal: «Regreso de Saint-Gratien con el oculista Landolt. Hablamos de la vista de Maupassant, que él dice haber tenido muy buenos ojos, pero semejantes a dos caballos que uno no se podrían llevar ni conducir juntos, y que el daño estaba detrás de los ojos.»

Esta fatiga de la vista, este cansancio del cerebro acosan a Maupassant y él los traduce en sus obras; describe sus trastornos visuales en el Horla, en Fort comme la Mort. Hemos hablado antes de sus excesos con las mujeres; conviene volver sobre ello, pues no sigue los consejos de moderación que Flaubert le da. Sin duda evita las relaciones peligrosas, pero se libra sin moderación a la satisfacción brutal de sus robustos apetitos, y tiene como una obsesión que se encuentra por todas partes en su obra, no de amor, sino de instinto sexual.

En cuanto al deporte del remo, no deja de vanagloriarse de ello; luego son las travesías lejanas, la vida errante, los paseos por el desierto, la ausencia de comodidades, y, por encima de todo, la preocupación del esfuerzo en producir la obra esperada. Añádase a esto la excitación del éter, de la cocaína, del haschich, de la morfina. Sin duda no hizo de ello un uso continuo, y al principio empleó el éter para combatir unas neuralgias, pero le gustaba el «bienestar somnoliento» que le procuraban esas drogas, y fácilmente encontramos en algunas descripciones de pesadillas y sueños el recuerdo atenuado de una experiencia personal. Le gustaban los olores, una «sinfonía de caricias», que sacudían misteriosamente su imaginación.

 

***

A partir de 1884, sus obras cambian de tono: se deja invadir por la melancolía; su inquietud por la vida se revela y «su juicio sobre las cosas se enternece». De esta misma época hasta 1890, su gusto por la soledad se vuelve impaciente y malsana, siente «una exaltación del pensamiento rayando en la locura». Luego escucha una voz cruel y desoladora (Sur l’eau); y esta llamada, escuchada una noche a bordo del Bel-Ami, le produce a la vez una angustia y un goce crueles; teme a la muerte y la ama. Y en su espíritu desamparado no hay ya más lugar que para la monotonía de la existencia y el tedio de vivir. «¡Hagamos lo que hagamos, moriremos! » Sea lo que sea «que creamos, que pensemos, que intentemos, moriremos. Y parece que uno se va a morir mañana sin conocer nada todavía, aunque asqueado de todo lo que se conoce.» (Au soleil.)

Por último sobreviene el miedo a la noche, descrito en numerosos relatos, luego siempre reaparece, más implacable que nunca, la obsesión de la muerte.

En Lui, en Horla, en Qui sait? se asiste al hundimiento del genio de Maupassant. En Lui, está descrito un fenómeno de autoscopia, la visión de «su doble». ¿El Horla, no es, de algún modo el diario de su vida? y ¿Qui sait? la visión fantástica de un demente perseguido?

La vida de Maupassant era como la de los protagonistas de estos tres; por miedo a la soledad y la noche, buscaba a las mujeres; el protagonista de Lui se casa por cobardía.

Viaja, pero la inquietud, la angustia, le siguen por todas partes. Intentas matarse, y será en una casa de salud donde acabará sus días.

La locura, que se puede constatar en sus obras desde 1884, no es hecha pública hasta 1891. Pero ya hay de ella otros indicios que se encuentran en su obra.

Fue, desde 1885, su nerviosidad extrema, que se manifiesta en su viaje a Sicilia, y sobre todo en 1886, en su viaje a Inglaterra.

Fue, desde 1888 a 1891, la serie de sus procesos judiciales, especialmente con su propietario de la avenida de Victor Hugo, a propósito de un panadero, que le alquiló la planta baja, que, según él decía, le causaba insomnios.

Son cartas violentas, incoherentes, sin estilo y a veces sin ortografía, con omisiones y errores de escritura. Es el miedo a las enfermedades; el la obsesión por la muerte.

Habiéndole visto en 1889, Edmond de Goncourt lo vuelve a ver en 1890, encontrándole envejecido y descarnado.

En 1891, Maupassant consulta al Dr. Déjerine, pero el diagnóstico del médico es deformado, en una carta de Maupassant a su madre.

El mismo año, se encuentra en Divonne, que abandona porque no se le quiere administrar la «ducha de Charcot», y, aconsejado por Taine, viaja a Champel. El Dr. Cazalis, que lo esperaba en Ginebra, le dijo: «Está usted curado», y le anuncia el bien que le proporcionaría una estancia en Champel, donde se encuentra el poeta Auguste Dorchain. Éste, prevenido por el Dr. Cazalis de la gravedad del mal de Maupassant, cumple caritativamente la dolorosa misión de permanecer con un loco, cuyas excentricidades eran cada día más numerosas y más grandes. Es en este momento como él constata en Maupassant «una volubilidad del lenguaje y una fijación de la mirada igualmente espantosas.»

