Le Figaro. Suplemento literario del domingo. 18 de febrero de 1923

 

EL SUPUESTO NATURALISMO DE GUY DE MAUPASSANT

 

Según una carta inédita[1]

 

No sin cierta emoción, ofrecemos al público la carta que sigue. Igualmente nos embarga un sentimiento de pudor que se comprenderá fácilmente si se recuerda el temor, casi terror, que experimentaba Guy de Maupassant con la idea de entregar a la curiosidad de las gentes, toda línea que no hubiese sido escrita para ser publicada.

Sin embargo, el propio contenido de esta carta, su importancia y su carácter puramente literario, parece que nos permite hacerla aparecer sin arriesgarnos a cometer un sacrilegio.

Maupassant tenía por entonces veintisiete años; según sus biógrafos era un gran muchacho, robusto y bien dotado, cuyo rostro denotaba la fuerza que, solo, consiguió destruir más tarde la cruel enfermedad.

Su mayor placer era levantarse temprano y partir para el campo; apasionado del remo, cubría con tiernos cuidados su yola La Feuille-à-l’envers, y sus largos recorridos por el río nos valieron el adorable cuento La Mouche, relatando sus expansiones y describiendo a sus compañeros.

Maupassant debutaba en literatura. Habiéndose asegurado lo material – ganaba 1500 francos al año en el ministerio de la marina y las colonias – se preparaba para el oficio de escritor.

Flaubert[2] ya lo había introducido en una especie de cenáculo donde se encontraba Zola, Hennique, Huysmans, Céard y Paul Alexis. Formaba parte de la reunión “le Boeuf nature”, pretexto de interminables conversaciones y discusiones artísticas y literarias; allí, el futuro autor destacaba por su horror a las palabras más o menos enfáticas, divirtiéndose en arrojar sobre el tapete las anécdotas tomadas de lo vivido, bien en el transcurso de sus paseos, bien a lo largo de sus muchas horas de presencia en el ministerio. Era, repetimos, un alegre compañero al que le gustaban las bromas.

Nadie ignora la broma que le prepararon algunos amigos, concediéndole pomposamente los laureles académicos.

Aunque perteneció a un grupo, no transigía en su independencia. Flaubert lo ayudaba en todo lo que podía, las gestiones que hizo para hacerle ingresar en la Nation, como crítico teatral o cronista literario entre otros; pero el día en el que, en 1876, Flaubert dejó la Republique des Lettres que dirigía Catulle Mendès, a causa de un articulo malicioso sobre Renan, Maupassant no lo siguió. Su admiración por su maestro no quedó por ello minada, puesto que, dos meses más tarde, le dedicó en esa misma revista, un artículo entusiasta.

En esa época ya había publicado algunos relatos en pequeñas revistas. Señalemos en particular, en 1875, la Main d’echorché, en el almaque lorrenes de Pont-à.Ousson, y Le Donneur d’Eau bénite, firmado con el pseudónimo de Guy de Valmont[3].

La carta que sigue, presenta un interés muy particular, puesto que constituye, de algún modo, el auténtico manifiesto literario de Maupassant en sus inicios.

En seis páginas, llevando el membrete del ministerio de marina, una escritura apretada, en la que ciertas palabras están subrayadas y algunas frases borrados, desarrolla a la vez las aspiraciones y admiraciones del autor. Estas líneas suben por instante, siguiendo su curso natural, las letras bien trazadas no pierden nunca su aristocrática elegancia. La puntos precisos, en ningún caso son omitidos. Y, después de un afectuoso hasta luego al amigo, – tal vez Paul Alexis – a quien esta misiva, enriquecida con todas sus ideas y de todas sus esperanzas, estaba dirigida, la firma se eleva orgullosamente y conquistadora.

 

MINISTERIO DE LA MARINA

      Y DE LAS COLONIAS

 

París, 17 de enero de 1877

 

      Mi querido amigo,

      He sabido, por una carta que acabo de recibir, que hay disputas en relación conmigo en La Nation. También le ruego que espere algunos días antes de presentar mi relato al Ralliement, para no dar a mi competidor un argumento de última hora, que tendría seguramente un cierta influencia sobre una redacción bonapartista.

      Le advertiré tan pronto como la cuestión esté decidida y le ruego entonces que me haga el servicio que usted me ha propuesto.

      He reflexionado en el manifiesto que nos ocupa, y es necesario que usted haga una profesión de fe literaria completa, como si de una confesión se tratase.

      Yo no creo más en el naturalismo y en el realismo que en el romanticismo. Estas palabras no significan absolutamente nada para mí, y no sirven más que para provocar disputas de temperamentos opuestos.

      No creo que lo natural, lo real, la vida, sean una condición sine qua non de una obra literaria.  Únicamente palabras.

