Le Figaro. Suplemento literario del domingo. 3 de octubre de 1908.

 

CARTAS INÉDITAS A GUSTAVE FLAUBERT

 

Se conoce la estrecha amistad que unía a la familia Maupassant con Gustave Flaubert, y con qué afecto, el gran escritor de Salammbö dirigió los primeros trabajos literarios del futuro autor de Fort comme la Mort.

He aquí unas bellas cartas inéditas que escribió la Sra. de Maupassant madre, a Gustave Flaubert; debemos la publicación de estos preciosos documentos al Sr. Louis Conard, quien los publicará al principio del sexto volumen, titulado: Des vers, en la edición definitiva que ha emprendido de las obras completas de Guy de Maupassant

 

 

Etretat, 16 de marzo de 1866

 

Si alguna cosa puede aliviar mi profundo dolor, es ver que tu carta ha sido realmente comprendida,  y ella, mi viejo amigo, me ha traído el único consuelo que puede alcanzar precisamente mi corazón. Has evocado en mí los recuerdos en común de nuestros jóvenes años y he vuelto a ver esa casa de la gran avenida, llena de huéspedes tan queridos, a los que a casi todos tomé aprecio. Mi pobre viejo padre, tan respetable y tan bueno,  mi hermano, tan inteligente, tan distinguido, tan excepcional, luego mi madre, mi querida y excelente madre, yéndose la última para reunirse con los demás... ¡Dios mío! qué triste es la vida, y cómo, el tiempo en su discurrir, siembra su camino de amargura. El terrible trance por el que atravieso, me ha encontrado más fuerte de lo que habrías creído, incluso yo mismo estoy sorprendida. He podido finalmente quedar cerca de los restos de nuestra querida fallecida y he pasado dos noches cara a cara con ese rostro que ha encontrado, en la serenidad suprema, alguna expresión de otras veces. La pobre Virginie[1] acudió enseguida a mi llamada y se arrojó sollozando en mis brazos; pero cuando le propuse llevar a mi madre a la cama, sus fuerzas la traicionaron, y la vi en tal estado que tuve que sustituirla y enviarla a Bornambusc cerca de su marido y sus hijos. Ella me ha dejado, en efecto, pero la angustia del alejamiento le ha parecido más imposible de soportar, y ha encontrado el valor de venir el día siguiente a compartir mi lúgubre vigilia. Siento algún alivio hablándote de todo esto, porque conozco tu vieja y buena amistad. He sido, particularmente tocada por una maldición, y no es descabellado que me agarre ardientemente al pasado, repleto de dulces visiones; pero a ti, que la vida de artista arrastra en su torbellino, a ti, mi querido Gustave, que has visto realizarse ese sueño deslumbrador de la celebridad, has retenido, como yo, la religión de las cosas de antaño; tú sabes hablar con el corazón, y es fácil de adivinar que, tú también, miras todo este pasado como lo más feliz de tu vida. Revives a menudo esa terraza llena de sol, y oyes todavía cantar los pájaros de la pajarera.

      Ahora es necesario que me esfuerce en volver mi mirada hacia el futuro; tengo dos hijos, que amo con todas mis fuerzas, y que me darán posiblemente todavía algunos bellos días. El más joven no es más que un bravo pequeño paisano; pero el mayor ya es un joven serio. El pobre muchacho ha visto y comprendido bien las cosas, y es casi demasiado maduro para sus quince años. Él te recordará a su tío Alfred, y espero que tengas con él unas buenas relaciones estando segura de que lo querrás. Acabo de verme obligada a quitarlo del internado religioso de Yvetot, donde se me ha rechazado una dispensa de comer carne en la vigilia exigida por los médicos; ¡es una singular manera de comprender la religión de Cristo, o yo no me conozco!... Mi hijo no está seriamente enfermo; pero sufre de un debilitamiento nervioso que demanda un régimen muy tónico; y no le gusta mucho la austeridad de esta vida enclaustrada que es perniciosa para su naturaleza impresionable y delicada, el pobre niño se ahoga tras esos altos muros, que no dejan llegar ningún ruido del exterior. Creo que lo voy a matricular en el Instituto del Havre por dieciocho meses, y que me estableceré en París para los años de retórica y filosofía. Hervé estará en régimen de media pensión en un colegio cualquiera, y podré de ese modo vigilar por mi misma a mis dos queridos tesoros.

