Le Figaro. Suplemento literario del domingo.  11 de julio de 1925

 

LOS DEBUTS LITERARIOS DE MAUPASSANT

Según una correspondencia inédita

 

 

En Etretat, sobre los guijarros de la playa que encierran los acantilados, en esa estrecha bahía, estrangulada entre la «Manne Porte» y la «Porte d’Amont», transcurrió la infancia de Maupassant. Desde Fécamp al Havre, a lo largo de esa costa a la vez abrupta y suave, que ofrece a los turistas la riqueza de las praderas y el blanco furor de las rocas, se encuentran a su vez a todos esos campesinos normandos y todos esos pescadores de los que él aprecia su finura, su dureza, su escepticismo y esos rudos estallidos de alegría. Toine, la Sra. Tellier, el tío Hauchecorne y el tío Houlbreque, y tantos otros, de los que su obra está poblada, fueron los compañeros de su juventud.

De todos aquellos que lo conocieron, lo amaron y por él fueron amados, los últimos hoy están muertos. Pero el país todavía esta lleno de su rápido y brillante paso.

En el propio Etretat, la Sra. de Maupassant, separada de su marido, vivía en una pequeña propiedad, a la cual había devuelto su antiguo nombre de Verguies. Allí fueron encontradas las cartas que se van a leer. Fueron piadosamente conservadas por Cramoysan, el vejo jardinero de los Maupassant; en la actualidad son propiedad de su hijo, y debemos su divulgación a la amabilidad del Sr. de Bray, secretario de la alcaldía de Etretat.

Por otra parte estas cartas son impactantes, escritas por Guy de Maupassant entre los veinticinco y veintinueve años, cuando era un empleado en el ministerio de la marina y las colonias. Tenía por su madre un profundo afecto que nunca desmintió. Fue ella quien había dirigido sus primeros estudios. Hermana de Alfred Le Poittevin, que fue el amigo y consejero de Flaubert, la Sra. de Maupassant tenía un espíritu distinguido y abierto. Era muy instruida, habiendo incluso ido ella a la escuela de su hermano y de Louis Bouilhet. También, desde que Guy estuvo en disposición de trabajar más seriamente, fue a Bouilhet y a Flaubert a quien ella confió la instrucción de su hijo.

Fue después de la guerra de 1870, cuando Maupassant entró en el ministerio de la Marina, en 1875. Era un gran muchacho, complexión atlética y que no dejaba percibir en él más que su amor por el campo y el remo. Su único goce era dirigirse por la tarde a Bezons, donde se entregaba a su deporte favorito, y donde acogía de muy buen grado a sus amigos todos los domingos. Cuando tenía algunos días de libertad, iba a reunirse con su madre a Etretat, en los Verguies. La Señora de Maupassant permanecía allí en esa época casi todo el año, continuamente sola, privada de sus dos hijos y de un marido que, desde hacia tiempo ya, se había convertido en un extraño. Fue al regreso de una de esas estancias en los Verguies cuando fue escrita la siguiente carta:

 

   MINISTERIO DE LA MARINA

      Y DE LAS COLONIAS

 

París, 3 de septiembre de 1875

 

      Esto se acabó, querida madre, ¡que corto ha sido! Espero, durante once largos meses, estos quince días que son mi único placer al año, y se pasan tan rápido, tan rápido, que me pregunto como es que hoy esto se ha acabado. ¿Es posible que haya ido a Étretat y que hayan pasado quince días? Me parece que nunca he dejado el ministerio y que continúo esperando estas vacaciones... que se han terminado esta mañana. Lo que ha hecho más triste mi marcha todavía, esta vez, es que me duele mucho por tí  la total soledad en la que te vas a encontrar este invierno, veo las largas veladas que pasarás sola soñando tristemente con los que estarán lejos, sueños de los que saldrás enferma y desanimada; y a menudo, seguramente, durante las interminables noches de invierno cuando esté solo trabajando en mi habitación, creeré percibirte, sentada sobre una silla baja y mirando fijamente tu fuego, como hacen las personas que piensan en en otros lugares.

