Le Figaro. Suplemento literario del domingo  12 de septiembre de 1925.

 

UN ARTÍCULO INÉDITO DE GUY DE MAUPASSANT

 

Somos muy afortunados ofreciendo a nuestros lectores, este artículo inédito de Guy de Maupassant que el ilustre autor de Bel Ami y de Notre Coeur dirigió en forma de carta a la Sra. Juliette Adam. Esta, con gran benevolencia, nos autoriza a publicar este precioso documento. Por ello le expresamos toda nuestra gratitud. Leyendo estas páginas se verá la alegre sátira que Guy de Maupassant dedica a la Academia francesa. Pero la Academia está desde hace demasiado tiempo habituada a este tipo de ataques, y Camille Doucet, que era la finura y la malicia personificadas, hubiese sido el primero en sonreír.

 

Un bello discurso

 

¡Oh! ¡Qué bonito discurso académico!

Quiero hablar del que ha pronunciado el Sr. Camille Doucet en la sesión pública anual en la que la Academia corona a sus laureados.

¿Laureados?... no, no hablaremos gran cosa de ellos.

Esta buena y vieja Academia, todos los años, todavía experimenta el deseo de flirtear un poco con algunos jovenzuelos. Presenta sus más bellas galas y desciende a una esquina de su avenida, allá, ante su antigua casa tocada con una cúpula. ¡La vieja acecha! Su mirada se ilumina; ha maquillado su piel arrugada y se ajusta una bonita dentadura. Entonces, cuando ve pasar algún muchacho de unos veinte años, con cabellos largos y la mirada elevada hacia el cielo, ella murmura: «Psitt, psitt, ¡escucha, jovencito!» El se vuelve, asombrado, ante esa vieja insolente, luego se acerca un poco tímido, un poco avergonzado, quizá un poco turbado. ¡Imagíneselo! Cuando una vieja dama tan respetada nos dedica algún piropo, bien podemos turbarnos. Y además, uno es pobre de gloria, pobre de dinero, pobre de amores. Finalmente se toma lo que se encuentra.

Entonces, cuando se ha decidido por algunos, los reúne y les dice: «Vamos a jugar a unos jueguecitos inocentes. ¡Los vencedores recibirán un gran beso, un regalo y un favor! No daré motivos para celarse, compartiré todos mis favores.»

Y los comparte, ya lo creo. No hay ni uno que no sea cortado en diez.

En cuanto a los jueguecitos inocentes, estos se denominan Concursos académicos. He aquí en lo que estos consisten. Ella propone de entrada una adivinanza que se debe resolver en versos. ¡Oh! no es fácil.

La palabra de la adivinanza cambia cada vez. Tanto es Livingstone, Marlboroug, Mathieu Lansberg, M. Soleitllet, Barodte, el año próximo será el coronel Flatters o bien Bou-Amauna. Este año, era Lamartine.

Entonces los jóvenes se van a sus casas, y se afanan, claro que se afanan!!!! Esta primavera, eran ciento setenta y ocho trabajando en Lamartine.

¡Oh! ¡¡mis pobres muchachos!!

Pues bien, no lo han logrado. Sin duda, la rima era demasiado difícil. Tine. Busquemos. ¿Está Léontine? pero es arriesgado. ¿Tartine? no, imposible. ¿Eglantine? ¡Ah! ¡perfecto, excelente! ¿Benedictine? difícil que guste; ¿retine? ¡Uf! Intentémoslo.

 

… Y tú sabes expresar

Hasta los pensamientos divinos que golpean tu retina

O poeta de Elvira ¡ ¡O cisne! ¡Oh Lamartine!

 

¡Sí, así!

Pues bien,  a pesar de eso, no lo han logrado. Ni uno solo ha obtenido un décimo de favor de la vieja dama. Pero hay que reconocer en qué términos excelentes el Sr. Camille Doucet lo ha lamentado:

 

«El elogio del canto de Elvire y de Jocelyn, del poeta de las Méditations y de las Harmonies, iba finalmente a resonar aquí, bajo estas bóvedas sorprendidas de no haberlo escuchado aún. Era una deuda de la Academia que la Academia solicitaba que se pagase.

»Lo que es diferido no estará perdido. Dentro de dos años, en 1883, el mismo tema, sometido a concurso, será tratado de nuevo y, permitiendo esta vez un premio justamente concedido, el éxito llegará, espero, perseverando en nuestra llamada.»

 

***

 

El segundo jueguecito consistía en decir algo, no importa qué, sobre la condición femenina. ¡Nadie ha hablado aún!

Sí, perdón, un caballero ha estado cerca, pero no lo ha conseguido…. «Sus intenciones eran buenas, pero sus medios peligrosos ». ¡Caramba!... (es el Sr. Camille Doucet quien habla). Continúa: «Para mejorar la condición de las mujeres, no es necesario comenzar por hacerlo para los hombres!» –¡No! ¡no! – «no es necesario poner de relieve el primer mérito que siempre será su encanto, su dicha y su derecho, el mérito de ser mujeres ».