No olvidemos finalmente que Edmond de Goncourt cuenta que tenía delirios de grandeza.

La miseria moral de Maupassant había llegado a tal punto que él, tan racionalista antes, o tan indiferente a los asuntos de la religión, hace de la Imitación de Jesuscrito su libro de cabecera. Es en ese momento (a finales de 1891) que, consciente aún de un final próximo, cuando pensaba sin duda en apresurarse, hace su testamento.

El 1 de enero de 1892, tras haber almorzado con su madre, almuerzo del que la Sra. de Maupassant escribió una dolorosa relación, Guy, regresando a su casa, intenta suicidarse; los detalles son ahora los de un banal hecho, y nada distinguiría de otro el caso de Maupassant, si la piedad de sus amigos, conociendo el amor que tenía por su yate Bel Ami, no hubiese intentado conceder, por su vista, un poco de lucidez a ese pobre cerebro apagado; los marinos Bernard y Raymond habían, en el momento de su tentativa de suicidio, controlado su furor, sin que él los reconociese; dirigió hacia el Bel-Ami «una mirada melancólica y tierna».

El 7 de enero, se le trasladó a Passy, a la residencia de salud del Dr. Blanche. Tuvo una agonía de 18 meses, durante la cual recibió la visita de algunos fieles amigos. La evolución de la enfermedad fue la de una parálisis general: trastornos físicos, demencia, excitaciones, delirios de grandeza, hipocondría, alucinaciones, ataxia; tuvo todos los síntomas, ¡síntomas que excitaron el verbo cáustico de Goncourt!

Durante ese tiempo allí, se produjo un vago resplandor de inteligencia; pero la enfermedad hacía su obra, y la muerte, que le sobrevino el 6 de julio de 1893, encontró a un Maupassant tranquilo.

En resumen, sus antecedentes hereditarios, su estilo de vida, tal vez la sífilis, habían hecho de Maupassant un candidato a la parálisis general; presenta también los signos clínicos y la evolución de esta temible afección.

Si se echa una mirada hacia atrás, uno se siente tomado de una indecible tristeza, leyendo esta frase que él escribió: «¡Oh! sólo los locos son felices, porque han perdido el sentimiento de la realidad» Pero se conserva la impresión de que su vida estuvo dedicada al esfuerzo y al arte, que su obra fue la imagen de su vida.

Que los enamorados de lo Bello tengan al menos, contemplando su estatua en el parque Monceau, a donde le gustaba venir, el recuerdo de un artista cuyo arte fue sincero y cuya serenidad de rasgos oculta mal la dolorosa amargura de una vida consagrada al Arte y a la Belleza.

 

Las tentativas de suicidio de Maupassant[3]

 

Tan lejos como uno se remonte en el linaje de sus antepasados, no se encuentra en él ninguna tara hereditaria. Todos esos marqueses de Maupassant fueron espíritus sanos dentro de cuerpos robustos. Incluso fuerza en la ascendencia materna, los Le Poittevin.

¿Cómo sobrevino entonces la crisis que debía llevarse a nuestro amigo?

Desde los primeros días del mes de diciembre de 1891 que precedieron a la catástrofe, Maupassant, enfermo desde hacía tiempo, comenzó a salir de su calma. Tenía fiebre; caminaba y hablaba nerviosamente; eso no era habitual en él. A partir de ese momento, su sirviente, el fiel François, comenzó a preocuparse. Una noche, el bravo muchacho fue despertado por unas detonaciones; corrió de inmediato a la habitación de su amo y le encontró tranquilamente instalado en su ventana, disparando en la oscuridad nocturna. Disparaba así, sin ver, al azar, creyendo haber oído escalar la pared del jardín. Al día siguiente, François, presa del miedo de que semejante incidente se volviese a producir, y que no conllevara una desgracia, creyó prudente quitar las balas de la pistola, luego volvió a depositar el arma en el cajón donde su amo tenía por costumbre guardarla.

Llegó el 1 de enero de 1892. Maupassant se sintió esa mañana bastante mal para no querer salir. Su sirviente pensó en animarle para ir a desear un feliz año nuevo a la Sra. de Maupassant que vivía en Niza. Durante el almuerzo, Guy tuvo lagunas: en varias ocasiones habló intermitentemente. El hilo de sus ideas ya parecía roto. Sin embargo nadie se preocupó a su alrededor, y aunque estuvo en un estado evidente de sobrexcitación nervioso, se le dejó regresar a Cannes.