Y además, a pesar del calor terrible y un cielo totalmente azul, hoy percibo el invierno por primera vez. Vengo de ver las Tullerías; los árboles no tienes hojas, y de golpe me ha llegado como una bocanada de hielo y de nieve; he pensado en las lámparas  encendidas a las tres de la tarde, en la lluvia golpeando los cristales, en el horrible frío, y todo ello durante meses y meses.

      ¡Que bueno sería vivir en un país donde siempre hubiese sol!

      Es un error escribirte de este modo todo lo que me viene a la cabeza. Tu ya estás demasiado dispuesta a verlo todo negro para que yo te entristezca todavía más con mis lamentaciones. Pero es difícil reír cuando no  se tienen ganas, y te aseguro que no tengo ganas en absoluto. El cielo está completamente azul, y sin embargo no había notado nunca hasta hoy la diferencia de luz entre Étretat y París; me parece que no veo bien, es como si tuviese un velo sobre los ojos. ¡Oh! por ejemplo, aquí hace mucho más calor. Que bien me vendría tomar un baño en el mar.

      Apesta horriblemente por todas partes; creo que la basura de tu carnicero huele bien comparada con las calles de París.

Mi jefe está más gruñón que nunca. Es un auténtico cardo.

      Hemos calculado bien, el Día de Todos los Santos cae un lunes; podré entonces ir; pero, por desgracia, el día del año cae un sábado, de modo que podré tener tres días en lugar de cuatro, como el año anterior. Y si el año próximo no es bisiesto, caerá un domingo, con lo que no tendré más que dos días. Pero de aquí allá, tendremos todavía tiempo de regresar.

El día de hoy me parece interminable, más largo incluso que los quince días que vengo de pasar en Étretat.

      Son las cuatro y media, he llegado de la oficina a las doce y media y me parece que llevo encerrado en su interior al menos diez horas. Hoy no tengo ánimo para ir a Bezons; lo he visto de lejos, esta mañana, pasando por el puente; me ha parecido tan feo que se me han quitado las ganas de ir allí a pasar la jornada. Es la región más abierta y descubierta que conozco, y sin embargo el horizonte me ha parecido estrecho y limitado. Esta sensación de que el horizonte parece amplio y abierto me es muy querido y familiar a los ojos.

 

Martes, 14 de septiembre

 

Ayer por la tarde, al salir del despacho, me encontré con Gauthier en la calle del Havre. Iba a tomar el tren de Chatou. Por la noche vi a Joinville y a Léon Fontaine.

París está vacío, vacío, vacío. No he encontrado a un hombre que tuviese aspecto de haber entrado una vez en un salón, incluso para pasar allí a refrescarse. Estoy seguro de que no hay diez individuo al mismo tiempo en la calle Royale, y atún tienen todos blusas. Jamás había visto semejante desierto. Esto es singular. El silencio y la calma extraña de esta gran ciudad de ordinario tan ruidosa tiene algo de impresionante. Se creería que la pesta ha pasado por ahí y se ha llevado a los habitantes. El calor es muy grande. Tengo 26º en mi despacho.

Adiós, mi querida madre. Te beso de todo corazón, así como a Hervé; saludos a todos el mundo. Escríbeme pronto.

Como está tu cabeza.

Tu hijo

GUY DE MAUPASSANT.

 

Esta carta, llena de tachaduras, muestra el esfuerzo que Maupassant hace para «escribir bien». Fue esa – se sabe – su constante preocupación. Su madre lo supervisaba, y él no debía permitir que su pluma corriese al azar cuando se dirigía a esta, quién, de común acuerdo con Flaubert, esperaba un cierto indicio del talento de su hijo para permitirle lanzarse a la aventurera carrera de las letras. Ella esperaba durante once meses del año, el momento en que las vacaciones de su hijo le permitiese reunir a los suyos, hecho sobre el que el escritor se manifiesta en muchas ocasiones.