      El Ser de una obra tiene algo particular, innominado e innombrable, que se constata pero no se analiza, del mismo modo que la electricidad. Es un fluido literario que se llama oscuramente talento o genio. Encuentro tan ciegos a los que hacen ideal y niegan a los naturales, como a los otros. Todo se reduce a una negación de temperamentos opuestos. Porque el hecho de que yo no distinga una cosa, no significa necesariamente que no exista.

      Admiro mucho a Chateaubriand, pero no me gusta. Admiro mucho a Chénier, Boileau, Corneille, Montesquieu y Voltaire; leo a Virgilio con un placer infinito, así como a los Padres filósofos de la Iglesia griega, que eran unos escritores magníficos. Estos no están ya entre los vivos como nosotros lo entendemos.

      Seamos originales, sea cual sea el carácter de nuestro talento (no confundir originales con raros), seamos el Origen de alguna cosa ¿Qué? Poco importa, pero que sea bello y que ponga fin a una tradición agotada. Creo que fue Platón quién dijo: Lo bello es el esplendor de lo verdadero; estoy absolutamente de acuerdo, y si espero que la visión de un escritor sea siempre justa, es porque creo eso necesario para que su composición sea original y verdaderamente bella. Pero el empuje literario real, el talento, el genio están en la interpretación. Lo visto pasa por el escritor y en él toma su color particular, su forma, su ampliación, siguiendo la fecundidad de su espíritu. Shakespeare era un naturalista, y yo lo considero como el más formidable hombre de la poética, porque fue el más admirable intérprete.

      Todo puede ser bello sea cual sea el tiempo, el país, la escuela, etc., porque hay escritores de todos los temperamentos. ¿Los clásicos no creían haber encontrado la fórmula literaria absoluta y definitiva? ¿Qué queda de ellos?

      ¡¡Un poco de Corneille, un poco de Boileau, un poco de Bossuet !!

      Los románticos han dado un grito de triunfo al que el mundo entero ha respondido. Habían descubierto, pensaban, la forma suprema del arte.

      ¿Qué queda de ellos?

      Algunas piezas teatrales de Hugo son quizás de las más bellas escritas en poesía; pero algunas obras, solamente, permanecieron porque Hugo es un magnífico genio poético y no porque haya engendrado a los románticos.

      Era necesario que Hugo crease el romanticismo porque eso era la esencia de su genio, él era el único romántico.

      Otra escuela emerge que se llama realista o naturalista. Se encarnará en algunos talentos y desaparecerá -¿qué quedará de ella? Algunas bellas obras de sus grandes hombres.

      Una doctrina que es el triunfo de un autor porque ella sale de él, ella está identificada con él, que ella es su naturaleza misma y su poderío, mata generalmente a los que vienen detrás de él, como el romanticismo ha matado a los parnasianos, de los que algunos podrían haber sobrevivido si hubiesen podido ser independientes.

      Hacía falta el romanticismo.

      Hoy Zola es una magnífica, brillante y necesaria personalidad. Pero su estilo es una de las manifestaciones del arte y no una suma, como el estilo de Hugo era otra manifestación del mismo arte.

      Su visión y su interpretación son diferentes; pero ni el uno ni el otro abren vías inevitables donde se comprometerá la literatura; ambos lo creen porque ambos tienen la personalidad de su talento. Después de los naturalistas vendrán, estoy convencido, los archi-idealistas, porque las reacciones son inevitables. - la historia es así y no cambiará nunca la naturaleza del hombre. Porque los románticos han pasado, yo no creo que la Edad Media sea más cerrada que la realidad moderna. Todo es bueno según se tome; las ridiculeces de una escuela no han cerrado la entrada de una época histórica. Se trata de ver más allá y no de amurallar.

      Me gusta la amplitud de horizontes repentinos que tienen a veces los melancólicos, como me gusta la verdadera pasión, mordaz y a menudo estrecha de los carnales.

      ¿Por qué restringirse? El naturalismo está tan limitado como lo fantástico...

      Eso es así.

      Yo no discuto nunca de literatura, ni en sus principios, porque creo que es totalmente inútil. No convertí nunca a nadie, tampoco es mi intención hacerlo en esta larga carta que le escribo, pero es para que usted conozca absolutamente bien mi punto de vista y mi religión literaria. Yo lo he enunciado un tanto extensamente, en bloque, de una manera un poco pretenciosa y difusa,  pero no había otra forma de estudiar mi persona, de agrupar mis razonamientos y de presentarlos elegantemente. Así es como lo siento. Discúlpeme si está mal expresado y poco coordinado.

      Esta carta no debe salir de nuestro círculo[4], entiéndame bien, y estaría desolado si usted la mostrase a Zola, al que quiero con todo mi corazón y admiro profundamente, pues el podría quizás molestarse.