     Como puedes ver, te he escrito ampliamente, mi querido amigo, y siento que me ha hecho bien. Adiós; piensa alguna vez en nuestra amistad de infancia y recibe un cordial y afectuoso apretón de manos.

 

LE POITTEVIN DE MAUPASSANT

 

No sé donde encontrarte ahora; te envío todavía esta carta a Croisset

 

 

Etretat 29 de enero de 1872

 

Hace falta, mi querido amigo, que yo te estreche las manos. Felicidades, esto se llama hablar, y decir a las personas las verdades en la cara. Lo que has hecho es bello y valiente, y nuestro pobre Bouilhet, desconocido hasta el insulto por esta tropa de alimañas estúpidas y hermosamente vengado por tu pluma.  ¡Qué distribución, Dios mío! ¡Hay para todo el mundo! Vamos pues; tomad, atrapad, echad a cada uno lo suyo. Doblad el espinazo, el peso es grande y  tenéis mucho que hacer, no llegaréis nunca a superarlo...

Yo aplaudo, mi buen amigo, aplaudo con todo mi corazón y todas mis fuerzas.

Guy está todavía aquí, cerca de mí y juntos hemos leído esta carta tan elocuente, tan indignada, tan irónica. Nos has hecho pasar unos buenos momentos en nuestra soledad dónde las distracciones son raras, sobre todo las distracciones de esta índole. Mi hijo quería escribirte, pero yo he hecho valer mi derecho, y te envío todos sus cumplidos con los míos. Nos hemos acostumbrado a estar con nuestros amigos por la noche al amor de la lumbre, y tu nombre siempre aparece, como es de justicia. Guy me cuenta la última visita que te ha hecho en París y me hace pasar por todas las impresiones que ha sentido haciéndote leer las últimas poesías del pobre Louis Bouilhet. Me asegura que tú le consultas a veces, y él se siente orgulloso, se siente engrandecido, y yo, yo te agradezco esto que haces, por todo lo que significas para este muchacho. Siento que no estoy sola con mis recuerdos de tiempos pasados, de esos buenos tiempos donde nuestras dos familias no eran más que una, por así decirlo. Cuando miro hacia atrás y evoco todo esto que no volverá, se produce en mis ojos un extraño efecto de perspectiva. Es la lejanía que viene ante mí, que toco con el dedo, y es el presente que se apaga pálido. Nada puede hacer olvidar esos felices años de infancia y de juventud. Tú deseas noticias de mi salud. Estas novedades son casi siempre las mismas. No estoy precisamente enferma; me siento con frecuencia espantosamente débil. Hay unos instantes donde mi cabeza está como rota y donde me pregunto positivamente si velo o sueño. Esta impresión es corta; pero es penosa, constituye un verdadero desamparo.

Mientras tanto, nuestro invierno aquí no está pasando demasiado mal. El tiempo ha sido suave, a menudo bueno, y las flores no han desparecido de mi jardín. Mis dos hijos están conmigo, son excelentes muchachos y me procuran la mejor vida posible. Hervé trabaja y se convierte en un hombre. Creo que no tardará demasiado, a pesar del tiempo perdido. Sería injusta si no te dijese una palabra del valiente escolar que, él también, ha leído y releído la famosa carta, y ha sabido apreciarla muy bien. Dice que un campesino puede disfrutar de los placeres del espíritu, sembrando su trigo, sus coles y sus lechugas. No estoy muy lejos de darle la razón, y le veo, sin malestar ninguno, que dedique su vida a trabajar en los campos. Guy tendrá quizás más complicado encontrar el camino que le conviene.