Además, Maupassant – funcionario laborioso y puntual – tenía sobradas razones para añorar tan intensamente quince días de vacaciones. Se sentía mal en el ministerio. Había encontrado allí pocos amigos. Sus jefes, de los que se quejaba sin cesar, no le hacían la vida fácil. Eran quisquillosos de ordinario, más quisquillosos que nunca cuando retomaba su plaza en el despacho, tras una breve estancia en Normandía. Y luego en París, durante el invierno, hacía mucho frío. Maupassant siempre amó el sol: desde que la gloria le sonrió, buscará la eterna luz a orillas del Mediterráneo. La soledad cerca del fuego, las lámparas encendidas a las tres, la lluvia golpeando los cristales, todas esas tristezas del invierno, las encontrará bajo su pluma en un sombrío relato titulado Le Colporteur.

Sin embargo, la vida de Maupassant, bajo las órdenes de un «hombre al que no le gustaban los versos», transcurría monótona y sin grandes acontecimientos.

En 1875 aparecía su primer relato, bajo el nombre de Joseph Prunier, y en 1876 publicaba, en la République des Lettres, una pieza poética, Au bord de l’eau, bajo el pseudónimo de Guy de Valmont.

Flaubert le protegía y corregía sus obras. Le aconsejaba observar, escribir lo «real». Lo orientó hacia la escuela naturalista, que se formaba entonces en torno a Zola. De Flaubert, Maupassant conservará el amor por la «Augusta Verdad» y el odio a la estupidez. Cada vez más se acercará a Zola. En 1878, por primera vez, entrega al Gaulois, que dirige Tarbé, un poema: La Derniere Escapade. La dirección del Gaulois, al publicar esta pieza en sus Poèmes du lundi[1], juzgó necesario atraer la atención del público sobre su nuevo colaborador. Un corto artículo advertía a los lectores que Maupassant, poeta realista, acababa de revelarse como un escritor de gran talento. Y la dirección añadía: «Hemos quedado de tal modo impresionados por la viril forma de este poema pleno y sonoro, de la riqueza de su pensamiento, de la claridad y la precisión de su expresión; hemos quedado, sobre todo, atrapados por el aliento realista que lo anima y lo hace casi vivo y enternecedor como un cuadro, que queremos llamar la atención de todos nuestros lectores sobre nuestro Poeta del lunes, incluso de aquellos que pudiesen ser habitualmente más reacios a la poesía.»

El 21 de marzo, Maupassant, lleno de alegría por esta publicación, escribe a su madre:

 

MINISTERIO DE LA MARINA

Y DE LAS COLONIAS

 

París, 21 de marzo de 1878

 

      Estoy desolado al saber lo que sufres, mi querida madre, y espero con impaciencia el mes de mayo que te llevará un poco de distracción. En fin, el invierno ha pasado y eso es un gran avance. Aquí todos los castaños se han puesto verdes y el aire está lleno de fragancias primaverales.

.............................

     No quiero triunfar demasiado ruidosamente a propósito del Gaulois, pero creo sin embargo que esta idea que tú no aprobabas no ha sido demasiado mala. Ahora bien, date cuenta de que esta manera de entender la poesía en la realidad va a chocar a los anquilosados, a los vigilantes del ideal, a los órganos de lo Sublime. Tarbé[2] me ha dicho: « Hemos recibido unas protestas indignadas y de la parte de la gente bien », y por esto es por lo que ha hecho retirar mi obra del artículo encantador que tu has leído. En un periódico republicano cualquiera, las viejas clases habrían abucheado la infamia realista, etc., etc... pero en un periódico conservador, en el más tranquilo de los órganos bonapartistas, el feliz rival del Figaro, la apreciación de mi poema tiene un alcance particular.