      Sería necesario hablar seriamente sobre los medios para alcanzar nuestro objetivo. Entre cinco se pueden hacer bastantes cosas y quizás haya trucos inusitados para ello.  ¿Si le haría presión a un periódico durante seis meses cribándole los artículos, querellándose por mediación de amigos, etc,  hasta el momento en que consiguiera entrar uno de nosotros?. Habría que encontrar un suceso inesperado que causaría sensación, que llamara la atención del público. ¿Tal vez una broma? Una carga muy profunda. En fin, ya veremos.    

      Le estrecho afectuosamente la mano. Hasta el martes si no le veo antes.

 

GUY DE MAUPASSANT

 

 

Tras semejante lectura, como atreverse a afirmar que Maupassant fue naturalista o realista, incluso romántico. Cada uno lo juzgará a su manera según encuentre, de tal modo su genio toma aspectos diversos, la crudeza del materialismo, la minuciosidad del realismo o el ideal del romanticismo.

Esto es lo que ha expresado tan bien un hombre bajo la autoridad del que todos los críticos deben inclinarse: he aquí en algunas palabras como Jules Lemaître juzgaba a Maupassant:

«Ningún afecto, ni novelesco, ni realista. Nada de esos rompecabezas psicológicos, pocas acciones y comentarios, y los que hay son límpidos como agua cristalina; y ¿quíen sabe si esa sobriedad de interpretación no es adecuada a la realidad de las cosas? Una superficie bastante sencilla, pero de incomprensibles interioridades, ¿acaso no es eso el hombre?

»Los psicólogos profesionales se afanan en resolver sus perfiles, pero no consiguen inventar, imaginar matices, sentimientos y secretos que dan lugar a acciones, por el mero placer de definirlos. El resultado es que los relatos de Guy de Maupassant interesan y conmueven como la realidad, y del mismo modo.»

……

 

En las primeras páginas de Pierre et Jean, en forma de prefacio titulado “La Novela”, Maupassant presenta, once años después de haber escrito la carta que hemos reproducido anteriormente, un nuevo manifiesto. Tras haberse preocupado de la forma que debe tomar la novela y de la libertad que conviene dejar al autor, opone, unas a otras, las tendencias de las diversas escuelas literarias.

Según él, el artista, al elegir su tema tomará en la vida «los detalles característicos útiles a su tema y dejará lo demás a un lado». Mantiene que hacer verdad consiste en dar la ilusión completa de lo verdadero, y concluye ardientemente que los realistas de talento deberían llamarse más bien ilusionistas.

Retomando una discusión siempre candente, opone la novela de análisis puro a la novela objetiva, pero lo hace con una imparcialidad tal que es delicado concluir sobre sus preferencias.

La carta del 17 de enero de 1877 fue escrita por la mano febril de un joven de veintisiete años, lleno de ardor y fe. Y sin embargo, ¡cuánta sabiduría contiene y qué enseñanzas!

Maupassant da la impresión de ser «a la vez», de poseer todos los talentos y de hacer vibrar todas las cuerdas con la única condición, como él declaraba, de ser original, es decir «el origen de algo». Y nos preguntamos si no conviene pensar que para su mayor gloria fue simplemente humano, puesto que en cada página de su obra se encuentra el sueño y la realidad fraternalmente unidos.

 

Georges-Emmanuel Lang

 

Suplemento Literario del Fígaro. 18 de febrero de 1923.

Traducción de José M. Ramos González. Enero 2017.


 

[1] Sin garantizar de un modo absoluto que esta carta sea inédita, nuestro colaborador y amigo Sr. Georges-E. Lang, sin embargo no la ha encontrado en ninguna de las múltiples obras relativas a Maupassant.

[2] No podemos sustraernos al placer de citar el pasaje que sigue, extraído del prólogo de la primera edición de Pierre et jean (1888):

«Más tarde, Flaubert, al que veía alguna vez, me tomó afecto. Me atrevía a someterle algunos trabajos. Los leyó con bondad y me respondió: «No sé si usted tendrá talento. Lo que me ha traído demuestra una cierta inteligencia, pero no olvide esto, jovencito, el talento, según palabras de Chateaubrinad, no es más que una gran paciencia. Trabaje.»

»Trabajé y regresé a su casa a menudo, comprendiendo que le gustaba, pues se dedicó a llamarme, riendo, su discípulo.»

 

[3] Si nuestros recuerdos son exactos, él susó igualmente para alguna de sus primeras obras el pseudónimo de Joseph Prunier.

[4] El círculo al que Maupassant alude era un pequeño grupo de cinco literatos, formado en 1876 y que en la época se llamaba la cuadra de Zola. Los Cinco eran Guy de Maupassant, Paul Alexis, Hennique, Céard y Huysmans.