      Di a tu querida madre que la quiero y que pienso a menudo en ella. Seré muy feliz de tener noticias suyas y tuyas, y si dispones de un pequeño instante para escribirme, sería verdaderamente una buena acción. Sé que estas tan ocupado que no me atrevo a pedírtelo. No hemos leído en los periódicos si las poesías de Louis Bouilhet y Mlle. Aïssé[2] serán publicadas pronto. Estamos impacientes de tener en nuestras manos estas últimas obras legadas por nuestro amigo, y nos gustaría solicitarlas de inmediato. Si me escribes unas palabras, dime, te lo ruego, dónde y cuándo se podrán tener estos libros. Adiós, mi buen y viejo amigo, te abrazo al igual que a tu madre, y quedo a vuestra disposición ahora y siempre. Respetos, cumplidos y cariños de parte de mis hijos.

 

      LE. P. DE M.

 

 

Etretat 19 de febrero de 1873

 

Mi querido compañero,

 

Oigo hablar de ti tan a menudo que necesito dar señales de vida a mi regreso, y  vengo a darte las gracias con toda mi alma y mi corazón. Guy está tan feliz de ir a tu casa todos los domingos, de estar allí durante largas horas, de ser tratado con esa familiaridad tan halagadora y tan dulce, que todas sus cartas no hacen más que contar una y otra vez lo mismo. El querido muchacho me cuenta su vida a día a día; me habla de todos nuestros amigos con los qué se encuentra en París, y de las distracciones que va teniendo en su camino; después, invariablemente, el capítulo finaliza así: « pero la casa que más me atrae, dónde más disfruto que en cualquier otro lugar, a dónde vuelvo sin cesar, es la casa del señor Flaubert.» Y yo me guardo bien de encontrar esto monótono. No sabría decir, por el contrario, cuanto placer me produce el leer esas líneas que no varían un poco más que en la forma, y ver a mi hijo acogido de ese modo en la casa del mejor de mis viejos amigos. ¿No es cierto de algún modo que yo soy responsable de ese gran favor? ¿No es acaso que el joven te trae mil recuerdos de este querido pasado donde nuestro pobre Alfred tenía su lugar? El sobrino se parece al tío, tú me lo has dicho en Ruán, y veo, no sin orgullo maternal, que un examen más íntimo no destruye esa ilusión. Su quieres alegrarme, encontrarás algunos minutos para darme tu mismo tus noticias. Es tan bueno ver que no estás olvidada,  sentir que la soledad no te aísla de hecho, y que ella no podrá vencer a la verdadera amistad. Y luego, me hablarás de mi hijo, me dirás si has leído algunos de sus poemas, y si piensas que tiene alguna otra cosa más que facilidad. Sabes cuanta confianza tengo en tí; creeré todo lo que tu creas y seguiré tus consejos. Si tu dices sí, alentaremos al buen muchacho en el género que prefiera; pero si tu dices no, lo enviaremos a hacer pelucas... o cualquier cosa como esa... Habla pues francamente a tu vieja amiga.