      Además, he esperado y elegido el momento al objeto de que Flaubert diera la obra al señor Bardoux (y él lo va a hacer esta semana), lo que puede serme infinitamente útil en las circunstancias que tu sabes.

He encontrado a Eugène Bellangè, al que no admiro. Su manera de ver lo ha sofocado, el Crapaud lo ha puesto furioso, etc... Me he divertido durante una hora defendiendo mi poética con unas paradojas monumentales y le he dejado positivamente rabioso. Él me decía: « Esto es la decadencia, la decadencia, la decadencia.» Y yo respondía: «Aquél que no siga el movimiento literario de su época, no tiene un modo original de ver, de expresar, es un fracasado », etc., etc...

El me dijo que Sardou sobreviviría, pero que no quedaría una línea de Flaubert y de Zola. Y yo le he dado, al respecto, un bonito discurso de mi cosecha. En fin, cuando he visto que iba a morderme, me escapé, encantado del efecto producido por mi argumentación.

      No tengo noticias del Teatro Francés, lo que me deja indiferente, pues tengo la certidumbre, por muchas razones que serían demasiado largas de explicarte, que mi obra no será recibida. No tengo ninguna suerte. He pedido a mi padre que pasara por el Gaulois para comprarte cuatro o cinco números y enviártelos.

      He interrumpido en este momento mi novela para finalizar mi Vénus rustique, en la que trabajo con violencia porque después de la publicación de la Dernière Escapade pude resultar indispensable que tenga que aparecer una nueva obra de aquí a tres semanas o un mes. Trato con dificultad de no ser demasiado carnal. Será complicado aunque hundo al abad Delille por la sutileza de mis intenciones. La enorme ventaja de estas publicaciones en los periódicos, es que llegas a todos los rincones de Francia, te hace entrar a la fuerza en las memorias como esas semillas de plantas que el viento va esparciendo a cientos de leguas.

      Tengo, en este momento, las mejores relaciones con Coppée. Siempre indiferente con Daudet y encariñado con Zola.

Adiós, mi querida madre, te abrazo mil y mil veces con todo mi corazón. Saludos a todos.

      Tu hijo,

       GUY DE MAUPASSANT

 

       Dame siempre con exactitud novedades de tu salud.

 

Así era como Maupassant sentía que le llegaba la celebridad. Ciertamente, su entusiasmo era prematuro; pero ya veía su nombre transportado a cientos de leguas. Ese sueño se hará realidad dos años después.

De momento, puesto que estaba demostrado que Maupassant por fin podía afrontar la literatura, se trataba de sustraerlo a las garras de sus superiores que, en el ministerio de marina, no veían con ojo favorable a ese poeta distraído en sus despachos. Era la razón por la que Flaubert hacía gestiones ante su amigo Bardoux, entonces ministro de instrucción pública, a fin de trasladar a su discípulo a una administración más comprensiva con la poesía.

Sin embargo, Maupassant trabajaba con ardor en un nuevo poema: la Vénus rustique. El principio ya había sido sometido a la Sra. de Maupassant y a Flaubert: pero sus opiniones diferían. El poema, en efecto, comenzaba así:

 

Un día de claro sol y en una playa perdida,

un pescador con su cesta en busca de peces iba

por la frontera espumosa en que mar y tierra lindan.

Unos débiles gemidos hacen que vuelva la vista:

desnuda y abandonada yace a sus pies una niña.

La mano que la dejó no quiso ser asesina:

¡ya la tragaría el mar al extender sus orillas!

¿O es que nació de los besos de la arena y la onda fría?...

 

A la señora de Maupassant le gustaban esos versos. Por el contrario, Flaubert encontraba ese principio poco claro. Consideraba que la idea del poeta no aparecía de una manera firme. Venus, naciendo de la ola, no le parecía suficientemente evocada. Invitó al autor a ser más preciso.

