Le Figaro, 7 de septiembre de 1912

 

El Sr. de Monzie inaugura un monumento a Maupassant

 

El Sr. de Monzie ha inaugurado ayer un monumento erigido a la memoria deGuy de Maupassant en el parque de Miromesnil, cerca de Dieppe.

Fue allí, en plena Normandía verdosa, un hermoso dominio del mejor gusto de la antigua Francia, y donde se distingue el humor normando, y la bonhomía se confunde con lo señorial. Fue propiedad de los marqueses de Flers antes de pertenecer al canciller de Miromesnil. Sus actuales propietarios son una familia de Rouen, que cede con mucho gusto el emplazamiento del monumento.

Éste, réplica del de Rouen, se levanta a los bordes de una secular alameda que conduce al castillo. Quizá se acuerden de las polémicas a veces apasionada que se despertaron con ocasión de este monumento. Los normandos de Miromesnil se lo disputaban a los de Sotteville-sur-Mer y los de Fécamp a los de Étretat. Sean de aquí o de allá, los normandos son tenaces; y el misterio todavía rodea al nacimiento, al igual que la muerte del escritor se prestase a controversias. Hay que observar que las actas del registro civil incitan todavía más a la confusión: el acta de defunción de Maupassant, levantada en la alcaldía del décimo sexto distrito, indica que el autor de Une Vie nació en Sotteville; diferentes biógrafos no dan por menos seguro que hubiese visto la luz del día en Fecamp, calle Sous-le-Bois; en cuanto al acta de nacimiento, establece, bajo el número de registro 30 en la alcaldía de Tourville-sur-Arques, que Henri René Albert Guy de Maupassant nació en el domicilio de sus padres, en el castillo de Miromesnil, el cinco de abril (sic) de 1850.

Es este último documento que debían enarbolar, sin duda por derecho de antigüedad, los Sres. Deffoux y Tavie, pacientes historiógrafos de la escuela naturalista, adhiriéndose a esta opinión y emitiendo la hipótesis de que los padres de Maupassant, preocupados de un estatus nobiliario, hubiesen podido transportar en el momento oportuno al recién nacido a un domicilio cuyo tronío halagase un poco más su amor propio.

En definitiva, Miromesnil se llevó el gato al agua. El lugar completa el misterio. Este castillo algo aislado, al borde de una sombreada perspectiva, conviene a la incertidumbre que subsiste a pesar de una precisa inscripción grabada en la piedra del monumento. Maupassant hubiese sonreído sin duda de tantos esfuerzos por alcanzar una verdad inútil, lo que lo llevó en 1888 a responder a un redactor de anuario en búsqueda informaciones biográficas: «No me gusta que el público entre en mi vida.»

Era sin embargo necesario que entrase, tan discretamente como fuese posible, en el transcurso de la jornada de ayer, y al amenos para alimentar los discursos. Estos, por desgracia, coincidieron con un mal humor atmosférico.

Caía una instensa lluvia. Así el numeroso público, atraído por la promesa de una fiesta normanda, no tuvo todas las comodidades para disfrutar, como convenía, del fragmento capital que era el hermoso discurso del Sr. de Monzie.

Citemos al menos este pasaje.

 

La opinión de las elites extranjeras me parece, caballeros, tener más valor que el desdén unánime de Montparnasse. Ella sobre todo tiene más duración. La Revolución rusa que ha destruido – al menos en teoría – todos los cultos, ha dejado subsitir el culto de Maupassant, al que el ilustre contador Chejov, había proclamado su maestro definitivo. La viuda de Lenin, Kroupskaïa, cuenta que Wladimir Oulianoff consideraba la lectura de los Cuentos como su única diversión literaria. Y, por lo que a mi respecta, no soy indiferente a este pequeño testimonio.

Me imagino al dictador comunista leyendo a Maupassant en el Kremlin para aprender los secretos de esta alma aldeana siempre semejante bajo todos los climas y todos los regimenes, para iniciarse en el conocimiento del mujik por la frecuentación del campesino normando y extraer sus decretos de 1921 que liberaron la propiedad de la tierra, gracias a un estudio psicológico cuyos vientos provenían del verdor de Tourville-sur-Arques.

 

La lluvia, maliciosa, cesó con los discursos . Los asistentes regresaron hacia Dieppe sacudiéndose el agua. Los bañistas hacían fila para ver al ministro y la ciudad, gracias a un mimetismo particular, parecía completamente impregnada de literatura. El mejor restaurante del lugar ofrecía, evocando a Flaubert respeto de Maupassant, unos «filetes a lo Bovary». El sabor no se encontraba más que en esta delicada alusión.

 

Robert Destez

 

Publicado en Le Figaro, el 7 de septiembre de 1912.

Traducción de José Manuel Ramos González, para

http://www.iesxunqueira1.com/maupassant