Desde ese momento, François, que lo había acompañado, tuvo la sensación muy clara de que el mal empeoraba. Apenas llegado a su casa, Maupassant, sintiéndose débil, quiso acostarse inmediatamente; su sirviente, a pesar del deseo que tenía de vigilarle, no pudo quedar cerca de él. Guy le envió. ¿Qué ocurrió durante la noche? Por desgracia no es difícil de adivinar. Algunos meses antes, Maupassant había dicho al Dr. Fermi: «¿No cree usted que me encamino hacia la locura?» El doctor confesó más tarde que, desde esa época, había constatado el progreso de la parálisis general; sin embargo protestó. «Si eso fuese así, querido, continuó Maupassant, debería decírmelo. Entre la locura y la muerte no hay que vacilar, mi elección está hecha por adelantado.»

Durante la noche del 1 al 2 de enero, Guy tuvo una hora de absoluta lucidez; comprendió que su razón se le escapaba; desde entonces quiso matarse. Su primera idea fue servirse de su revólver. El cajón que lo contenía, quedó abierto según los testigos. Hizo fuego, pero las balas habían sido retiradas y las cenizas ennegrecieron la sien sin resultado. La pistola fue devuelta a su despacho. El desdichado, viendo ese tipo de muerte escapársele, busco otro medio de acabar. Advirtió sobre su mesa un abrecartas, lo tomó, e intentó en vano cortarse la arteria carótida. El estilete se deslizó del cuello al rostro, e hizo una herida profunda y la sangre fluyó; entonces Maupassant emitió terribles alaridos de dolor. Oyendo sus gritos, François corrió. Comprendió enseguida que estando solo, sería impotente en defender a su amo de sí mismo; llamó en su ayuda a los dos marinos del Bel-Ami, el yate de Guy. A duras penas consiguieron apoderarse de él y mantenerlo en la cama hasta la llegada del doctor. No lo hubiesen conseguido con mucha dificultada sin la fuerza hercúlea de Raymond.

Por desgracia! amigo mío, ¡qué miseria! ¿No hubiese valido cien veces más, dejar morir a ese gran desdichado? ¿Se tenía el derecho de imponerle esta larga agonía? Pues durante mucho tiempo, intermitentemente, permaneció consciente de su estado[4].

 

 

ECOS DE LA CRÓNICA

“La enfermedad de Maupassant”

 

Hasta el momento se había considerado a Maupassant como  un paralítico general; ahora bien, los Sres. Rémond y Voivenel, en un artículo muy trabajado del Progrés médical, se inscriben entre los militantes contra este diagnóstico:

«En presencia de una enfermedad mental comenzada en 1878, terminada en 1893, con periodos tan claros de inquietud, de sistematización, de delirio de grandeza y demencia, habiendo presentado en su evolución (demasiada larga para ser confundida con una parálisis general) el carácter de la paranoia quaerulens, las alucinaciones clásicas del oído y de la vista, debemos concluir que Maupassant fue afectado de delirio sistematizado progresivo.

La ausencia de autopsia no nos permite tener a este respecto la certeza; pero la clínica nos autoriza a creer que, según nuestra clasificación anatomo-patológica de las psicosis, Maupassant estuvo afecto de leuco-encefalitis. Su enfermedad sistematizada, evolucionado como una leucomielitis, como un tabes, se inicio por la fibra nerviosa, y no alcanzó más que ulteriormente la célula.»

 

 

Publicado en La Chronique médicale : revue bi-mensuelle de médecine historique, littéraire & anecdotique 1908. - 1908, n° 15

Traducción de José Manuel Ramos González

para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant


 

[1] EDOUARD MAYNIAL, la Vie et l’Oeuvre de Guy de Maupassant. Soc. du mercure de France, xxvi, rue de Condé. Paris, MCMXI; LOUIS THOMAS, la Maladie et la Mort de Maupassant; Arthur Herbert Ltd. Porte Sainte-Catherine. Bruges, 1906.

[2] Mme. Lecomte du Nouy se sabe que es la autora de Amitié amoureuse, una especie de obra maestra. (A.C.)

[3] Nuestro colaborador habla incidentalmente, en su artículo, de los vínculos de amistad que unieron a Maupassant con la Sra. Lecombre de Nouy. Hemos tenido la fortuna de encontrar el relato que hizo esta mujer de letras de alta distinción de las tentativas de suicidio del novelista. Su relato completará, sobre un punto, el artículo cuidadosamente documentado del Dr. André Lombard. (Nota de la Redacción)

[4] En regardant passer la vie, por Henri Amic y la autora de Amitié amoureuse, páginas 97-101-