Maupassant, indeciso, queriendo a la vez conservar lo que gustaba a su madre y, sin embargo, rendirse a las razones de Flaubert, añadió los ocho versos que se encuentran en cabeza del poema:

 

Hubo y habrá siempre dioses, no ha muerto, no, su semilla.

Tantos dioses nacen hoy como en edades antiguas.

Pero a estos dioses de ahora, si mueren se les olvida;

no estamos siglos y siglos, como entonces, de rodillas.

Seguirán naciendo dioses; aunque la fe está perdida,

ante cada uno que nace la muchedumbre se inclina.

Hércules son hoy los héroes que sus hazañas imitan,

y, por fortuna, en la tierra aún hay Venus Afroditas.

 

En esta Venus Rustique Maupassant trabajará afanosamente los meses de marzo y abril de 1878. Se sabe que había abandonado momentáneamente una novela, para dedicarse a su poema. Es probable que esa novela fuese destruida por el autor, pues no parece que sea Boule de Suif que apareció en 1880, ni la Maison Tellier que publicó en 1881; no se sabe con exactitud cual era ese drama presentado en el Teatro Francés. Maupassant fue durante mucho tiempo un apasionado del teatro que  tal vez le había sido inculcado por Flaubert. Como Flaubert, Maupassant, durante su juventud, representaba en su casa o en la de sus amigos, cortas piezas de su composición.

Mientras esperaba una respuesta de Bardoux, que tardaba en llegar, Maupassant se dispuso a proporcionar al Gaulois una colaboración importante; he aquí en algunos términos como anunciaba a su madre ese acontecimiento tan importante para un debutante:

 

MINISTERIO DE LA MARINA

Y DE LAS COLONIAS

 

París, 3 de abril [1878]

 

      Hace cuatro días que quiero escribirte, mi querida madre, pues sé bien que las noticias de París son tu mejor distracción, pero he tenido tanto que hacer desde la mañana hasta la noche que me ha sido imposible encontrar tiempo para enviarte una sola página. He vuelto a ver a Tarbé que me ha pedido hacerle unas crónicas, pero no crónicas literarias. El pretendía que tomase cualquier hecho para para publicar unas conclusiones, sean filosóficas u otras. Zola me insiste mucho en que acepte, diciéndome que ese es el único medio de introducirme en el negocio. Razones diversas me impiden decidirme: 1º No quisiera hacer crónicas con regularidad que acabarían siendo necesariamente mediocres, consentiría solamente en considerar de vez en cuando un suceso interesante y desarrollarlo con las reflexiones y las disertaciones al respecto. Voy a hacer de este modo alguna cosa sobre los suicidas por amor que se multiplican en este momento de un modo extraordinario para llegar a unas conclusiones inesperadas. En fin,  no quisiera hacer más que artículos a los que me atreviera a firmar y no pondría jamás mi nombre bajo una página escrita en menos de dos horas.

      2º No quiero tener la impresión de estar vinculado de un modo regular a la Dirección del Gaulois, incluso aún no haciendo política.

      Mi drama está definitivamente rechazado en el Teatro Francés y Perrin no cree que sea recibido en ninguna parte porque encuentra el segundo acto de una violencia y ferocidad extremas. Ya me lo esperaba y no me ha sorprendido en absoluto.

      Termino mi Vénus rustique que, en este momento, tiene 220 versos. Después retomaré rápido mi novela porque una gran revista se va a fundar en el otoño y Zola va a tener la dirección literaria. Mi novela, ahí publicada, me proporcionará por de pronto 4 o 5 mil francos. Comprende que no puedo perder tiempo. Mis amigos y yo tendremos también allí unos artículos de crítica en todo momento. Es el chocolatero Menir quién la financia. Da para comenzar 600 000 francos. Mira que hermoso es.

      No tengo ninguna noticia de Bardoux: creo que ignora a Flaubert. Goncourt me ha regalado un encantador libro suyo que se titula « Portraits intimes du XVIIIe Siècle ». Te lo prestaré en Pâques. En cuanto a mi Venus rustique, estoy satisfecho; obtengo, creo, lo que quería, pero diablos, es escaso, escaso, escaso. En libro bien, pero no en un periódico.