      Si quieres noticias de nuestra vida campestre, alargaré un poco mi carta y añadiré una pequeña hoja de papel, para no verme obligada a ser demasiado breve. Nuestro invierno está pasando muy bien, y mi compañero el salvaje[3] se encuentra en un estado soberbio. Va camino de llegar a una altura de coracero, y le gusta desarrollar sus músculos con el boxeo y el bastón. Los estudios no van todo lo bien que yo quisiera; mientras tanto avanzamos. Plinio y Séneca, Horacio y Virgilio, no son más que cartas cerradas para el joven escolar. La jardinería tiene su lugar también, como ocio, y nos divertimos en este momento en construir un gran huerto, a media cuarta de legua de nuestra casa, en el más bello valle del mundo. Nos sumergimos en este trabajo con verdadera pasión. Encontrarás quizás que tengo unos gustos muy vulgares, pero me gustan con locura los jardines con huerta. No me parecen ni solemnes ni pretenciosos, son íntimos, y por poco que algunas flores vengan a animarlos, los encuentro siempre encantadores. Nosotros tendremos unas rosas al lado de unas manzanas y unas peras, unos rábanos y unas violetas al lado de los nabos y de las coles. Y además, hay allí tanto sol que como se quiera,  una vista espléndida, y todos los ruidos del campo desde el labrador hasta el insecto. Quedo en ese lugar horas enteras, trabajando, paseándome, y sintiéndome feliz sobre todo por la alegría de mi joven jardinero. Él tiene todo ordenado, todo diseñado por él mismo con mucho gusto e ingenio, y parece mas orgulloso en ese momento que si hubiese escrito un poema en doce cantos. A cada uno su vocación y son tan válidas la una como la otra... Estamos aquí menos aislados de lo que podrías pensar, y tenemos algunas personas con las que vernos. Nos reunimos al anochecer tres veces por semana. Se escucha música, se juega a las cartas, se toma el té, y se come a la fuerza pasteles que las muchachas cocinan a cada cual mejor. Tenemos por vecinos a dos viejos artistas cuyos nombres no te son desconocidos, es la pareja Dorus-Gras, quienes conservan preciosamente el culto a las bellas artes. Pasamos revista a todas las obras maestras de la gran música. Ayer a la noche, era la Sinfonía Pastoral, con sus cantos de pájaros, sus ruidos de tormenta y sus ventiscas; mañana, será la obertura del joven Henri, con sus fanfarrias, que hacen pasar ante los ojos una caza entera. Mozart, Beethoven, Haydn, Rossini, Auber, todos los grandes maestros vienen a contribuir a nuestras diversiones. La poesía tampoco se olvida. Se lee, se habla, y el tiempo se va casi sin darnos cuenta. Puedes ver que para unos reclusos como nosotros, no estamos todavía demasiado mal repartidos.

      Me parece que he sido bastante charlatana, mi buen y querido amigo, y tengo miedo de que tú pienses lo mismo. Adiós entonces, te abrazo muy cordialmente y Hervé te envía sus saludos. Cuando veas a Caroline, háblale de mí y da saludos a su marido.

 

      Tuya,

      LE P. DE MAUPASSANT[4]

 

 

  Étretat, 10 de octubre de 1873.

 

Esta carta te encontrará en Croisset, mi viejo compañero, y me gustaría hacerlo a mí al igual que ella. Después de esta primavera, después de tu invitación tan apremiante y tan cordial, he quedado con la idea fija de ir a estrecharte la mano; pero es necesario esperar, esperar todavía, esperar siempre, y la vida se pasa así. Se puede en ocasiones llegar al borde de los grandes obstáculos; no es igual con los pequeños; estos se agrupan, se multiplican, y es necesario ceder a su número. En primer lugar he estado padeciendo una fiebre nerviosa, qué todavía no me ha pasado definitivamente, luego mi casita ha estado llena durante toda la estación estival. He tenido a Virginie con sus niños, a Louis Le Poittevin, Gustave de Maupassant, y finalmente a mi amado Guy. En este momento estoy sola con mi compañero de siempre, el joven salvaje que no ha podido aclimatarse lejos de su región natal. Los estudios nos ocupan mucho; tiene que llegar al bachillerato antes de hacer el servicio militar; y esto no es un asunto baladí con los recursos de los que disponemos. Tenemos sin embargo muchas esperanzas de salir adelante. Puedes ver como transcurren nuestras jornadas y perdóname por resistirme a tus insistencias y a mi deseo; pero si de hecho quieres ser bueno y encantador, sabrás buscar una manera de hacerme una visita, y traerás la  alegría a nuestro refugio. Nada más fácil, me da la impresión. Cuando Guy tenga cuarenta y ocho horas de libertad, te irá a recoger, y vendréis ambos aquí. ¿Es demasiado lo que te pido? ¿No puedes hacer esto por tu vieja amiga? Vamos, piénsalo, y no dejes de decir que sí.