No, os lo ruego, no ensalecéis ese mérito!

¡Qué bien sabe el Sr. Camille Doucet dorar la píldora galantemente! Añade: «Tanto por sus cualidades como por sus defectos, ese libro era de los que no pasan desapercibidos: ha tenido esa ventaja y ese inconveniente. ¡No ha podido ser otorgado el premio, pero nadie lo ha obtenido!» ¡Es delicado, perfecto, comedido!

Después de eso, se dio un pastel a la Srta. Clarisse Bader que trabaja, ¡desde hace veinte años!, en un inmenso trabajo de información especial sobre la mujer en la India antigua, la mujer bíblica, la mujer griega, la mujer romana y la mujer en Argelia.

A continuación, se ha coronado a un jovencito, el Sr.Chéruel, que trabaja desde hace cincuenta años en su gran y sabia obra sobre la historia de Francia durante la minoría de edad de Luis XIV.

¡Ah! ¡ah! Dos tercios de favor al Sr. René Herviler que ha reabilitado a Conrart, deshonrado por Boileau en su famoso verso:

 

Imita de Conrart el prudente silencio.

 

¡He aquí por fin la justicia redimiendo a Conrart! ¿Qué digo? El Sr. Camille Doucet incluso afirma que Conrart ya ha pasado, al mismo tiempo, a la posteridad que lo olvidaba! ¡Gracias, Dios mío, gracias por Conrart!

 

***

 

¡Oh! mi buen Señor, ¡qué bien dicho esta lo que sigue!. Escuche:

«En honor al ejército francés, este año el premio Thérouanne ha sido obtenido al asalto por tres jóvenes comandantes que, manejando la pluma tan bien como la espada, dedican las horas desocupadas de sus inteligentes ocios, a trabajos históricos »!!! Qué gracia! ¡Qué finura! ¡Qué espíritu! ¡Qué a propósito… « obtenido al asalto!!...» «Tres jóvenes comandantes…» y esto: – « que manejan la pluma tan bien como la espada !!...»  ¡Ah!

¡Oh! hermoso, hermoso discurso académico! ¡Oh! ¡Ah! me olvidaba de esto:

«Este largo relato de una vida gloriosa y sin tacha, siempre útil y respetada, conforma un libro lleno de interés que, conteniendo a bien nobles informaciones, debería estar situados al fondo de todos los macutos, al lado de ese bastón de mariscal más o menos imaginario, que se promete también a los soldados como la inmortalidad a todos los académicos. »

¡El Sr. Camille Doucet tendrá, tendrá la inmortalidad! Cuando se construyen frases como esas, tan bien urdidas, tan bien imbricadas, siempre se tiene la inmortalidad!

 

***

 

Después de eso, la vieja Dama se ocupa un poco de la viuda y del huérfano, y distribuye algunas pequeñas recompensas.

Luego, hace carantoñas y caricias a dos caballeros que le han ofrecido un pequeño volumen completamente galante sobre la Ciencia penitenciaria en el Congreso de Estocolmo.

Entonces comienza un largo desfile de los favoritos. Han citado a todo el mundo, los griegos, los latinos, los ingleses, los indios, los camboyanos, los conchinchinos, todos los pequeños grandes hombres o los grandes grandes hombres desconocidos o conocidos. Han descubierto talentos desapercibidos, virtudes ignoradas, diplomáticos muertos sin gloria y a los que rehabilitan, como a Conrart.

¡Es imprescindible que la Academia ame a los grandes hombres para recompensar así a sus glosadores, nada más que a sus glosadores!

¡Luego el ramo! – escuchad al Sr. Camille Doucet: «Un último premio de quinientos francos ha sido concedido finalmente a un pequeño volumen publicado por el Sr. de Gramont, bajo este título: Los versos franceses y su prosodia. No se trata precisamente de una obra de filología, y, si el autor ha tomado algunos curiosos préstamos de nuestra antigua literatura poética, menos preocupado del pasado que del presente y del futuro, se ha dedicado sobre todo a dar a los jóvenes poetas nacidos, y por nacer, unos consejos de una utilidad cuestionable, pero tan prudentes, tan sensatos y de una tan honesta intención, que ha parecido justo valorarlo y recompensarlo en el límite de lo posible.»  – ¡Bravo! ¡bravo! ¡bravo! Ese libro no sirve de nada, lo que tiene en su interior jamás será útil a nadie. Sin embargo es prudente, sensato: Con él se aprenderá a componer versos prudentes, sensatos, y de honesta intención, pero que no serán buenos. ¡Bravo! ¡bravo! ¡bravo! Pero yo pienso. ¿Por qué el autor, que da consejos tan razonables, no ha trabajado él mismo en Lamartine aplicando en ello sus preceptos? Hubiese tenido un favor mayor.