      La señora Denisane ha escrito a mi padre una carta llena de cumplidos para mi, pero donde le decía así: « ... Pero yo quisiera que una bella dama con medias de seda, talones coquetos, cabellos ambarinos, le enseñe todo lo que Flaubert y Zola ignoran en aras a esta perfección de gusto que tiene la poesía y los poetas eternos, incluso para cincuenta pequeños versos, etc... Usted sabe que yo adoro mi siglo XVII y el Gaulois no siempre me gusta.»

      Encuentro esta frase una maravilla porque contiene toda la secular tontería de las bellas damas de Francia. La literatura en talones coquetos, la conozco y no me hace gracia; y no deseo más que una cosa, es el no tener gusto porque todos los grandes hombres aunque no lo tengan, inventan uno nuevo.

      En cuanto al siglo XVII, es, a mi parecer, el peor de todos. No ha tenido a Rabelais, ni a Montaigne, ni a d'Aubigné, ri a Régnier, ni a Voltaire, etc, etc... y todos estos hombres son, desde mi punto de vista, más grandes incluso que Molière y que Corneille. En cuanto al siglo XIX, el más grande de todos, a despecho de los contemporáneos imbéciles, la posteridad lo juzgará.

      Te abrazo mil y mil veces, mi querida madre y te suplico que me des enseguida tus novedades, aunque sean breves.      Saludos a todos.

      Tu hijo,

      GUY

 

¡Obsérvese aquí la influencia de Flaubert! El autor de Madame Bovary trabajaba, en esa época, en Bouvard et Pécuchet, esa «biblia de la estupidez». Su discípulo parece feliz de haber sorprendido una frase digna, según él, de ser comunicada al maestro y de figurar en uno de los innumerables documentos en los que Flaubert encerraba todos los ejemplos de la estupidez humana, clasificadas por profesiones, edades y sexo…

Maupassant, al contrario, no parece emocionado por el rechazo de su drama, pues Perrin la había visto y la pieza no fue representada en ninguna parte[3].

Las avanzadas opiniones que Maupassant profesa, no tardará en completarlas en una carta datada el 11 de septiembre de 1878, en la cual se encuentra aún la huella de Flaubert que había inspirado a su discípulo el desprecio por las condecoraciones, los honores oficiales y la política.

 

MINISTERIO DE LA MARINA

Y DE LAS COLONIAS

 

París, 11 de septiembre de 1878

 

      Querida madre, he releído, ayer noche, tus novedades traídas por Léon Fontaine que regresaba de Étretat. Me ha dicho que no estabas mejor y que, si bien tus ojos te hacían sufrir menos, tu corazón ibas bastante mal. No comprendo que tengas unos síntomas tan violentos con una enfermedad tan poco avanzada como la tuya; es necesario que el problema nerviosa afecte al corazón y se combine con las alteraciones orgánicas. Tengo unos jóvenes amigos médicos y les he hablado: ellos encuentran esos síntomas extraordinarios. Sería necesario encontrar algún médico serio al que dirigirse cuando estés aquí...

      He visto esta mañana a Flaubert que había regresado de casa de Bardoux para hablarle de mí. Uno de los secretarios particulares del ministro me ofrece la plaza. Pero Flaubert ha olvidado de informarse de los emolumentos y del posible porvenir en un cambio de ministerio. He  aplazado entonces mi respuesta hasta el momento en que tenga información más precisa. Flaubert almuerza en casa del ministro dentro de diez días; sabrá entonces a lo que atenerse y responderá por mí.

