Le Figaro. Suplemente literario del domingo.   16 de julio de 1922.

 

BALZAC, MAUPASSANT Y EL CÓDIGO

 

Estos últimos tiempos, la opinión pública se ha interesado considerablemente por grandes casos criminales. En las conversaciones a las cuales estos han dado lugar, es de destacar que los términos empleados por los interlocutores – sea cual sea, además, la clase social de la que formen parte – eran casi siempre de la mayor precisión. Nuestros distinguidos cronistas judiciales no han olvidado, al respecto, la educación del público.

No era lo mismo bajo la monarquía de julio. Balzac – en Splendeurs et mísères des courtisanes, que hemos vuelto a leer a propósito de la reciente representación de Vautrin – hacía precisamente una observación de ello. Al comienzo del tomo II de la novela anteriormente citada, también elaboraba un pequeño compendio de derecho criminal para uso de todas las personas.

«Los nueve décimos de los lectores, y los nueve décimos del último décimo, –declara él con el tono dogmático y tajante que le es característico –,ciertamente desconocen las considerables diferencias que separan estas palabras, inculpé (inculpado), prévenu (imputado), accusé (acusado), détenu (detenido)…»

El autor de la Comédie humaine, que poseía sus códigos civil y criminal como el más avispado de los notarios y el más rodado de los jueces de instrucción, quien – tras haber líricamente exclamado: «Este buen drama comercial tiene tres actos distintos, » esbozaba en César Birotteau, un magistral cuadro de la quiebra, no preveía que esta ignorancia, que él atribuía solo a las personas de mundo, también sería la de un maestro de la novela, de Guy de Maupassant.

Y sin embargo, si alguien parecía no deber merecer ese reproche, era precisamente el contador de Boule de Suif. Maupassant era de viejo linaje normando, y es el más banal de los lugares comunes – sin querer añadir a ello ningún sentido peyorativo – que afirmar que los normandos han siempre tenido el gusto por los asuntos judiciales. ¿Y además, no tenía bajo los ojos el ejemplo de aquel del que fue discípulo preferido, del probo y concienzudo Flaubert, del que se conoce la religión por la palabra adecuada y la documentación exacta?... Hay, en una carta de Flaubert a Maupassant, una confesión  inocente y encantadora del gran hombre que trabajaba entonces en Bouvard et Pécuchet: «Estoy agotado por mis lecturas… Ahora estoy con la frenología y el Derecho administrativo…» Pero Maupassant, en el alba de su joven gloria, no tendría que preocuparse del derecho, fuese administrativo, civil o criminal…

Y helo aquí que – despreocupado de la advertencia de Balzac – emplea una terminología dudosa, en todas las ocasiones que trata de asuntos de Justicia. Se sirve constantemente de la palabra prévenu (imputado) en lugar de la palabra accusé (acusado). «El imputado Brumente… El jurado absolvió a los imputados» (Une Vente). Y si, con rigor, el término no choca demasiado en ese cuento que podría suscribir unos Tribunales Cómicos, vuelve a desentonar en otro relato, este trágico y poderoso: «El imputado fue absuelto» (L’Assassin).

Se lee, en el transcurso de la historieta ya citada (Une vente), «El jurado absolvió… con considerandos severos…» Aún que se tratase de una broma un poco ultrajosa, la adjunción de «considerandos» en un veredicto de la Corte judicial aparece un poco excesivo no solamente a un jurista, sino aún al más humilde lector del affaire Bassarabo.

En otro relato, exento de ironía y terriblemente angustioso (Moiron), el procurador imperial, hablando de un hombre en la instrucción, contra el cual todavía no se han imputado cargos suficientes, se expresa así: «Lo habríamos absuelto, si…» confundiendo la absolución con la orden de sobreseimiento. Más adelante, se sirve de la palabra appel (apelación), en lugar de la de pourvoi (recurso)… Ese procurador imperial – independientemente de sus opiniones políticas – debió ser revocado, como incompetente, al día siguiente del Cuatro de Septiembre.

Un cuento (Denis) pone en escena un criado que robó un par de patos, y más tarde intentó asesinar a su amo. «El abogado, escribe Maupassant, acababa de aludir a la locura, apoyando los dos delitos, el uno sobre el toro… » ¡Calificar de delito una tentativa de asesinato! Los abogados de asesinos a veces son demasiado grandilocuentes. No se reprochará a este querer elevar el debate.

Cuando se trata del Código Civil, la documentación de Maupassant no es menos dudosa. En el cuento titulado Le Testament, una mujer casada deja la parte disponible a su amante, para ser a continuación entregada a su hijo, sin tener en cuenta que este proceso es doblemente nulo (violación del artículo prohibiendo las substituciones, y proclamación de la filiación adulterina de su hijo). Uno de las más celebres relatos l’Heritage, tiene por punto de partida un postulado – el legado a personas aún no nacidas o concebidas – que haría rechinar los dientes al más oscuro notario de aldea. En Bel Ami, el seductor aventurero exige a su esposa una donación de medio millón, luego la hace sorprender en flagrante delito para facilitar su divorcio. Pero Bel Ami, ignora que las donaciones entre esposos son esencialmente revocables, – sin que el esposo donador tenga que dar razones, – y no sería extraño que la señora, vuestra esposa, tras la trampa que le ha puesto, revocase su magnífica liberalidad... Creo que el gran Honoré os hubiese aconsejado más juiciosamente…

Se dirá que todo esto son observaciones veniales, críticas de leguleyos apasionados, … Nosotros nos excusamos de nuestra irreverencia; mantenemos nuestra ferviente admiración por aquel cuyas obras nos encantaron en nuestra juventud, y, sin duda, sin la tajante y breve frase de Balzac, anteriormente citada, no habríamos pensado en señalar estas imperceptibles bagatelas…

 

Davido-Léon

 

Le Figaro. Suplemente literario del domingo.   16 de julio de 1922.

Traducción de José Manuel Ramos González.