¡Sin duda es modesto!

He aquí la golosina.

«Escrito por un francés, por un buen francés, que, aparte del mérito de ser un magistrado eminente, se añade el de tener, tanto en prosa como en verso, una pluma elegante y fácil, otro libro que no es de Mistral, pero que tiene un aire, se nos ha presentado valientemente bajo este título: Mireille, poema provenzal de Frédéric Mistral, traducido en verso por E. Rigaud, primer presidente de la Corte de Aix

¡Dios! ¡En qué términos tan galantes están dichas todas esas cosas!...

¡Tan solo he aquí la pega! ¿Es una traducción o no es una traducción? Es una traducción si se quiere, si no se quiere no lo es!

Si es una traducción, imposible premiarla porque el Sr. Mistral no está muerto. Habría que matar al Sr. Mistral. Entonces ya se vería.

Pero el premiado proclama: «No es una traducción. La idea es del Sr. Mistral; pero los versos franceses son míos – ¿no es cierto?» El Sr. Camille Doucet le responde con una ingeniosa ironía: «Por excelente que fuese la traducción del Sr. presidente Rigaud, nosotros podemos realmente ver allí una obra personal, y hemos debido excluirla aún con pesar, pero con respeto, rindiendo homenaje al merito de los versos, al talento del poeta y a la dignidad del magistrado, al que no bastaría elogiar la dedicación de su ocio al culto de las letras, lejos de reprocharle, como él llama con tanta gracia en su prefacio, esta diversión inocente en la austeridad de sus funciones

El Sr, Camille Doucet siempre tiene razón. Él sabe decir y dar un giro a esas situaciones como nadie! ¡Ved como rinde homenaje a la dignidad del magistrado! Cuando Thémis iba a retozar entre los bosquecillos de la Poesía, debe recoger ella misma los frutos, Señor premiado, y a la vez no los recoja!

 

***

 

Pero hete aquí de nuevo. ¿Qué dice el Sr. Camille Doucet?

«Nos hubiera gustado poder coronar a una muy rica e interesante obra del Sr. Egger, titulada Historia del libro desde sus orígenes hasta nuestros días. El Sr. Egger ha rechazado él mismo este testimonio de estima de sus colegas. Miembro del Instituto y profesor en la Facultad de letras de París, es de los que dan premios; no es de los que los reciben.»

¡Ah! Sr. Egger es de los que dan premios y no de los que los reciben. Pues bien, ¡el Sr. Egger tiene razón! Eso es justo y digno y merece estima! Él, el viejo sabio ilustre y respetado, no quiere sentarse en el banco de los colegiales. El Sr. Egger tiene razón. Pasad su parte a su colega Sr. Chéruel.

 

***

 

Finalmente – : «Para repartir entre doce obras premiadas, los dieciséis mil francos que componen el montante total del premio Montyon, ha sido necesario disminuir un tanto la suma de dinero que cada uno podía esperar; la suma de honor permanece íntegra. ¡Ninguno de nuestros laureados pensará en quejarse!»

No, no se quejan. ¡Pero cómo les crece la nariz! Decididamente, la Vieja Dama comparte mucho sus favores.

Pero ella tiene su querubían que guarda para el final. ¡Oh! es una vieja pasión desgraciada, un viejo capricho: el querubín ya no es joven, y hace risitas con dientes postizos a los que responden las sonrisas de la dentadura de la vieja dama. El propio Sr. Camille Doucet  quita su birrete.  «Casi célebre al principio de su carrera, hacia ya más de cuarenta años de eso, el Sr. Elie Berthet, convertido ahora en retirado, no descansa, fiel hasta el final al honesto trabajo que, en la estima de todos, encuentra su mejor recompensa.»

Eso es lo que se llama «Alentar el talento y animar a los principiantes.»

 

***

 

Yo no sé si todas las obras premiadas pasarán a la posteridad, pero seguramente el discurso del Sr. Secretario perpetuo lo hará. Ya es tarde para hablar de ello; pero yo no lo había leído antes; y me ha impactado de tal modo que, habiéndolo encontrado de casualidad, no he podido callarme. Y además, estas cosas no envejecen. ¿Es que ya no se habla de otro fragmento de elocuencia académica, un cierto “Discurso sobre el estilo” compuesto antaño por un tal Sr. de Buffon, que fue, en sus tiempos, miembro de la Academia Francesa, como el Sr. Camille Doucet lo es hoy?

 

Guy de Maupassant.

 

 

 

Le Figaro. Suplemento literario del domingo  12 de septiembre de 1925.

Traducción de José M. Ramos González.