      Ha sido Mac-Mahon quién ha rehusado firmar el decreto nombrando oficial de la Legión de honor a Ernest Renan, que el confundía por otra parte con el señor Littré. Que insondables pozos de estupidez los de estos hombres que gobiernan a los otros. Un jefe de Estado - (el principe de Galles ha hecho otro tanto) - que no distingue a Renan de Littré, que ignora lo que han hecho - Hay que decir que los apellidos Renan y Littré harán más ruido en la historia que el vencido glorioso pero estupido que controla nuestros destinos. Falubert ha rechazado de nuevo la cruz de oficial; ha hecho bien; pero Bardoux, para engatusarlo, se obstina en dársela. ¿Cederá Flaubert? Él cederá.

      He leído, esta mañana, una muy curiosa carta de Tourguenieff, que está últimamente en Moscú, en un pequeño agujero perdido, donde el correo no llega más que una vez por semana. Dice que las noticias de Europa no le llegan más que través de una niebla, como si estuviese muerto y que los apellidos que le son más familiares le parecen lejanos como los de Grecia y Roma. Como ejemplo de costumbres patriarcales de los países primitivos y monárquicos, el dice que invita a cenar la misma noche al medico de la región, hombre muy honorable y respetado... que ha recibido 20 000 francos de un señor del lugar, igualmente respetable y honrado, para ocultar un crimen del que él había sido testigo. Estas cosas pasan en todas partes y no sorprenden mi filosofía - pero aquí se les oculta y se les persigue; allá, se les respeta y todo el mundo los conoce. He aquí el único punto notable, pero lo es. Todos los periódicos republicanos, incluso los monárquicos, piden con violencia la abolición de la pena de muerte, esperando la supresión incluso de la tortura. He aquí una cosa curiosa, porque esto se produce instantáneamente en todos lados a la vez. Eso quiere decir que la opinión está madura y no tardará mucho tiempo.

      Que curiosa cosa que haya habido siempre en el mundo esas dos clases de hombres, la una que tira hacia delante, la otra hacia atrás, hasta el momento en que la última afloja cuatro o cinco pasos para retardar a la otra.

      .......................

      Adiós, querida madre. Te abrazo mil veces con todo mi corazón. Abrazo a mi padre. Dile que me de pronto noticias. Saludos a todos y a Cramoysan.

 

      Tu hijo,

      GUY DE MAUPASSANT

 

Maupassant formaba entonces parte del grupo literario que comenzaba a destacar… No tuvo que esperar mucho tiempo para obtener satisfacción. El mismo año ingresó en el ministerio de instrucción pública. Tras la finalización de la Vénus Rustique, las últimas dudas de la Sra. de Maupassant y de Flaubert fueron despejadas: Guy podía dedicarse a la literatura. Apenas dos años después de esta correspondencia, aparecían les Soirées de Médan, y Flaubert, habiendo vuelto a leer Boule de Suif, escribía a su vieja amiga: «Tu hijo se convierte en un aguerrido muchacho. Boule de Suif me parece una maravilla.»

Boule de Suif fue, en efecto, un triunfo. Maupassant aprovechó para dejar el ministerio de instrucción pública con un permiso por un año. Ya no iba a regresar. El fulgurante éxito le sonrió durante el resto de su breve existencia.

En relación con las cartas que se acaban de reproducir, Maupassant escribió a continuación mil semejantes, siempre llenas de afecto y tierna intimidad. Evocan, con una melancolía indecible, la figura en duelo de esa madre que vivió sola, golpeada por duelos sucesivos y que, cuando la fuente de las letras se secó, pasó largos años aún recordando. Una madre que parece llevar en ella toda la tristeza de Une vie.

 

François Montel

 

Le Figaro. Suplemento literario del domingo   11 de julio de 1925.

Traducción José M. Ramos González. 2017.


 

[1] Gaulois del 19 de marzo de 1871.

[2] El publicista Edmond Tarbé (de los Sablons), nacido en 1838, era entonces director del periódico Le Gaulois.

[3] Según Pinchon, amigo de la infancia de Maupassant, se trataba de un drama en verso inédito.