Tu carta me ha producido pena y placer al mismo tiempo; es bueno recordar; pero hay en todo ese pasado tantos hechos dolorosos. Yo también, estoy a menudo con los muertos y creo que su imagen regresa más viva, más real, más tangible, a medida que mi edad aumenta. El futuro sin embargo me sonríe todavía en mis dos queridos muchachos, pero son muy fuertes los lazos que nos atan a las cosas y a los seres desaparecidos. Regresan sin cesar a nuestra cabeza. ¿Es que los muertos no pueden amarnos más?

Sí, tienes razón, tenemos gran necesidad de volvernos a ver y de hablar. Guy lo sabe bien ya que no cesa de preguntarlo sobre todo en lo que a ti concierne. Eres tan excelso, tan perfecto para mi hijo que no sé como agradecértelo. El joven te pertenece de corazón y espíritu, y yo soy como él, toda tuya ahora y siempre.

Adiós, mi querido compañero, te abrazo con todas mis fuerzas.

 

      LP. DE MAUPASSANT

 

He visto a Caroline y a su marido, pero un instante solamente, y he lamentado no poder retenerlos un día o dos en nuestra costa. Dales mis más afectuosos saludos.[5]

 

 

Pabellón de los Verguies, 23 de enero de 1878

 

Puesto que llamas a Guy hijo adoptivo, tu me perdonarás, mi querido Gustave, si te hablo con sinceridad de este muchacho. La declaración de ternura que le has hecho ante mí, ha sido tan dulce que la he tomado al pie de la letra, y  me imagino que te ha impuesto unos deberes casi paternales. Sé además que estás al corriente de las cosas, y que el pobre empleado del ministerio te ha confesado todas sus penas. Tú te has mostrado excelente, como siempre, lo has consolado, animado, y el espera hoy, gracias a tus buenas palabras, que la hora en la que podrá dejar su prisión y decir adiós al ama

Si puedes, mi querido viejo amigo, hacer alguna cosa por el porvenir de Guy, y procurarle una posición más a su conveniencia, serás mil veces bendito, mil veces he de agradecértelo; pero no hay necesidad que te insista casi, pues estoy segura por adelantado que la madre y el hijo pueden contar con tu apoyo. Si estuviera menos lejos de Paris, habría ido simplemente a llamar a tu puerta, una noche después de cenar; habría reclamado un pequeño lugar en una esquina de tu chimenea, y estaríamos charlando juntos mucho tiempo, como dos compañeros de infancia que se reencuentran con placer, y que siempre se quieren, a pesar de largas separaciones. Pero yo estoy aquí, en Étretat, entumecida por las influencias narcóticas del invierno, del silencio y de la soledad.

No sé aun cuando podré ir a París; sin embargo creo que esperaré al mes de mayo para ver la exposición universal. Espero que tu no marches para Normandía, y que te encontraré todavía en el barrio St.-Honoré. Mi primera visita será para ti y para la querida Caroline, de la que no oigo hablar muy a menudo. Dale todos mis recuerdos, te lo ruego, y no temas añadir que mi afecto por ella tiene algo de maternal. He conocido tan bien y he querido tanto a tu hermana. Dios mio, mi buen Gustave, ¿ por qué no quieres venir a Étretat? Trata entonces de entenderte con Guy, y de darme algunos días, cuando el venga a su querido país. Te agradecería pronto mi requerimiento de viva voz, y sería muy desgraciada si no obtengo una buena y seria promesa.

Adiós mi amigo, mi viejo compañero, te abrazo con todo mi corazón.

 

      LAURE

 

Suplemento literario del domingo. Le Figaro.  3 de octubre de 1908
Traducción de José M. Ramos González. Enero 2017.


 

[1] Virginie Niel, prima de la señora Flaubert madre.

 

[2] Comedia de Bouilhet

 

[3] Hervé de Maupassant.

[4] Respuesta  de Flaubert, Correspondance (éd. Conard, tomo VII, 1930, N° 1363).

 

[5] Cf.carta de Flaubert, Correspondance (éd. Conard, tome VII, 1930, N° 1420).