Le Figaro. Suplemento literario del domingo. 12 de enero de 1884

A TRAVES DE LAS REVISTAS

Au Soleil: Revue politique et littéraire

Au soleil

La Revue politique et littéraire entrega, en su último número del 5 de enero, el final del viaje que el Sr. Guy de Maupassant ha hecho por el sur de Argelia, hasta el Sahara, y que ha contado con tanto encanto y talento. En su entusiasta excursión por Argelia, en pleno verano, el joven escritor llega al Mzah, a 150 kilómetros de Laghouat, entre esos mozabitas que son, con los judíos, los únicos negociantes, los únicos seres industriales de esta parte de África. Los mozabitas descienden de los cismáticos musulmanes que, expulsados de Siria, expulsados de Tripoli, han venido a fecundar un rincón perdido del desierto, y convertirlo en jardines de una vegetación lujuriosa. Allí tienen siete ciudades que forman una confederación.

El Mzab es una república, o, mejor dicho, una agrupación comunal por el estilo de la que trataron de establecer los revolucionarios parisinos en 1871. En el Mzab nadie tiene el derecho de permanecer inactivo, y el niño, desde que puede andar y llevar algo, ayuda a su padre a regar los jardines, lo cual forma la constante y mayor ocupación de los habitantes. Desde la mañana a la noche el mulo o el camello saca agua con el cubo de cuero que en seguida se vierte en un reguero ingeniosamente construido de modo que no se pierda ni una gota del precioso líquido. Los mozabitas han construido gran número de presas para almacenar el agua de las lluvias. Están mucho más adelantados, pues, que los argelinos. ¡La lluvia! Es la dicha, el bienestar asegurado, la cosecha salvada para el mozabita; así es que apenas cae, se apodera una especie de locura de los habitantes. Salen a la calle, disparan sus armas, cantan, corren a los jardines, al río que de nuevo lleva agua, y a los diques de cuya observación cuidan todos los ciudadanos. Cuando una de las presa amenaza ruina todos deben acudir a ella. Aquellas gentes, por su trabajo constante, su industria y su prudencia, han hecho de la parte más desolada del Sahara un país fértil, cultivado, donde siete ciudades prósperas viven fecundadas por el sol que en otras partes mata. Se comprende que el mozabita esté celoso de su patria y que prohíba en lo posible la entrada a los europeos. En algunas ciudades, como Beni-Isguem, ningún extranjero puede dormir ni una noche siquiera. La policía la ejercen todos los ciudadanos. Nadie se niega a prestar su concurso en caso de necesidad. En aquel país no hay pobres ni mendigos. Los necesitados son socorridos por sus parientes. Casi todos saben leer y escribir. Por todas partes se ven escuelas, edificios comunales de gran valor. Muchos mozabitas, después de pasar algún tiempo en nuestras ciudades, vuelven a su tierra sabiendo el francés, el italiano y el español.

A propósito de la negativa de unos cincuenta millones dada en la cámara de los Diputados para la colonización de Argelia, nuestro redactor jefe, en uno de sus último boletines, invocaba el testimonio del Sr. Guy de Maupassant cuyas revelaciones resultan poco alentadoras.

La Cámara vota un crédito de cuarenta o cincuenta millones destinados a la colonización de Argelia. ¿Qué se hará con esta suma? ¿Se construirán presas, se poblarán de bosques las cumbres para contener el agua, o se tratará de hacer fértiles las llanuras estériles? De ninguna manera. Se expropia al árabe. En la Kabilia, la tierra tiene un valor considerable. En los mejores sitios se vende a mil seiscientos francos la hectárea; y se vende comúnmente a ochocientos franos. Los kabilas que son propietarios, viven tranquilos y no se rebelan, pues les conviene vivir en paz, ya que son ricos. ¿Qué sucede? Se dispone de cien millones. La Kabilia es la comarca mejor de Argelia. Pues bien, se expropia a los kabilas en provecho de colonos indeterminados. ¿Pero cómo se verifica la expropiación? Pagando a CUARENTA FRANCOS la hectárea, que vale a bajo precio OCHOCIENTOS FRANCOS. El cabeza de familia se va sin murmurar (la ley lo quiere) a cualquier parte, con los suyos, con los hombres sin trabajo, las mujeres y los niños. Aquella gente no es comercial ni industrial. Sólo son labradores. La familia vive en tanto que les queda algo de la suma irrisoria que se les ha dado. Luego llega la miseria. Los hombres empuñan el fusil y siguen a un Bu-Amema cualquiera para probar sin duda que Argel debe ser gobernado por un militar.

Y entonces, periódicamente, se asiste a las represalias de los salvajes. Y los vencedores, al no ser capaces de gobernarlos, de vigilarlos, destruyen la fortuna de Argelia, los bosques. Guy de Maupassant ha descrito uno de esos formidables incendios que ha visto atravesando la Kabilia, al regresar del desierto. Una página de las más emotivas.

Todos los bosques de la Kabilia ardían. Pronto entramos en aquella semioscuridad sofocante. A cien metros de distancia no se veía nada. Los caballos resoplaban con fuerza. Parecía anochecer y una brisa insensible, una de esas brisas lentas que apenas mueven las hojas, empujaba hacia el mar aquella noche flotante. Esperamos dos horas en una aldea para saber noticias, y cuando la verdadera noche hubo cerrado, se puso en camino nuestro cochecito. Una claridad confusa, lejana aun, iluminaba el cielo como un meteoro. Crecía, crecía, cerraba el horizonte más bien sangriento que brillante. Pero de pronto al dar vuelta a un recodo del valle, me creí en presencia de una ciudad iluminada. Era una montaña entera, ya quemada, con todo el monte bajo convertido en cenizas, mientras los troncos de robles y olivos, estaban aún incandescentes, brasas enormes en pie, a millares, no echando humo ya, pero parecidas a innumerables luces colosales, alineadas o esparcidas, figurando paseos interminables, plazas, calles tortuosas, el azar, la confusión o el orden que se advierte cuando se ve de lejos una ciudad iluminada por la noche. A medida que nos acercábamos más al incendio la claridad era más viva. Durante aquel día las llamas habían devorado veinte kilómetros de bosque. Al ver la línea del incendio quedé despavorido y encantado ante el espectáculo más terrible y conmovedor que viera jamás. El fuego, como una ola, adelantaba por una anchura incalculable. Arrasaba el suelo, avanzaba sin cesar y muy aprisa. Los jarales ardían y se apagaban. Como antorchas, los grandes árboles ardían lentamente agitando sus penachos de fuego en tanto que la llama de la broza galopaba en la vanguardia. Durante toda la noche seguimos el monstruoso brasero. Al amanecer llegamos al mar.

Hace algunos días solamente, antes de disolverse, la Cámara ha tenido que ocuparse de esta cuestión argelina que desconocía, no más que los europeos encerrados en las ciudades de la costa y que nunca han salido de allí. Son los políticos que alborotan en la prensa de tres provincias, los que vienen a París, en calidad de diputados y de senadores, a iluminar al gobierno. Nosotros aconsejamos a las Cámaras que lean el viaje de Guy de Maupassant. Verán la cuestión argelina bajo un nuevo día.

Auguste Marcade

Le Figaro. Suplemento literario del domingo. 12 de enero de 1884 Traducción de José M. Ramos González